Una de las órdenes caballerescas más antiguas, incluso más que la de la Liga y el Pellejo (conocidas vulgarmente como la de La Jarretera y el Vellocino dorado) es la de La Vejiga.
Esta prestigiosa cofradía, fundada en el siglo III d.C. por el jefe de la tribu de los Upemba, que se había instalado en lo que es actualmente la provincia de Katanga, surgió de manera fortuita. Cuenta la leyenda que el cacique Sotán Kalamú, apremiado por una urgente necesidad de orinar, mientras se estaba celebrando una espléndida ceremonia sacrificial -quince jóvenes vírgenes estaban siendo ofrecidas al dios del desierto, supuesto padre de aquél-, y no queriendo abandonar el sitial en el que estaba, por no dar a conocer a sus súbditos su origen humano, se meó por encima.
Resultó, sin embargo, que, hábil con las palabras, convenció a los próximos que aquellas aguas naturales, por intercesión de las alturas, se habían transformado en un estampado de colores sobre sus calzones principescos, adquiriendo fragancias que él mismo definió, incluso, como embriagadoras.
Ante tamaña actuación sobrenatural, Sotán Kalamú se decidió a montar la orden de la Vejiga Henchida (Después se perdió el adjetivo, difícil de pronunciar y hasta de entender en el dialecto local). Los requisitos para entrar en ella eran descomunales. Solamente podían permanecer a esta orden aquellos guerreros que hubieran demostrado capacidad de sobrevivir después de haber sido arrojados a una sima sita en la comarca -conocida hoy como la Gruta de los Desaparecidos- o, en su defecto, aquellos a los que a Kalamú le diese la real gana de nombrarlos miembros.
En realidad, nadie pudo entrar por la primera vía, a pesar de que muchos lo intentaron.
Pertenecen en la actualidad a esta orden de la Vejiga, cuyo Gran Maestre es el dictador Gustón Pachanga, solamente veintidós mandatarios mundiales, todos ellos sátrapas, déspotas o dictadores reconocidos por el orden mundial, a los que Pachanga concede tal distinción, en una ceremonia muy vistosa, en la que se les entrega la insignia característica, con forma de globo de oro y pedrería, de la que penden dos hilos de finísima hechura plateresca, simulando los uréteres del fundador.
La orden de la Vejiga mereció recientemente atención mediática, debido al castigo propiciado a uno de sus miembros, que había cometido el terrible acto de faltar al juramento prestado, incurriendo, pues, en el deshonor del perjurio. Porque los guerreros de la orden deben, en el momento de ser distinguidos con el globo henchido de los filamentos argénteos, jurar ante el dios del desierto que se protegerán sin fisuras en todas sus felonías y desmanes, disimulándolos con inmediatez, tal como hizo el gran Kalamú con sus naturales fluencias, ocultando a los demás mortales y, sobre todo, a sus leales súbditos, su condición de iguales en lo físico y su morbosa afición al latrocinio y a la corrupción en lo tocante a los dineros y bienes públicos.
Pues bien: El Gran Sultán del País de Chochonia, país que ocupa el penúltimo lugar en las rentas per cápita -contando hombres y ganados-, cuando estaba veraneando con su séquito en la Costa Blue, fue conducido con añagazas ante el Tribunal de la Justicia Incontrovertible Internacional (renovada), que dirige el ex-juez español Maese Pedro del Canto del Cisne Pérez, con sede en La Calla. Allí admitió haber mentido a sus súbditos, y que, en realidad, ni era hijo de un dios ni nada parecido, si bien no se le pudo juzgar ya que este comportamiento no está reconocido como infracción por los países firmantes del Convenio de La Calla.
En la actualidad, el ex Gran Sultán de Chochonia reside en Suiza y, al parecer, ha entregado una ínfima parte de sus posesiones en Chochonia a la ONG para el Desarrollo Lento de Africa (Africa´s Smooth Development Non Profit Organitation), dirigida desde Peijing por un grupo budista.
El Sanedrín, Capítulo o Concilio de los cofrades vejigueros, lamentando la traición al juramento del ex Gran Sultán de Chochonia. le ha condenado a devolver la medalla que le acredita como miembro de la Cofradía. Este es el mayor castigo que se puede imponer a un perjuro, según las normas internas de la Vejiga. Lamentablemente, se ha negado hasta ahora a cumplir la terrible sanción, que suele seguir luciendo en la pechera.
FIN
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