Cuando las excavadoras apenas habían comenzado a hacer el hueco en donde se habría de cimentar el magnífico edificio que serviría de sede a General Provisions for Vital Purposes Inc., el palista que manejaba una de las máquinas se encontró con que el balde levantó una caja metálica.
Detuvo el motor y se bajó de la cabina, observando la caja durante varios minutos. Cubierta por la tierra húmeda, abollada en una de sus caras, estaba herméticamente cerrada. Era demasiado grande para ocultarla, así que llamó al encargado.
-No tengo ni idea de lo que puede ser -fue el primer comentario de Sergio Percoláñez, el oficial responsable del turno de mañana.
-Es una caja, eso sí -se aclaró a sí mismo, de forma innecesaria, el palista, del que no recuerdo su nombre.
-Mejor avisamos al ingeniero -decidió Percoláñez, que siempre había demostrado una capacidad excepcional para no plantearse problemas innecesarios.
Acudí tan pronto como pude, pues me encontraba en una reunión para decidir la empresa a la que subcontrataríamos los cristales antivandálicos del edificio.
-¿Por una caja me habéis llamado? -les recriminé. Y, sin dudarlo, les di una aclaración al suceso y les ofrecí la solución, como corresponde a un buen mando intermedio:
-Tiene que ser una cápsula del tiempo, de esas que se colocan para que se abran dentro de cien años, o así. Pero como su existencia no figura en la memoria que me han dado, vamos a abrirla.
-Buena idea -aplaudió el encargado, que no desaprovechaba ocasiones de hacerme la pelota-. Además, ya está casi abierta.
En efecto, debido al golpe de la pala excavadora, la caja estaba parcialmente reventada.
Cuando la abrimos, dentro había un canuto metálico, parecido a un tubo grande de pastillas efervescentes, con su rosca de encaje. En la superficie, tallado con precisión, podía leerse: “I Jornadas de Sicogenética. 1980″. Y algo más abajo, en letra bastante más pequeña: ” No abrir hasta 2080″.
Era ya tarde para detener nuestra curiosidad. Así que no le dimos importancia alguna al hecho circunstancial de que faltaban unos cuantos años para llegar a la fecha prevista y volver a poner de manifiesto ante la luz solar el legado para la posteridad de aquellos asistentes a unas sesiones de sicogenética de las que no habíamos tenido la menor noticia.
-Hay solo un papel -dijo Percoláñez, decepcionado.
-Déjame ver -fue lo que se me ocurrió, mientras se lo arrebataba de las manos, algo nervioso. Tal vez pensaba en la maldición de algún espíritu que pudiera acusarnos de haber incumplido sus normas y castigarnos por ello.
Era solo una poesía. Una poesía dirigida a una dama, cuyo nombre figuraba en el encabezamiento.
Imaginé, de pronto, que el responsable de cerrar la cápsula del tiempo con la que los responsables de la organización de las Primeras Jornadas de Sicogenética habían deseado enviar un mensaje a los que la abrieran al cabo de cien años, les había gastado una broma, sin que lo supieran.
Y la reseña de las Jornadas, las fotos de los asistentes, los discursos de las autoridades, tal vez, los deseos de paz y prosperidad para las generaciones venideras, con las que se suelen llenar los canutos que se dejan a merced del tiempo futuro, habían sido sustituidos por un poema lírico.
Un bello poema de amor.
FIN
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