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Cuento de verano: Alicia en la fábrica de chocolate

16 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Alicia, la niña que se aventuró por el País de las Maravillas y se atrevió a pasar al otro lado del espejo, cuando terminó la carrera de ingeniería industrial, que culminó brillantemente, fue contratada por la fábrica de chocolate de este lugar.

La producción de chocolate tiene, como todo, su técnica. Existen dos procedimientos principales. El más común, que podríamos llamar tradicional o clásico, es el llamado de tabletas, en el que la masa fundida base del chocolate se cuela en unos moldes para darle la forma adecuada, y se deja enfriar.

Hay muchas variedades de este procedimiento, pues se puede añadir más o menos cacao, o leche, o harina o azúcar, que son los ingredientes principales, e incluso suprimir uno o varios de ellos -algunos miembros del Club de los Escépticos sospechan que todos- sin que se note en el sabor; casi todos estos métodos están patentados por las Ardillas Teutonas y los Osos Caprichosos. Si se incorporan a la masa trozos de avellanas, almendras o nueces, hay que advertirlo así en el envase, pues existen habitantes del País de las Maravillas que son alérgicos, como la Tortuga Artificial o la Princesa Tiquismiquis, de la que creo haber hablado en otra ocasión.

Cuando Alicia se incorporó a la fábrica de chocolate acababa de ser inventada la técnica de colada continua (chocolate continuous casting, CCC), por la que se confecciona con el chocolate fundido una especie de churro gigantesco, que se conduce en estado semipastoso a un recipiente intermedio, cuyo agujero de salida es de diámetro ajustable, consiguiendo así que el churro de chocolate sea fino o grueso a voluntad. Esta serpiente chocolatosa se va cortando a la longitud que se desee con unas tijeras semiautomáticas.

El artilugio cortante era manejado, en la fábrica del País de las Maravillas, por la Liebre de Marzo, que había pagado a las Arcas Caudinas por mantener el privilegio exclusivo a perpetuidad, transmisible a sus herederos.

Alicia, que era listísima, no tuvo ninguna dificultad en enterarse rápidamente de los pormenores del procedimiento, y eso a pesar de que en la Escuela de Ingeniería Superior solo llegaban a enseñar hasta el segundo capítulo de las producciones chocolatosas, por falta de tiempo para ver todo el programa.

Sin embargo, como todos los puestos de importancia para técnicos cualificados estaban ocupados, le encomendaron, para empezar, la limpieza a fondo de la sala de embalajes, ordenándole que retirara los desperdicios -restos de los envoltorios, recortes de papel de plata, cromos mal impresos y, también, pedacitos de almendras o avellanas, y gotas solidificadas de chocolate- y, una vez reunidos, los tirara a la basura.

-¿He estudiado tanto para tener que hacer un trabajo tan simple y para el que no se necesita ninguna cualificación?- se interesó en conocer Alicia, cuando llevaba ya varios meses haciendo lo mismo. Se lo preguntó al responsable de Recursos y Métodos, que se asemejaba bastante al Conejo Blanco, por sus dientes salidos hacia fuera, aunque negaba ser él, y afirmaba que su verdadero nombre era Dientéfano Bienenchufado.

-Todos hemos empezado así -se justificaba el encargado-. Es la manera de adquirir práctica en una fábrica tan compleja como la de los chocolates, antes de alcanzar los objetivos de mayor enjundia.

Pasaron unos cuantos meses más, quizá varios años, incluso puede que muchos años. Alicia se iba haciendo mayor, aunque le decían que era todavía joven.

Un día de septiembre del año de la Absoluta Desfachatez, Alicia estaba en los sótanos de la Sala llamada de Expediciones Torticeras, separando los papeles de plata de los cartones y papeles normales y reuniendo, en cubiletes separados, los trocitos de avellana, cacao y chocolate, para su reutilización posterior. No se tiraba ahora casi nada al Cubo de la Basura, pues lo de recuperar las materias que antes se despreciaban se le había ocurrido, inspirándose en lo que había leído en una revista de los Descolocados Franceses sobre cómo fabricaban algunos quesos artesanales con material desechable, merced a un ejército de gusanitos amaestrados.

Aunque seguía siendo la limpiadora (con el cometido adicional de recicladora provisional, con nombre pero sin sueldo suplementario), estaba bien considerada. Le habían concedido por aquella idea y otras menores, una mención especial en la Hoja de meritorios que se colocaba de vez en cuando a la entrada de los WC y, cuando había ocasión, le aseguraban los que estaban más alto en la Pirámide Artificial de Cargos que cuando apareciese un hueco en el Organigrama harían algo por ella. Pero los huecos que aparecían se llenaban siempre por arriba, por arte de birlibirloque o aplicación digital.

Aquel día de septiembre, se enteró por el Siete de Espadas y el cinco de Copas, que estaban particularmente excitados, de que algo muy, pero que muy peligroso, -peligrosísimo-, estaba sucediendo en la fábrica.

-Resulta que el calderín de vapor que controla la temperatura de confusión del cacao con la leche está atascado y la temperatura de la cazuela no para de subir y subir, y el mejunje está en ebullición metacrítica.

-¿Y qué? -replicó Alicia, que no se dejaba impresionar por lo que le parecían tonterías.- ¿No se están tomando decisiones adecuadas ? ¿Qué dicen los responsables de Control de Métodos?. ¿Qué opina el gato de Cheshire o el lagarto Pepito, a los que se pagan royalties?

-Parece que sus ideas ya ha sido probadas y las posibilidades están todas agotadas -matizaba el cinco de Copas- Ni siquiera la Comisión Permanente Estratégica que forman todos los efectivos de Copas, Diamantes, Oros, Picas y Bastos, ha podido hacer nada.

El Siete de Espadas tenía incluso noticias más sombrías:

-Se han reunido los jefes de la fábrica con los expertos extranjeros y algunos que dicen venidos del Otro lado del Espejo y no saben qué hacer. Parece que hay que abandonar la fábrica.

-En realidad -completaba la información el Ocho de Tréboles, que se incorporó al grupo., ya lo han probado todo, incluso lo más descabellado. Han aumentado, por ejemplo, la cantidad de agua para producir más vapor y que así disminuya la temperatura al aumentar la masa, pero han conseguido el efecto contrario, el calderín se calentó aún más -decía.

Alicia siguió separando el papel de plata de los demás papeles de envolver. Con el papel de plata se había podido, por cierto, crear una empresa nueva para hacer ríos y lagos en los nacimientos navideños, aunque esa idea, que era también de Alicia, nunca le había sido reconocida; se la había atribuído la Duquesa.

El Sombrerero Loco, que era el gerente general de la fábrica, únicamente por debajo de la Reina de Corazones y el Rey de Bastos -que tenían un affaire- , aseguró por la radio interior que el calderín iba a explotar en cualquier momento y que, sintiéndolo mucho, era preciso ordenar el cierre general de la fábrica de chocolate, y aconsejaba, a las autoridades correspondientes, ya que no era su responsabilidad, el desalojo preventivo del País de las Maravillas.

Ocultó, sin embargo, que, un grupo seleccionado, en el que se contaba, estaba negociando por medio de la Liebre de Marzo (o de Abril, no recuerdo exactamente) el paso al otro Lado del Espejo -un salvoconducto a cambio de renunciar para siempre a fabricar chocolate-, con el que se pretendía, presuntamente, conservar lo esencial de la especie de los Máximos Depredadores.

Se daba por inevitable que la explosión del calderín sería el final de la fábrica de chocolate, y el flujo incontrolado del líquido caliente destruiría la mayor parte de las haciendas del País de las maravillas, suprimiendo subsidiariamente los empleos directos, los indirectos y los inducidos hasta el cuarto nivel, amén de dejar para el arrastre los cuadros de rosas y los jardines de pensamientos. La desbandada debía ser, pues, general, y la debacle, absoluta.

Alicia no se inmutó ni un ápice. Cuando todos corrieron, para salvarse como su miedo les dio a entender -unos en patinete y otros a la pata coja-, dejando la fábrica abandonada, subió tranquilamente a la sala de control de temperaturas, apretó con decisión el mando de desconexión del calderín y abrió la válvula de salida de vapor para que éste se largara directamente al aire, memzclándose con viento fresco.

Un par de horas después, la masa de chocolate había bajado mucho la temperatura. Para evitar que se solidificara en el cubilete, Alicia dejó que el líquido caliente pasara a los moldes de tableta, abriendo las compuertas precisas, conducido desde la sección de colada continua a la sección de colada tradicional, que aún estaba en buen estado, gracias al dios de los Personajes Imaginarios.

Le costó algo de trabajo, pero se formó así un chocolate que posiblemente iba a tener un sabor estupendo, al estar tan homogeneizado -pensó, mientras se le ocurría la idea reconfortante de que tenía, por primera (y, desgraciadamente, por última vez) toda la fábrica de chocolates bajo su mando-.

Fueron momentos gloriosos para recordar a sus nietos. Los habitantes del País de las Maravillas, al advertir que no pasaba nada, pero nada de nada de todo lo que habían temido, y cuando se cercioraron de que los densos nubarrones que se habían formado sobre la fábrica de chocolate habían desaparecido, sin que explotara el calderín ni cosa parecida, volvieron, como su tal cosa, a sus casas. Los que estaban empleados en la fábrica, retornaron a las instalaciones del emprendimiento de chocolate, primero poco a poco, y luego, a raudales, y los encargados del Control General comprobaron que no se había perdido ni siquiera unos gramos del chocolate; incluso, al probarlo, lo encontraron estupendo.

Nadie se acordó de Alicia, que volvió a los sótanos. Y lo más curioso es que oficialmente se atribuyó lo sucedido -es decir, que el que el calderín no hubiera explotado, como habían pronosticado los expertos y la Comisión de detección de Desastres Generales- a un misterio misterioso, a un milagro inexplicable nacido de la naturaleza especial del chocolate.

El Sombrerero Loco incluso se atrevió a comentar que, seguramente, aunque no recordaba exactamente, era él mismo quien había tenido la idea de desconectar la válvula del acceso al calderín antes de marcharse.

Alicia jamás explicó ni comentó con nadie lo que había hecho. ¿Para qué?, se decía. La jubilaron prematuramente como jefa de la sección de limpieza, reciclado y recuperación, el único departamento verdaderamente rentable de la Fábrica de Chocolate, de la que era, hasta donde tengo entendido, también la única empleada. Eso tampoco trascendió, me parece.

FIN

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Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: Alicia, angel arias, claderín, control, cuentos de verano, explosión, la fárbica de chocolate, Liebre de Abril, Otro lado del espejo, País de las Maravillas, temperatura

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