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Después de terminar con frugal cena
las pastillas que mi otro mal dispuso
me meto un noticiario por la vena
y dispongo a soñar como un iluso.
Adapto las instrucciones a mi uso
porque va muy en serio esta faena
aún sin datos del virus que nos puso
veneno en nuestra digestión serena.
Me voy sacando muelas de esta pena
que a nuestra ignorancia cruel expuso
y dejó de dolor el alma llena.
Y estoy por los vaivenes tan confuso
y por lo larga que va la cuarentena
que llegaré a la vuelta, más obtuso.
29 de abril de 2020
(@angelmanuelarias, Sonetos desde la crisis)
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Incluí esta lámina, con el número IX en el libro Sonetos desde el Hospital (@angelmanuelarias, 2019). Se titula “Entrada a un vagón de metro” y se corresponde con uno de los bocetos que tomo a vuela pluma -quizá en menos de un minuto-, del natural. En este caso, el dibujo es una traslación, a mayor tamaño, del apunte que recogí, desde mi asiento en el interior de un vagón del metropolitano, con las gentes entrando y saliendo al abrirse las puertas de la estación.
Como es sabido -en una de esas reglas no escritas, pero con los asiduos a este medio de transporte solemos cumplir- las salidas del vagón se realizan por el centro, y los que esperan para acceder a él, lo hacen por los laterales o, si el número de personas que deben evacuar es alto, deben aguardar disciplinadamente a que los que se bajan en esa estación lo hayan hecho.
Por supuesto, no todos cumplen esa instrucción, por ignorancia o -más probablemente- por egoísmo. Así se abalanzan sobre los sitios que han quedado libres, atropellando a los que intentan salir. No es pues, la representación, de una “salida” de un local lo que he dibujado; es la entrada al lugar, al objeto apetecido. La puerta que se ve al fondo, es la esquematización del medio de acceso. Una mujer con su hijo, a la derecha, ve atropellada su intención por la masa de gente que, ignorándola, quiere entrar antes de permitirla salir.
En las horas punta, y cuando hemos sufrido (por huelgas del personal, básicamente) la restricción de las frecuencias de paso de los trenes de metro en la ciudad, forzar la entrada a los vagones, ignorando a los demás, puede significar que alguno se quede fuera, en el andén, o alguien se quede, aprisionado, sin poder salir.
Son gentes sin rostro definido, deformadas, llevando bolsas de la compra, libros para enfrascarse con ellos en la lectura simulada de unas líneas, esperanzas abiertas o frustradas. Somos, en definitiva, cualquiera de nosotros, los que pasamos, los que queremos entrar o salir.
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