El Presidente francés, Emmanuel Macron, en su visita a la base naval militar de Tulón, el pasado 19 de enero de 2018, confirmó que pretende implementar “un servicio nacional universal”, el primer paso hacia la vuelta del servicio militar obligatorio. Es inevitable buscar el encaje de esta decisión (anunciada ya en su programa electoral), -y que viene acompañada del incremento hasta el 2% del PIB en los gastos militares-, en el refuerzo de la posición propia ante los riesgos y amenazas a la seguridad que se perciben desde Europa.
No está solo Macron en este movimiento. El núcleo duro europeo -Francia y Alemania- quiere incorporar a la conciencia europea, -como reactivador del viejo proyecto político, amenazado por los nacionalismos, y obviando la muy cuestionada unidad económica y social-, una línea Maginot virtual, pero que deje visible que Europa no es un territorio indefenso. (1)
No es complicado detectar las causas de este movimiento de estrategia política de largo alcance que no pretende (entiendo) recuperar un pasado de tambores bélicos, sino demostrar que existe una fuerza, una voluntad popular y una capacidad armamentística disuasoria de cuanto amenace la seguridad y valores propios desde fuera de sus fronteras.
¿Se va hacia un Ejército, o mejor dicho, una Fuerza Armada comunitaria? No es sencillo es poner en marcha una Fuerza Armada unitaria, bajo un mando único, y con organización militar autónoma -contando con personal, equipamiento y medios económicos adecuados-, coordinada, desde luego, desde los Ministerios de Defensa de los Estados miembros, pero con la imprescindible independencia de actuación profesional, llegado el caso.
Las pinceladas más groseras (en el sentido, de evidentes) del nuevo cuadro de Seguridad y Defensa europeo, provienen, por una parte, como reacción a la concreción del cambio en la política norteamericana en ese área, que ha ido desvelando, en un striptís inquietante, el presidente Donald Trump en su primer año de mandato. Por otra parte, la salida del Reino Unido de la Unión Europea obliga a replanteamientos estratégicos, incluido en ellos, el sector de Defensa.
Las prioridades norteamericanas se enfocan ahora hacia el Pacífico, donde se encuentran Corea del Norte y China.
A la segunda, se la ve ya como el gran rival económico, con una tasa de crecimiento envidiable y una política comercial expansionista, al abrigo de las mágicas palabras “libre comercio”.
La primera se presenta comúnmente como una amenaza de patio de colegio entre bravucones en el recreo, pero la existencia de capacidad nuclear con alto potencial destructor ha hecho sonar peculiares timbres de alarma a los expertos. La pretendida disuasión a la posibilidad de que el “líder supremo” Kim Jong- un apriete su botón nuclear como si fuera el mando de un juguete, no está en disponer al otro lado de la consola de misiles aptos para provocar un desastre nuclear, (y que se viene aceptando no serán nunca utilizados porque la réplica simultánea al ataque conduciría irremediablemente al holocausto recíproco).
La nueva estrategia de armamento nuclear se enfoca hacia el desarrollo de misiles de gran alcance pero localizado poder destructor: esa capacidad sí aparece como verdadera capacidad disuasoria y, si fuera llegado el caso, como concreta acción bélica factible.
La tutela y digestión de lo que está pasando en el Mediterráneo -las tensiones de asimilación de los vaivenes hacia la democracia o el caos del Norte de Africa y las imparables oleadas migratorias de las antiguas colonias europeas-, e incluso, la contención de las ambiciones rusas en la frontera este, pasarán, en ese contexto, a ser cuestiones que atañen fundamentalmente a Europa. Lo son ya, en realidad, aunque la Unión Europea aún no haya tomado decisiones conjuntas de alcance.
Cambios, pues, imprescindibles y a corto plazo. El espacio regional europeo, con historia de luchas internas, odios recientes y desconfianzas a flor de piel, en la filosofía del presidente Trump y su equipo asesor, debe dejar de ser el free rider (o casi) de la OTAN y asumir un papel de co-protagonista. No servirá, como tarjeta de visita mundial, aparecer como el “amigo bueno”, un conjunto de Estados de factura impecable, demócratas, respetuosos con el orden jurisdiccional, defensores del derecho penal internacional que castiga a los malos (débiles), preocupados por el medio ambiente, solidarios con los Estados más pobres y respetuosos y hasta colegas aduladores de alguno de Elos más ricos, pero sin capacidad para defenderse de manera autónoma.
Una posición inerme se rebela como un apetecible bocado, frágil y delicado en caso de conflicto, en el que no valdrán estrategias comerciales disjuntas, apologías de filosofía humanista no siempre cumplida con rigor y la existencia de multitud de brillantes centros de invención y tecnología pero aún bastante descoordinados. Tampoco serviría para el cómputo el despilfarro de ayudas al desarrollo de las viejas colonias, cuya reducida eficacia práctica, más bien que más bien parece el reflejo de un síndrome de culpabilidad pegajoso.
La plasmación del Brexit supondrá que el país europeo con mayor capacidad y fuerzas armadas de la Unión, y con tecnología de energía nuclear aplicada al armamento, dejará de participar en el Programa de Defensa conjunto. Francia queda, por tanto, como único Estado europeo capaz de demostrar con credibilidad la capacidad disuasoria que supone poseer armas atómicas.
No hace falta concretar posibles enemigos, solo considerar, en el análisis conjunto europeo, las amenazas presuntas o probables, La posición de Rusia adquiere creciente protagonismo, por la forma brillante -política y militar- de Vladimir Putin de aprovechar las debilidades o indecisiones ajenas. La invasión de Crimea, el acercamiento a Turquía, la intervención en Siria y la creciente presión sobre los países de la frontera con Europa, son ejemplos evidentes.
Claro está que Europa no puede hacer frente a la eventual amenaza rusa sin contar con Estados Unidos, pero se trata de abandonar progresivamente esa dependencia, desde la consciencia -crecientemente sentida- de que el territorio europeo no debiera volver a convertirse en zona de conflicto. En todo caso, se encuentra con problemas de inseguridad interna que exigen soluciones autónomas a las que hacer frente de forma solidaria: terrorismo islámico, focos de radicalización, tensiones sociales producidas por una crisis económica sistémica, etc.
La recuperación de la formación militar enfocada a la incorporación a la estrategia de defensa de la población civil es también una consecuencia de la constatación de la pérdida, por una parte importante de la juventud, no ya de la consciencia patriótica, sino de elementales principios de disciplina, solidaridad y cooperación ciudadana, dentro de un magma en el que la proporción de ciudadanos de origen extranjero ha crecido y crece de manera imparable, sin que se haya conseguido éxito en su integración real, fuera de fantasías y voluntarismos políticos.
Se habla y se siente, también en España, una dicotomía entre la educación cívica y patriótica de la población mayor de cincuenta años y los más jóvenes, especialmente de los adultos muy jóvenes. La reintroducción de la formación militar a la población civil más joven, en grado ponderado pero real, puede ser una manera de superar el vacío y de integrar con plenitud lo militar a lo civil, desde una posición conjunta pacifista, pero pragmática.
Costará tiempo y dineros, pero la concreción de las amenazas -repito, presuntas, posibles o reales- ayudará a agilizar la toma de decisiones. Francia ya ha visto, en ojos de su Presidente y el equipo de cercanos asesores, el peligro de quedarse quieto sin hacer nada.
Un agateador europeo (certhia brachydactyla), mimético en general con el tronco en el que busca su alimento, se pone de manifiesto desde esta toma de perfil. Frecuente en nuestros bosques de robles, hayas y abedules, aunque puede verse incluso en los jardines urbanos, pasa desapercibido. El aspecto de su banda alar, con escalones que alternan zonas claras y oscuras ayuda plenamente a su confusión con la corteza del árbol por el que trepa, generalmente, de abajo hacia arriba, peinándolo de larvas e insectos.
La distinción entre las distintas especies de agateador es prácticamente imposible a no ser por la fotografía comparativa. El europeo tiene el vientre ligeramente más pardo y el pico algo más largo.
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