No habrá manifestaciones en Madrid en apoyo del 8 de marzo, día de la mujer trabajadora. No las habrá, al menos, autorizadas por el Gobierno, para evitar aglomeraciones que puedan provocar la activación de nuevos focos de la pandemia.
Esta situación no impide que diversos representantes de colectivos ocupados en glosar el papel de la mujer, saquen a relucir sus argumentos. Por supuesto, la cuestión de fondo principal es la dificultad de la mujer, en un mundo aún dominado por el varón, para acceder a puestos de responsabilidad, para conseguir globalmente cifras de empleo similares a las de los varones o ser remuneradas de forma equivalente por trabajos equivalentes.
Hay aún bastante espacio para conseguir ese objetivo de igualdad socioeconómica y, posiblemente, no será nunca factible llegar a la plena equiparación, limitada por sensibilidades personales, familiares y sociales, que no está siendo fácil desterrar. Pero, para quienes hemos vivido desde épocas no tan pretéritas, casos de marginación y desigualdad que hoy calificaríamos sin reparos de deplorables, el camino andado parece mucho. Si se compara con el estado de la cuestión en muchos otros países, podíamos decir con orgullo que estamos a la cabeza de los logros igualitarios.
Lo que ya no me resulta fácil, es entender, ni conseguir moverme con comodidad, por ese camino tortuoso, en toda esa parafernalia argumental que se asocia a la igualdad de la mujer, a las manifestaciones de género y al movimiento feminista con base populista. Se han colado en esa marmita de intenciones, cuestiones destinadas a causar ruido y barullo, como la legalización de la prostitución (no puedo comprender que haya nadie que apoye esa lacra social y, menos, con el argumento de la libertad de la mujer para el uso que quiera dar a su cuerpo), la libre elección de género o sexo (me pierdo en la distinción semántica) y, ya rizando el rizo, la discusión sobre la edad mínima en que pueda ejercerse ese hipotético derecho, o la cuestión de la carga de la prueba del consentimiento, que se queire vincular al acusado por la víctima como agresor, para los actos ligados a la sexualidad.
Mucho me temo que mi formación de base, las enseñanzas recibidas desde la tierna infancia y, también, obviamente, mi educación católica (no me avergüenzo de ella; al contrario), condicionen la libertad de mi pensamiento en esos temas que considero marginales al propósito fundamental del posicionamiento de la mujer en el podio de la igualdad con el varón. No veo posible un debate sereno, equilibrado, científico, desprovisto del barro mediático o de las vocinglerías de quienes quieren, con la defensa de un argumento o su contrario, asumir protagonismos.
No veo libertad alguna ni derecho defendible al admitir que un niño de doce años pueda elegir cambiar su sexo natural de forma irreversible. No entiendo, y pido perdón de antemano por mi obcecación, las razones que puedan llevar a la transexualidad, aunque defiendo -y reconozco que me ha costado admitirlo- la homosexualidad como una manifestación de la naturaleza, sin que vea en ello aberración alguna, sino carga emocional para quien tiene esa condición, que merece, por ello, protección, lo que no quiere decir que comprenda ni admita la exhibición pública de la misma, a la que algunos conceden autorización para la impudicia.
En fin, en el día de la mujer trabajadora, mi respeto y aplauso hacia todas aquellas mujeres que demuestran, día a día, que son acreedoras a la igualdad con el varón, que desarrollan actividades de todo tipo, en igualdad de condiciones y que, no pocas veces. superan en eficacia e inteligencia a sus competidores del género opuesto. Mi cariño y admiración hacia todas las mujeres a las que he conocido en mi ya larga vida, unas como jefas, otras como subordinadas o colegas y que me han demostrado eficacia, comprensión, capacidad de liderazgo o de emprendimiento y eficacia.
Mi respeto, amistad y reconocimiento a cuantas mujeres, en variados cometidos, circunstancias y momentos, me han mostrado su generosidad, su calidad como personas, su afecto, apoyo o han sabido disculpar mis errores y ayudarme a mejorar como persona. Solicito comprensión si a muchas las he encontrado, además de eficaces, hermosas. No quiero aparecer como un asqueroso machista, sino como un respetuoso admirador de lo que la naturaleza ha dispuesto como ejemplo de belleza.
Y hoy, que es el día de mi aniversario de boda, celebrada en tiempos en que no se conmemoraba ninguna festividad por la mujer trabajadora, rindo también homenaje público a la mujer que ha compartido conmigo, hasta el día de hoy, cuarenta y siete años de su vida, derrochando comprensión, eficacia, inteligencia y capacidad para dirigir con buen rumbo nuestro proyecto de pareja. Porque lo tuvimos y lo tenemos.