Sirve de poco consuelo saber que España no está sola en las escalada de precios del gas y de la energía que se viene experimentando en el último semestre. En otros países europeos, junto a Francia y Alemania en la cabeza, los precios relacionados con la energía están subiendo. A la espera de un invierno que se prevé duro, la factura para la calefacción doméstica podría suponer un incremento superior al 30 por ciento. Aunque se tomen, diligentemente, medidas de ahorro para evitar el despilfarro del consumo.
En realidad, aunque se está echando la culpa a la imprevisión de los gobiernos, a la debilidad del mix energético, o al cierre de las nucleares, la subida de precios es consecuencia de múltiples factores. Entre los principales causantes ocultos está el incremento en el precio de la tonelada de CO2, es decir, el efecto derivado que pesa sobre las empresas eléctricas, de la necesidad de comprar bonos en el mercado que compensen la contaminación de las eléctricas convencionales (centrales de carbón y de ciclo combinado).
El principal causante oculto del aumento de los costes del gas son los fondos especulativos, que han tomado ese mercado por su cuenta, que mueven sus hilos con ofertas de compra a medio-largo plazo, regidas por automatismos y que han conseguido rendimientos próximos al 40%. No solo sube el precio del gas, la tasa de inflación también está aumentando, como consecuencia de la actividad de una parte de los consumidores, que se encuentran con poder adquisitivo remanente, después de superada la crisis del coronavirus.
Si las fuentes energéticas -por razones políticas, estratégicas, naturales o especulativas- no son suficientes para compensar la demanda, la escasez de la oferta supondrá una ventaja excelente para los especuladores.
El invierno implicará que aumentará la necesidad de kw hora, lo que tendrá su reflejo en los precios. En las proyecciones actuales, una subida en el consumo de 20.000 kw hora supondrá del orden de 170 euros en la factura.
La naturaleza también ha jugado su papel. La aportación de la energía eólica ha sido menor que otros años, especialmente en los países del norte y centro de Europa. En Alemania, los depósitos de gas deberían estar llenos a esta altura del año, pero Rusia no está entregando las cantidades comprometidas, sin que se pueda deducir si no puede o, sencillamente, no quiere. No debería extrañar, sin embargo. Después de largos períodos de bajos precios, las inversiones de mantenimiento de instalaciones u redes que deberían habar realizado los productores -ya sean rusos, argelinos o del mar del Norte- se han descuidado.
La subida de precios si el invierno, como se prevé, viene frío, va a provocar desequilibrios en las balances empresariales y familiares. Pero, además va a comprometer los objetivos en relación on el clima, porque habrá que recurrir a fuentes que se habían dejado fuera de juego. El carbón es uno de los candidatos que va a volver a la palestra.
En un escenario inestable, donde las tensiones internacionales y los intereses económicos se pondrán duramente de manifiesto, habrá que considerar la revisión de una política energética (más bien, estrategia) demasiado optimista, alejada de la cruda realidad de nuestra posición de país deficitario y con poca fuerza adquisitiva.