La idea del “efecto falacia” no es una creación mía. Que quienes tienen alguna forma de poder utilizan su conocimiento de las realidad para tergiversarlo, ofreciendo a quienes poseen menos información una opinión contraria, a sabiendas, respecto a lo que creen más probable, es bastante habitual.
También tenemos claro lo que pretenden los que actúan así: conseguir que una parte de los que les escuchan , actúen de forma diferente a lo que harían de tener la información de que dispone el inductor y, por tanto, mejoren las expectativas de beneficio de éste.
La rentabilidad del efecto falacia depende directamente de la posición de credibilidad del presunto mentiroso. Eso lo saben bien quienes promueven a puestos de relevancia a ciertas personas, a las que previamente han revestido de un manto de perfección casi sobrenatural.
Podemos encontrar muchos ejemplos, y algunos muy buenos, sobre el efecto falacia y sus consecuencias positivas para quienes jugaron con él a favor. Casi todos los partidos políticos, en período electoral, lo utilizan. Las Juntas Generales de las grandes empresas están pobladas de momentos en los que se cuida el efecto falacia. Diría más: una parte muy alta, desde luego, excesiva, de las actuaciones propuestas por los dirigentes en quienes confiamos están fundadas en el efecto falacia.
Habrá algún ingenuo que piense que no siempre la intención de quien promueve la falacia es perverso, y que puede estar motivado para evitar un mal mayor: por ejemplo, si un Presidente de Gobierno afirma que se ha tocado fondo en la crisis o que la solvencia del sistema bancario del país es de las mejores del mundo, puede estar cruzando los dedos para que se lo crean otros que están en posición de perjudicar a los que desea proteger y evitar así que se le caigan los palos del tenderete.
Pero se comprenderá que los que tienen más información no se van a creer algo así, y, por tanto, lo que se pretende es que los crédulos no armen alboroto, sigan haciendo lo mismo, y, al introducirse más profundamente en el barro se lo pongan más fácil a los que están en mejores condiciones para juzgar que lo que se está diciendo oficialmente tiene es, con gran seguridad, falso.
No tiene el mismo valor para un oyente sin criterio previo, desde luego, oir que la Directora del Fondo Monetario Internacional opina que es importante tener un sistema bancario sólido como forma eficiente de canalizar a su través los préstamos con los que impulsar el crecimiento, antes o después de ser investigada por la policía francesa bajo la acusación de haber favorecido a un amigo empresario, de su misma cuerda ideológica, compensándolo generosamente en un arbitraje sobre la valoracón de la participación en Adidas que había vendido previamente al Crédit Lyonnais.
Se pueden poner otros muchos ejemplos del efecto Falacia, aunque lo que me interesa hoy es resaltar sus seguras consecuencias: cuando se produce la caída del mentiroso, se buscará por quien corresponda un sustituto de credibilidad intachable. Porque el objetivo seguirá siendo el mismo: engañar a los que saben menos para que hagan lo que beneficia a los que quieren tener más, teniendo ya mucho.