Apenas le acabábamos de dar la bienvenida, y ya se le está despidiendo. Entró por la puerta grande, empujado por héroes anónimos al estrellato de las operaciones financieras al margen de las entidades bancarias, y está siendo empujado a gorrazos, a una puerta estrecha situada en los sótanos de las transacciones inseguras, especulativas: una burbuja monetaria para especuladores a la caza de incautos.
¿Cómo? ¿Qué el lector no ha oído hablar hasta ahora del bitcoin? Si este es el caso, no necesita avergonzarse, sino que puede presumir de haber menospreciado esa iniciativa, aunque no estará de más que se ponga al día de lo que se pretende con ese artilugio. ¿O debo decir, pretendía?.
Porque se ha descubierto que la seguridad ofrecida por esta forma telemática de efectuar pagos entre particulares, y que basaba su solvencia en a) la existencia de algoritmos cifrados que era imposible reproducir, porque lo habían sido de forma aleatoria y que, al ser asociados a un pago solo podían ser conocidos por quien los había generado y b) la paridad instantánea de la moneda virtual en la que se realizaban las transacciones -el bitcoin-, y las divisas reales dependía solo de la credibilidad que depositaban en ella los usuarios.
En noviembre de 2013, un equipo de investigadores rastreó la supuesta hermeticidad de los algoritmos y los encontró vulnerables, expuesto a que un grupo de malintencionados, actuando de forma coordinada, pudiera elevar el valor de la moneda a su antojo, recogiendo pingües beneficios, para dejarla caer, cuando ya no tuviera el soporte de esa credibilidad. Exactamente como otras pirámides de intereses forjados a base de avidez e ingenuidad y por las que se han construido todas las burbujas que en este mundo han sido: la especulación sobre los tulipanes holandeses, la fiebre inmobiliaria, el timo de “envíe diez euros al primero de esta lista y mande este correo a otros tantos amigos poniendo su nombre al final en lugar de aquél y recibirá en pocos días, miles de euros”…
Distintos investigadores criminales advirtieron de que el invento estaba siendo utilizado para obtener beneficios por simple especulación con el valor, evadir impuestos, sacar dinero de un país sin dejar huella o para estafar a algunos confiados.
No debería extrañar, sin embargo, que a pesar de los avisos y de las evidencias técnicas, el valor de un bitcoin real haya superado, en una escalada impresionante, los mil dólares reales. Es evidente que si alguien ha invertido en bitcoin, puede haber obtenido un impresionante beneficio. Un comentarista sagaz afirma que, cuando la verdad estalle y el bitcoin alcance su previsible final de no valer absolutamente nada, la ventaja para los Bancos Centrales de cualquier Estado es que no tendrán que proveer por las pérdidas. Sencillamente, los bitcoin se habrán volatilizado en el espacio que les es propio, el mundo imaginario.