(Con este Comentario termino la serie de seis a los que he dedicado la confección de mi Credo tecnológico)
6. A modo de conclusiones
Las evidencias apuntan a que el conocimiento tecnológico más avanzado se concentrará (en realidad, se concentra) en pocas instituciones, en tanto que, a los niveles inferiores, las telecomunicaciones contribuirán a una rápida expansión y homogeneización de los conocimientos científicos, haciendo irrelevante su posesión, premiándose, en cambio, la disponibilidad de materias primas.
El papel de la mano de obra no cualificada será de manera creciente, irrelevante, generándose graves tensiones, a nivel global como local, respecto a la distribución de la riqueza y su disfrute. Las necesidades de ayuda social, incluso existencial, crecerán, y los Estados, de forma independiente, no podrán hacer frente a la resolución de los problemas generados por la combinación de desarrollo tecnológico, insuficiencia de trabajo disponible y presión reivindicativa sobre lo que se conoce como nivel de vida deseable.
La valoración de la situación es diferente por países, pues no cabe hablar de convergencia. En Alemania, por ejemplo, se advierte un crecimiento en la creación de empleo de muy alta cualificación (hasta un 25% de la población activa), en tanto que los empleos auxiliares (que no demandan especiales habilidades) se han reducido hasta un 15%. Muy diferente a lo que sucede en China, India, Pakistán, etc. Y bastante diferente a lo que se observa en España, empeñada en consolidarse como un país a remolque de las circunstancias.
Admitiendo que la celeridad en la asimilación de los conocimientos tecnológicos y la redistribución de los mercados, obligará a una adaptación constante, tanto de las estructuras como de aquellos que tengan empleo, no puede pretenderse que esa “versatilidad”, invocada continuamente por los políticos y analistas, sea posible para la gran mayoría. No depende tanto de la formación previa, ni siquiera de la actitud personal, sino de la orientación recibida. Deberíamos sacar consecuencias del exceso de peluqueros, cocineros, camareros, expertos en lenguajes informáticos obsoletos, empresarios de bares y mercerías arruinados, etc. Se les ha impulsado a un fracaso personal y económico, porque se les ha hecho abrigar esperanzas en lo que estaba vacío.
Es imprescindible que los empresarios, las representaciones sindicales y las instituciones políticas de todo orden se pongan de acuerdo en objetivos comunes. No los tenemos en la actualidad: ¿despido libre? ¿mini trabajos? ¿formación continuada? ¿ruptura definitiva entre la Universidad y el mundo real? ¿disminución de las prestaciones sociales a golpe de martillazos en el modelo existente? ¿incremento de impuestos a las clases medias para sostener el estado “social y de derechos”?…
Tenemos un tejido industrial con múltiples deficiencias, pero lo tenemos y tiene elementos muy aprovechables, que hay que poner en valor y saber potenciar. Se han de promover constantes reuniones (la palabra “reunión” está adulterada por el uso, pero no tengo otra forma de referirme a encuentros dinámicos de trabajo), en las que se pueda plasmar el intercambio de información, la voluntad de coordinación, la transparencia en los objetivos y en la detección de dificultades y las conclusiones para apoyo recíproco.
La Administración no tiene por qué participar en ellas con voto, y ni siquiera con voz, pero debe de estar, y saber estar. Me produce sonrojo cuando, en un Congreso o Sesión en las que representantes de empresas exponen sus planes en ponencias por lo general muy bien preparadas, contando lo que hacen, sus sugerencias de solución a los problemas, etc., veo que los políticos que han realizado la inauguración de la Jornada se han marchado todos (principal y séquito), después de la intervención del Ministro o Secretario de Estado. ¿Tanto tienen que hacer? ¿Cómo se enteran de lo que pasa? ¿Por los periódicos?.
Habrá cada vez menos trabajo disponible, las cualificaciones cambiarán y las empresas no podrán garantizar el empleo indefinidamente. Los demandantes de empleo y la población actualmente activa ha de organizarse, y de manera diferente a como lo ha venido haciendo hasta ahora. El fracaso de las organizaciones sindicales en la detección del problema es notorio: se han preocupado de mantener el empleo y no por la creación, con lo que han sido testigos ineficientes de la corrosión de los fundamentos del sistema socio-laboral.
Es necesario, por tanto, la organización desde la oferta de trabajo, teniendo en cuenta la formación requerida, y las necesidades familiares y personales. Puesto que las empresas -las grandes empresas- no pueden garantizar los puestos de trabajo, los que lo necesitan para vivir han de plantear propuestas colectivas nuevas. Si la demanda de trabajo ha de ser a tiempo parcial, temporal y no indefinido y remunerado con criterios no transparentes, no se puede permanecer inactivo o con obsoletos esquemas desde la oferta, y hay que recuperar olvidados elementos de solidaridad, forzando a que el Estado se alinee en la defensa de los más débiles, no para argumentar junto a los que ya poseen.
No pretendo la originalidad de esta propuesta. La sustitución progresiva del tipo de empleado contratado laboralmente por la de un ofertante de prestaciones que negocia con las empresas o con la Administración el precio de las mismas, está cobrando creciente interés sociológico. Existen ya, como es bien sabido, empresas que se ocupan de la externalización de trabajos y servicios, franquicias, subcontratistas a precio inferior al que fue contratado el principal y otras que ofrecen una cartera de trabajadores a tiempo parcial. La modalidad de empresas que ofrecen solo trabajo y capacidad ha de crecer exponencialmente, y muchos de los actuales autónomos, deben organizarse para una oferta colectiva.
Y si se asumen todos los riesgos de los períodos en los que no se disponga de empleo (es decir, los no cubiertos por las prestaciones públicas), ese ofertante de disponibilidades tiene que organizarse y pensar como un empresario, no como un empleado… con todas las consecuencias: fijación del precio de sus servicios, potenciación de su capacidad, interconexión gremial, creación y selección de oportunidades, creación de oligopolios y soporte de estrategias, concreción de los espacios en los que se realiza la publicidad de las ofertas, modos de interconexión física y virtual de los miembros que forman las empresas de la oferta.
Creo, en definitiva, en un mundo mejor, reforzado por la puesta en valor de la versatilidad de ese tradicionalmente menospreciado factor de producción que es el trabajo. No me refiero al trabajo físico (al menos, no solo), sino, y sobre todo, al trabajo de alta cualificación, aquel que caracteriza la genialidad de la especie humana, que se ha de convertir en el eje de reconstrucción de las relaciones entre capital y empleo en el mundo global, si queremos que sea sustentable y no una fantasía de papel.
Así sea en España como en toda la Tierra, así en los países intermedios como en el cielo de la más alta tecnología. En defensa de la honesta distribución de las plusvalías generadas entre todos, de acuerdo con el trabajo, capacidades y oportunidades de cada uno.
(No hay por qué ocultar que esa defensa de posiciones es, por sí misma, revolucionaria. La superación de las ventajas circunstanciales que derivan del poder irregularmente adquirido, de la herencia descomunal de origen injusto, de las acumulaciones desorbitadas de beneficios obtenidas por razón de las ineficiencias del mercado o sus trampas, y, en fin, de todas esas espurias razones derivadas del azar, la corrupción histórica y no de los méritos propios, es revolucionaria. La forma de llegar al objetivo puede ser pacífica o violenta. Depende de la capacidad de liderazgo y convicción de los que se encuentren a ambos lados del conflicto)
Por la inteligencia. Amén.
FIN