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Arrenofobia vírica

15 marzo, 2020 By amarias 1 comentario

La cadena de contagios por la circulación libre -hasta ahora- del coronavirus 19 en España y el temor derivado a pensar que uno mismo o el prójimo está infectado, ha movilizado específicos comportamientos sociológicos.

Por una parte, se ha suscitado la arrenofobia vírica, expresión que me invento combinando el término que caracteriza en general el miedo irrefrenable a los otros (arrenofobia) con la presencia del microscópico pasajero que lleva ya varios meses campando por la nave cósmica de la que nos creíamos a los mandos de control.

Es una arrenofobia que, como patología psicótica, se dirigió contra cualquier próximo con rasgos orientales, cuando se comunicó a bombo y platillo que el virus había aparecido en Wuhan, una lejana población de la provincia de Hebei, en China, de la que no teníamos ni idea de su existencia.

(Ahora seguimos sin saber mucho de Wuhan pero no desconocemos que esa población alberga once millones de personas. Las medidas adoptadas por el gobierno chino, confinando un área de cerca de 40 millones de habitantes y habiendo desplegado medios sin precedentes, han conseguido, según informa el Gobierno, controlar el brote, dejando en la batalla 3.200 fallecidos y cerca de 81.000 contagiados.)

La atribución por el imaginario mediático del brote a un mercado de Wuhan y a la ingesta de un exótico animal (llamado pangolín), para celebrar ” a modo” el comienzo del año chino, desató agresiones a establecimientos orientales -no solo chinos- y a transeúntes, comerciantes o vecinos por el simple hecho de haber nacido en Asia, o parecerlo, o tener los ojos oblicuos. Alarmados por la imparable corriente arrenofóbica, prácticamente todos los comercios -restaurantes, tiendas de todo a un euro y ultramarinos, sastrerías para arreglos, etc.- llevan ya semanas cerrados. En Italia, en España y en varias áreas del mundo, en donde existen China Towns.

La propagación del virus por otros países ha provocado que la arrenofobia vírica se dirigiera después contra los italianos, como culpables de haber sido el primer país europeo afectado por la detección y consecuente crecimiento exponencial de casos de contagio. Poco tiempo pasó y nos ha tocado a los españoles dentro del contexto europeo y, dentro de nuestros nacionales, la arrenofobia se concentró en los madrileños, considerados como apestados, especialmente si eran localizados fuera de Madrid.

Ahora, desatados los ánimos pero conscientes de que todos podemos estar infectados, y ordenados por el Gobierno de nuestro desmembrado Estado a mantenernos en casa durante, al menos quince días y salir de ella solo en caso de necesidad explicable -ir al Hospital, comprar vituallas y periódicos, pasear al perro, ir a la peluquería o a la tintorería, o cargar combustible, como mejor especificadas-, el silencio del pánico recorre nuestras calles.

El reconocimiento de que todo el país está sumergido en el miasma vírico no impide -al contrario- que hayan surgido brotes especiales, apestosos, de arrenofobia vírica, que afectan a supuestos líderes de las regiones vasca y catalana, que creen que les ha sido arrebatada autoridad porque el Gobierno de España, al fin, ha reclamado la unidad de actuaciones en temas sustanciales para toda la ciudadanía. El brote ha saltado fronteras para estimular la estulticia y el egoísmo de un tal Puigdemont, que ha aprovechado para largar una soflama que solo pone de manifiesto su cortedad mental y su insolidaridad, su arrenofobia culpable.

Pertenezco a la población de riesgo (tengo setenta y un años, tengo cáncer metastásico y estoy incluido en un programa experimental que me obliga, entre otras cosas, a ir al Hospital cada veintitantos días) y, para más emoción, estoy fuera de mi lugar de residencia, porque me desplacé a Asturias para cumplir mis compromisos anteriores de dar una conferencia sobre el Cáncer y seguir con la presentación de mi libro de poemas.

Esta situación de vulnerable, me da cierta autoridad para pensar en colectivos que están pasándolo mal y que no tienen la suerte de pertenecer a una clase económica solvente y disponer de una pareja y una familia protectora y, por supuesto, un lugar en donde recluirme por unas semanas, sin que me falta nada, si el virus no trastorna el equilibrio con su aparición indeseable.

Pienso en todos los desarraigados, incluidos los migrantes sin papeles, que ocupaban nuestras calles con seudo-oficios fuera de todo programa: aparcacoches, manteros, limosneros a la salida de iglesias y supermercados, ocupantes nocturnos de bancos de parques, huecos para cajeros de entidades financieras, soportales y ruinas.

Pienso en los ancianos que viven solitarios, tal vez abandonados hace tiempo por hijos, sobrinos o familiares, atenazados ahora por el miedo a salir de casa, o incluso imposibilitados para hacerlo. Pienso en cuidadores de personas inválidas, enfermos graves desviados a casa con tratamientos paliativos, en minusválidos físicos o psíquicos que esperan con inquietud la asistencia.

Pienso, por supuesto, en ese grupo de profesionales ahora intensamente solicitado: médicos de todas las especialidades (especialmente, neumólogos, anestesistas, internistas,…), enfermeras, ayudantes de enfermería, conductores de ambulancia, administrativos de hospitales, celadores, y me uno al aplauso considerado que recibieron ayer desde nuestras casas, y les pido que no decaigan, porque siempre los hemos necesitado, pero ahora parece que nos hemos dado cuenta que son insustituibles.

Pienso en todos aquellos que están comisionados para que la máquina de la actividad, aunque al ralentí, no se pare: distribuidores de mercancías, empleados de supermercados, comercios de ultramarinos y gasolineras, peluquerías, tintorerías, tiendas en donde se venden periódicos y revistas, etc. Y agricultores y ganaderos de la España vaciada y de todas las regiones en donde trabajan y deben seguir trabajando, con mísera rentabilidad, desde el inicio de la cadena alimentaria, y pienso en los que transforman y elaboran los múltiples y variados productos que retiramos de las estanterías sin haber pensado quizá hasta ahora lo que hay detrás.

Pienso en empleados de funerarias, cementerios, incineradoras, …

Pienso en fabricantes de fármacos de todo tipo, mascarillas, guantes, apósitos, intubadores, y cualquier material clínico que será más necesario que nunca en las próximas semanas, Pienso en los que se encargan de abastecer de los servicios básicos (agua, recogida de residuos, operarios de empresas energéticas, encargados del mantenmiento, etc) a cualesquiera poblaciones, grandes y pequeñas; sobre todo en las pequeñas y muy pequeñas…

Pienso en los que temen perder su trabajo, en los que ya lo han perdido, en los que no tienen claro cómo van a llegar a fin de mes…

A algunos, tal vez les baste que les manifestemos nuestro ánimo, nuestro aprecio por saber que están allí, Pero muchos necesitarán medios, proximidad, dedicación, víveres, medicinas, dinero, tiempo…

Y pienso, para aborrecer su postura, en los que acaparan, barriendo en las estanterías de tiendas y supermercados, lo que necesitan, pensando solo en sí mismos. Arrenófobos insolidarios, egoístas víricos, despreciables conciudadanos que solo ven sus narices ávidas por protegerse contra todo lo que no son ellos, sin advertir, en su patología, que nos necesitan más que nunca.

 

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Tiempo entre costuras

5 octubre, 2016 By amarias 1 comentario

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Tomo prestado el atractivo título del magnífico libro de María Dueñas, inspirador de una serie de televisión, para enmarcar mi Comentario sobre el Partido Socialista español. Pero advierto al amable lector que no me refiero de esta forma a la labor de zurcidor que le espera a mi colega en la ingeniería Javier Fernández, sino a los años transcurridos desde que Rodríguez Zapatero y su equipo de circunstancias hicieron lo imposible para ocultar bajo la cama de la complacencia la basura de la crisis que inundaba las estancias del estado social y hasta que Pedro Sánchez derrotó a Eduardo Madina en las primarias para elección de Secretario General del primer partido de la oposición.

Tiempo perdido fue para el PSOE. Desde la dimisión de Rodríguez Zapatero en 2011 hasta julio de 2014 fue secretario general del PSOE, candidato a Presidente y líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, doctor en química orgánica y una de las cabezas más sensatas del panorama político español. Ejerció, en lo que lo tengo analizado, un liderazgo de capacidad, de solvencia académica, con dotes peculiares para explicar lo que estaba pasando en el país y fuera de él. Su música pareció celestial, no ya a los militantes, sino a las mayorías que sirven para elegir presidente de Gobierno, y Mariano Rajoy y su equipo de coordinados guerreros del antifaz se hicieron con el poder y, una vez conseguido, se aferraron a él, sin importarles monsergas.

Tengo que admitir que la socialdemocracia (o lo que sea lo que representa el PSOE) tiene incapacidad congénita para proponer alternativas en momentos de crisis. Le asusta tomar riesgos. No se atreve a profundizar en las propuestas para aumentar los impuestos al gran capital (que en España, país intermedio, no dejan de ser cuatro amigos), por miedo a alborotar de refilón a la clase media (que, en efecto, es la que paga los patos) , y carece de visión económica global (y eso que muy insignes profesores universitarios que se autoproclaman de izquierdas no dejan de publicar estudios académicos con análisis retrospectivos)

En esas circunstancias, y sabiendo que, como señala la Biblia, a períodos de vacas flacas y espigas macilentas seguirán siempre vacas gordas y cosechas henchidas, cualquier líder de un partido conservador de un país de medio pelo, no tiene más que echar la culpa de mala gestión al equipo al que le tocó lidiar con la crisis mundial y esperar tranquilo la rentabilización del éxito de su teórico buen hacer con los frutos que pongan en su feudo las bonanzas externas: más exportación, aumento del empleo menos cualificado, disminución de deuda externa, miedo al cambio.

Ni la corrupción, ni los desgastes personales, ni los escándalos ocasionales, prevalecerán contra un partido conservador aupado a gobernar al tiempo en que empiecen a soplar los aires buenos. De él serán los triunfos y, pretendiendo diferenciarse, los que, desde la oposición pretendan innovar, tropezarán con la dificultad de proponer propuestas que alcancen consenso interno.

Que el PSOE esté hoy dividido entre los que proponen abstenerse en la investidura de Mariano Rajoy y los que ven opciones en embocar unas terceras elecciones que mejore el número de escaños y facilite un gobierno de coalición con los del abrazo del oso podemita, no es más que un síntoma de la desorientación ideológica de la izquierda prudente

Dejen, pues, los diputados de ese partido que ha perdido el contacto con los votantes, que gobierne Rajoy gracias a la abstención del mínimo de la bancada socialista que, con estricta disciplina de voto, le abra el camino para agotar la leche que aún darán las enflaquecidas vacas. Y que, desde el reposo, los militantes de los llamados partidos de izquierda (desde el PSOE hasta Unidos Podemos) piensen bien lo que van a hacer cuando las tornas se hagan claras. Sin cal viva de por medio, sin insultos, sin gritos ni algaradas en las calles. Teniendo presente que les tocarán vacas y espigas flacas.

Porque mientras algunos militantes crean que es tiempo de desgarros, cortes de tijera, exhibición de retales y fuertes desencuentros a cuchillo, no esperen que los que tienen que votar la credibilidad de sus opciones, les vayan a dar apoyo incondicional.

Javier Fernández tiene, ante sí, un reto de los que menos rédito personal producen. Tratar de coser los rotos, mientras dentro y fuera de su partido, muchos andan aún con las tijeras. Rubalcaba no lo consiguió; Javier Fernández tiene la expectativa soplándole a la cara.

—–

P.S. Incluyo hoy la fotografía en vuelo rasante de una urraca. Gregarias, agresivas, en expansión al parecer imparable. Me contaba un lugareño, aficionado a la caza, que un día en que volvía de vacío, encontró forma de aliviar su frustración disparándole a una de esas aves, y la llevaba al cinto. Al cabo de un rato, notando dolor en un costado, observó que el animal, aunque herido de muerte, le estaba picoteando el flanco con ardor.

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Tiempo de exposición

10 abril, 2016 By amarias 2 comentarios

Quiero creer que las opacas conversaciones entre partidos políticos para formar gobierno habrán servido, siendo evidente que no han cumplido su objetivo, para facilitar que los ciudadanos independientes lleguemos a alguna conclusión que resulte útil a nuestro país.

Si hay una distinción del carácter que define a un líder es que, cuando el equipo parece aturdido, él propone una solución y saca al grupo del escollo.  Tal vez debo indicar que no me refiero a que el dirigente (o el aspirante a tomar las riendas) tenga “la” solución, sino que sea capaz de ofrecer, lo antes posible, una opción creíble y que movilice a quienes tienen los recursos disponibles, para aliviar a los que estén sufriendo el peso más agotador de la carga. Se consigue, de esa forma y en ese preciso momento, que se salga del bache, y se obtiene la liberación de la tensión, para poder dedicarse, ya con más calma, a mejorar las estructuras y evitar que lo mismo vuelva a suceder.

Puede que todo parezca demasiado teórico, parte de un manual elemental. No niego la menor, pero me acojo a mi derecho intelectual a expresar que las propuestas que provienen de los que alardean tener información y criterios sobre cómo conducirnos a un sitio mejor, carecen de viabilidad.

Los representantes de los cuatro partidos políticos más votados parecen haber confundido el apoyo de sus concretos electores con un mandato para negociar un gobierno de coalición con garantías de estabilidad. No lo veo así, en absoluto. Si no sabemos hacia dónde ir, ¿con qué pertrecharnos? ¿Habrá que atravesar un desierto sin oasis o una selva con serpientes? Puede que, metafóricamente hablando, sean varios y complejos los espacios a atravesar y, en lugar de equiparse para una expedición al polo o con el salacot de excursionista de safari, sea más adecuado pulsar la propia capacidad de resistencia.

La diversidad de opciones presentadas ante los electores-incluso aunque mal o insuficientemente perfiladas- solo han servido para que la ciudadanía exprese su deseo de acabar pronto el período de transición, en el sentido, de momento de desconcierto o desorientación.

Que se nos saque de aquí, vamos, cuanto antes. Porque los períodos de transición, son períodos de exposición. Los que están expuestos, son más vulnerables.

Sin embargo, este período ha sido interpretado como un tiempo de exhibición, como si los portavoces de las preocupaciones de los agentes socioeconómicos, hubieran creído que nos interesaba conocer más al detalle sus diferencias personales, tomar fiel medida de sus distancias mentales o profundizar hasta el vómito en sus elucubraciones de definición ideológica catecumenal. Por eso, teniendo en cuenta que, como más de treinta y cinco millones de potenciales electores, no he tenido la menor participación en esas negociaciones, me siento facultado para expresar mi decepción.

Las exhibiciones percibidas de las débiles musculaturas, la delicadeza de las carnes ofrecidas, tan descoloridas como pegadas al hueso, necesitadas a gritos de un paseo por mayor ejercicio mental,  fueron lamentables. Sobre todo, porque nos han hecho perder bastante bagaje de lo único seguro que teníamos a disposición: tiempo para reaccionar.

Más de un centenar de días consumidos en misteriosos tejemanejes han dejado un poso de excesos verbales, marcas de intolerancia, crispación supurada y líneas rojas pintarrajeadas con tizas y lápiz de labios, que podrían parecer una preparación infantil para marcar el espacio en el que jugar a la rayuela (1). Si me arriesgara a hacer de lector de las borras resultantes en las tazas de los cafés disfrutados durante tantas jornadas, mi interpretación agorera es que hemos ido hacia atrás. Puede que sepamos más de lo que nos separa, -en gran medida, de lo inútil-, y nada nuevo de lo que nos podría unir -en general, imprescindible.

Qué pérdida de oportunidad. Los momentos de transición son fundamentales para que una colectividad consiga tender redes más sólidas que las precedentes para anclar mejor sus bases en el futuro. Ha sido grave la desilusión propagada por la exhibición, por parte del partido de Gobierno (ahora en funciones), de que no está dispuesto a cambiar el rumbo, sino a seguir conduciendo por la misma singladura, cuando está claro -incluso para ellos- que nos había llevado a una vía muerta, un culo de saco. Grave también resulta la obsesión de un partido emergente, que llenó de ilusiones (en gran parte, productos de la fantasía y la enajenación grupal) a más de cinco millones de desencantados, por querer implantar un cambio imposible, estrictamente revolucionario y contrahistórico, en la gobernabilidad de España.

De los otros dos partidos (PSOE y Ciudadanos), corresponde aplaudir su voluntad de entendimiento, aunque parcialmente contra natura, aunque, al ser, desde el origen, una postura insuficiente, su escenificación formó rápidamente parte del teatro, esto es, de la exhibición. (2)

Tendríamos que entender que, en este momento de nuestra historia política, la situación es de reorganización de efectivos, y no de actuación precipitada. Momento para eliminar muchos de los elementos que juzgamos perniciosos y que se han convertido en los síntomas más claros de lo que es imprescindible cambiar. Con la tranquilidad de poder entender que, en un Estado que dispone de una Constitución y leyes pactadas democráticamente, es posible plantearse ese tránsito, no después de una revolución, no acudiendo a una asonada o a un conflicto armado, sino mediante un acuerdo de partidos para impulsar un gobierno.

Los problemas de esta situación de transición están detectados, aunque no se conozcan las soluciones para todos ellos. Hagamos las modificaciones con cabeza, no con imprudencia, porque no estamos solos en el mundo, y pertenecemos a una sociedad, la occidental, industrializada y, sí, capitalista, que forma parte de nuestra esencia. En ella debemos encontrar las respuestas a los factores de preocupación que, aún siendo tan conocidos, no me resigno a enumerarlos, una vez más: paro (especialmente juvenil), desequilibrio en el sostenimiento del estado de bienestar, corrupción en las administraciones públicas, evasión fiscal y falta de control en las cuentas de los grandes grupos, excesivo endeudamiento de las familias, equivocada orientación de una parte sustancial de la transmisión de la enseñanza (en particular, la técnicamente productiva), pérdida de la consciencia de unidad como medida esencial de progreso, entre otras.

Ningún partido ha demostrado tener la solución, solo propuestas cuya viabilidad sería necesario que se demostrara. En una situación así, yo prefiero, por experiencia, actuar con decisión para salir del momento, pero con máxima prudencia para no sostener la misma postura más tiempo del imprescindible.

—

(1) Escribo Rayuela en homenaje solapado a Julio Cortázar, pero en mi pueblo ese juego -más propio de niñas-, se sigue llamando cascayu; y en España, cascallo, tejo o pericojo, entre otros nombres.

(2) No incluyo a Izquierda Unida como quinto partido en la disputa por el poder, porque no lo está siendo. Con un sólido argumentario del que no se ha movido -ni falta que le hacía: es el catecismo de siempre, el de la izquierda conscientemente marginal- ha aprovechado la oportunidad para pasearse luciendo músculo por los escenarios mediáticos. La proximidad a Podemos permitió ver las diferencias entre el modelo y su caricatura, dejando claro que hoy tiene cinco veces más público el docudrama circense que un buen guión.

 

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Creo en la resurrección de los sueños y en un mundo mejor, amén

5 julio, 2014 By amarias 1 comentario

(Con este Comentario termino la serie de seis a los que he dedicado la confección de mi Credo tecnológico)

6. A modo de conclusiones

Las evidencias apuntan a que el conocimiento tecnológico más avanzado se concentrará (en realidad, se concentra) en pocas instituciones, en tanto que, a los niveles inferiores, las telecomunicaciones contribuirán a una rápida expansión y homogeneización de los conocimientos científicos, haciendo irrelevante su posesión, premiándose, en cambio, la disponibilidad de materias primas.

El papel de la mano de obra no cualificada será de manera creciente, irrelevante, generándose graves tensiones, a nivel global como local, respecto a la distribución de la riqueza y su disfrute. Las necesidades de ayuda social, incluso existencial, crecerán, y los Estados, de forma independiente, no podrán hacer frente a la resolución de los problemas generados por la combinación de desarrollo tecnológico, insuficiencia de trabajo disponible y presión reivindicativa sobre lo que se conoce como nivel de vida deseable.

La valoración de la situación es diferente por países, pues no cabe hablar de convergencia. En Alemania, por ejemplo, se advierte un crecimiento en la creación de empleo de muy alta cualificación (hasta un 25% de la población activa), en tanto que los empleos auxiliares (que no demandan especiales habilidades) se han reducido hasta un 15%. Muy diferente a lo que sucede en China, India, Pakistán, etc. Y bastante diferente a lo que se observa en España, empeñada en consolidarse como un país a remolque de las circunstancias.

Admitiendo que la celeridad en la asimilación de los conocimientos tecnológicos y la redistribución de los mercados, obligará a una adaptación constante, tanto de las estructuras como de aquellos que tengan empleo, no puede pretenderse que esa “versatilidad”, invocada continuamente por los políticos y analistas, sea posible para la gran mayoría. No depende tanto de la formación previa, ni siquiera de la actitud personal, sino de la orientación recibida. Deberíamos sacar consecuencias del exceso de peluqueros, cocineros, camareros, expertos en lenguajes informáticos obsoletos, empresarios de bares y mercerías arruinados, etc. Se les ha impulsado a un fracaso personal y económico, porque se les ha hecho abrigar esperanzas en lo que estaba vacío.

Es imprescindible que los empresarios, las representaciones sindicales y las instituciones políticas de todo orden se pongan de acuerdo en objetivos comunes. No los tenemos en la actualidad: ¿despido libre? ¿mini trabajos? ¿formación continuada? ¿ruptura definitiva entre la Universidad y el mundo real? ¿disminución de las prestaciones sociales a golpe de martillazos en el modelo existente? ¿incremento de impuestos a las clases medias para sostener el estado “social y de derechos”?…

Tenemos un tejido industrial con múltiples deficiencias, pero lo tenemos y tiene elementos muy aprovechables, que hay que poner en valor y saber potenciar. Se han de promover constantes reuniones (la palabra “reunión” está adulterada por el uso, pero no tengo otra forma de referirme  a encuentros dinámicos de trabajo), en las que se pueda plasmar el intercambio de información, la voluntad de coordinación, la transparencia en los objetivos y en la detección de dificultades y las conclusiones para apoyo recíproco.

La Administración no tiene por qué participar en ellas con voto, y ni siquiera con voz, pero debe de estar, y saber estar. Me produce sonrojo cuando, en un Congreso o Sesión en las que representantes de empresas exponen sus planes en ponencias por lo general muy bien preparadas, contando lo que hacen, sus sugerencias de solución a los problemas, etc., veo que los políticos que han realizado la inauguración de la Jornada se han marchado todos (principal y séquito), después de la intervención del Ministro o Secretario de Estado. ¿Tanto tienen que hacer? ¿Cómo se enteran de lo que pasa? ¿Por los periódicos?.

Habrá cada vez menos trabajo disponible, las cualificaciones cambiarán y las empresas no podrán garantizar el empleo indefinidamente. Los demandantes de empleo y la población actualmente activa ha de organizarse, y de manera diferente a como lo ha venido haciendo hasta ahora. El fracaso de las organizaciones sindicales en la detección del problema es notorio: se han preocupado de mantener el empleo y no por la creación, con lo que han sido testigos ineficientes de la corrosión de los fundamentos del sistema socio-laboral.

Es necesario, por tanto, la organización desde la oferta de trabajo, teniendo en cuenta la formación requerida, y las necesidades familiares y personales. Puesto que las empresas -las grandes empresas- no pueden garantizar los puestos de trabajo, los que lo necesitan para vivir han de plantear propuestas colectivas nuevas. Si la demanda de trabajo ha de ser a tiempo parcial, temporal y no indefinido y remunerado con criterios no transparentes, no se puede permanecer inactivo o con obsoletos esquemas desde la oferta, y hay que recuperar olvidados elementos de solidaridad, forzando a que el Estado se alinee en la defensa de los más débiles, no para argumentar junto a los que ya poseen.

No pretendo la originalidad de esta propuesta. La sustitución progresiva del tipo de empleado contratado laboralmente por la de un ofertante de prestaciones que negocia con las empresas o con la Administración el precio de las mismas, está cobrando creciente interés sociológico. Existen ya, como es bien sabido, empresas que se ocupan de la externalización de trabajos y servicios, franquicias, subcontratistas a precio inferior al que fue contratado el principal y otras que ofrecen una cartera de trabajadores a tiempo parcial. La modalidad de empresas que ofrecen solo trabajo y capacidad ha de crecer exponencialmente, y muchos de los actuales autónomos, deben organizarse para una oferta colectiva.

Y si se asumen todos los riesgos de los períodos en los que no se disponga de empleo (es decir, los no cubiertos por las prestaciones públicas), ese ofertante de disponibilidades tiene que organizarse y pensar como un empresario, no como un empleado… con todas las consecuencias: fijación del precio de sus servicios, potenciación de su capacidad, interconexión gremial, creación y selección de oportunidades, creación de oligopolios y soporte de estrategias, concreción de los espacios en los que se realiza la publicidad de las ofertas, modos de interconexión física y virtual de los miembros que forman las empresas de la oferta.

Creo, en definitiva, en un mundo mejor, reforzado por la puesta en valor de la versatilidad de ese tradicionalmente menospreciado factor de producción que es el trabajo. No me refiero al trabajo físico (al menos, no solo), sino, y sobre todo, al trabajo de alta cualificación, aquel que caracteriza la genialidad de la especie humana, que se ha de convertir en el eje de reconstrucción de las relaciones entre capital y empleo en el mundo global, si queremos que sea sustentable y no una fantasía de papel.

Así sea en España como en toda la Tierra, así en los países intermedios como en el cielo de la más alta tecnología. En defensa de la honesta distribución de las plusvalías generadas entre todos, de acuerdo con el trabajo, capacidades y oportunidades de cada uno.

(No hay por qué ocultar que esa defensa de posiciones es, por sí misma, revolucionaria. La superación de las ventajas circunstanciales que derivan del poder irregularmente adquirido, de la herencia descomunal de origen injusto, de las acumulaciones desorbitadas de beneficios obtenidas por razón de las ineficiencias del mercado o sus trampas, y, en fin, de todas esas espurias razones derivadas del azar, la corrupción histórica y no de los méritos propios, es revolucionaria. La forma de llegar al objetivo puede ser pacífica o violenta. Depende de la capacidad de liderazgo y convicción de los que se encuentren a ambos lados del conflicto)

Por la inteligencia. Amén.

FIN

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Cuento de primavera: Discusión en las alturas

30 marzo, 2014 By amarias Dejar un comentario

Hubo un tiempo en que el Olimpo estaba densamente poblado. A estas alturas, no se trata de buscar culpables, aunque, como en todas las cosas, incluso las de los dioses, la situación tenía varios responsables.

El principal, desde luego, era el propio Zeus, que había explotado su capacidad de seducción hasta límites que resultaban inimaginables, protagonizando actos que, si no fuera por su potestad y que, a la postre, era él quien confeccionaba los códigos de conducta y juzgaba las trasgresiones, merecerían las más duras calificaciones éticas y penales.

En un crimen pasional sin precedentes celestiales, había devorado a Metis, que estaba encinta de Atenea, que nació, por eso, dentro del estómago de su padre, y a la que la pobre niña no sabía si llamar papá o mamá; se casó luego con Temis, con la que tuvo las doce Horas, tal para cual; conquistó a Eurínome, que parió las tres Gracias, a cual más hermosa, pero no por ello libres del gen licencioso…Siguieron otras víctimas en su haber rijoso, las pobres Leto y Mnemosina, que, siendo fértiles y sin que les fuera permitido abortar ni utilizar anticonceptivos, le hicieron también padre; la segunda, de las nueve Musas, y la primera, de Apolo y Artemisa.

Sin complejos, Zeus no encontró tabúes para aparearse incluso con su propia hermana, Deméter, y de aquel incesto nació Perséfone. Próximo ya a sus últimos días, vivía con Hera, aunque la hipotética decadencia senil no le impidió, seguramente con estimulación artificial, seducir a Alcmene y engendrar con ella a Hércules, fuerte como Sansón y bastante bien mandado para los recados.

Si a tantos devaneos del primer causante, se suman los de hijos y nietos, derivados de su propia fogosidad, y habida cuenta que todos ellos heredaron la misma afición a gozar de los placeres tanto de carnes como de espíritus, apareándose los de arriba, perdidos los remilgos, tanto entre sí como con los que moraban más abajo, resulta obvio que en el Panteón faltaba sitio, entre hijos legítimos, naturales, adoptados, putativos y adjudicados.

La explosión demográfica de tantos seres, todas con sus bocas que alimentar, con sus moradas propias, con gineceos, vírgenes, y mancebos que sustentar, deseos que satisfacer, objetivos por cumplir, fue tan terrible, que se planteaban de continuo disputas entre ellos, los que, dadas las alcurnias, no se limitaban a un quítame allá esas pajas o nos vamos de veraneo al campo o a la playa. Deseosos de gloria y trascendencia, obsesionados por acumular cuantas más hazañas y méritos, pugnaban por interceder incluso en los menores asuntos de los terrenales súbditos y adoradores, que eran, como es natural, los más necesitados.

La búsqueda de glorias en la Gloria era frenética y el hedor de la concentración de residuos mágicos, insoportable para narices elegidas.

Así fue que tanto griegos como advenedizos, devotos como escépticos, tirios como troyanos,  aqueos junto a dorios, ilustrados lo mismo que paganos, disfrutaban de un bienestar que no les correspondía, pues con solo apelar al auxilio de cualquier divinidad, ya al comienzo mismo de sus rezos y plegarias, aparecían, diligentes, decenas de endiosados, fueran o no convocados por el demandante, a hacer como que solucionaban el problema.

No consta en qué momento exacto, ni por quién en concreto, se suscitó la urgente necesidad de repartir entre los dioses, demiurgos y hasta los seres menos divinizados del atiborrado escalafón celestial, las peticiones de intercesión de los humanos, que, para mayor presión, iban siendo cada vez menos, ya que éstos incorporaban a su acervo cultural, y lo hacían de forma exponencial,  nuevas tecnologías, escepticismos y más dudas. Así que las demandas de auxilio que llegaban a lo alto, eran claramente insuficientes para tener ocupados a todos los habitantes del Olimpo, causándoles una frustración incontinente, y constantes peleas por este devoto es mío, yo lo ví primero.

-Hay que poner orden en el caos, que perjudica a nuestro prestigio, y nos provoca tantos desasosiegos y rencillas. No voy a culpar a nadie, pero pienso que la culpa es de las deidades femeninas y, en general, de todas las hembras procreadoras, Con tanto parir a cada rato nuevos dioses y héroes, somos hoy por hoy demasiados los que tenemos o creemos tener poderes y, en paralelo, cada vez son más escasas, atrabiliarias y raras, las peticiones que nos llegan desde abajo. -expresó Hércules, que tenía gran facilidad de palabra, como todos los atletas-. ¿Qué decir a los que nos piden que hagamos porque gane su campeón local en unas justas, ya sea cojo de solemnidad o borracho empedernido? ¿Cómo habría de juzgarse la incalificable ligereza de los que conceden a un devoto, con solo ver que les han encendido un par de velas u ofrecido el sacrificio de alguna oveja enferma que la hizo incomestible, tener la suerte de verse sanado desde un forúnculo en el ano, a conseguir un puesto en el Gobierno de su polis?

No quedaba ahí, para Hércules, la cosa:

-Nos atropellamos para ejecutar cualquier trabajo, y hay dioses de primera fila que incluso asumen labores que corresponderían claramente a otros de calidades inferiores, y lo hacen solo por mantenerse ocupados, para no aburrirse. Nos quitamos trabajo unos a otros. A nosotros mismos, los héroes, se nos encomiendan nimiedades por las que no merece la pena ni agacharse. Tomo mi propio ejemplo, sin que esto signifique crítica ante tamaña aberración: ¿qué sentido tiene que yo tenga que encargarme de robar manzanas del jardín de las Hespérides? ¿No sería labor más propia de un centauro?

Zeus, que empezaba a sufrir ataques de Alzheimer (que, como se sabe, no era héroe ni personaje de esa constelación, pues aún no había nacido), pidió consejo a Hera, que, sentada en su regazo, se estaba haciendo la manicura con unas tijeras de podar flores del maná, abundantes en la época (aproximadamente año 4.000 previo a nuestra era cristiana):

-Tiene  razón el muchacho -habló Hera, la taimada deidad, que había sido elevada recientemente a la categoría de reina del Olimpo por el vetusto Zeus,  y que se consideraba, gracias a sus afeites y conjuros,  más bella incluso que Afrodita, a la que algunas versiones modernas se refieren como Blanca Nieves, por utilizar un dentífrico de marca-. La idea es buena. Habría que matar a todas las hembras en edad de parir, empezando por Alcmene y Afrodita. Eso solucionará el núcleo del problema, y aquí paz y después, gloria.

Pero, como siempre que se organizaba un intercambio de pareceres, y estando minada la autoridad del que antes había dirigido, surgieron muchas otras opiniones, abierta la caja de Pandora:

-Oye, Zeus, el Olimpo está en lucha. Reconoce que tu tiempo ha llegado al final, a salvo de lo que Cronos opine, que en este concreto asunto tiene más autoridad -dijo Plutón, surgiendo, tridente en mano, de las cavernas profundas de las pelágicas aguas-.  Manda al destierro o al infierno a los héroes. Cede poder a los que tenemos más futuro. Confíame sin tapujos a los dioses menores, que los confinaré en un Panteón especial en los avernos, a donde no se pueda llegar sino en barca de remos y allí los retendré hasta que se mueran por aburrimiento e inacción.

-Querrás decir, colega, de inanición, aunque algunos dioses, ya sabes, son de poco comer -le puntualizó Dédalo, que era muy quisquilloso, lo que no le impedía ser prolijo en sus argumentos. Pero antes de que iniciara sus laberínticos razonamientos, se oyó una voz muy  femenina, aunque tonante.

-¿Qué insensatez es ésa? Pongamos a cada cual en su sitio, como siempre debió ser. Que los centauros retornen a su naturaleza animal, que nunca debieron abandonar. Que los dioses menores se encarguen del servicio celestial, que está muy descuidado, y que se contenten con nuestra contemplación. Y que los héroes vayan a la Tierra, como simples humanos, desprovistos de toda capacidad,  y que se apañen con lo que yo les dé.-dijo Gea, que aprovechó un tic convulsivo que le producía hablar en público para tirarle los tejos a Urano, aunque de momento éste no le hacía puñetero caso.

El debate se prolongaba, por lo que Cronos se adelantó unos pasos, y sentenció de esta manera:

-Por alusiones de Plutón, pero también porque me da la real gana. Yo tengo la clave de todo y, en resumidas cuentas, de lo que discutimos, es ésta: que cada poco tiempo, se retrasen los relojes de los humanos, volviéndolas a un punto anterior. Así, se encontrarán haciendo, sin saberlo, una y otra vez lo mismo. Sísifo se encargará, y lo hará de buen grado, ya que tiene experiencia, de repartirles los inútiles trabajos, de manera que nada den jamás por terminado. Que haya guerras, corrupción, nepotismo, acumulación de despropósitos, mercados…

-Calla, calla…Me gusta esa idea -dijo la Poesía-. Que haya incluso compasión, inocencia y que Amor los visite de vez en cuando. Pero, ¿qué pasará con nosotros, los de arriba?

-No tenemos por qué preocuparnos -replicó Cronos, que se había dado cuenta de que a Zeus le había vencido el sueño, y roncaba profundamente-. Yo me ocuparé de sacar del Olimpo a todos los dioses. Os guiaré a un sitio recogido que conozco, en el que nada tendréis que hacer en adelante, más que ocuparos de vosotros mismos.

Todos estuvieron de acuerdo, por aclamación, aunque, por un momento, la Música pidió el voto a mano alzada.

Y de inmediato, Cronos, cumpliendo su palabra, los condujo a todos al Olvido, de donde no volvieron.

En cuanto a los humanos, la leyenda dice que algunos consiguen escaparse del control de Sísifo y se resguardan en el oasis de Fantasía, cuyos propietarios son Eros y Tanatos (Amor y Muerte).

FIN

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Cuento de otoño: El último ponente

4 octubre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Si el lector es invitado a participar en un Congreso o Jornada, sea del tipo que fuera, ha de procurar que no sea designado el último ponente.

Y si lo fuera, para evitar frustraciones, le aconsejo que no prepare su intervención, o no la haga con el interés que el caso debiera merecer, porque lo más probable es que no tenga ocasión de pronunciarla.

La tradición oral ha concretado que es muy mal lugar ser designado como primer ponente de la tarde, y que los Congresos han de terminar el viernes por la mañana, y que si quiere lanzar algún mensaje antes de un fin de semana, que tenga real aceptación, ha de limitarse a algo que no sea muy diferente a “pásenlo ustedes bien”.

Resulta que el protagonista de este Cuento de Otoño, aunque podía conocer la existencia de tan elementales principios, no le resultaba posible llevarlos a la práctica. Designado sistemáticamente como el último ponente de las Sesiones en las que participaba, presentado su currículum y experiencia como uno de los mejores atractivos para los asistentes, en realidad, nunca tenía tiempo para contar lo que había preparado.

-Lamentablemente, solo nos quedan dos minutos para escuchar la intervención de Prometeo Bienloquiero, ya que los anteriores ponentes se han alargado excesivamente y la pausa para café ha durado el doble de lo esperado. Por eso, tampoco tendremos coloquio, al contrario de lo previsto. Y como no quiero consumir más tiempo de Prometeo, le cedo la palabra, para que tenga la amabilidad de resumirnos en un minuto su ponencia, que, de todas maneras, en los próximos días se podrá consultar en internet, en la página web que está en construcción.

Estas solían ser, con pocas variaciones, las palabras del Presidente de la mesa, antes de que se procediera a dejar a Prometeo Bienloquiero en la tesitura de tomar la decisión de agradecer, sencillamente, la asistencia, y maldecir a los anteriores ponentes por el consumo desvergonzado que habían hecho del tiempo que a él hubiera debido corresponderle. Todo ello, además, después de que cada uno hubiera anunciado que sería breve, debido al corto tiempo disponible.

Prometeo consultó con varios especialistas en comunicación sobre lo que podría hacer en ese caso concreto en el que invariablemente, por ser el último ponente, no se le concedieran más de uno o dos minutos para lanzar su mensaje.

Casi todos se concentraron en proponerle que, antes de la Sesión, pidiese al Presidente y a los demás ponentes que se atuvieran al programa y al horario establecido, y que se enviasen a los retrasados, a punto de cumplirse cada período asignado, mensajes claros de que se fuera terminando la exposición.

-Que les enseñen carteles que avisen que les quedan cinco minutos, dos minutos, y que el tiempo se les acabó.

-Ya, ya -explicaba Prometeo- pero la gente no suele hacer caso, y el Presidente de la mesa no tiene por costumbre estrangular a los conferenciantes. Así que, por buena que sea la intención original, siempre hay alguno que se desmadra en la exposición, y consume su tiempo y otro tanto más, y, como yo soy siempre el último, pues la ponencia que debe ser acortada es la mía.

-¿Y por qué tienes que ser siempre el último? -llegó a preguntarle uno de los expertos, que trabajaba para la conocida multinacional de Speaking up without any Shame, Ltd (SUWAS).

-Es que me corresponde hablar de la experiencia real. Todos los demás son profesores universitarios y, claro, ellos presentan la teoría y yo las aplicaciones -contestaba Prometeo.

Por fortuna, uno de los expertos consultados le dio un consejo que resultó infalible, genial, demoledor. Ya que no podía evitar el que su tiempo fuera consumido por los antecesores en el orden de ponencias, si podía conseguir que nadie les hiciera ningún caso, y que lo que él dijera fuera recordado indefectiblemente.

En las próximas jornadas, Prometeo Bienloquiero asistió a los Congresos en los que era invitado como último ponente vestido de la forma más estrafalaria posible. Unas veces de payaso, otras de tenista travestido, algunas de falso obispo luterano, otras con la careta de capitán Acab y un globo de Mobby Dick.

Cuando, finalmente, le llegaba el turno de hablar, no importaba que tuviera solo dos minutos. La tensión que había concentrado sobre él era prácticamente ya insostenible.

Entonces, parsimoniosamente, se levantaba de su asiento en la mesa de conferenciantes, se encaminaba hacia el atril, comprobaba seriamente que el micrófono funcionaba, y se marchaba por la puerta, dejando a todo el mundo boquiabierto.

Lleva ya varias Jornadas en las que le invitan a hablar el primero, se explaya como le da la gana, repitiendo cuando le parece bien que está a punto de terminar, expone sus conclusiones, hace propaganda de su empresa y de sí mismo y, después de los aplausos que cosecha, los profesores se pelean por utilizar el tiempo restante.

Lo que ya no puede asegurar es que el panorama se mantenga. Pero, ¿y lo que se está divirtiendo?
FIN

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Gerundios: Matando un poco el tiempo (1998)

17 julio, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

Angel Arias
Angel Arias

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El tiempo en Biología

1 junio, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

La atención con la que el público que llenaba el salón La Nueva Estafeta del Ateneo de Madrid seguía la conferencia, era una consecuencia física. Hablaba Alfredo Tiemblo Ramos, Dr. en Físicas, investigador del CSIC, laureado profesor y maestro de muchas generaciones de investigadores. Y lo hacía sobre un tema apasionante: “El tiempo en la Física”. Y lo desarrollaba con la claridad, el atractivo y la provocación que solo puede dar a un asunto quien ha estudiado a fondo lo que se sabe de él, lo ha analizado para ponerlo del revés y, por ello, sabe de sus limitaciones.

Porque, en el Universo somos entes de frontera. Una anomalía que, formando parte de él, tiene la esperanza, teóricamente imposible, acientífica, de descubrir algún día la explicación de lo que está sucediendo alrededor, experimentando desde dentro, con instrumentos de medida -lupas, sobre todo- cada vez más perfectos y reduciendo postulados hasta quedarse, tal vez, con unos cuantos, uno solo o…ninguno.

Es Tiemblo un gran comunicador y no es ahora cuestión de descubrir la amplitud de su perfil. Bastaría recomendar alguno de sus libros, o leerse cualquiera de sus muchos escritos destinados a explicar, (que no a vulgarizar), lo que se conoce del Universo, o repasar la relación de sus propios trabajos e investigaciones y los de quienes formaron y forman sus equipos.

“Nosotros y el Universo”, es uno de ellos. Una guía para quien se anime a que alguien más sabio le ayude a reflexionar sobre lo mucho que ignoramos, y le de un paseo, cogido de la mano de su curiosidad, por las carencias intelectuales -de ambos-, al mismo tiempo que le explique unas cuantas razones de lo que conocemos p creemos concoer. Es decir, adentrarse en el paisaje de los por qué, por qué, por qué, -como hacen los niños- hasta llegar a ese momento en el que, -aconseja Tiemblo-, el que responde debe acudir a Karl Popper (“El conocimiento de la ignorancia”).

Si he titulado este Comentario “El tiempo en Biología” no es, en absoluto (nada más lejos de mi intención) con el propósito de enmendarle la plana al conferenciante y al título de su disertación (“charla”, la llamó un par de veces, dando así también la medida de su prudente modestia erudita).

Tiemblo aconsejó leer a Roger Penrose (“La nueva mente del emperador”), que defiende que la mente humana no es algorítmica, y por tanto no habrá derivado de las máquinas de Turing que la pueda modelar, por lo que habría que recurrir a la mecánica cuántica para explicar su funcionamiento. Pero no está de acuerdo con la sugerencia, entre otras razones, porque la mecánica cuántica no es más que una teoría superada, pero -así creí entenderle- sobre todo porque para entender la biología y, ya no digamos, el proceso que nos hace parecer diferentes a los seres humanos, inteligentes e interactivos, hay que aplicar, ante todo, muchas matemáticas al estudio de esas relaciones.

El coloquio resultó, en fin, también interesante. Porque la física teórica se entrelaza con la filosofía y, por tanto, nos acaba apuntando a nosotros, centros de experimentación individuales, con una sustancial aportación de materia oscura que, sin que podamos pretender ser trasunto del Cosmos, en algo tenemos que parecernos.

Me gustó también la pregunta-reflexión de otro buen amigo, físico también, ingeniero de armamento, José Molina, que intervino para apuntar que no la teoría cuántica partía de un efecto (la deriva hacia el rojo, clave para justificar la expansión del Universo) resultante de la imprecisión de los elementos de medida en muy grandes distancias (“fatiga fotónica”, subrayó Tiemblo). Para Molina, el Universo es estático. (Como me regaló su libro “El Universo, maravillosamente razonable”, se, quizá mejor que otros, de qué va esa hipótesis de Molina).

No se define tan precisamente Tiemblo en esto, que apunta más a la utilidad práctica y en la reproductibilidad de lo que se sabe y pone interrogantes abiertas en todo aquello que creemos saber explicar sin que hayamos encontrado el fondo. Por ejemplo: ¿Es el tiempo un continuo o hay una unidad de medida mínima para él, un componente elemental, como parece que existe para la materia?

“Muy buena pregunta”, fue la no-respuesta de Tiemblo a la que cerró el coloquio. “No sabemos. Puede que nos encontremos, al seguir investigando en la composición del parámetro tiempo, con un stop, un no-va-más, o una cadena indescifrable de elementos repetidos, una cadena de fractales”.

Lo que es seguro, había dicho, es que el tiempo solo va en una dirección: la flecha del tiempo va hacia delante, porque el crecimiento de la entropía es continuo y el segundo principio de la termodinámica se cumple en nosotros. Nuestro envejecimiento es una consecuencia de esa constatación inexorable. La materia de la que estamos formados está condenada a descomponerse, degradarse y desorganizarse.

Pero, me decía a mi mismo mientras bajaba hacia la calle en una tarde luminosa madrileña, mientras estemos en el campo de la Biología, aún mantendremos opciones de importunar a la física teórica.

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