Todos los patos, si se les mira con atención, cojean. Unos más y otros menos, pero al andar fuera del agua se mueven de forma tal que, comparados con los gansos, las ocas, los cisnes y hasta los somormujos, se pone de manifiesto que se inclinan más hacia un lado que al otro, lo que hace su caminar una característica de la especie.
Pero los patos no solo no admiten esa cualidad, a la que consideran un defecto -una deformación abominable de la pureza de la especie-, sino que, desde tiempo inmemorial han venido reprimiendo la manifestación de la cojera.
Las madres pato, los educadores pato, y, con especial virulencia, los padres pato, se han esforzado, salvo rarísimas excepciones, en mantener a raya cualquier desviación de lo que se considera, como norma admitida por la colectividad, la forma adecuada para caminar sobre tierra firme.
-¡No te desvíes! ¡Mantén el culo apretado!¡Mira al frente! -son algunos de los consejos que, día tras día, se difundían en las escuelas, en las ikastolas, en las madrasas y en los corripos para anátidas, desde allí hasta Castelgandolfo.
Si algún pato, ya fuera macho o hembra, se obstinaba en caminar cojeando, era inmediatamente recriminado y, si, después de la amonestación persistía, se le castigaba duramente, con castigos terribles, que podían llegar desde el escarnio a la lapidación o a poner al pazguato a los pies de los caballos, que venía a ser equivalente a comérselo con patatas fritas.
-¡No puedo disimular mi cojera! ¡Es consustancial a mi ser y, además, todos los patos cojeamos más o menos! ¡Nací así! -era una excusa que no servía para nada y se enviaba al desviado al correccional de composturas .
En ese mundo lleno de prejuicios, nació un pato como todos los demás, que estaba destinado, por tanto, a ser un pato de lo más vulgar.
Solo que cojeaba ostentosamente, y cuando se le advirtió que cojeaba (“lo que no está considerado ni medio bien y te puede acarrear más de una patada”, como le previno su hermano mayor, que iba para gallo de la quintana) , no solamente no disimuló tan abominable característica (al decir de los más instruidos patos de aquel lugar, de los que se podía decir que tenían las posaderas peladas de tanto disimular su consustancial cojera), sino que la exacerbó.
Cuando se exacerba una característica, se quiere que decir que se la exagera hasta límites que lindan con el exhibicionismo. Puede ser interpretado como impudicia, haberse pasado varios pueblos o pretender dar la nota, según criterios.
-No me importa que todo el mundo me vea cojear, y no voy a hacer lo más mínimo para disimularlo. Al contrario, me parece que mola. Cuanto más cojo, mejor me siento, más yo -fue su argumento principal.
Andaba por las orillas del lago en el que vivía la colonia de patos, pavoneándose.
-Tiene pluma, la mariposa -era el comentario generalizado.
-Lo que tiene bemoles es que nos toque los pinreles. Ese andar resulta bochornoso y es una patada -era un decir más elaborado.
Por esa razón, y obviando que todos cojeaban de lo mismo, le pusieron al contestatario el mote de Lame Duck, que quiere decir Pato Cojo, solo que en inglés.
Lame Duck era un pato inteligente, así que, aunque cojeaba con un trastabillar que a los puritanos tiraba para atrás, no tuvo problemas en llegar bastante alto en la pirámide de la estimación de la colonia. Al fin y al cabo, no hacía daño a nadie; solo a él mismo, como se comentaba a sus espaldas, en tono algo antipático.
El escándalo surgió cuando, al cabo de unos días, los más observadores advirtieron que los jóvenes, e incluso algunos de los patos adultos, dejaron de disimular su cojera, haciéndola patente. Incluso unos cuantos -al principio, pocos, pero pronto fueron varias decenas- la exageraban también, con aspavientos la mar de aparatosos. Los más osados celebraban anualmente el Día del Orgullo Cojo, que ya eran ganas de llamar la atención y armar la pataleta.
-Es intolerable -se decían, unos a otros, en particular, los que se acostumbraban a escandalizar por lo más mínimo-. Se han perdido las buenas costumbres. Que Lame Duck se haya convertido en ejemplo para algunos es una vergüenza terrible para todos los patos decentes.
Pasó algún tiempo, que es la manera más suave de atemperar el calor de una sopa para que pueda ser tomada a cucharadas sin necesidad de tener que soplar antes de engullirla, y la mayoría de los patos, tanto de las orillas como del lago de los cisnes, y de otros lagos y lagunas cercanos y apartados, se encontraron, de pronto, confrontados con la sinrazón por la que habían estado disimulando la cojera que vivía con ellos, y que era parte de su naturaleza y no una patología.
-¿Por qué tenemos que ocultar algo que ha nacido con nosotros? Mi hijo mayor es terriblemente cojo y no se atreve a salir del nido-preguntaba una madre a su confesor espiritual, que era, por cierto, aún más cojo.
-No lo sé muy bien -le contestó el sabio- pero está así en nuestros libros sagrados, y alguna razón ha de tener ese mandato de las alturas para que se nos haya ordenado disimularlo.
-Pues, si así fuera o fuese…¿Por qué no se nos hace a los patos andar tiesos desde el principio, como, tal vez, sucede con otros animales que no tienen ese problema? ¿Por qué no volamos como las águilas o las avispas? -replicaba la angustiada pata, con maternal discreción.
-No tengo ni pata idea -fue la forma de terminar la conversación que encontró el especialista en interpretar los designios más sagrados.
No quedó ahí la cosa. Cuando se corrió la voz, empezó a ser considerado normal el cojear más o menos, quien ladeándose a un lado, quién al otro. Los patos que cojeaban de un mismo lado, procuraban andar juntos, al principio, para protegerse de los comentarios y las iras de los demás. Pero no pasó mucho tiempo sin que nadie prestara atención a la cojera de cada uno.
Porque, si se mira bien, y es así como debe hacerse con asuntos que están fuera de lo que se puede controlar con los propios medios, el Consejo Superior de los Grandes Patos, equivalente al Sanedrín de los Cisnes Negros o a la Cofradía de las Ocas Ilustradas, tuvo que admitir que lo que hacen los patos fuera del agua no tiene mayor importancia.
Incluso se rumorea que han aparecido algunos patos que cojean del todo, de las dos patas, lo cual es oficialmente discutido -la patología tiene muchas variantes-, aunque no se conoce la forma de medir la cojera por ningún sistema de pesos y medidas. Al menos, por lo que va del cuento.
FIN