La resistencia de ciertos grupos de opinión a la implantación de nuevas actividades industriales o mineras, se ha centrado en el argumento de que, con ello, se perjudicaría gravemente al sector turístico, que se presenta como la actividad con mejor comportamiento ante la grave crisis de la que España no parece aún capaz de recuperarse.
España ha pasado en pocas décadas de ser un país con base económica fundamentalmente agrícola y ganadera, a gozar de un desarrollo industrial notable, lo que motivó el despoblamiento del campo, hoy en una situación lamentable de abandono. El análisis detallado de las razones y consecuencias del cambio de tendencia, no puede ser expuesto en pocas palabras, aunque no admite réplica el hecho de que el crecimiento de los sectores industriales que mayor empleo generaron en la segunda mitad de siglo XX descansó peligrosamente en procesos y tecnologías que resultaron extremadamente vulnerables, pues los países emergentes se convirtieron rápidamente en eficaces competidores.
Los mayores de este pueblo hemos vivido tiempos de vacas flacas y gordas, y la revisión de un pasado próximo en el que la demanda de empleo, relativamente muy bien remunerado, se polarizaba hacia sectores que hoy están en profunda crisis (siderurgia, carbón, construcción naval, edificación, etc.) revela las graves carencias de un modelo que no supo aprovechar la bonanza para robustecerse, avanzando hacia la diversificación y la obtención de mayores valores añadidos y…se agarrotó, en no pocos casos, en la defensa a ultranza de unos objetivos empresariales y, por tanto, de unos puestos de trabajo derivados, que no eran económicamente sostenibles.
No están lejanos los tiempos en los que cada Municipio de este país celebraba la instalación de Parques Industriales -hoy, en su mayoría, simplemente, eriales-. Tenemos demasiadas autopistas y carreteras que no conducen a ninguna parte (o casi), y la geografía se han poblado de muñones de estructuras que serán, sin duda, monumentos permanentes a la pésima adopción de injustificadas decisiones de las Administraciones, adobadas con la avidez de ciertos grupos empresariales por obtener beneficio inmediato de los presupuestos públicos.
Han sido muchos los pecadores, y desde las entidades financieras a unas Universidades endogámicas y poco eficientes, pasando por la cortedad de los planteamientos de decenas de centros de investigación descoordinados, incapaces para abrir y potenciar caminos alternativos, no es posible salvar muchos trastos del naufragio colectivo.
Vueltas las cosas del revés, las Administraciones parecen haber redescubierto que España es un país turístico: tenemos playas, sol, buena gastronomía, precios aceptables, monumentos, buenas carreteras (por ahora), seguridad ciudadana y una tendencia innata a querer caer simpáticos al extranjero.
Pues bien: alerto de que estamos ante una nueva burbuja, que no servirá para crear empleo estable de calidad y que, además, nos distanciará aún más de ese pelotón de cabeza industrial que concentra su empeño en desarrollar aún más su músculo para fabricar productos más y más sofisticados, tecnológicamente más avanzados en cada remesa y que, dirigido desde la practicidad del “sálvese el que pueda”, no tiene empacho en seguir desplazando la fabricación de lo que es intensivo en mano de obra, contaminante o de menor empaque tecnológico, allí donde están lo centros de consumo más importantes, reservándose la recolección de la nata de sus plusvalías.