Al socaire

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Frail democracies (Débiles democracias)

7 enero, 2021 By amarias Dejar un comentario

Los gravísimos sucesos protagonizados por un grupo de miles de simpatizantes del derrotado presidente norteamericano Donald Trump, aún en funciones, tomando al asalto el edificio del Capitolio en Washington, donde los representantes de la nación deberían confirmar, de forma definitiva,  la  victoria del candidato demócrata, Joe Biden, no pueden ser considerados como un hecho aislado, anómalo, de la política norteamericana y, apurando el tiro, de la mundial.

Hay que incluir el hecho en su contexto: aquel que llevó a un individuo sin escrúpulos, con una trayectoria personal deplorable -en lo ético y en lo estético- a ocupar la presidencia del país más poderoso (aún) de la Tierra, con capacidad para decidir sobre el núcleo duro de la política internacional y posibilidad de control del más poderoso armamento mundial, además de actuar, impulsándolos o detrayéndolos, sobre sectores clave del bienestar de ese país (y de forma indirecta, sobre cientos de otros), como son la economía, los impuestos y los servicios sociales.

Es imprescindible ahora extraer de ese hecho y de la trayectoria que lo provocó, las enseñanzas, prevenciones y defensas frente a las amenazas que asedian la voluntad mayoritaria de democracia en Estados Unidos y en muchos países desarrollados y  comprometen, por tanto, la credibilidad de sus actuaciones de rechazo a las dictaduras. No se puede alardear de ejemplar si quienes están al cargo de sus instituciones no lo son.

El intento de golpe de Estado que pretendieron los seguidores del candidato derrotado, irrumpiendo con violencia y armas en la sede donde se concentra la esencia de la voluntad popular, fue visto, prácticamente en tiempo real, en cientos de millones de hogares. Ese intento de actuar contra las vías democráticas, tergiversando y adulterando los procesos reglados constitucionalmente, tiene un responsable. Resulta insólito, increíble, inimaginable, que sea el propio presidente de la Nación el instigador de tamaña irregularidad.

Parece necesario asimilar la dura verdad. La actuación claramente delictiva, intolerable, fue propiciada, desde meses antes, y de forma continuada, por el propio presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No estuvo físicamente a la cabeza de los asaltantes del Congreso, pero sí fue su instigador. Expresó, una y mil veces, en múltiples alocuciones públicas y mensajes en las redes sociales, su argumentario terrorista: que “se le habían robado las elecciones irregularmente”, y que el “ganador era él”, en contra de las conclusiones de las comisiones electorales. Persistía Trump en esas declaraciones amenazantes, desestabilizadoras, sin doblegar su opinión, a despecho de certificaciones en los recuentos, de las decisiones judiciales y de la confirmación de la validez del resultado electoral, por el propio Tribunal Supremo. Es decir, consciente de actuar contra las previsiones constitucionales y legales.

¿Qué pretendían los asaltantes? ¿Podrían haber creído, por un solo instante, que amedrentando a los senadores con su presencia violenta, cambiarían el resultado de las elecciones y les obligarían a votar a favor de su candidato? ¿Eran votantes disgustados de Trump, o grupos de alborotadores organizados, a los que únicamente guiaba la destrucción del orden, causar daño, amedrentar a la ciudadanía pacífica, con la representación de una escena de terror, para que fueran registradas en la memoria colectiva, como un aviso?

No caigamos en esa trampa exculpatoria. Volvamos al núcleo. El sospechoso de ser culpable máximo de esa manifestación de violencia contra las instituciones democráticas es el actual presidente de los Estados Unidos, el perdedor en las elecciones, Donal Trump. Ante un hecho tan grave, su incriminación, de ser probada -aunque todos hemos sido testigos de su actuación llena de riesgos e incitaciones al comportamiento delictivo de la masa de sus votates, soliviantando a sus seguidores al calentar sus mentes con el fantasma del pucherazo electoral, mantenido a despecho de las comprobaciones y evidencias.

Me temo que, independientemente del desenlace, y de los daños (no menores: cinco fallecidos, decenas de policías heridos, del orden de un centenar de procesamientos por delitos de sedición, atentados a la autoridad, violación de espacio público reservado, desórdenes, al margen de la excepcional aplicación de la Ley marcial, de la decisión por parte del vicepresidente, desacreditando al presidente mismo, reclamando la actuación de la Guardia Nacional, etc.), el mayor daño a la democracia está hecho. El Presidente se ha convertido en el principal impulsor de las huestes que atentaban contra la democracia.

Estados Unidos ha dejado de ser ejemplo de nación en donde las libertades, el respeto a la ley y a las instituciones, formaba parte de la idiosincrasia nacional. En realidad, teníamos elementos para sospechar que era un espejismo o una verdad con importantes grietas:  violaciones de derechos en distintos puntos del país, la marginación por el color de la piel, la ausencia de protección a los débiles, el menosprecio o uso utilitario, de los gobiernos de otros Estados, progresión armamentística y debilidad de la asistencia social pública, etc. -. Estábamos cerrando los ojos para ver solo lo que nos apetecía ver de lo mucho que ofrecía un país, en muchos otros sentidos, admirable.

La situación de asalto a la democracia que estamos viviendo en España es parte del mismo mal que asola Estados Unidos y se difunde, como una peste, por todo el mundo. Dictaduras que se califican a sí mismo de democracias, elecciones trucadas, representantes de facciones que secuestran la voluntad de las mayorías. Aquí y allá vemos ejemplos sangrantes de secuestros de la democracia, abusos de poder, palabrería adormecedora por parte de quienes están en los gobiernos, para aplastar, asustar o engatusar a los que no pensaban como ellos.

Tenemos en nuestro país razón para preocuparnos, si aún no lo habíamos hecho. Cuando desde la cúpula del gobierno se alimenta la insurrección, se está atentando contra la esencia de la democracia y las consecuencias de esa vil actuación son imprevisibles. Podríamos tratar de encontrar diferencias, tranquilizar los ánimos expresando que eso no está pasando aquí y no puede pasar aquí. A mí me resulta muy difícil sumergirme en esa abstracción, y confirmo los motivos de preocupación cuando escucho algunas declaraciones de ministros del actual gobierno de España.

 

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¿A las puertas del infierno?

22 octubre, 2020 By amarias 8 comentarios

El Ministro Illa, responsable de la cartera de Sanidad en el todavía Reino de España, acaba de anunciar -en una corta entrevista radiofónica en Onda Cero, a las nueve de la mañana del 22 de octubre de 2020- que estamos a “las puertas del invierno” y que, según los expertos que le asesoran (propios y de ajenos), serán necesarios por lo menos seis meses, para que alguna de las vacunas que se investigan contra el coronavirus, superados los controles que demuestren su carácter eficaz y, al mismo tiempo, inofensivo, pueda ser distribuida entre la población en número suficiente.

Muy optimistas me parecen, dentro de su dramático contexto, esas previsiones, cuando no tenemos, ni de lejos, controlado el avance del virus estamos asistiendo a la imposición de confinamientos cada vez más severos. Y me parecen terriblemente precursoras de una crisis económica aún más profunda, de la que no van a salvarnos unos miles de millones de euros europeos, cuyo destino aún desconocemos y cuyo coste real ignoramos.

Me resulta fácil hacer el juego de palabras con las palabras de Illa y poner de manifiesto que nos esperan períodos aún más difíciles de lo previsto. Con más de un millón de personas ya contagiadas en España (un 2% de la población total) y en el grupo de cabeza de afectados, junto a países que nos superan ampliamente en población, seguimos preguntándonos, en realidad, porqué hemos sido distinguidos por la pandemia.

Nuestros sabios y políticos (desde a Luis Enjuanes a Margarita Del Val y desde Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijoo) ponen el énfasis en que parte de la población no respeta distancias, organiza fiestas multitudinarias sin llevar mascarilla y tenemos muchas más unidades familiares que agrupan a jóvenes y ancianos que el resto de países europeos, como consecuencia del alto paro juvenil y del carácter salvador de las pensiones a las maltrechas economías, que hace de aglutinador de entidades familiares con más miembros que la media europea.

No quiero que se me juzgue de conspiranoico ni escéptico integral, pero mis escasos conocimientos de sociología comparada me sugieren que deben existir más factores que nos empujan a los españoles al lado feo de la pandemia. La sobrecarga de la asistencia primaria (afición desmedida a visitar el centro de salud por ancianos) y de los servicios de urgencias (por catarros, luxaciones, otitis, fiebres infantiles y heridas superficiales), la escasez de facultativos de calidad por cada mil habitantes (no pocos de los mejores se han ido a los países ricos y ya no podemos convencerles de que vuelvan) han de contar entre los factores, supongo. (1)

Pero ni siquiera esa enumeración, bastante obvia de factores de culpabilidad no individuales, me satisface la inquietud por saber qué nos está pasando.

Y como no tengo perro que me ladre ni lazo que me sujete, echo a volar mi imaginación y atribuyo como causa principal de nuestra desgracia colectiva, esa que nos está sumiendo en la peor crisis económica y social desde la postguerra civil, el que somos un país desorganizado, desestructurado, inconsistente, falto de liderazgo y ayuno de ilusión colectiva.

Esto en estos momentos siguiendo (con una atención disminuida, desde luego) el Debate de la moción de censura de Vox. Oigo, sobre todo, insultos, descalificaciones, improperios. Falsedades. Distribuidas entre los intervinientes de todos los grupos, más concentrados, sí, en unos portavoces que en otros, aunque me parece detectar que, más que corresponder a un programa ideológico, a una coherencia, descansan en las habilidades dialécticas y en la capacidad para improvisar insultos.

Estamos a las puertas del infierno. Estoy mirando una reproducción del maravilloso complejo escultórico de August Rodin con ese nombre. Una obra inacabada, aunque nadie lo diría observando su fuerza. Una amalgama de cuerpos que se precipitan al vacío, arrojadas desde el Paraíso.

Me apetecería que los políticos a los que hemos tenido que votar para que nos guiasen a un mundo mejor, nos ofrecieran soluciones constructivas, hicieran desaparecer la crispación, impulsaran la creatividad y la formación de empleo, cumplieran con los propósitos de aumentar los esfuerzos en investigación y formación. Todos, en sus programas, defienden aparentemente lo mismo, aunque, por la experiencia ya amplia de su comportamiento, sabemos que muchos de ellos, desgraciadamente, solo pretendían su bienestar personal.

Me resisto a pensar que estemos a las puertas del Infierno. No podemos, no debemos estarlo. Que este Invierno nos saque a todos a una primavera radiante, solidaria, prometedora de una España seria, pujante, respetada internacionalmente, sin extremismos ni experimentos secesionistas ni comunistoides, más propios de paranoicos sociales que de experimentados e instruidos hombres y mujeres que, independientemente de sus profesiones y trabajos, de su formación y base ideológico, quieren avanzar unidos.

Me esperan a mi, personalmente, varios meses de duro tratamiento oncológico. Ignoro si podré superarlo, pero me aplicaré, con buen ánimo, a salir a flote de mi particular invierno. Espero encontrar, a la salida de este proceso, una España mejor, más unida, valorada internacionalmente, libre de todos los virus que ahora nos afectan y emponzoñan.


(1) Hago una precisión a posteriori, a las nueve del día 22.10.2020. Tenemos en España buenos facultativos, con una dedicación vocacional que, en especial en las dotaciones de la Sanidad Pública, se puede calificar de sacrificada hasta más allá de lo deseable, ya no solo por ellos mismos, sino por la atención que se ven obligados a proporcionar a los pacientes. Faltan profesionales, no andamos sobrados de medios ni los actualizamos en la medida deseable y, desde luego, necesitamos elevar sus salarios. No podemos sostener una Sanidad a base de sacrificios personales, presumir de su alta capacitación sin realizar suficiente investigación y sin darles tiempo y oportunidad para la continua formación que demanda el continuo incremento de la tecnología sanitaria. Creo que, dentro de las prioridades, aumentar los honorarios, eliminar su precariedad laboral y reducir su jornada de trabajo es imprescindible. Estamos invitando a médicos, enfermeras y ayudantes de enfermería a que, una vez que adquieran experiencia en la Sanidad Pública, se vayan a la empresa privada, emigren o disminuyan su dedicación y empatía con el paciente tratando de aplacar su malestar.

 

 

 

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Nos guarde Dios

28 agosto, 2020 By amarias 5 comentarios

Está claro, incluso para el lector más distraído, que el titular de este comentario hace directa referencia a los conocidos versos de Antonio Machado: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios; una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.

La situación por la que atraviesa nuestro pequeño país -aún más recortado en su dimensión comparada por la terrible afición al genocidio cultural, empresarial y hasta afectivo que es marca de clase de nuestro empobrecido ambiente social- es muy dura. No necesito siquiera detallar los muchos problemas que nos acongojan, basta con enumerarlos para que cada uno ponga el énfasis donde le parezca mejor: crisis pandémica, económica, política, ética, médica, técnica, investigadora…

Pero, sobre todo, lo que más nos está afectando es el desánimo. Languidecen los ánimos generales, y los rostros, ocultos desde hace meses por las máscaras, nos convierten a la mayoría en extraños, en fantasmas que vagamos por las calles con miedo a encontrarnos con alguien conocido, porque cualquiera puede ser portador del virus que mata.

Nuestra sociedad está poseída por el desconcierto y el miedo, aunque lo principal que diagnostico es que se encuentra aletargada, desanimada hasta límite de la paranoia, exangüe como quien viene sin fuerzas de una batalla que ha perdido. Salimos de casa lo justo para comprar alimentos o para ir y venir del trabajo -quienes aún lo tienen-, pero hemos renunciado al abrazo de la familia y los amigos, a las salidas al teatro o al cine, al restaurante y al ocio.

Ah, no es esa limitación ambulatoria lo que me parece más importante. Lo grave es que se ha perdido fuerza para expresar las opiniones, han decaído los foros de discusión, vamos camino de la uniformidad viscosa que produce el estar cociéndonos en nuestra propia salsa ideológica y sentimental. Nuestra desorientación, lo monocromo de las opiniones que recibimos sobre los hechos nos está polarizando. La televisión y la radio, los únicos medios de información que entran en nuestras casas y monopolizan nuestros cerebros nos va uniformizando, agudizando la polaridad de las creencias. Estamos en el camino de ser A o B, favorables al Gobierno o contrarios, rojos o azules, monárquicos o republicanos, necios de un lado o del otro.

Es ya un tópico enunciar que tenemos un Gobierno falto de iniciativa e ideas, incompetente y falaz por parte de una sección importante de la población. Cierto que la papeleta con la que le ha tocado lidiar a este Gobierno frankestein, con más ministros que iniciativas, es dura. Ha cubierto la incapacidad y las dificultades de encontrar solución a los problemas, con ocultación y mentiras, ahorrando explicaciones y haciéndonos mirar al dedo antes que a la luna. No lo aplaudo sin más, porque, en lugar de tender puentes, buscando la colaboración con las fuerzas de los que disienten pero están dispuestos a colaborar, profundiza en el disenso, aumenta la concordia.

¿Estaríamos mejor si el manejo de la situación correspondiera a la oposición? No lo creo. El ánimo pendenciero es contagioso, se ceba en sí mismo, y en lugar de manejar ideas, se expresan improperios. Los partidos de la oposición -en especial, el Partido Popular- vociferan continuamente el “así no”, pero no oigo propuestas elaboradas, que sean válidas por la contundencia de su elaboración y  la fuerza de la idea que los impulsa. ¿Formas de crear más empleo? ¿Maneras de atajar el crecimiento de los casos de pandemia entre nosotros? ¿Vías de esperanza para soportar la tensión emocional que nos agarrota?. No las hallo, sólo ideas generales, peticiones de principio y de confianza en temas que supondrían cooperación y no esgrimir los garrotes.

La tensión recíproca llega hasta el punto de abandonar a su antojo, como apestados, a nivel regional e incluso municipal, a la corporación que tiene la responsabilidad de gobierno, criticando su incapacidad con saña. La fórmula es la misma: zaherir y menospreciar al que dirige, desde la oposición, del signo que sea ésta.

¿Ayuso y Almeida se equivocan en lo que hacen en la Comunidad y Ayuntamiento de Madrid?, ¿Illa y Celáa yerran y carecen de capacidad de liderazgo? La capacidad para generar críticas se autoalimenta incluso en la coalición de Gobierno de España, en donde parecen haber encontrado la forma de coexistir, para destruirse, maneras de gestionar España.

Estamos en épocas de mudanza, por decirlo de manera suave y la práctica teresiana y la costumbre aconsejan gran templanza. No es la prudencia lo que domina. Más bien, la voluntad de sacar la cabeza con el exabrupto correspondiente, para que los correligionarios aplaudan. En Barcelona, la corporación de la ciudad condal, como si no tuvieran problemas graves que resolver, han censurado al Rey de antes, eliminando sus honores y tratándolo de apestado, acogiéndose, supongo, al derecho que les da la pureza de su propia sangre y trayectoria. La república, como ente casposo y sin la pureza que debería acompañar a toda opción de gobierno seria y decente, toma posiciones aquí y allá, que e conducen, cada vez con más fuerza, a la anarquía y al desorden. El revisionismo incompetente domina la esfera política, mientras nos hundimos más hondo.

Después, o por encima de todo, está el virus. No quiere irse esta Covid 19, que está encantada de habernos conocido, de haberse encontrado con una colectividad amiga de la juerga, del jolgorio, del contacto social intenso, y que cuenta con suficientes individuos para mofarse de cualquier consejo o medida profiláctica. No vale lo que les digan ni expertos en virología, médicos, investigadores o pacientes. El empeño de esos pocos, pero suficientes, para conseguir que nos situemos en las primeras posiciones del ránking de contagios, de enfermos graves, de fallecidos es insuperable.

No soy un adivino, por supuesto, pero vaticino que con la vuelta al cole viviremos una escalada de casos de contagio, habrá que cerrar escuelas y colegios, uno tras otro, y tendremos un otoño-invierno vigilando nuevamente las cifras de evolución de la pandemia, hasta alcanzar esa cresta del pánico que, ojalá, nos coja mejor preparados sanitariamente.

Ayer, uno de los oncólogos del Ramón y Cajal donde me tratan de mi cáncer metastásico, me comunicaba que este mal que habita en mí, había empezado de nuevo a moverse, a reclamar su lugar en mis preocupaciones. Como en esas obras teatrales en los que todo va mal hasta que alguien llega con la varita mágica de la componenda feliz, sube para mí la tensión en este rompecabezas maligno.

Aunque, como hace décadas que no me creo el centro del mundo (abandoné la idea interesante cuando tenía cinco años), estoy seguro que, tarde o temprano, España encontrará una vía de escape de esta hiperpandemia, vírica, económica y social. Saldremos con heridas y destrozos, pero saldremos. Entretanto, mantengo helado el corazón, y confieso que no sé de qué lado cojeo. No es que una facción me guste más que otra; no me gusta ninguna. Los dos costados me duelen por igual. Las dos Españas me hacen daño.

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Terapias contra virus

11 marzo, 2020 By amarias Dejar un comentario

Bueno, pues ya la tenemos aquí. Me refiero a la discusión acerca de si las medidas adoptadas por el Gobierno central y por las Comunidades más afectadas (por ahora) en España han sido tardías, y si resultan timoratas, correctas o, sencillamente, imitación de otras cuyos efectos reales aún son desconocidos.

Como tengo el gimnasio cerrado, me dirigí a buen paso hacia la Biblioteca Municipal en donde me tocaba devolver varios libros y películas, y me la encontré cerrada, con un cartelito en la puerta en la que se me anuncia que la situación se mantendrá hasta el 26 de marzo. Vaya, había creído que si las instrucciones oficiales son las de estar confinados en casa durante, al menos, dos semanas, se nos facilitaría la impaciente espera con la evasión que proporciona la lectura.

Tenía que pedir cita en el Instituto de la Seguridad Social -para saber, de una vez, cómo puedo variar mi situación de jubilado activo-, pero la web de esta sacrosanta institución sigue colapsada, y no proporciona citas. Deseando aprovechar mejor la mañana, antes de encerrarme en mi despacho, me encaminé -porque se trata de evitar el transporte público, según recomiendan los expertos sanitarios- hasta la oficina de Correos, en donde entregué algunos ejemplares de mi libro Sonetos desde el Hospital. La funcionaria, que manejaba los paquetes y dineros sin protección, se me quejó dulcemente (es una mujer encantadora) de que no se les había suministrado mascarillas ni guantes, y que, además, el número de usuarios había crecido ostensiblemente.

En Mercadona y en el comercio de cercanías en donde me introduje, por curiosidad, para conocer de primera mano el ambiente, constaté que no había colas. También que faltaban algunos productos en las estanterías (no muchos, debo reconocer). Mi amigo el pescadero me informó de que ayer la gente arrasó llevándose todo tipo de vituallas, y que las colas que se formaron eran tales que algunos clientes, nerviosos por la espera, había abandonado sus carritos de la compra repletos, y salido sin comprar. En las zonas de frutería y legumbres, algunas personas seguían cerciorándose, sin guantes, de la madurez y estado de hortalizas y manzanas.

No había papel higiénico, por el momento. Una señora me explicó que la “mieditis había generado colitis”.

En fin: anulada mi Conferencia en el Instituto de Ingeniería de España, y reducida mi actividad exterior (reuniones y Consejos, anulados), tengo más tiempo libre. Me dedicaré a completar mi libro “Cómo convivir con un cáncer: Instrucciones de uso”, con nuevas ideas.

Pero como quiero aportar algo de claridad respecto a cómo entendérselas con el coronavirus, por si sirve de algo, recojo algunos datos: Si el lector quiere enterarse de cómo progresa esta endemia, puede dirigirse a esta web, que proporciona datos actualizados: https://thewuhanvirus.com/119209

A la hora de escribir este Comentario (14h 31 del día 11de marzo), el número de infectados en todo el mundo era de 121.249 con 4.378 fallecidos y 66.908 recuperados, en un total de 119 países. Los países con mayor virulencia de afectación, son Italia, con 10.149 pacientes con virus (y un incremento diario de 10,7%), irán, con 9.000 pacientes y España, con 2.067 infectados, de los que 421 lo han sido en el día de ayer (lo que supone un incremento del 25,6%).

En los gráficos de evolución, China parece haber contenido la propagación, pues la curva de incremento de casos permanece horizontal, en tanto que en el resto de países (incluído España), la curva tiene un aspecto rampante, exponencial.

Las medidas preventivas que, por el momento, se están aconsejando (y, en algún caso, ordenando), son: evitar las aglomeraciones, los transportes públicos, en caso de dudas respecto a los síntomas, no acudir a urgencias sino llamar a un teléfono -que ayer estaba colapsado, por exceso de llamadas entrantes-, y -o más importante. lavarse las manos con frecuencia. También, en lo posible, acudir al teletrabajo y no dedicarse a comprar vituallas ni medicamentos, porque el Gobierno garantiza que no se producirán fallos en la cadena de suministro, y, por otra parte, la toma de medicamentos no sirve contra los virus y puede debilitar el organismo.

En la farmacia a donde acudí, no había mascarillas “porque la gente había arrasado con ellas”.

Espero. La buena noticia es que, en la evolución del virus a escala mundial, se observa que se está separando la curva de evolución y peligrosidad, claramente, del SAR, al que se parecía tanto. En China, después de todo, han muerto 3.200 personas (cito de memoria), lo que es una cifra desproporcionadamente baja respecto a los infectados y, sobre todo, si se relaciona con las tremendas medidas de aislamiento, con su brutal repercusión económica, que se han tomado en ese país-continente.

Sigo sin poder contestar a algunos preguntas clave: ¿Cómo se propaga, en verdad, el coronavirus? ¿Por qué no estamos todos infectados, si el período de incubación es de quince días, y dado que no se adoptaron medidas con anterioridad? ¿Cuál es, sin rodeos, la verdadera población de riesgo? ¿Los ancianos? ¿Los que tienen patologías previas? Y, en fin: De verdad, los microbiólogos y virólogos creen que con solo lavarse las manos de vez en cuando se está combatiendo a un “virus letal”?

Alguien nos está tomando el pelo.

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¡A techado!

10 marzo, 2020 By amarias Dejar un comentario

La sociedad española ha entrado en un bucle de desasosiego, intranquilidad e intoxicación informativa, que es sinónimo de desconfianza. Los supermercados se enfrentan a colas de gentes que acaparan productos con la intención vana de protegerse ante un eventual desabastecimiento. Se anulan convocatorias de conferencias, reuniones, congresos y exposiciones.

Desde mañana, miércoles, día 11 de marzo de 2020, los colegios, Universidades, guarderías y centros públicos de las Comunidades de Madrid y del País Vasco, cerrarán sus puertas. Será un sálvese quien pueda, puesto que a pesar de las llamadas a la calma, la repetición como en un disco rayado de que todo está bajo control y de que los estudiantes no perderán sus clases discentes, los docentes deberán acudir a los lugares de escolarización y las empresas facilitarán medios para que se pueda trabajar desde casa, sabemos bien que esa situación apacible no se producirá.

Habremos avanzado un poco más hacia el caos, porque los niños sin clase se irán a jugar a jardines y parques infantiles, los universitarios de asueto organizarán reuniones privadas de relajación y divertimento, y los profesores liberados se irán a sus segundas residencias o al pueblo de los papás.

Me gustaría decir que estoy tranquilo, que puedo contribuir modestamente a saber qué es lo que nos pasa. No sé, no puedo, ignoro razones y alcance de medidas. Me importan poco las estadísticas y creo que las cifras que se están difundiendo hasta la exasperación confirman que los casos detectados por el coronavirus -la enfermedad de este siglo, la plaga del Génesis actualizada, el mal selectivo de Gedeón y sus ejércitos- tienen un alto índice de mortalidad. Mi instinto de investigador ante una enfermedad que, hasta ahora, se ha propagado sin medidas de contención y que tiene un período de incubación (dicen) de más o menos dos semanas, es que el número de infectados debería ser, ya, mucho más alto.

Pero me voy a detener en intuir las razones por las que se está apoyando la creación del pánico. ¿A quién beneficia? ¿A quién perjudica? ¿Estamos en una situación de riesgo global y las acciones que se están presentando como necesarias, tienen la posibilidad de ser eficaces?

Acabo de escuchar por la Sexta (la TV que difunde pensamientos de la izquierda ácrata, republicana y revolucionaria, en el mejor estilo de los años setenta del pasado siglo, dicho sea escrito de paso), a un investigador de algún lugar de Cataluña, revestido con la autoridad de su bata blanca, anunciar que se nos avecinan tiempos peores y que él (y otros) ya venían avisando de que el gobierno debería haber tomado medias mucho antes.

Me pongo a techado mientras llueven chuzos de punta. En el gimnasio, hoy éramos tres. Mi conferencia de mañana, once de marzo, en el Instituto de Ingeniería de España, sobre “El cáncer, instrucciones de uso” ha sido anulada (reconozco que me preguntaron si quería mantenerla, pero no me vi con fuerzas para enviar al patíbulo del contagio viral a mi familia, amigos y simpatizantes). Fui a dar un paseo a media mañana por el Retiro y estaba lleno como un día de fiesta, con gentes de todo tipo que manejaban al azar los términos de: coronavirus, riesgo, mascarillas, farmacia, comida y qué se puede hacer.

Por cierto: si alguien ha llegado hasta aquí en la lectura y quiere que le envíe las notas que tengo preparadas para la Conferencia, e incluso, del libro “Convivir con un cáncer”, cuya redacción está en proceso de revisión pero del que agradezco sugerencias de mejora y comentarios, estoy a la orden.

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El Buscador de Metales (Cuento)

22 noviembre, 2018 By amarias 1 comentario

El buscador de metales

Se levantó muy temprano. Aún era de noche. Había esa claridad tenue, propia de los amaneceres de verano, en los que parece que la luna se resiste a abandonar el protagonismo, con su disco casi completamente perfilado presidiendo el firmamento, en solitario.

Se vistió rápidamente -zapatillas deportivas, pantalón encima del bañador y camiseta- y, renunciando de momento al desayuno (había guardado un trozo de pan del menú de la cena), dejó el apartamento, que tenía en alquiler desde el lunes por toda la semana.

La decisión de alquilar en ese lugar no había sido suya. Había sido de su mujer.

Abrió el coche (un BMW Serie 3 320d Drive Automatic) con el mando a distancia, arrancó, y salió a la carretera acelerando suavemente. Tal vez fue entonces cuando notó que la mañana venía fría, y lamentó no haber tenido la precaución de coger un jersey o algo de abrigo. El cristal delantero se empañó con el vaho. Encendió el aire acondicionado, que funcionó como calefacción. Había una diferencia de casi diez grados entre el exterior, a trece grados en ese momento.

Condujo varios kilómetros, sin cruzarse con nadie, persona ni vehículo, y aparcó casi el borde de la playa, en el lugar reservado a minusválidos. Se quitó el pantalón, que dejó en el asiento de atrás. Había previsto pasar allí las próximas dos o tres horas. ¿Qué iba a hacer, si no?

Hacía solo dos meses que había muerto Irene, y su recuerdo no solo estaba vívido, sino que se entremezclaba con la realidad, en un juego de confusión que a veces conseguía sobresaltarle. Por ejemplo, y podría ser valorado como una tontería, le parecía que, detrás de un árbol, en el cruce de un camino poco transitado, perfilándose entre las sombras, distinguía una silueta que bien podía ser la de su esposa, a punto de decirle algo.

¿Qué podría decirle? ¿Qué secreto, qué anécdota nunca referida tendría sentido ahora? Alucinaciones sin explicación, una demostración de que su temperamento, antes recio, flaqueaba.

Sacó del coche el aparato y los accesorios. Un detector de metales de alta precisión, profesional, con el mejor poder de discriminación del mercado, sumergible, con auriculares. Algo sucio en el aro de captación de señales, pero indiscutiblemente nuevo. Irene se lo había regalado por Reyes, fecha simbólica en la que tenían costumbre de intercambiarse un solo regalo con la condición de que fuera original y supusiera obligación de actividad. “Te servirá de distracción, te hará caminar. Es mejor que un perro y más barato de mantener”.

Había sido una compra cara, pensó, cuando le confesó el precio. Ella lo había encargado por internet y lo había guardado protegido de su vista durante varias semanas, con el apoyo de una de las cuidadoras. Qué importaba, ahora. Lo que parecía una nimiedad, un capricho sin objetivo verdadero, sin uso claro, se había convertido en un elemento de unión con la difunta, una referencia común.

Irene y él no habían tenido hijos, y, viudo, su vida por delante no tenía muchos alicientes.

El le había regalado un libro de autoayuda: Convivir con el cáncer. Y una silla de ruedas mejor que la que ya tenía, con motor incorporado. La tarjeta de minusválido que portaba en el coche era de ella. El apartamento, en un piso bajo, tenía accesibilidad por rampa.

Se echó al hombro la mochila con la pala, el pinpointer -un afinador-, y cogió las bolsas de plástico en las que pensaba guardar sus hallazgos. Habría sido mejor haberse vestido con las bermudas de bolsos, más cómodas para meter cachivaches y mantener separado lo que fuera encontrando. Anotó mentalmente que la próxima vez se vestiría, no importaba el lugar, de auténtico explorador.

Se proponía también recoger las latas, los clavos, ganchos y otros desperdicios de metal que descubriera en su paseo, pues no renunciaba a cumplir una función ecológica. Un servicio gratuito a la colectividad.

Buscaba monedas y objetos perdidos en la arena por los bañistas. La playa adonde le había conducido hoy su actividad era una de las más concurridas de la región, según le habían dicho. La tarde anterior había confirmado que se llenaba de gente, y que se concentraba, con la marea alta, en una franja larga y estrecha.

La luz se había hecho más intensa. Era el momento de la bajamar, y decenas de gaviotas se encontraban picoteando los pequeños moluscos y crustáceos que quedaban al descubierto sobre la arena. Había aves de varias generaciones de gaviota patiamarilla y las juveniles de primero y segundo año, se resistían, corajudas, cuando uno de sus congéneres adultos pretendía disputarles el alimento. Sus graznidos y chillidos resultaban desagradables a oídos humanos. Tal vez había algún gavión entre las aves, pero no se fijó.

Pablo, con mentalidad ingenieril, se proponía batir el espacio de playa que no había sido cubierto por la marea, sistemáticamente, siguiendo un reticulado ficticio. Pero no pudo resistirse a iniciar el paseo de detección justo en el borde de la arena, junto al muro. Confiaba en que donde la escalera se hundía en la playa, habría más opciones de encontrar alguna moneda, quizá una medalla.

Después, seguiría su recorrido por la zona paralela al muro, allí donde suponía que los bañistas más apresurados dejaban los efectos personales para entrar al agua, concentrando el riesgo de sufrir un olvido, o padecer cualquier descuido al retirar ropas y bolsas.

A lo lejos, en un extremo de la larga playa, descubrió, sin importarle ni poco ni mucho, a un hombre que se acercaba. Era un operario de la limpieza municipal, que manejaba sin con parsimonia un rastrillo de largos dientes y un recogedor. Pasaba el rascador sobre la arena, y acumulaba en una bolsa, que arrastraba, los residuos visibles de la playa. No había muchos, en verdad.

Pablo estaba distraído ante una señal que, por la experiencia adquirida, conseguía identificar como una moneda, y excavaba con una pequeña paleta de acero el hueco necesario para alcanzarla. Era más sencillo extraer estos hallazgos minúsculos de la arena que de tierra, pues la excavación resultaba cómoda, y el hueco se volvía a llenar de forma natural, y sin necesidad de apelmazar.

No se dio cuenta de que el operario se allegó a su altura, y tampoco que le observaba con curiosidad. Era un hombre gordo, vestido con un mono azul en el que se podía leer, serigrafiado en color amarillo naranja, “SERVICIO MUNICIPAL DE LIMPIEZA DE PLAYAS”. Advirtió un olor a orujo y a sudor, desagradable.

Por fin, el testigo rompió su silencio, poniéndosele casi encima:

-¿Qué? ¿Se encuentra mucho?

Pablo torció la vista sin dejar de excavar con la paleta, y, con la mano izquierda, del terruño de arena algo apelmazado que había dejado a la luz, liberó la moneda (dos euros), que guardó mecánicamente en una bolsita de la faltriquera.

-No, la verdad. Esperaba más de una playa tan concurrida, contestó.

-¡Qué me va a decir a mí, que la recorro todos los días de verano, limpiándola! En cinco años solo encontré un bañador y una radio que no funcionaba.

El operario no se iba. Su siguiente pregunta reveló que sabía más de lo que expresaba.

-¿Discrimina ese aparato?

-Sí -respondió con desgana el buscador-. Es uno de los mejores del mercado. Pero no creo que nadie venga a la playa con joyas. Por eso, solo busco monedas y, preferiblemente, de uno o dos euros. Como verá, también retiro latas y trozos de metal.

-Ah, sí, de eso tendrá bastante. La gente deja mucha suciedad enterrada. Yo solo trabajo la superficie.

Los graznidos de las gaviotas llenaban el espacio. Aparecieron algunos viandantes. Una chica que hacía footing, un hombre ya entrado en años que recorría la playa junto a la orilla del mar a paso de marcha, una pareja propietaria de un perro de lanas, cogidos ambos de la mano, mientras el animal vagaba a sus anchas.

Empezó a recorrer la playa a lo ancho, batiéndola sistemáticamente. Rechazaba la mayor parte de los sonidos que evidenciaban hojalata o hierro, aunque de vez en cuando se engañaba con un sonido que le parecía que ocultaba una moneda, y resultaba una vez puesto al descubierto, una argolla, un clavo, una anilla de una lata de cerveza o refresco.

No había sido una buena idea venir hasta aquella playa, aunque no tenía cosas mejores que hacer. Su difunta esposa había reservado una semana en aquella población del norte, que no conocían, pensando en disfrutar de una temperatura más relajada que los calores de Madrid.

El plan podía haberse frustrado definitivamente cuando Irene falleció, como consecuencia del cáncer que se le reprodujo de forma brutal y la llevó de forma fulminante al mundo de los que fueron. Estuvo unas semanas desorientado, entre el alivio de la tensión por una enfermedad que se había portado cruel pero efectiva, y el desconcierto que perder a la persona con la que había compartido casi todo en más de treinta años de casados.

Era un momento injusto, al fin y al cabo. El año pasado le habían echado de la empresa. Un despido improcedente, por supuesto.

El viernes a última hora de aquel día, un desconocido esbirro del director de personal se acercó al despacho, le saludó cortésmente, y le entregó la carta con el mensaje, firmada por el ausente: “Por tres faltas seguidas de puntualidad y la reiterada negligencia en cumplir sus cometidos, la dirección ha decidido, por grave indisciplina, su despido inmediato. Reconociendo, sin embargo, la improcedencia del despido, se le ofrece la compensación a que tiene derecho debido al tiempo trabajado, de veinticinco años y siete meses. Debe devolver su ordenador, aunque, si lo desea, puede mantener su número de móvil. A partir de este momento deberá abstenerse de utilizar cualquiera de los poderes que tiene concedidos”

Cuando llegó con la carta de despido y el rostro lívido, a casa, a Irene le entraron ganas de llorar. Quizá ella se dio cuenta mejor que él de lo que significaba aquello. Con cincuenta y tres años nunca encontraría trabajo otra vez. Se puso mucho peor. Pablo tenía la seguridad de que ese golpe bajo había acelerado el curso de su enfermedad.

Recogió otra moneda, ésta de un euro. La inversión en el buscador de metales no tenía el aspecto de haber sido rentable, al menos, hasta el momento. Había detectado que los mejores sitios para encontrar cosas eran aquellos donde la gente se retiraba para hacer sus necesidades. Los llamó los “caladeros”.

– ¡Señor, señor! ¿Me puede ayudar? -oyó que le decía una voz infantil.

Era un niño rubio de unos once o doce años, vestido con camiseta de tirantes y un bañador, al que acompañaba un perro de pelaje blanquinegro. Lo identificó como un border collie, un animal nervioso y que pasa por ser inteligente, que meneaba la cola en reconocimiento inmediato de simpatía.

-¿Qué quieres, muchacho? -contrapreguntó Pablo, levantándose. El collie se lanzó a escarbar en el hueco abierto, como si hubiera captado el mensaje de que se trataba de cavar más hondo.

-Mire -explicó el niño- Le he visto con el detector y pienso que tal vez con él pueda descubrir donde mi mamá perdió ayer un anillo de oro. Si viene conmigo, le indico el sitio.

Pablo accedió de buena gana, y con curiosidad. Siguió al joven hasta el sitio que le señaló (“Es más o menos por aquí. Estuvimos buscando durante un buen rato, pero parece que se lo tragó la arena.”)

Le cedió el aparato, ajustándole la empuñadura. “Busca tu mismo. Solo tienes que mover el detector de un lado a otro, y localizar cuando suena. Lo he puesto en modo oro”.

El niño movió el disco con excesiva brusquedad.

-No, házlo más despacio, y tienes que batir toda esa área donde crees que tu mamá perdió el anillo. Sin resquicios.

Fue una suerte, porque apenas unos minutos después, el aparato empezó a sonar. La señal electromagnética prometía. Cavaron y, en efecto, apareció el anillo. Pablo lo recogió y, mientras lo limpiaba de arena, acertó a ver un nombre y una fecha grabados en el interior: “Elena. 12.08.96”

– ¡Qué contenta se va a poner mamá! -gritó el niño.

El collie ladró, con un ladrido seco, único.

Dando apresuradamente las gracias, el pequeño se fue, corriendo, seguido por el perro, para perderse entre las casas del paseo marítimo.

La playa empezaba a llenarse de gente. Pablo recogió el equipo, lo metió en el coche, y, volviendo a la playa, se concedió un baño. El agua estaba fría. No había sido un gran ejercicio, ni la cosecha de monedas había sido buena. No necesitaba el dinero y aquello solo era un pasatiempo, una distracción que le enfrascaba durante algunas horas. Pude que hubiera alguien que lo considerara infantil, pero la vida tiene una gran dosis de juego de niños.

El baño resultó relajante. Le entró un apetito feroz, recordando que estaba en ayunas. Con el pantalón mojado, se acercó al chiringuito junto a la playa, que había abierto hacía poco, y pidió al camarero un café y un bollo. Cogió sin mucho interés un periódico local. Leyó los titulares, sin que ninguno consiguiera captar su atención para conocer más detalles. Accidente en la autopista bloquea el acceso al Norte durante tres horas. Seguimos sin verano verdadero. La reactivación económica se hace esperar. El Jefe de Estado inicia sus vacaciones familiares. El Inter busca delantero centro en España.

-Ese es el señor, mamá. -Oyó que decían a sus espaldas.

Era el niño de la playa, que venía acompañado de su madre. La mujer era delgada, alta, con una mirada dulce, que traslucía madurez e inteligencia. Llevaba un vestido ligero. Es muy atractiva, pensó Pablo, que se volvió con una sonrisa.

-Jorge me ha contado que le ayudó a buscar el anillo que perdí ayer y que lo encontró. Se lo agradezco muchísimo. -expresó la mujer, con un acento que se le antojó extranjero.

-Ha sido suerte -se excusó, humilde, Pablo. El chico me indicó el sitio con gran exactitud y, por fortuna, la arena no había sido muy removida. La zona estaba tan cerca de la línea de pleamar que, en poco tiempo, se hubiera ido mucho más hondo y entonces ya no sería fácil de detectar.

La mujer, sin reparar al parecer en que Pablo se encontraba en traje de baño y aún le goteaba, le estampó un beso en la mejilla.

-No tiene idea de lo que este anillo significa para mí.

Pablo esperaba una concreción, pero se produjo un silencio.

-Lo supongo, porque vi que tenía una fecha grabada en él. Imagino que es el recuerdo de su boda o un acontecimiento feliz. Ya ve que estoy desayunando. ¿Quiere Vd. tomar algo o tal vez el chico? Yo no tengo ninguna prisa.

-Tomaría un café descafeinado, pero, si no le importa, invitaré yo. Estoy muy agradecida.

Pablo no pudo contenerse más, y aventuró ser objetado de indiscreto.

– ¿Se llama Vd. Elena, que es el nombre que se leía en el anillo?

La mujer pidió el café antes de contestar, e invitó al chico a dar un paseo con el perro. El muchacho se resistió solo verbalmente (“Ya paseamos hoy bastante”), y se fue.

Ella puso la taza sobre una de las mesas vacías, y le pidió que se sentara, señalando la silla de enfrente a la que ocupó de inmediato.

-Me llamo Elena, es cierto, pero no soy yo la persona a la que está dedicado ese anillo. Y, como se habrá dado Vd. cuenta, el anillo no es solo de oro. Es de oro y diamantes. Ese anillo está hecho con las cenizas de mi suegra, que se llamaba como yo, y la fecha es la del día en que falleció. Después de incinerarla, se envió a una empresa suiza un kilo y medio de cenizas y al cabo de dos meses nos devolvieron dos anillos, cada uno con un diamante engarzado de ese azul tan bonito. Me queda algo grande, porque no está hecho a mi medida, sino a la de mi ex, su hijo. Por eso me lo pongo en el dedo gordo del pie.

Levantó el pie izquierdo para que pudiera admirarlo. Era un pie pequeño y hermoso. El anillo lucía, con su piedra enigmática, en su dedo grueso.

– ¡Ah! -solo acertó a decir Pablo.

Y luego:

-Supongo que hay poderosas razones de afecto y solidaridad para llevar el anillo hecho con cenizas de la madre de la persona de la que Vd. se ha separado y que, por lo que me cuenta, ha sido, además, el poseedor y destinatario de esa joya tan peculiar.

-En efecto, -ratificó Elena- hay poderosas razones, aunque no son fáciles de explicar, ni las he comentado con nadie. Pero Vd. ha rescatado ese anillo cuando lo creía perdido para siempre y le siento acreedor a conocer algún detalle de la historia que lo rodea.

Pablo pidió otro café, y se lamentó de hallarse en traje de baño, sintiéndolo impropio para una confesión que se vislumbraba solemne.

La mujer dejaba enfriar el suyo sobre la mesa, sin haber probado un sorbo.

-Mi exsuegra, la Elena del anillo, era una mujer singular. Tenía poderes especiales. Era, en realidad, una visionaria, capaz de predecir el futuro e, incluso, de hablar con los muertos, pues estaba en contacto permanente con su esposo, fallecido hacía años.

Pablo trataba de escabullirse mentalmente. Miró detenidamente a la mujer y no advirtió asomo de falsedad, mentira o tomadura de pelo en su rostro, aunque el relato empezaba a parecerle pura fantasía.

-Cuando falleció en la fecha que figura en el anillo, hicimos con sus cenizas dos diamantes y los engarzamos en anillos. No fue un capricho nuestro, sino el cumplimiento de su deseo expreso. Quería estar con nosotros de esa manera. Uno, el que ahora tengo en mi poder, se lo quedó mi esposo, del que me divorcié hace tres años. El otro, hecho a mi medida, lo tenía yo, y lo guardaba como lo que es, una joya que refleja, al mismo tiempo, presencia, afecto y valor.

-Ya me está Vd. intrigando. ¿Cómo fue que intercambiaron los anillos?

-No nos los cambiamos. El anillo a mi medida yo no me lo ponía, porque me cansé de dar explicaciones, pero lo guardaba en una cajita. Le tenía devoción. Cuando necesitaba algún tipo de ayuda o me veía en una necesidad, le pedía a mi suegra su intervención, y, lo crea o no, lo conseguía todo. Era un talismán.

La mujer prosiguió.

-Un día, al abrir la cajita, descubrí que el anillo no estaba allí. Le pregunté a mi marido y me dijo que lo habría perdido, que quizá lo había guardado en otro sitio. Pero no podía ser así, porque yo nunca había sacado el anillo de la caja.

Tomó un respiro.

-Para no hacer la historia muy larga, le contaré que, unas semanas después de la desaparición del anillo, me encuentro con que mi mejor amiga, Luisa, lleva en su dedo índice ese anillo. El brillo de la piedra es inconfundible. La talla es espléndida. Ese azul y ese fulgor no existen en la naturaleza.  Lo detecté sin error alguno.

La llamada Elena torció el gesto.

-Mi amiga se estaba entendiendo con mi marido y, el muy cretino, en un arranque de ingenuidad mezclada con desfachatez, había retirado mi anillo de la cajita en donde lo guardaba y se lo había regalado a su amante.

La historia parecía a punto de terminar.

-No perdoné la traición y pedí la separación. El divorcio no fue sencillo, porque teníamos un hijo. Miguel tenia entonces nueve años, y había un fuerte patrimonio en gananciales. Los abogados hicieron su agosto. Mi ex defendió que los dos anillos formaban parte de su herencia, porque eran cenizas de su madre. Pero el juez le condenó a restituirme el anillo. Como su novia, de la que se separó rápido, había desaparecido entretanto, llena de vergüenza, supongo, con el anillo y quién sabe qué otras cosas, se me adjudicó éste.

Pablo miró a la mujer y la encontró, en su aparente simplicidad, coherente y, desde luego, atractiva. Por un momento, acarició la idea de quedarse más tiempo y ser más interactivo, pero el bañador húmedo le estaba molestando. No quería sufrir un resfriado. Además, el niño entró con el perro, pidiendo un refresco.

Se levantó, pues.

-Me disculpa, pero me estoy sintiendo incómodo con el bañador mojado, y no estoy acostumbrado a este ambiente frío.

-Oh, si quiere, le puedo ofrecer mi casa para que pueda secarse y cambiarse. Está aquí cerca.

No era eso.

-No, no. Me ha dado Vd. una prueba magnífica de sinceridad y confianza, que no se si merezco. Le agradezco su relato que, no por insólito, deja de parecerme apasionante. Me gustaría haber estado vestido de una forma más adecuada a su altura dramática.

La mujer le miró con aquellos ojos melancólicos que tanto parecían decir. Calmó a su hijo, indicándole que pidiese en la barra lo que quisiera.

-Pero mi historia no termina ahí, al contrario. Puede decirse que empieza. Porque, cuando me encontré propietaria del anillo que perteneció a mi ex y que contenía la esencia corporal de su madre que, como le dije, era algo bruja, sucedió que…

Pablo se levantó sin aparentar la menor contrariedad, pero demostrando decisión.

-Mire, le propongo que me siga contando su relato en otro momento. Voy a estar aquí varios días. Le sugiero que nos veamos otro día, a la hora del almuerzo, o de la cena, si le conviene mejor. Puedo pasar a recogerles a Vd. y al niño. Tendré mucho gusto en invitarles a un restaurante de los alrededores. Me ilustraré de cuál es el mejor.

-Se lo agradezco mucho -verbalizó la mujer-. Por el niño. Y por mí claro. En este pueblo tan pequeño no hay muchas posibilidades de la menor distracción para una mujer divorciada y su hijo, que, además, están viviendo en la casa que perteneció a la familia de su ex. Todo el mundo nos conoce.

-Este es mi número de móvil -escribió ella, en una servilleta de papel.

El garabateó varios números en otra servilleta, equivocándose adrede en una cifra, y se lo entregó.

Se despidieron con un apretón de manos, muy efusivo, incluso pareció que ella hizo ademán de besarlo otra vez. Pablo se dirigió al coche, se quitó el pantaloncito de baño mojado desde el asiento de atrás del vehículo, se enfundó los pantalones secos, arrancó y, cuando ya llevaba conducido un buen trecho, arrugó la servilleta en la que ella había escrito su número de móvil y lo arrojó a la carretera abriendo un poco la ventanilla.

No tenía intención de volver.

FIN

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Nota

Presenté este Cuento, bajo el Lema Bonasa Bonasia (el nombre científico del grévol, cuya foto ilustra esta entrada) al XI Concurso de Escritores Ingenieros de Minas. Obtuvo Mención de Honor, diploma que recogí el 20 de noviembre de 2018 en la Ceremonia organizada por el Colegio de Ingenieros de Minas del Noroeste de España.

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Hoy no te reconozco, Cataluña (Soneto 20 de Irse de fiesta)

5 septiembre, 2018 By amarias 4 comentarios

Hoy no te reconozco, Cataluña,
secuestrado tu encanto por la gente
que grita libertad y al tiempo empuña
banderas que desprecian al de enfrente.

No entiendo sobre qué bases acuña
la mitad de tu pueblo un indecente
desprecio a lo español, que fue la cuña
que te sirvió de apoyo e hizo de puente,

cálida piel de toro sin pezuña
que siempre tuvo aprecio muy patente
por cuanto conseguiste de  ventaja.

No deberá ignorar aquél que intente
romper insolidario la baraja
que no es buen catalán el que disiente

con todo cuanto su opinión no encaja,
porque un leal español es consecuente
cumpliendo lo pactado. Y no se raja.

5 de septiembre 2018

(del Libro de sonetos, Irse de fiesta, soneto 20, @angelmanuel arias)

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Fervor republicano e independentista

28 agosto, 2018 By amarias 6 comentarios

Estoy pasando unos días en un pueblo costero de Catalunya, cuya Casa Consistorial ostenta la bandera independentista y a la entrada de la población se advierte que el mismo forma parte de los municipios de la República catalana.

No estamos en guerra, no hay síntomas de encontrarnos en un estado de alarma (oficial). Es cierto que las farolas de las calles principales están adornadas (?) con unos mugrientos lazos amarillos y que, aquí y allá, en algún balcón se tiende una toalla con la enseña de las barras y el triángulo azul estrellado y que se pueden avistar azoteas con esa bandera. Pero, fuera de la ostentación de fervor independentista que salta a la vista en los edificios oficiales, en los letreros indicativos y en las plazas públicas , se respira sosiego y normalidad.

He comprado todos estos días un periódico en español (generalmente, El País, a cuyos titulares estoy acostumbrado y me voy directamente a algún artículo de opinión de los amigos) y El Punt AVUÍ. Así que he podido disponer de una guía para interpretar el hecho diferencial catalán desde el presente, a la luz de los pequeños acontecimientos de la realidad cotidiana.

No hay nada nuevo, en verdad: los revolucionarios independentistas siguen con lo suyo, reclamando libertad para los presos políticos, y denunciando que en España no existe democracia, ni justicia, ni calidad intelectual ni moral, que, por mor de la casualidad cósmica, se ha concentrado en los Países Catalanes, incluida la Occitania. Los defensores del orden constitucional siguen puliendo y dando brillo a la necesidad de un diálogo con la facción catalana, en el que se puede hablar de todo menos de independencia, y lo argumentan jurídicamente de forma contundente.

Doy fe que en este hermoso pueblo tarraconés, la lengua que se oye hablar fundamentalmente en la calle, en los bares y playas, es el español. En todos los establecimientos, se habla español sin problema, incluso en los supemercados de Bonpreu, que pertenecen, me dicen, a un independentista que apoya financieramente la insurrección. Digo más: los turistas que disfrutan del paisaje, del mar y de la hospitalidad, son sevillanos, gaditanos, extremeños, aragoneses, asturianos,…Los comerciantes se lamentan de que este año ha venido mucha menos gente.

No se hacia dónde quieren llevar los independentistas oficiales a Catalunya, aunque tiendo a reafirmarme de que hay intereses muy oscuros detrás de tanto despliegue y que no van en el sentido de hacer más felices a la mayoría, ni catalana, ni española.

Permítame el lector, que desde este escrito de distensión veraniega, haga una introducción por el paisaje. En un bello paraje del Delta del Ebro, hay un mirador sobre una laguna donde crían centenares de aves. La indicación de la Generalitat de Catalunya, en ese lugar, nominado Bassa de l´Alfacada, expresa que hay que respetar la naturaleza (“Respeteu la natura” dice).

Al subir por la torreta de observación ornitológica del mencionado lugar, me topé con un mensaje, escrito en letras mayúsculas sobre una de las placas que deberían servir de protección visual. ESPAÑOLES, HIJOS DE PUTA, FORA!

Una segunda mano, diferente del autor/a, como se ve por la fotografía, que incluyo, borró parte del insulto, con un par de brochazos que parece querrían replicar el mismo color del fondo. No es un trabajo fino de limpieza, y el mensaje principal quedó patente: Españoles, fuera de Cataluña. No quiero pensar torcido, aunque no me quito de la cabeza la imagen de un funcionario de la Generalitad, repintando con una brocha la palabra malsonante, tomando la pintura de un bote en el que habría mezclado azul y blanco para conseguir, más o menos, el mismo color del cartel.

En una situación normal, la interpretación segura sería que se trata de un exabrupto producto de un adolescente desquiciado, uno de esos pobres muchachos que protestarían contra todo, y dispararían lexicográficamente como víctimas de su propia estulticia a todo valor, a falta de la madurez que aún no les ha llegado.

Quisiera borrar el mal pensamiento de que esta provocación permanente al distanciamiento con el resto de España, argumentando con mentiras y medias verdades y, sobre todo, sin perspectiva de un futuro mejor para nadie, esté  propiciado desde las instituciones catalanes, secuestradas por arribistas sin formación intelectual ni decencia moral, y se halla aplaudido por algunos funcionarios de la Administración de la región, temerosos de perder su puesto de trabajo o complacientes con la perspectiva de mejorar en él. No puedo.

Como no  puedo tampoco entender el silencio cómplice de una parte importante de la sociedad catalana, que renuncia a hablar de política con los exaltados, ni soy capaz de abstraer seriedad y no folclore instrumental de un supuesto mensaje de solidaridad de una toalla expuesta en un balcón con la expresión Libertad presos políticos.

Se ha tenido demasiada tolerancia con una forma de terrorismo instrumental y no es fácil ya detener las consecuencias sin causar destrozos en los monumentos erigidos a las deidades de la fantasía independentista, republicana y falsamente global y moderna. No es tolerable que desde la tv3 se insulte a los españoles, se haga sátira de los principios constitucionales por los que nos regimos todos los demás (y debieran hacerlo ellos), se ridiculice al ciudadano no catalán como si fuera tonto de baba o se vea a los que opinan en contrario como secuestrados ideológicamente.

No es tolerable que exista una prensa subvencionada que menoscabe la unidad de España e interprete los hechos, adulterándolos como le venga en gana, para que encajen con una filosofía de rebelión. No es posible ver tranquilamente cómo quienes deben defender las instituciones de todos y los principios de la convivencia, las mancillen con intereses partidistas y odios de clase trasnochados y rencores de patio de colegio,

Claro que las cosas se hubieran solucionado, y se solucionan, con información, diálogo y educación. Ojalá no sea tarde, después de reconocer que se ha dejado que la tensión subiera por dejación de responsabilidades y tolerancia culpable, en creencia de libertad mal entendida.

No lejos de San Carles, en Tortosa, hay un monumento que la población ha resuelto mayoritariamente, hace un par de años, conservar y que conmemora la batalla del Ebro, con un águila imperial remontando el vuelo, testimonio estéticamente hermoso aunque con resonancias dolorosas de lo que sucede en España cuando la situación de los que tienen poderes o intereses muy particulares desemboca en dos opiniones irreconciliables para ellos y las inmensas mayorías, apresadas en la escalada de tensiones,  ya no tienen opción de elegir dónde alinearse, sino solo les queda lanzarse a la batalla.


He elegido esta foto de un fumarel cariblanco (chlidonias hybrida) alimentando a su cría ya talludita. No resulta fácil identificar a los fumareles, charranes e incluso algunas gaviotas, diferenciables apenas por el color del pico o de las patas, el tamaño de los mismos o la mancha en la cabeza y garganta, según que parezca un capirote o se prolongue a lo largo de la nuca.

En fin, el observador de aves puede también contentarse con el placer de observar escenas como ésta, captada con ayuda de un teleobjetivo no muy potente, en este caso. El fumarel cariblanco es el mayor de los fumareles (24 cm). Tiene las patas relativamente más largas, y pico fuerte como los charranes. El juvenil tiene el pico rojo, como el adulto, aunque menos intenso. El plumaje nupcial se caracteriza por el vientre gris oscuro. Su voz es un grito seco, fuerte, áspero, parecido a un “crrrc”.

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Ejército y sociedad civil (2)

28 diciembre, 2017 By amarias Dejar un comentario

La utilización de armas y artefactos destructores, tanto ofensivos como defensivos, y la búsqueda de su mayor eficacia, ha sido uno de los elementos impulsores del progreso tecnológico. Puede que incluso, el más activo. De aceptarse esta premisa, el motor del progreso de la Humanidad estaría vinculado, no a fines altruistas o a móviles humanitarios, sino al dominio y explotación de una fracción de la sociedad sobre otra.

No pretendo dar lecciones de filosofía bélica, sino poner de manifiesto, como introducción a este apartado, que aunque el origen de la mayoría de los elementos que sirven a objetivos relacionados con la guerra haya sido su utilización en tiempos de paz, fue su aplicación en momentos de conflicto lo que les dotó de perfección, les dio otra dimensión y, como consecuencia, proporcionó poder y riqueza a los controladores o explotadores del ingenio.

Los alquimistas chinos en el siglo IX pudieron descubrir la pólvora, pero su uso en la batalla de Niebla en 1262 señaló un nuevo hito en la guerra. Nobel descubrió la forma de controlar la peligrosidad de la nitroglicerina y abrió el camino a múltiples aplicaciones útiles, pero fue en 187o, en la guerra francoprusiana, cuando la dinamita cobró toda la importancia económica de la que se beneficiarían muchos estrategas en campos de batalla.

Pocos sectores han dejado de verse favorecidos por los objetivos, directos o forzados, de las investigaciones relacionadas con la guerra o la defensa, y que se han acelerado justamente en momentos de máxima tensión, esto es, durante los conflictos armados. Aviones, submarinos, drones, bombas atómicas, lanzadores de cohetes, detectores antimisiles, telecomunicaciones, materiales de alta resistencia, instrumentación quirúrgica, explosivos, estrategia, intendencia, etc., son algunos efectos de las investigaciones física, clínica, bioquímica, químicofísica, energética, náutica,…aceleradas mientras los ejércitos surcaban tierra, mar y aire.

A nadie puede extrañar, en fin, que, en aras del principio de prevención, todos los Estados dediquen una parte de sus presupuestos a equipar a sus Ejércitos con medios humanos o materiales, tanto más numerosos, modernos e hipotéticamente eficientes en la medida que los juzguen adecuados a las amenazas que perciban (del exterior, pero también del interior de sus territorios) y al nivel ofensivo de sus potenciales atacantes.

A la cabeza de los gastos en Defensa (el eufemismo incorporado a la jerga bélica para enmascarar la voluntad de preparación para la guerra), se encuentra Estados Unidos. Dedica algo más de 500.000 millones de euros, cifra impresionante que el presidente Trump anunció aumentará en más de un 9% en 2018. El Ejército norteamericano dispone de 1,3 millones de soldados, a los que se deben añadir los más 750.000 civiles que sieven en los departamentos de Defensa y otros 800.000 efectivos de la llamada Guardia Nacional, en la reserva, que se pueden emplear en misiones especiales. El gasto en Defensa norteamericano equivale al 14,5%, del gasto público (ha llegado a ser del 18,6% en período de guerra declarada), equivalente al 3,3% del PIB.

El principio de “si quieres paz, prepárate para la guerra”, no es el único que rige los gastos en Defensa. La cumbre de Gales en 2014 (acuerdo de la OTAN), presionada en sus conclusiones por el reproche de Estados Unidos de la complacencia europea en el apoyo del “amigo norteamericano”, consagró el objetivo del 2% del PIB para gasto militar en 2024. España, que no alcanza ni de lejos esta cifra, se comprometió a aumentar el gasto actual para llegar a los 18.000 millones de euros .

El presupuesto de Defensa en la actualidad es de 7.600 millones de euros, pero si se computan las operaciones en el exterior (que suponen un gasto de más de 1.000 millones y, como punto de orgullo, una diferencia respecto a los demás países europeos, pues España está participando con efectivos en todas las misiones), y se añaden las pensiones que perciben los militares retirados, se llegará a superar ligeramente los 10.700 millones en 2017. La cifra aún aumentaría en 2.700 millones si, como propone el Ministerio de Hacienda se incluya el gasto de la Guardia Civil.

El 76% del presupuesto (4.430 millones de euros) se destina a gastos de personal, que, en número de 79.000 efectivos, se mantiene sin variación desde 2014. Esta mera referencia permite entender que el Ejercito español tiene escaso margen para mantenimiento y renovación de equipos y armamento. La observación pesimista cobra aún mayor dramatismo comparativo si se tiene en cuenta que los llamados “Programas Especiales de Armamento” (PEAS) -destinados a la adquisición de grandes sistemas de armas, entre los que figuran como protagonistas el Eurofighter, las fragatas F100 y el carro de combate Leopardo), que antes se financiaban al margen del Presupuesto, en los dos últimos años, supusieron 1.817 millones de gasto imputado.

Es imprescindible la revisión de la situación de los gastos en Defensa y, en relación con ellos, el encaje de los programas de sustitución de equipos y materiales, y la investigación relacionada con éstos. Los países más desarrollados han vinculado sin problemas éticos ni estéticos una parte de los proyectos de investigación militar con los civiles. La existencia de una potente industria de armamento en ellos, destinada en parte, pero no solo, a la exportación- se ve como fuente de empleo y riqueza. La indefinición de las líneas de desarrollo civil en relación con los objetivos de las empresas militares, ayuda a enmascarar, ante la opinión pública propia y, por supuesto, ante otros Estados, el verdadero alcance de los programas.

La Unión Europea, espoleada por la presión norteamericana, y la creciente posibilidad de verse actuando en solitario frente al “enemigo innominado o difuso” está revisando sus posiciones teóricamente no belicistas. El Programa i+d 2020, cambia la perspectiva admitida como norma estética de que el sector de defensa únciamente pudiera acceder a las llamadas tecnologías de doble uso (civil y militar). Aunque en 2017, la Agencia Europea de Defensa (ADE) solo dispuso de 25 millones de euros para programas solo militares, esta dotación servirá también para conectar las investigaciones de ambos sectores, separadas durante décadas. Se podrán cofinanciar programas de investigación de materiales especiales, robótica, electrónica, encriptación de comunicaciones, etc., hasta un modesto nivel de 90 millones (en 2020), parte mínima de un Programa que pretende dedicar en los 7 años de vigencia 98.000 millones de euros a investigación y desarrollo.

(continuará)


Un juvenil de mirlo común (turdus merula) sacia su sed en una fuente del Jardín Botánico madrileño. No lo tienen fácil las aves para beber de un chorrito de agua, lanzado en vertical, pero este tordo se las ingenia para, gota a gota, tomar su ración vital del líquido, sin ser molestado por nadie. Los jóvenes tordos se diferencian de los adultos -especialmente, de los machos- en el plumaje moteado. Los estorninos (que también tienen el pico amarillo) tienen un comportamiento gregario, no se mueven a saltos y su cola es más corta, además de distinguirse por un plumaje que, aunque negro como en los mirlos, presenta brillos verdeazulados, con pintas amarillas.

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Por qué en Catalunya: Séptima entrega. Final

5 noviembre, 2017 By amarias 1 comentario

Termino esta serie de comentarios, en los que pretendí ofrecer una visión personal aunque no mediatizada por nada ni por nadie, de la grave situación que se ha generado en Catalunya. Pongo punto final, no porque se haya llegado a una solución ni porque se atisbe ésta siquiera. Lo hago porque, sencillamente, no quiero aparecer involucrado en la escalada de desencuentros y descalificaciones que, lejos de utilizar pasarelas ideológicas que posibiliten diálogo y acuerdos, se empecina en profundizar en irrelevantes diferencias, y estériles, por inapropiados a este momento, enfoques de la cuestión.

Qué situación de charanga y pandereta en un contexto que demanda tanta seriedad y solvencia. El ex president Puigdemont, y cuatro de los ex consellers de su Gobierno, fugados a Bélgica, se encontraban, al principio del día de hoy, 5 de noviembre de 2017, en busca y captura. A esta hora de la tarde, circulaba el rumor (convertido luego en realidad) de que se habían presentado ante un juez de guardia belga, dispuestos a empezar la resistencia procesal a la extradición para ser juzgados en España, lo que podría dilatarse varios meses.

El magistrado belga los dejó en libertad, con la única imposición de que deben permanecer en el territorio belga. Un galimatías procesal, una increíble internalización de un conflicto nacional en el que tantas empresas y familias están perdiendo poder adquisitivo y esperanza de futuro. Puigdemont anunció, desde su refugio, que se propone presentarse a las elecciones del 21 de diciembre, convocadas como parte de la aplicación del art. 155 por el gobierno central. Mientras no se encuentre inhabilitado, podría, formalmente, aspirar a President. Cabe preguntarse: ¿Con un programa separatista, y para proclamación de una República catalana, aprovechando nuevamente una democracia en grado sumo tolerante y no inclusiva?

En prisión provisional se mantiene a los ocho consellers a los que el juzgado de instrucción de la Audiencia Nacional considera con riesgo de fuga y con suficientes indicios de haber cometido delitos de sedición, malversación y rebelión, habiendo actuado, según todos los datos de que disponemos jueces y resto de la ciudadanía, de forma coordinada y premeditada, es decir, con dolo.

La perspectiva penal para estos encausados, los ahora aún prófugos o sustraídos a la acción de la justicia española y los miembros del Parlament que están llamados a declarar el próximo jueves, 9 de noviembre, es muy gris: en el más favorable de los casos, de confirmarse la imputación, estarán quince años en la cárcel. El futuro penal de los responsables de las Asociaciones populares ya encarcelados preventivamente, Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, no tiene mejor cariz. Los partidarios que se movilizan en la calle pidiendo su liberación parecen estar deseando una amnistía, lo que es, además de improcedente, legalmente imposible, pues el Gobierno no puede interferir en las decisiones de la Justicia, sin quiebra del estado de Derecho.

Leo la opinión de algunos comentaristas que abogan por la salida del galimatías con base en la revisión constitucional, luego de un período de negociación y análisis entre los partidos, y siguiendo los trámites que prevé la actual Norma Suprema para su modificación, en el supuesto agravado de su modificación sustancial. No creo que esto sea la solución al problema que se ha creado en Catalunya, como no me parece admisible que el Estado de Derecho se doblegue ante la clara infracción de sus normas penales en la que han incurrido, a sabiendas, y con consciencia de los efectos que podrían causar con su actitud, los representantes de los partidos separatistas.

Estamos, pues, en una encrucijada de la que solo se podrá salir con serenidad, tiempo, y con el fortalecimiento de los cauces de representación de la sociedad civil pacífica, constructiva, seria. En este país que ha sido modelo en tantas ocasiones de tolerancia, de solidaridad, no debería ser difícil si se encontraran -y han de surgir, y lo antes posible- líderes convincentes. Porque solo los intolerantes, los fanáticos, los inconscientes, pueden tener interés en reabrir heridas por las que surgiría, como un fantasma redivivo, el espectro de la guerra civil y el desentendimiento entre españoles.

He escrito estas notas desde el inconmovible afecto a la unidad de España, con la convicción de que el mapa regional está confeccionado con grandes desequilibrios que imposibilitan la consecución de la igualdad en los parámetros de gestión de los servicios y, por tanto, sus resultados. Lo suscribo desde la constatación de graves despilfarros en nuestra Historia reciente, en infraestructuras. en subvenciones y en la ejecución de los programas educativos, sobre todo. No es este, desde mi propia perspectiva, un análisis acabado y, muy seguramente, adolece de errores patentes a terceros.

Soy firme partidario del diálogo, del uso de la capacidad de convicción y de la prudencia en la toma de decisiones que no se sustenten en el conocimiento y, en su caso, no cuenten con el apoyo de las inmensas mayorías. El gobierno de Catalunya nos ha dado recientemente, ejemplo lamentable de lo contrario. No me duelen prendas en admitir que el gobierno de España no ha estado, en la tolerancia por el avance del proceso secesionista sin tomar medidas de contención, a la altura que demandaban las circunstancias.

Tiempo para restaurar la convivencia y hacer balance de los platos rotos. Urge cambiar los interlocutores por nuevos representantes que no estén ni cansados ni condicionados por sus actuaciones precedentes. La sociedad española, en la que está integrada la catalana, y la vasca, y la andaluza, y la gallega, y todas las ascendencias regionales que conforman la nación integradora de diferencias que es España, tiene ante sí un nuevo reto. En un momento económicamente delicado.

El bloque que pretende lograr la independencia para Cataluña agrupa a la burguesía y a la izquierda revolucionaria. Una combinación contra natura cuya solidaridad ocasional trae males presagios. La superación del dislate sin más daño abrirá la puerta a un futuro mejor, a otro período de paz social y desarrollo concertado. Apliquémonos al objetivo. Si alguien quiere quedar fuera, solo suya sea la culpa y no espere de nosotros el perdón.

FIN

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