Aunque no han tomado todavía posesión de sus cargos, los nombres de los ministros del gobierno de Pedro Sánchez se han ido conociendo a lo largo de esta primera semana de junio y, en el momento en que esto escribo (la mañana del día 6 de este mes de 2018), el gabinete se haya ya prácticamente perfilado.
Es justo reconocer una doble cuestión en relación con este primer equipo de gobierno de la nueva era socialista. No me refiero (aunque entiendo que es de valorar en ciertos foros) a la imparidad de género del futuro ejecutivo, a favor de las mujeres.
Lo que me llama especialmente la atención es que Sánchez se ha preocupado de elegir a personas con un currículum excelente y experiencia de gestión, ya que no pública, privada. Son personas conocidas en prácticamente su totalidad, con marchamo de solventes en sus anteriores cometidos.
La segunda cuestión que creo necesario resaltar es que los nombramientos le han servido para marcar algunas líneas intencionales de su actuación.
Borrel (Josep), ingeniero aeronáutico y economista, representa, además de un peso personal de gran mérito, al catalanismo no separatista, con argumentos expresados con rotundidez en múltiples apariciones públicas.
Ribera (Teresa) es, de los funcionarios españoles involucrados en temas ambientales y, en concreto, los relativos a los acuerdos de contención del incremento de temperaturas por efecto de los gases de producción humana, una de las voces más respetadas y competentes.
A primera hora de la mañana trascendió que el astronauta Duque (Pedro), también ingeniero aeronáutico, se encargará del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades. Una apuesta importante -y arriesgada, por el perfil de exigencia que presupongo al candidato- por remover el océano de descoordinación de la investigación en España, a la que hay que dedicar, por supuesto, más medios, aunque también, esfuerzos de coordinación.
Podría, de la misma forma que he trazado algunas pinceladas sobre la idoneidad de los tres nombrados, referirme a los demás futuros ministros. Todos ellos, en conjunto y de forma unitaria, representan la voluntad de trazar un camino de solvencia y seriedad. No será posible, supongo, llevar a cabo grandes operaciones en lo que queda de legislatura, si es que llega a completarse. No habrá tiempo, no habrá apoyos. El PP ya anunció su voluntad beligerante, y Podemos no oculta su decepción por no haber entrado en el Gobierno.
Los portavoces del PNV se muestran prudentes ante la previsible modificación presupuestaria que recordará la dotación extraordinaria que motivó su apoyo, con el anterior gobierno y que, de eliminarse aquella, pondrá de manifiesto la profundidad de su deseo de cambio. El PdeCat y todo el independentismo catalán ha visto, en el nombramiento de Borrel, un portazo a sus deseos de república por la vía rápida anticonstitucional, aunque el ministro se encargará de los temas de exteriores.
Creo que Sánchez ha hecho un movimiento de ajedrez muy inteligente, sin duda, bien asesorado. Es de agradecer que personas con tan buena trayectoria profesional haya accedido a formar parte de un gobierno al que las previsiones auguran carácter efímero.
Hay un pulso en el escenario. El país espera con expectación, con ilusión, con necesidades. Los bueyes (me perdonarán la metáfora) imagino que están deseosos de tirar del carro de la verdad, ese que no discurre por los avatares del Parlamento, que no ara por los caminos de la dialéctica, sino que ha de avanzar por los vericuetos de la realidad, embarrados y con parajes ignotos.
Algo que ya teníamos olvidado. Cada nuevo ministro conoce a fondo la materia de la que se ocupa. Son expertos en su tema y seguro que están deseosos de poner en práctica sus muy meditadas y trabajadas soluciones.
Sólo nos queda desearles suerte y esperar que los hechos les acompañen.
Aunque no creo que nadie sea “experto global” en un tema, coincido en valorar positivamente el talante de l@s nuev@s ministr@s. Pero necesitan más que su propia experiencia. Hay que concitar apoyos, sin que importen tanto las ideologías en este momento, porque hay que restañar heridas y, como más acuciante, acometer el “tema catalán”. Hay que aislar a los líderes separatistas de la única forma que ya es posible: con el menosprecio.