Al socaire

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Frail democracies (Débiles democracias)

7 enero, 2021 By amarias Dejar un comentario

Los gravísimos sucesos protagonizados por un grupo de miles de simpatizantes del derrotado presidente norteamericano Donald Trump, aún en funciones, tomando al asalto el edificio del Capitolio en Washington, donde los representantes de la nación deberían confirmar, de forma definitiva,  la  victoria del candidato demócrata, Joe Biden, no pueden ser considerados como un hecho aislado, anómalo, de la política norteamericana y, apurando el tiro, de la mundial.

Hay que incluir el hecho en su contexto: aquel que llevó a un individuo sin escrúpulos, con una trayectoria personal deplorable -en lo ético y en lo estético- a ocupar la presidencia del país más poderoso (aún) de la Tierra, con capacidad para decidir sobre el núcleo duro de la política internacional y posibilidad de control del más poderoso armamento mundial, además de actuar, impulsándolos o detrayéndolos, sobre sectores clave del bienestar de ese país (y de forma indirecta, sobre cientos de otros), como son la economía, los impuestos y los servicios sociales.

Es imprescindible ahora extraer de ese hecho y de la trayectoria que lo provocó, las enseñanzas, prevenciones y defensas frente a las amenazas que asedian la voluntad mayoritaria de democracia en Estados Unidos y en muchos países desarrollados y  comprometen, por tanto, la credibilidad de sus actuaciones de rechazo a las dictaduras. No se puede alardear de ejemplar si quienes están al cargo de sus instituciones no lo son.

El intento de golpe de Estado que pretendieron los seguidores del candidato derrotado, irrumpiendo con violencia y armas en la sede donde se concentra la esencia de la voluntad popular, fue visto, prácticamente en tiempo real, en cientos de millones de hogares. Ese intento de actuar contra las vías democráticas, tergiversando y adulterando los procesos reglados constitucionalmente, tiene un responsable. Resulta insólito, increíble, inimaginable, que sea el propio presidente de la Nación el instigador de tamaña irregularidad.

Parece necesario asimilar la dura verdad. La actuación claramente delictiva, intolerable, fue propiciada, desde meses antes, y de forma continuada, por el propio presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. No estuvo físicamente a la cabeza de los asaltantes del Congreso, pero sí fue su instigador. Expresó, una y mil veces, en múltiples alocuciones públicas y mensajes en las redes sociales, su argumentario terrorista: que “se le habían robado las elecciones irregularmente”, y que el “ganador era él”, en contra de las conclusiones de las comisiones electorales. Persistía Trump en esas declaraciones amenazantes, desestabilizadoras, sin doblegar su opinión, a despecho de certificaciones en los recuentos, de las decisiones judiciales y de la confirmación de la validez del resultado electoral, por el propio Tribunal Supremo. Es decir, consciente de actuar contra las previsiones constitucionales y legales.

¿Qué pretendían los asaltantes? ¿Podrían haber creído, por un solo instante, que amedrentando a los senadores con su presencia violenta, cambiarían el resultado de las elecciones y les obligarían a votar a favor de su candidato? ¿Eran votantes disgustados de Trump, o grupos de alborotadores organizados, a los que únicamente guiaba la destrucción del orden, causar daño, amedrentar a la ciudadanía pacífica, con la representación de una escena de terror, para que fueran registradas en la memoria colectiva, como un aviso?

No caigamos en esa trampa exculpatoria. Volvamos al núcleo. El sospechoso de ser culpable máximo de esa manifestación de violencia contra las instituciones democráticas es el actual presidente de los Estados Unidos, el perdedor en las elecciones, Donal Trump. Ante un hecho tan grave, su incriminación, de ser probada -aunque todos hemos sido testigos de su actuación llena de riesgos e incitaciones al comportamiento delictivo de la masa de sus votates, soliviantando a sus seguidores al calentar sus mentes con el fantasma del pucherazo electoral, mantenido a despecho de las comprobaciones y evidencias.

Me temo que, independientemente del desenlace, y de los daños (no menores: cinco fallecidos, decenas de policías heridos, del orden de un centenar de procesamientos por delitos de sedición, atentados a la autoridad, violación de espacio público reservado, desórdenes, al margen de la excepcional aplicación de la Ley marcial, de la decisión por parte del vicepresidente, desacreditando al presidente mismo, reclamando la actuación de la Guardia Nacional, etc.), el mayor daño a la democracia está hecho. El Presidente se ha convertido en el principal impulsor de las huestes que atentaban contra la democracia.

Estados Unidos ha dejado de ser ejemplo de nación en donde las libertades, el respeto a la ley y a las instituciones, formaba parte de la idiosincrasia nacional. En realidad, teníamos elementos para sospechar que era un espejismo o una verdad con importantes grietas:  violaciones de derechos en distintos puntos del país, la marginación por el color de la piel, la ausencia de protección a los débiles, el menosprecio o uso utilitario, de los gobiernos de otros Estados, progresión armamentística y debilidad de la asistencia social pública, etc. -. Estábamos cerrando los ojos para ver solo lo que nos apetecía ver de lo mucho que ofrecía un país, en muchos otros sentidos, admirable.

La situación de asalto a la democracia que estamos viviendo en España es parte del mismo mal que asola Estados Unidos y se difunde, como una peste, por todo el mundo. Dictaduras que se califican a sí mismo de democracias, elecciones trucadas, representantes de facciones que secuestran la voluntad de las mayorías. Aquí y allá vemos ejemplos sangrantes de secuestros de la democracia, abusos de poder, palabrería adormecedora por parte de quienes están en los gobiernos, para aplastar, asustar o engatusar a los que no pensaban como ellos.

Tenemos en nuestro país razón para preocuparnos, si aún no lo habíamos hecho. Cuando desde la cúpula del gobierno se alimenta la insurrección, se está atentando contra la esencia de la democracia y las consecuencias de esa vil actuación son imprevisibles. Podríamos tratar de encontrar diferencias, tranquilizar los ánimos expresando que eso no está pasando aquí y no puede pasar aquí. A mí me resulta muy difícil sumergirme en esa abstracción, y confirmo los motivos de preocupación cuando escucho algunas declaraciones de ministros del actual gobierno de España.

 

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Elogio y servidumbre del centro

4 enero, 2021 By amarias Dejar un comentario

El año que se nos ha ido (2020) nos ha dejado varias preocupaciones de entidad, que corresponderá resolver lo antes posible, para evitar que los daños sean tan profundos que haga irrecuperable, no ya la situación de partida, sino un nivel de satisfacción social y económico que no signifique la ruptura del modelo.

Por supuesto, la superación de la pandemia es la urgencia más acuciante. Hasta la aplicación masiva de las vacunas contra el virus invasor y alcanzar ese deseado “nivel de protección de rebaño”, no llegará a los mercados la tranquilidad suficiente para garantizar la recuperación.

Con un panorama tan grave, la economía no es actualmente el motivo principal de preocupación. A nivel tanto individual como colectivo (a salvo de algunos descerebrados) el temor a sufrir el ataque de la Covid y resultar gravemente afectado, cuando no pasar a engrosar el número de fallecidos gravita como un fantasma y cuestiona el alcance y calidad de la asistencia sanitaria, la capacidad organizativa de la administración para garantizarla y, en fin, el eficaz comportamiento protector frente a esa amenaza.

La multiplicidad de posturas de los gobiernos central y regional para defenderse de la pandemia, tratar reducir el número de contagios y, en lo posible, evitar el colapso de la economía, ha abierto debates, sobre lo que de hizo  bien, mejor, o muy mal. Los gansos de cada Capitolio, alzando su griterío,  siguiendo las directrices marcadas por el pesebre, han alabado unos gobiernos, denigrado otros y, en fin, contribuido a generar intoxicación sobre el ciudadano medio.

A salvo de aquellos cuya convicción ideológica sea tan fuerte que les impida valorar la realidad y analizar la calidad y eficacia de las alternativas, parece razonable concluir que carecemos, a estas alturas de la crisis pandémica, de un procedimiento realmente efectivo para garantizar con total seguridad que el virus no nos ataque individualmente. Y la incertidumbre se mantiene cuando todo parece anunciar que nos encontramos ante una tercera ola de la pandemia, de programación más veloz y capacidad de contagio mucho más agresiva.

No creo que nadie ponga en duda la poca información fidedigna sobre la forma de protegerse individualmente contra el virus. Me permito hacer unas pocas preguntas, para poner en evidencia que no existe una respuesta ciudadana única, en la interpretación individual de la ciencia oficial: 1) ¿Cada cuanto se debe cambiar la mascarilla y, por tanto, cada cuánto cambia su protección cada una de las personas con las que nos cruzamos en la calle o coincidimos en el restaurante o en el transporte público?  2) ¿A tenor de la variedad de mascarillas que se ofrecen en el mercado, cuáles son las realmente eficaces? ¿Cómo se controla y garantiza su homologación? 3) Admitiendo que lo importante es controlar la secuencia de contagios a partir de un foco ¿Por qué es más grave reunir a diez personas que a seis o a sesenta y siete?  4) ¿Cómo garantiza que los teatros, restaurantes y comercios, estén libres de virus? ¿Quién lo controla? 5) ¿Cuál es el actual procedimiento más eficaz para conseguir curar -si esta palabra puede usarse con propiedad- a un enfermo grave de Covid? ¿Existe un protocolo común a todos los centros hospitalarios? ¿Y para derivar a un paciente desde los centros de atención primaria? 6) ¿Cómo se lleva y llevará el control de los vacunados en primera y segunda dosis? 7) ¿Qué porcentaje de vacunas (actualmente, todas de doble implementación) y, en particular, la de Pfizer que debe conservarse a muy baja temperatura hasta ser administrada, pero no se puede volver a congelar, se pierde por falta de coordinación o por no acudir los convocados a la cita de vacunación? 8) ¿De verdad, es admisible aceptar que las mascarillas que llevan la ciudadanía, a parte de su homologación primaria, tienen el mismo grado protector? (algunas parecen haber criado hasta gusanos).

La terrible disparidad ideológica que sufrimos en España, con un gobierno central de izquierdas que, a cada paso, demuestra su carácter bicéfalo y algunos gobiernos regionales -los más significativos, el de Madrid y Galicia-, de orientación hacia la derecha, nos hace cuestionar, una vez más que significa realmente, ser de izquierdas o derechas. Es imposible identificar los viejos principios de acción ideológica en ninguno de ellos. A Ayuso y a sus consejeros les acusan quienes molesta que gobiernen en Madrid, de favorecer a la empresa privada. A Sánchez y a los ministros del PSOE sus detractores les tachan de mentirosos y falsarios. Hay que dejar aparte a Iglesias y a sus ministros (incluido el desvaído Garzón), por supuesto, cuyo único ideario parece ser conducirnos de forma rampante al modelo de una república cubano- bolivariana, con similar esquema de liderazgo.

Echo de menos al centro, ya sea centro izquierda o centro derecha. Políticos capaces de pensar y actuar de forma global, integral, sin estridencias y con eficacia. Gentes que no son devotas de Hayek ni de Marx, pero saben de qué se trata. Que conocen los entresijos de la economía y no espantan al potencial inversor. Que reconocen sus debilidades y potencian sus fortalezas, sin engañar ni engañarse. No me gustan los extremos, porque la polarización conduce -siempre, según la Historia- al desastre.

Ha sido una desgracia para España que Ribera (Alberto) y Sánchez (Pedro) hayan perdido el norte de la necesaria sintonía. Costará mucho recuperar ese centro sobre el que hacer pivotar la política y la economía, si es que se consigue.

Hasta entonces, aconsejo no quitarse las manos de la cabeza. Sí, cambiar cada cuatro u ochos horas las mascarillas, airear los espacios y aguardar pacientemente a que nos llegue el turno para ser vacunados…con suerte, dentro de un par de años, salvo cambio de estrategia.

 

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Transición patológica

18 noviembre, 2020 By amarias Dejar un comentario

El mes de noviembre está dedicado a las patologías derivadas del cáncer genitourinario masculino y, concretamente, de los tumores malignos de próstata y testículo. En el marco de una corriente de concienciación hacia la necesidad de dedicar mayores recursos a la investigación del cáncer y, especialmente, de las modalidades específicas del varón, miembros afectivos a la plataforma virtual Movember, en número creciente desde hace ya 21 años,  recogen aportaciones en las cuentas corrientes abiertas al efecto. Como signo del compromiso, los participantes en este movimiento solidario se dejan crecer, a lo largo del mes, el bigote.

Cierto que, como enfermo grave de esta enfermedad, sometido a un tratamiento severo que me debilita en extremo, estas cuestiones de la patología médica me preocupan y hasta obsesionan a veces. Solo que, consciente de mi banalidad, de mi fragilidad y de la verdad de mi efímera existencia, en los momentos en que mi dolencia disminuye, no puedo evitar elucubrar sobre la evolución de esta grave crisis mundial, que parece estar abarcando, atenazándolos como una hidra de múltiples brazos, los principales elementos de nuestra sociedad.

Solidaridad, ética, sentido de la vida, evolución, desarrollo, medio ambiente, recursos, técnica… Pocos son los elementos que, si nos fijamos en ellos, no parezcan controvertidos. La situación general invita a pensar que nos encontramos en un período de transición, aunque resulta imposible saber hacia dónde. La pandemia de la Covid ha cambiado brutalmente nuestras vidas -al menos, en la parte occidental del globo terráqueo-, generando miseria, incertidumbre, enfermedad y muerte. Hemos modificado nuestra posición respecto a los demás. El otro ha pasado a ser visto como un peligro potencial, alguien del que conviene mantenerse alejado: puede aportar riesgo de contagio, incluso mortal. Como no sabemos exactamente cómo se propaga el maligno, los sistemas de protección aparecen confusos. Tampoco la posibilidad de una vacuna se acaba de concretar en el corto plazo, envuelta en inseguridades, especulaciones financieras, falsedades y prisas.

La situación en España no invita precisamente a mantener la calma. La población tiene otras preocupaciones al margen de la política; la necesidad de subsistir toma primeras plazas y son muchos -¿cuántos?- los que necesitan asistencia social, ayuda para aguantar. Miles de comercios han cerrado para siempre.

Es lamentable advertir que, lejos de servir para unir fuerzas ante la adversidad, la sociedad se ha polarizado. No culpo especialmente a la estrambótica coalición de gobierno, porque igual me parece deplorable el distanciamiento de los partidos de la llamada derecha entre sí y con la estrategia singular seguida por el equipo de Sánchez. Falta todo respeto a la palabra dada, al compromiso electoral, a la coherencia. El resultado es el progresivo endeudamiento del país, nuestro descrédito internacional, el avance hacia la ruina.

La necesidad de encontrarse cómodo en las soluciones y no recrearse en el problema, trae como consecuencia que muchas personas -no necesariamente por causas ideológicas, también por razones intuitivas- se aferren a una doctrina concreta, a un dogma, a una creencia, en la idea de que será salvífica. Encuentro más personas polarizadas que antes. Convencidos tanto de que algo está muy bien como de que lo contrario es abominable.

Tendamos puentes. Tenemos la obligación de tenderlos. Porque para pasar al otro lado distante de una barranca profunda, no sirve el salto. Arrojarse al vacío con solo el bagaje de una mochila con destornillador, martillo y sacacorchos, no garantiza más que el descalabro. Hay que generar pontones, tirar lianas, enlazar fortalezas,  desde ambos lados. Y cruzar con cuidado.

 

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Una religión sin dogmas

26 octubre, 2020 By amarias Dejar un comentario

Debo ser uno de los pocos no creyentes -aunque me apresuro a escribir que respetuoso con la fe de otros- que se ha leído completa la última Encíclica del Papa Francisco, Fratelli Tutti, que se ha dado a la publicidad el 3 de octubre de 2020, en Asís, la víspera de la Fiesta del “Poverello”, el santo nacido en esa localidad italiana del que Jorge Mario Bergoglio ha tomado el nombre y la especial advocación.

La carta solemne del director de los católicos, sumo pontífice de los adeptos a esa religión, me ha sorprendido por su formato y, desde luego, por su contenido. Aún con mayor énfasis que la anterior (Laudatio si), se me asemeja mucho a un buen trabajo de fin de curso, una excelente tesina, con sus referencias bibliográficas perfectamente indicadas, en número de 288, párrafos epigrafiados y capítulos con sugerentes títulos.

No pretendo, en absoluto, minimizar ni ridiculizar el escrito del Papa Francisco. Es, en mi opinión, un excelente repaso a los problemas que tiene pendientes la comunidad internacional, como consecuencia de los diferentes tipos de egoísmo que debilitan, emponzoñan o destruyen la actividad humana, desde el nivel individual al colectivo de mayor ámbito, es decir, la Humanidad.

El móvil del amor, entendido como fundamento de la ética universal, es revisado desde distintos ángulos. La parábola del Nuevo Testamento, en la que un judío que ha sufrido el asalto y apaleamiento de unos bandidos, yace malherido en un camino por el que pasan, sin hacerle caso, un sacerdote y un levita, en tanto que un samaritano lo atiende, cura y lleva a una posada, dando  instrucciones y dinero al posadero para que lo cuide hasta su vuelta, le permite extraer una sencilla filosofía sobre la verdadera caridad- El “trasfondo de un desafío de siglos”, las relaciones “entre nosotros”, que Francisco precisa que no son ni los creyentes ni los que tienen en común una raza, una cultura o una religión, sino todos los seres humanos.

Ese repaso, sistemático, a las diferentes categorías de “otros”, permite a Francisco referirse a los marginados económicamente, a los migrantes, a las organizaciones internacionales, a los nacionalismos y populismos. Nada que un agnóstico, abierto al concepto de ciudadanía y solidaridad universal no pueda compartir y desear, como un objetivo permanente incumplido. El lenguaje papal es moderado, expresiones como “el mercado no lo resuelve todo” no sorprenden ni al más feroz de los neoliberales. Referencias al cuidado del medio ambiente y al desarrollo de los países como necesidades conjuntas, o a la obligación de subordinar la economía a  la política (y no al revés) encuentran acomodo  sin problemas en intelectos de derecha como de izquierdas.

No hará daño a nadie, al contrario, leerse la Encíclica del Papa Francisco. Está muy bien escrita, perfectamente documentada, generosamente neutral en cuanto al tratamiento de la idea de Dios. Un personaje necesario, omnipresente,  esgrimido por el Pontífice como referente de autoridad, pero desprovisto de toda connotación de Ser exigente y punitivo, sino con la imagen plácida y próxima de Jesús, un ser humano que ordena hacer el bien y amar a todo el mundo, como nos vienen repitiendo desde Aristóteles a Kant y defendería cualquiera al que no obnubilara la visión de su bienestar, si lo entiende como un premio a su trabajo y condición, y no como una obligación para compartir y ayudar a los que no tienen bastante para vivir ni perspectivas de mejorar porque se lo impide la insolidaridad de los demás y su situación marginal.

No conozco las razones (si es que existieron algunas, aparte de su personal ambición por generar hechos noticiables) por las que el Presidente de Gobierno español Pedro Sánchez, su esposa y otros miembros de su cohorte han ido al Vaticano este pasado fin de semana. Pero sí puedo decir que, si se toma la molestia -entre una y otra de sus homilías dominicales- de leer uno de los ejemplares de Fratelli Tutti que, según cuentan, le regaló el Papa Francisco, le vendrá bien. Puede citar cualquier párrafo de la misma sin temor a generar crítica alguna, salvo en los impertinentes que a todo quieren sacar punta.

Lo que no encontrará es referencias al dogma cristiano. Y esa enseñanza, dejar el dogma de lado para concentrarse en abordar con eficiencia los problemas humanos, en este momento duro por el que atravesamos, en que el escenario se nos ha llenado de dogmáticos de pacotilla, supongo le vendrá muy bien. A él, a sus colegas de gobierno de coalición y a la oposición. Desde la extrema derecha a la extrema izquierda, todos pueden asumir sin desdoro que o vamos todos juntos a la solución, o nos hundimos sin remedio.

 

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¿A las puertas del infierno?

22 octubre, 2020 By amarias 8 comentarios

El Ministro Illa, responsable de la cartera de Sanidad en el todavía Reino de España, acaba de anunciar -en una corta entrevista radiofónica en Onda Cero, a las nueve de la mañana del 22 de octubre de 2020- que estamos a “las puertas del invierno” y que, según los expertos que le asesoran (propios y de ajenos), serán necesarios por lo menos seis meses, para que alguna de las vacunas que se investigan contra el coronavirus, superados los controles que demuestren su carácter eficaz y, al mismo tiempo, inofensivo, pueda ser distribuida entre la población en número suficiente.

Muy optimistas me parecen, dentro de su dramático contexto, esas previsiones, cuando no tenemos, ni de lejos, controlado el avance del virus estamos asistiendo a la imposición de confinamientos cada vez más severos. Y me parecen terriblemente precursoras de una crisis económica aún más profunda, de la que no van a salvarnos unos miles de millones de euros europeos, cuyo destino aún desconocemos y cuyo coste real ignoramos.

Me resulta fácil hacer el juego de palabras con las palabras de Illa y poner de manifiesto que nos esperan períodos aún más difíciles de lo previsto. Con más de un millón de personas ya contagiadas en España (un 2% de la población total) y en el grupo de cabeza de afectados, junto a países que nos superan ampliamente en población, seguimos preguntándonos, en realidad, porqué hemos sido distinguidos por la pandemia.

Nuestros sabios y políticos (desde a Luis Enjuanes a Margarita Del Val y desde Pedro Sánchez a Alberto Núñez Feijoo) ponen el énfasis en que parte de la población no respeta distancias, organiza fiestas multitudinarias sin llevar mascarilla y tenemos muchas más unidades familiares que agrupan a jóvenes y ancianos que el resto de países europeos, como consecuencia del alto paro juvenil y del carácter salvador de las pensiones a las maltrechas economías, que hace de aglutinador de entidades familiares con más miembros que la media europea.

No quiero que se me juzgue de conspiranoico ni escéptico integral, pero mis escasos conocimientos de sociología comparada me sugieren que deben existir más factores que nos empujan a los españoles al lado feo de la pandemia. La sobrecarga de la asistencia primaria (afición desmedida a visitar el centro de salud por ancianos) y de los servicios de urgencias (por catarros, luxaciones, otitis, fiebres infantiles y heridas superficiales), la escasez de facultativos de calidad por cada mil habitantes (no pocos de los mejores se han ido a los países ricos y ya no podemos convencerles de que vuelvan) han de contar entre los factores, supongo. (1)

Pero ni siquiera esa enumeración, bastante obvia de factores de culpabilidad no individuales, me satisface la inquietud por saber qué nos está pasando.

Y como no tengo perro que me ladre ni lazo que me sujete, echo a volar mi imaginación y atribuyo como causa principal de nuestra desgracia colectiva, esa que nos está sumiendo en la peor crisis económica y social desde la postguerra civil, el que somos un país desorganizado, desestructurado, inconsistente, falto de liderazgo y ayuno de ilusión colectiva.

Esto en estos momentos siguiendo (con una atención disminuida, desde luego) el Debate de la moción de censura de Vox. Oigo, sobre todo, insultos, descalificaciones, improperios. Falsedades. Distribuidas entre los intervinientes de todos los grupos, más concentrados, sí, en unos portavoces que en otros, aunque me parece detectar que, más que corresponder a un programa ideológico, a una coherencia, descansan en las habilidades dialécticas y en la capacidad para improvisar insultos.

Estamos a las puertas del infierno. Estoy mirando una reproducción del maravilloso complejo escultórico de August Rodin con ese nombre. Una obra inacabada, aunque nadie lo diría observando su fuerza. Una amalgama de cuerpos que se precipitan al vacío, arrojadas desde el Paraíso.

Me apetecería que los políticos a los que hemos tenido que votar para que nos guiasen a un mundo mejor, nos ofrecieran soluciones constructivas, hicieran desaparecer la crispación, impulsaran la creatividad y la formación de empleo, cumplieran con los propósitos de aumentar los esfuerzos en investigación y formación. Todos, en sus programas, defienden aparentemente lo mismo, aunque, por la experiencia ya amplia de su comportamiento, sabemos que muchos de ellos, desgraciadamente, solo pretendían su bienestar personal.

Me resisto a pensar que estemos a las puertas del Infierno. No podemos, no debemos estarlo. Que este Invierno nos saque a todos a una primavera radiante, solidaria, prometedora de una España seria, pujante, respetada internacionalmente, sin extremismos ni experimentos secesionistas ni comunistoides, más propios de paranoicos sociales que de experimentados e instruidos hombres y mujeres que, independientemente de sus profesiones y trabajos, de su formación y base ideológico, quieren avanzar unidos.

Me esperan a mi, personalmente, varios meses de duro tratamiento oncológico. Ignoro si podré superarlo, pero me aplicaré, con buen ánimo, a salir a flote de mi particular invierno. Espero encontrar, a la salida de este proceso, una España mejor, más unida, valorada internacionalmente, libre de todos los virus que ahora nos afectan y emponzoñan.


(1) Hago una precisión a posteriori, a las nueve del día 22.10.2020. Tenemos en España buenos facultativos, con una dedicación vocacional que, en especial en las dotaciones de la Sanidad Pública, se puede calificar de sacrificada hasta más allá de lo deseable, ya no solo por ellos mismos, sino por la atención que se ven obligados a proporcionar a los pacientes. Faltan profesionales, no andamos sobrados de medios ni los actualizamos en la medida deseable y, desde luego, necesitamos elevar sus salarios. No podemos sostener una Sanidad a base de sacrificios personales, presumir de su alta capacitación sin realizar suficiente investigación y sin darles tiempo y oportunidad para la continua formación que demanda el continuo incremento de la tecnología sanitaria. Creo que, dentro de las prioridades, aumentar los honorarios, eliminar su precariedad laboral y reducir su jornada de trabajo es imprescindible. Estamos invitando a médicos, enfermeras y ayudantes de enfermería a que, una vez que adquieran experiencia en la Sanidad Pública, se vayan a la empresa privada, emigren o disminuyan su dedicación y empatía con el paciente tratando de aplacar su malestar.

 

 

 

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¿Es esto realidad, o vivimos una pesadilla?

23 septiembre, 2020 By amarias 14 comentarios

Se han reunido en estos momentos de mi vida varios elementos que componen un cuadro muy singular, al menos, al nivel de realidad al que me había acostumbrado. Tenemos una pandemia sobre nuestras cabezas, con especial reincidencia sobre Madrid, que arrastra una situación económica cuyos efectos no han hecho más que empezar, y cuyo alcance no somos capaces de prever (y, lamentablemente, aún menos, el Gobierno actual y, apurando en la misma línea, la oposición).

La grave situación vírica y económica se magnifica por la tensión entre el gobierno central y el regional de la Comunidad de Madrid. La importancia referencia, a escala nacional e internacional, que supone la capitalidad de España, se ha traducido en un ataque continuado desde algunos portavoces del Gobierno (en especial, pertenecientes a la agrupación Unidas-Podemos, aliada con el PSOE y otras minúsculas facciones regionalistas) contra la actuación de la presidenta de esta Comunidad, Isabel Ayuso.

Se califica con reiteración desde miembros relevantes del Gobierno y de portavoces parlamentarios de los partidos que tienen silla en él, a la presidenta Ayuso como mala gestora, carente de liderazgo e incluso se la tacha de ser manifiestamente incapaz para ejercer el cargo que ostenta. Son expresiones de extremada dureza, injustos y, desde luego, ajenos a la cortesía institucional.

Aunque los ataques desde la coalición de PP-Ciudadanos (esto es, de derechas) que rige en la Comunidad de Madrid y en su Ayuntamiento hacia el gobierno central son menos intensos -se esgrime abandono a su suerte de la Comunidad, falta de apoyo desde las instancias más altas, etc.-, porque no se está calificando tan directamente de incapacidad al Ejecutivo o a sus miembros, el efecto hacia el exterior, es decir, hacia el ciudadano no comprometido políticamente es la plasmación perfecta de una falta de sintonía entre quienes están conduciendo el vehículo de nuestros destinos.

La escenificación del pasado lunes (21 de septiembre de 2020) cuando ambos Presidentes -central y autonómico- pretendieron ofrecer un marco de cooperación (a destiempo) en la lucha contra la pandemia, por su torpe planteamiento, escasos recursos y previsibles mermados resultados, la juzgo de pura pantomima.

Me preocupa también, y mucho, el cerco a la Jefatura del Estado, es decir, hacia la Monarquía. Miembros cualificados del gobierno se han manifestado sin ambages como anticonstitucionalistas, apoyando la república como objetivo y despreciando la figura de Felipe VI (apuntando hacia actuaciones de su padre, Juan Carlos, presuntamente anómalas y, en todo caso, realizadas cuando ya no era Jefe de Estado, en que fungió como responsable máximo del período de paz más longevo de nuestra Historia, ejemplo incuestionable de transición de una dictadura a una espléndida democracia).

El apoyo precario y espurio que encontró Sánchez a su deseo de ser Presidente de Gobierno en los independentistas catalanes y en los hijos del terrorismo vasco, mírese como se mire, es un síntoma de la extrema peligrosidad de la situación actual, desde el punto de vista de la estabilidad democrática y del equilibrio regional.

A escala internacional, aunque la preocupación por los difíciles asuntos internos invita a menospreciar la importancia de lo que pasa fuera, la situación es muy compleja. El avance de la economía china, liberada del virus -por arte de birlibirloque u oscuras razones- convierte a esa República de Repúblicas en líder mundial, con la bandera de un sistema antidemocrático, dictatorial, autárquico y de naturaleza incomprensible -en valores y métodos- para nuestra cultura occidental. Desgraciadamente, esta situación coincide en el tiempo con un Presidente norteamericano que parece sacado de un cuento de ogros y fantasmas, más dado al despropósito verbal como portavoz de un sentimiento egoísta e insolidario, que a asumir un papel relevante como conductor de las economías occidentales.

No necesitaba más para sentirme anonadado de la deriva que adoptó la realidad próxima (de mi país y compatriotas) y externa (tanto de la Unión Europea como de los bloques hegemónicos de la economía mundial, y tampoco quiero olvidar la falta de democracia que se ha instaurado en Rusia y demasiados países latinoamericanos, por no apuntar más que a lo que sobrenada).

Pues hubo más. En pocas semanas, la metástasis que se encontraba aparentemente dormida, ha decidido despertarse y golpear con fuerza. Recojo todos los ánimos de que soy capaz para no desanimarme y, como siempre expresé -a propios y extraños- para no perder la capacidad de analizar lo que pasa fuera y pasa en mi cuerpo, con toda la objetividad que pueda. Pero, caramba, no dejo de preguntarme: ¿Es esto la realidad, o una pesadilla?

Ya se la respuesta, aunque nunca vienen mal algunos comentarios sensatos que me ayuden a entender mejor lo que nos pasa. Gracias, por leerme, por estar ahí (aunque sea en la sombra), por compartir lo que pienso.

 

 

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Actos sociales

20 septiembre, 2020 By amarias 1 comentario

El recrudecimiento de los casos de contagio por la pandemia vírica y el duro reconocimiento clínico de que seguimos ignorando  muchas cosas de cómo tratar a los  infectados y casi todo de cómo evitar contagiarnos, ha vuelto a poner el énfasis en la necesidad de enclaustrarse. Suprimir los actos sociales, reducir las salidas a la calle, procurar no utilizar el transporte público. Y hacer lo que se haga siempre con mascarilla, esa tela de variadas hechuras y misteriosas composiciones -desde la tela de colorines a juego con el calzado al triple refuerzo vital made in China, como el pangolín que nos aguó la verbena-.

Los actos sociales, como todo el mundo sabe, son la base del comportamiento humano, lo que nos hace distintos a la mayoría de los animales que, en las categorías superiores, solo suelen reunirse por parejas y en el acto de la procreación. Nosotros, la especie del sapiens, con el paso del tiempo le hemos añadido mucha más gracia y bastantes calamidades.

Disfrutamos con la mayoría de los actos sociales (excluyo las guerras, aberración de los mismos, pero muy utilizada a lo largo de la Historia). Nos gustan las fiestas, compartir aficiones, e incluso señalamos con ellos momentos importantes de la vida: el nacimiento, la pubertad, el tomar pareja, el tener hijos, los cumpleaños, la muerte.

Este “puto virus” -como se conoce entre nosotros- impide la celebración de actos sociales fundamentales. Y los actos sociales no son exhibiciones del ego particular (muy raras veces, si), sino la demostración, ante el resto de la tribu, que hemos tomado una decisión importante o superado una etapa vita. Puede que algún lector piense en la asistencia a un encuentro de fútbol o a una sesión de ópera (por ejemplo) como acto social, aunque yo me quiero referir aquí a los actos sociales en los que somos protagonistas o acompañantes afectivos de éstos.

Una boda  no es acto social, aunque tenga efectos legales, sin la celebración del banquete ad hoc, sin compartir el momento con la familia -la propia y la añadida- y los amigos. Puedes casarte por la Iglesia, o por el rito que de validez jurídica al enlace, pero entiendo buen que muchas parejas pospongan el anuncio de su compromiso hasta que nos veamos libres del huésped venido del Oriente.

Sufro al advertir cuántos infantes -mi querida nieta Carlota, entre ellos- han tenido que celebrar una Primera Comunión (el atávico rito al reconocimiento de la entrada en la “edad de la razón”) sin el fausto de la asamblea familiar. Yo guardo un magnífico recuerdo de mi Primera Comunión -compartida la celebración posterior en la cafetería Arrieta, de Oviedo, con mi primo Javier Pérez Montoto-, con el salón del local lleno de familiares de ambas familias, unidas por vínculos colaterales.

Pues bien: resulta que los que mandan, ya que no tienen mejores argumentos para atajar el virus, prohíben los actos sociales y nos confinan hasta que alcance su cénit la “curva de contagios” (el punto de saturación en mecánica de fluidos). Lo entiendo, claro, en justificación de la “buena causa”, ya que no soy negacionista, nihilista ni estúpido y amo mi vida y, mucho más que la mía, la de quienes quiero.

Pero lo que no puedo entender es que se autoprohíban los pactos sociales. Sí, he escrito los pactos sociales, la forma inteligente, avanzada, democrática, de vivir en sociedad. Acordar, pactar, llegar a puntos de encuentro en beneficio de la inmensa mayoría, la paz social, el bien común, el sostenimiento de la democracia…esas cosas.

Tenemos unos partidos políticos que, para desgracia  de este momento que han convertido en histórico por su mala maña, son incapaces de pactar. Quieren tanto su parcela de poder, se aman tanto a sí mismos, se creen tan imprescindibles, que no quieren pactar. Se han unido, es cierto, en momentos precisos, con gentes de parecida calaña, en pactos internos para alcanzar su cuota de poder, pero no quieren pactar con los demás. Caca, culo, pis.

Y, por ello, por su cerrazón, por su incomprensible inquina hacia el que entienden que puede quitarles sillón y poder, lo cercan, lo insultan, lo desprecian y ,,,a cuantos defienden o apoyan a aquel con el que no quieren pactar, los consideran enemigos, indocumentados, fachas, rojos de mierda, descerebrados, pijos, comunistas de salón, … Y esa lacra se ha convertido en contagiosa. Es la otra epidemia, el virus más letal.

La situación económica provocada por el virus, la inmensa crisis en la que estamos y el tsunami que asoma debía animar, aunque los virus se consideren seres inanimados, a fuertes y novedosos pactos sociales.

No creo que vote nunca a Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid por la gracia de los pactos, pero simpatizo ahora con ella y con su equipo. Me han desviado a ello tipos que dicen estar en la acera de enfrente. Cuando leo o escucho las opiniones de los Abalos, Sánchez, Iglesias, que se han focalizado en tirar dardos contra su gestión de la pandemia, echándole las culpas, me recuerdan a todos los que andan por ahí tirando piedras contra lo que tiene más talla que ellos mismos o presiente que su crecimiento los convertirá en enemigos peligrosos. Esconden al tirar piedras a obras ajenas, que están afectados de la misma o parecida incapacidad.

No recojo aquí nada de los independentistas catalanes, de los terroristas vascos y de otros personajes del actual escenario político para no ensuciar aún más esta pagina.

Pactad, malditos.

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Clases de economía para políticos

13 septiembre, 2020 By amarias 2 comentarios

Hace unos días, mientras yo trataba de recuperar mis ánimos del duro golpe que supone enterarse de que su tumor ha mutado y ha decidido afincarse en el torrente linfático, un amigo me aconsejó que dedicase mis elucubraciones en este blog a resaltar los asuntos divertidos o cómicos de la vida política.

No pretendo convertir estas líneas en un remedo de aquella divertida secuencia de marionetas críticas con políticos que, en la versión original inglesa se llamó Spitting Images. Me lo impiden limitaciones de espacio, medio y capacidad, pero aunque no soy aficionado a tomar a broma las cosas serias, reconozco que andamos necesitados colectivamente de desdramatización de los contextos.

La falta o la apariencia de ausencia de formación económica en la mayoría de nuestros políticos es uno de los despropósitos de la vida pública para tratar de encontrar gracias en lo que tanto nos afecta. No se lo que han estudiado en sus respectivos caminos curriculares hasta encontrar un sitio preferente en la influencia sobre nuestras vidas, aunque sí puedo afirmarse, como en el cuento del gallego, que será cierto que han estudiado economía, pero lo que han estudiado es poco y lo poco que han estudiado no sirve, porque no se lo saben.

Vamos a ver: ¿Es tan complicado reconocer que la economía tiene una estructura entretejida muy sólida, que es imposible romperla con medidas aisladas y que cualquier presión sobre uno de los agentes de mayor entidad se traduce en descalabros y pérdidas de actividad y empleo?

Pues debe parecérselo a los ministros de este Gobierno, que, empezando por su vicepresidente segundo -por nombre Pablo Iglesias Turrión- está convencido de que las cantidades que prestará a España el Fondo Económico Europeo serán en parte a “fondo perdido” y el resto, servirán para cumplir las previsiones expansionistas del pacto de gobierno PSOE-Podemos. Cualquiera que haya tenido el menor contacto con la vida empresarial ha de saber que los créditos han de ser devueltos y esa situación genera la servidumbre de encontrar la forma eficiente de rentabilizarlos, generando actividad que, además de mantener el negocio propio, genere excedentes para restituir el préstamo y sus intereses.

No parece, con ser singular el pensamiento de Iglesias desde el punto de vista económico ortodoxo, que su peculiar concepción no tenga respaldos en el Gobierno. Puede suponerse, con razón, que sus colegas en el retrocomunismo coincida con estas ideas: gastar como si los dineros no tuvieran que ser devueltos, conceder dádivas como su el Estado español tuviera en su mano la manivela de generar billetes, ahuyentar al empresariado extranjero con incrementos fiscales y amenazas de movilizaciones sociales y, como colofón, pretender demostrar que este país tiene un concepto ético especial, que le lleva a hostigar hasta obligarlo a salir del país al Rey de antes -magnífico valedor de la transición democrática y con merecida popularidad internacional, que se ha rentabilizado en provecho de todos-, pero no tiene problemas en generar tantos ministerios, cargos públicos y prebendas particulares como sea necesario para premiar la fidelidad de los cabecillas, sean o no sean matrimonio o pareja de conveniencia.

Podemos pensar que el mal del desprecio a los principios económicos que rigen en el resto del mundo sea específico de la facción más para-comunista del Gobierno. Pero no es así. Los afanes de liberar las amarras de la economía en una situación de pandemia y crisis grave en todos los sectores productivos, no impiden que se siga defendiendo un Presupuesto de Estado expansionista también por el resto de los infinitos ministerios con los que el afán de permanecer en su puesto de comando ha admitido Pedro Sánchez.

Basta de bromas. Necesitamos un liderazgo económico y social firme en convicciones. Esto supone, desde luego, que dejemos de disparar a lo que nos sostiene, y de disfrutar quitando los puntales al edificio económico. No podemos dejar la esperanza de reactivación económica en manos de la judicatura, persiguiendo hipotéticas o reales corruptelas que, en contexto más amplio, son temas de chicha y nabo. Que los “grandes empresarios” reconozcan que para conseguir contratos -internacionales o no- ha sido y es necesario untar algo los engranajes. Que admitan los representantes sociales que no saben cómo manejar la economía y solo se rigen por la improvisación y la fuerza de la inercia. Que los equipos de docencia, investigación (técnica o social) expliquen con claridad nuestra situación en el contexto mundial. No tiene interés alguno ser campeones de la Champion League si somos los peores en productividad, los últimos en la gestión de la pandemia.

Si no se han reído, queridos lectores, es que han perdido el sentido del humor.

—

Esta hermosa mariposa, en su aparente modestia, es un macho de la pararge agera, la mariposa de los muros, también llamada maculada (por los ocelos de sus alas). Los machos de esta especie, según los estudios de campo realizados por los entomólogos, tienen un comportamiento sexual diferenciado, según sean territoriales o deambulantes. Los primeros, defienden su zona de apareamiento -un espacio soleado y con flores abundantes- de los rivales y, por ello, son los preferidos por las hembras que valoran su fortaleza frente a los que andan a la deriva, buscando hembras a la que salta.

La naturaleza enseña, vaya si enseña.

Archivado en:Actualidad, Política Etiquetado con:corrupción, economía, empresarios, Iglesias, mariposa maculada, política, Sánchez

Estrategia sin proyecto

8 febrero, 2020 By amarias Dejar un comentario

La tremenda exposición mediática de los ministros del gobierno de España, está dando como primer resultado -lógico- el incremento del desconcierto. No sería honesto negarles buena voluntad para hacer las cosas bien, pero a su falta de experiencia y conocimientos (ya nos hemos acostumbrado que el paso por las Administraciones públicas es un camino hacia la puerta giratoria), se une la falta de coherencia en temas importantes.

En política internacional, la desafortunada gestión del asunto Delzy Rodríguez -la vicepresidenta del gobierno de Maduro que tuvo la desfachatez de venirse a España pretendiendo contrarrestar la visita del presidente encargado Guadó- ha provocado no solo el descrédito del ministro Abalos (enredado en su deslavazada y mendaz explicación de lo que sucedió en el aeropuerto de Adolfo Suárez, en Barajas), sino que también ha arrastrado la credibilidad, ya bastante erosionada del propio presidente Sánchez.

Poco importa que la verdad se vaya cebando sobre las mentiras acumuladas: es mucho más grave que la equivocada exposición del ministro de Transportes y los apaños verbales del propio Presidente, faltos de coherencia, haya venido a poner de manifiesto que no hay homogeneidad en el tratamiento del problema venezolano  por parte del Gobierno. Los ministros del clan Unidas Podemos deben demasiado a Maduro (y todo indica que en el magma putrefacto está también atrapado el ex presidente Zapatero) como para apoyar sin tapujos a Juan Guaidó, como se comprometió a hacerlo la Unión Europea y el propio Sánchez cuando no tenía otras ligazones.

En el terreno internacional, el desencuentro con Estados Unidos ha crecido, también, por dejar pasar las oportunidades. La crisis del campo se entronca con dureza con las desmedidas medidas del gobierno de Donal Trump que, enfadado por la competencia de Airbus, ha preferido golpear en la mejilla del más débil, es decir, la cuota de los productos españoles introducidos en el mercado americano, imponiéndoles unas duros e injustos gravámenes en frontera. Y todo se ha hecho mientras las lentejas y los garbanzos norteamericanos, junto con otros productos de indudable valor añadido (para las empresas de USA) inundan las estanterías de nuestros supermercados y presionan sobre nuestra competitividad tecnológica.

La llamada de atención de un sensato ex ministro Borrel, desde su retiro dorado europeo, advirtiendo que es bonito ser defensor de la necesidad de tomar medidas urgentes contra el cambio climático, pero que hay que calcular buen los costes y decidir quién va a pagarlos, no deja de ser una llamada general acerca de lo cómodo que es presentar sobre el papel medidas que mejoren teóricamente los puntos en los que se está mal, sin saber calcular, o negarse a hacerlo, lo que cuesta ponerlas en práctica y asignar las cargas a quienes deberán soportarlas. Y no es sencillo porque estamos en un sistema en equilibrio (por muy desgraciado que pueda parecer) y tocar a alguno de los pilares que lo sustentan, sin atender a la estabilidad de todo el tinglado, puede provocar efectos no deseados: empresas que se van o quiebran, aumento del paro, regiones perjudicadas, aumento de las desigualdades y de la ineficacia, aunque el resultado deseado hubiera sido el contrario.

No es posible desviar la mirada del negocio catalán, en el que se ha hecho fuerte la falta de solidaridad y la desvergüenza. La visita a Cataluña del presidente Sánchez, acompañado de su pepito grillo Iván Redondo, entregado a la pleitesía al títere puigdemoniano Torra, ha dejado el descubierto que el gobierno dirige su atención al que más ladra, con preferencia a los que más sufren. La España vaciada, la España marginada, la España despreciada, es enviada con empujones al lugar del castigo, en tanto se pone en primera línea de atención a los que chillan, arman jaleo, incluso delinquen confiados en que saldrán impunes.

Me temo que el Gobierno está dejando cada vez más evidente que tiene una estrategia. Lo que no tiene es proyecto.


 

Archivado en:Actualidad, Administraciones públcias Etiquetado con:Abalos, Cataluña, Delzy Rodriguez, Josep Borrel, Juan Guidó, proyecto, Sánchez, Torra, Venezuela

Perdiendo el tiempo

6 febrero, 2020 By amarias 2 comentarios

El 6 de febrero de 2020, se reunieron el Presidente de Gobierno Pedro Sánchez y Joaquín (Quim) Torra,  inhabilitado  como President de la Generalitat (a la espera de que el Tribunal Supremo resuelva sobre su recurso) por sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.

Nadie puede dudar que esa escenificación es consecuencia del pacto del PSOE-Unidas-Podemos con ERC para facilitar la investidura de Sánchez. Había que aparentar que se abría un período de diálogo con los separatistas catalanes, que tienen secuestrado el gobierno de la muy querida, y valiosa, región y que se hayan empecinados en conseguir lo imposible: la declaración de la independencia de Cataluña y la libertad para los presos políticos, reos de sedición y malversación; en el paquete se incluye el levantamiento de la orden de extradición para el fugado Puigdemón y compañeros que han preferido armar bulla desde el otro lado de la frontera en lugar de someterse al veredicto de la justicia.

Las declaraciones posteriores de Sánchez y Torra han puesto de manifiesto que la reunión no ha servido para nada, salvo -claro- para volver a dar visibilidad y cancha verbal a un especialista en vulnerar las normas del derecho y de la convivencia, amparándose en la debilidad del ejecutivo español y la existencia de una cuerda (o ronzal) que liga la estabilidad del gobierno de coalición a los representantes de la izquierda republicana catalanista. Un partido, el ERC, que no tiene empacho, abusando de la tolerancia de nuestras instituciones y de un mal entendido respeto de los demócratas a los disidentes, en expresar, en un comunicado que trasciende vileza, que no aceptan la Monarquía (la más abierta y mejor cualificada del mundo en este momento) ni la propia Cámara como forma de representación del Estado autonómico.

No perdamos el tiempo. Tenemos en España cosas mucho más importantes, y urgentes, que atender a reclamaciones ilegítimas e ilegales. Concéntrese el Gobierno en solucionar, por ejemplo, el problema agrario (que ha estallado estos días con crudeza, poniendo de manifiesto que las importaciones bajo coste gustarán al consumidor pero hunden al campesino y al ganadero, con ello, generan aún más desempleo) y que la cadena de distribución está mal construida y que, por si no bastara, se está subvencionando a productores del exterior, dejando sin protección a los locales. He venido denunciando en este blog que, por ejemplo, las lentejas y los garbanzos -¡incluso bajo el nombre de la Asturiana!- provienen de Estados Unidos y Canadá, que los espárragos “cojonudos” de Tudela son peruanos o chinos y, en fin, que la mantequilla holandesa se vende a mitad de precio que la asturiana, gallega o cántabra.

Tenemos un problema muy grave, sí: Que el gobierno (éste y los anteriores) trabaja para la galería, en lugar de atender a la acción callada, profesional y seria. El incidente del avión de Air Canadá en el aeropuerto Adolfo Suárez (Barajas) ha puesto de manifiesto que, por fortuna, hay una España que estudia, aprende bien, sabe, actúa. No busca la publicidad, sino actuar correctamente ante los problemas. Se la está presionando demasiado: en la enseñanza, en la sanidad, en la industria, en el campo,…También en las grandes empresas y en las pequeñas.

No tienen que ver esas personas ni con corruptelas, ni talones bajo cuerda, espionajes, intentos separatistas, ni buscan declaraciones ostentosas. Trabajan para poder llegar a fin de mes con dignidad, sin apretujones al bolsillo. No siempre lo consiguen.

Hay que concentrarse ahí, en ese problema y dejar que los que chillan se queden sin plataforma, y caigan en el vacío de nuestro menosprecio.

…

 

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