Incorporo hoy unas historietas del personaje que he creado hace unos cuantos años, para que no caiga en el olvido. Si el lector se encuentra por primera vez con él y quiere saber más, le invito a visitar mi antiguo blog “Alsocaire” (en blogia) y curiosear por los contenidos de la pestaña Linkweak. También pude optar por pedirme el libro de historietas completo, aunque no se lo aconsejo.
Cuento de verano: Confidencias a media noche
Cuenta un periodista de investigación de cuyo nombre no quiero acordarme que, en una cálida noche del último verano, mientras las cigarras, como es habitual en ellas, entonaban monótonos cloqueos amorosos, contaminando acústicamente el aire en competencia con los estridentes sones que emanaban de los timbales y tambores con los que la grey humana arrumbaba sus preocupaciones con libaciones de alcohol y la perspectiva de coyunda, encontró sumidos en animada conversación al avezado pastor Nemoroso Rubalcaba y a la intrépida zagala Lozana Chacón, recostados ambos en la tierna hierba.
Y dice esa misma fuente que, aunque las interferencias fueron muchas, alcanzó a distinguir, gracias a su agudo sentido del oído, palabra más o pensamiento menos, el intercambio de reflexiones que aquellos hicieron.
-Estoy hondamente preocupada -decía Lozana, masticando una brizna de avena campestre- por el modo light con el que estás cuidando del rebaño, al que tienes encerrado en la majada. Pasas el tiempo, según dices, reflexionando, sin que, por más que se te inquiera, trascienda el fruto de tus profundos silencios. La situación no puede ser más favorable, pues llegan constantes noticias de que existen zonas de pación abandonadas, debido a los problemas internos de otros rebaños, y en especial, del que resultó ganador en el último sorteo con los mejores pastos, al que atacaron lobos disfrazados de ovejas..
-Hemos de tener paciencia, Lozanita -le contestaba, al parecer, Nemoroso Rubalcaba-. Las leyes de la física, en la parte correspondiente a la dinámica, indican que la fruta madura acaba cayendo y, siendo la aceleración de la gravedad constante, como demostró en su tiempo el gran Newton, el tiempo que tardará la manzana en caer al suelo no depende sino de la distancia a que se encuentre respecto al mismo la drupa en el árbol, y no su propio peso.
-Perdona, Nemoroso, pero, para ser directa, no te entiendo un carajo, y supongo que lo mismo les sucede a los demás pastores, a los militantes y a los expectantes. ¿No crees más bien que, si se espera demasiado tiempo a que la fruta madure, vendrán los pájaros a comerla mientras esté en el árbol, y que, devorada en el aire, no caerá jamás al suelo?
Un chirriar más alto de los élitros de los excitados insectos que poblaban los árboles, aumentado en su fragor con un aumento circunstancial de la algarabía humana, impidió oir con precisión la argumentación del anciano Nemoroso, pero el astuto oyente, provisto de un canuto que acercó a su pabellón auditivo, pudo transcribir, según su propia cuenta, lo que definió como la esencia central de la respuesta.
-Ay, Lozana, o como dice la canción, oh Carma de mi vida… ¿Cuándo te enterarás que no hay fruta, ni árbol, ni se dispone de cualesquiera zarandajas, y que todo son metáforas y pura fantasía? No hay rebaño, ni pastos, ni a dónde ir, porque todo es invención humana para pasar el rato. ¿Cuándo, abandonando tu aspecto de sabihonda, descenderás a las cloacas para embadurnarte bien, como hemos hecho los que estamos arriba de este engendro, con la mierda de eso que llaman la política, y entenderás que todos somos uno, que si parecemos dos o trino, o pentagrama, todos formamos parte del mismo barco, escorando a derecha o a izquierda, intercambiando los papeles, según convenga? ¿Por qué, tú que presumes de listilla, no asumes que todos cuantos guiamos rebaños les hacemos comer de lo mismo, que la hierba es una, y que todos los pastores disfrutamos igual, seguimos la misma doctrina, y solo por dotarla de aparente diversidad la presentamos con múltiples cabezas, como las hidras?
Parece que la más joven de los dos interlocutores se levantó, en un pronto, dio una patada de disgusto al suelo, y pronunció estas palabras, enrojeciendo, lo que la hizo aparecer hermosa: -¿Sabes qué? Me marcho de aquí. Iré a un lugar que llaman Miami, en donde tendré ocasión de mejorar el inglés con una beca de postgrado de la Pompeu, y, cuando vuelva, dejando las aficiones de pastora, me incorporaré a un bufete de prestigio, ya sea el de Garzón, Garrigues, Liaño o Alzaga. Porque, con lo que tengo sabido de cómo se las gastan aquí los pastores, y lo que ellos, que vienen escaldados de lo mismo, aporten, seguro que no me faltará trabajo como defensora de la oveja en los Tribunales Internacionales.
Nemoroso Rubalcaba no contestó directamente, pero dice el cronista que, mirando cómo se marchaba Lozana, murmuró para sus adentros: “Jovenzuela, en tu ímpetu desaforado, no reparas en que estos bóvidos a los que, contra lo que pueda parecer, cuidamos, ya que de ellos vivimos y nos alimentamos, carecen, por su débil naturaleza, de memoria…”
(FIN)
El tiempo en Biología
La atención con la que el público que llenaba el salón La Nueva Estafeta del Ateneo de Madrid seguía la conferencia, era una consecuencia física. Hablaba Alfredo Tiemblo Ramos, Dr. en Físicas, investigador del CSIC, laureado profesor y maestro de muchas generaciones de investigadores. Y lo hacía sobre un tema apasionante: “El tiempo en la Física”. Y lo desarrollaba con la claridad, el atractivo y la provocación que solo puede dar a un asunto quien ha estudiado a fondo lo que se sabe de él, lo ha analizado para ponerlo del revés y, por ello, sabe de sus limitaciones.
Porque, en el Universo somos entes de frontera. Una anomalía que, formando parte de él, tiene la esperanza, teóricamente imposible, acientífica, de descubrir algún día la explicación de lo que está sucediendo alrededor, experimentando desde dentro, con instrumentos de medida -lupas, sobre todo- cada vez más perfectos y reduciendo postulados hasta quedarse, tal vez, con unos cuantos, uno solo o…ninguno.
Es Tiemblo un gran comunicador y no es ahora cuestión de descubrir la amplitud de su perfil. Bastaría recomendar alguno de sus libros, o leerse cualquiera de sus muchos escritos destinados a explicar, (que no a vulgarizar), lo que se conoce del Universo, o repasar la relación de sus propios trabajos e investigaciones y los de quienes formaron y forman sus equipos.
“Nosotros y el Universo”, es uno de ellos. Una guía para quien se anime a que alguien más sabio le ayude a reflexionar sobre lo mucho que ignoramos, y le de un paseo, cogido de la mano de su curiosidad, por las carencias intelectuales -de ambos-, al mismo tiempo que le explique unas cuantas razones de lo que conocemos p creemos concoer. Es decir, adentrarse en el paisaje de los por qué, por qué, por qué, -como hacen los niños- hasta llegar a ese momento en el que, -aconseja Tiemblo-, el que responde debe acudir a Karl Popper (“El conocimiento de la ignorancia”).
Si he titulado este Comentario “El tiempo en Biología” no es, en absoluto (nada más lejos de mi intención) con el propósito de enmendarle la plana al conferenciante y al título de su disertación (“charla”, la llamó un par de veces, dando así también la medida de su prudente modestia erudita).
Tiemblo aconsejó leer a Roger Penrose (“La nueva mente del emperador”), que defiende que la mente humana no es algorítmica, y por tanto no habrá derivado de las máquinas de Turing que la pueda modelar, por lo que habría que recurrir a la mecánica cuántica para explicar su funcionamiento. Pero no está de acuerdo con la sugerencia, entre otras razones, porque la mecánica cuántica no es más que una teoría superada, pero -así creí entenderle- sobre todo porque para entender la biología y, ya no digamos, el proceso que nos hace parecer diferentes a los seres humanos, inteligentes e interactivos, hay que aplicar, ante todo, muchas matemáticas al estudio de esas relaciones.
El coloquio resultó, en fin, también interesante. Porque la física teórica se entrelaza con la filosofía y, por tanto, nos acaba apuntando a nosotros, centros de experimentación individuales, con una sustancial aportación de materia oscura que, sin que podamos pretender ser trasunto del Cosmos, en algo tenemos que parecernos.
Me gustó también la pregunta-reflexión de otro buen amigo, físico también, ingeniero de armamento, José Molina, que intervino para apuntar que no la teoría cuántica partía de un efecto (la deriva hacia el rojo, clave para justificar la expansión del Universo) resultante de la imprecisión de los elementos de medida en muy grandes distancias (“fatiga fotónica”, subrayó Tiemblo). Para Molina, el Universo es estático. (Como me regaló su libro “El Universo, maravillosamente razonable”, se, quizá mejor que otros, de qué va esa hipótesis de Molina).
No se define tan precisamente Tiemblo en esto, que apunta más a la utilidad práctica y en la reproductibilidad de lo que se sabe y pone interrogantes abiertas en todo aquello que creemos saber explicar sin que hayamos encontrado el fondo. Por ejemplo: ¿Es el tiempo un continuo o hay una unidad de medida mínima para él, un componente elemental, como parece que existe para la materia?
“Muy buena pregunta”, fue la no-respuesta de Tiemblo a la que cerró el coloquio. “No sabemos. Puede que nos encontremos, al seguir investigando en la composición del parámetro tiempo, con un stop, un no-va-más, o una cadena indescifrable de elementos repetidos, una cadena de fractales”.
Lo que es seguro, había dicho, es que el tiempo solo va en una dirección: la flecha del tiempo va hacia delante, porque el crecimiento de la entropía es continuo y el segundo principio de la termodinámica se cumple en nosotros. Nuestro envejecimiento es una consecuencia de esa constatación inexorable. La materia de la que estamos formados está condenada a descomponerse, degradarse y desorganizarse.
Pero, me decía a mi mismo mientras bajaba hacia la calle en una tarde luminosa madrileña, mientras estemos en el campo de la Biología, aún mantendremos opciones de importunar a la física teórica.