El vocabulario bursátil ha consagrado -expresión, por si misma, ambigua- el término “descontar” para expresar que el dios Capital, manejado de forma bastante misteriosa por sus fieles servidores, ha asumido los efectos de un riesgo, y ha corregido las cotizaciones, aplicando, mutans mutando, la probabilidad de que el evento perjudicial suceda realmente.
Como no soy devoto de deidad alguna (lo que solicito no se interprete como que descarto que existan, pues también asumo que, para dormir mejor, puede ser conveniente atribuir responsabilidades mágicas que cubran las desnudeces de nuestra ignorancia), trato estos días de esforzar la imaginación para entender quién podría salir beneficiado de los tres o cuatro asuntos que tienen preocupados, y, por tanto, entretenidos, al subconjunto de la población mundial que cree tener información sobre lo más grave que puede pasarle, y, claro, le apetecería tener en su mano o la de quienes controlan la cuestión desde sus intereses comunes, la manera de protegerse.
Empiezo por lo más fácil: el cambio climático. Independientemente de síntomas, estudios y criterios científicos, lo más barato a corto plazo es negarlo, y actuar, además, como si no fuera el tema con nosotros. En algunos foros -publicos o privados- si el asunto se pone feo, se saldrá del embrollo prometiendo medidas que no se pretende cumplir, o ampliando el campo de responsabilidades a quienes, si cumplieran lo pactado, comprometían gravemente su desarrollo o su supervivencia. En consecuencia, estamos en Alerta roja. Los afectados y por huracanes, inundaciones, sequías, serán tratados como víctimas inevitables. En términos de mantenimiento, se aplican las medidas paliativas (más intensas allí donde hay votantes del cacique) y se postponen las preventivas.
En conflictos internacionales, el principio de la dejación e infravaloración de los efectos por cualquier crisis, rige igualmente. Tomemos el ejemplo del aumento de tensión en la crisis norteamericana- norcoreana. Los máximos gobernantes de ambos Estados comparten la cualidad de ser poseedores de una megalomanía imparable.
Como parte de los cretinos, su insolencia y comportamiento abusón, arruga o disuade a quienes deberían llevarles la contraria. Desde niños, Trump y Kim, habrán alimentado, estoy seguro, su carácter de matón de barrio, y la ausencia de oposición (un bofetón paterno, una enseñanza reprendedora, jefes, colegas o amigos críticos, y, entre otros entornos virtuosos, una justicia insobornable) ha hecho crecer las sinapsis entre las neuronas que desconectan el yo interno del yo colectivo. Resultado: alerta roja, preparativo para una confrontación de paranoicos que nos llevará a una hecatombe nuclear.
Desciendo a nivel local, a esta España mía, a esta España nuestra. Doy por seguro que, presionado por sus amigos de la CUP y de un imaginado compromiso con la calle (que ya son ganas de atribuir inteligencia a las masas incultas, manipulables y estentoreas a las que el Procès ha conducido como una recua de ganado), el Molt Honorable Puigdemont dejará de serlo el lunes.
Se armará la marimorena, y se resolverá de la manera adecuada -a golpes, porrazos, detenciones, gritos, ostias, tiros, guantazos, etc.- el conflicto generado en un pueblo pacifico, industrioso, pasota.
Lo mejor de todo, es que, al parecer, las Bolsas europeas, ¡y españolas!, ya han descontado los efectos. Y, según anuncia está mañana el Gobierno, se corrige solo un par de décimas el crecimiento del PIB.
Creo que la fotografía con la que ilustro hoy mi Comentario encaja como anillo al dedo. Hay rebajas, pero el precio nuevo es igual al antiguo.
Y yo, que me creo un demócrata y un socialista educado y contemporizar, soy tachado por algunos amigos y bastantes desconocidos independentistas catalanes de “facha”, “carca” e “ignorante”. Alerta roja.
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