Las termitas y los yurumíes nunca han hecho buenas migas, porque el alimento principal de los yurumíes son las termitas y, por más que éstas traten de morder a sus depredadores, sus dientes no provocan a éstos otra sensación que no sea la de un agradable cosquilleo. Pero la situación cambió de repente, por razones que nadie conoce y que estoy dispuesto a contar.
En una zona no muy bien precisada de la pampa argentina, vivía una floreciente colonia de termitas. La vista exterior de la colonia era impresionante. Estaba formada por varias decenas de pináculos de tierra, espaciados unos cuantos metros uno de otro, con una estructura interior muy semejante.
En el habitáculo más espacioso, moraba la pareja real, donde la reina, rígida por el protocolo, de aspecto orondo y abdomen inflado y seboso, estaba entregada de forma exclusiva a la producción de mano de obra. El rey consorte, carente de cometido oficial, deambulaba por los recovecos de palacio. En cada termitero podían encontrarse dos o tres reinas, que, obsesivamente ocupadas en comer y parir, desconocían la existencia de las otras, mientras los consortes organizaban francachelas con las doncellas de palacio.
La inmensa mayoría de la población la constituían las termitas obrero, que, desde la mañana temprano, debían salir a campo abierto para recoger trozos de dura celulosa que, convenientemente tratada por protozoos adiestrados, inmigrantes en sus estómagos, se convertía en una pasta alimenticia que compartían con sus hermanas y hermanos, bien regurgitándola o expeliéndola, según el conducto utilizado.
Las autoridades locales de cada termitero correspondían, como en toda organización, a la clásica trilogía: el ejército, que agrupaba a las termitas soldado, cuya función era mantener el orden y defender al termitero de ataques tanto exteriores como interiores; el cuerpo legislativo y jurisdiccional, formado por las termitas aladas, condensación de la sabiduría práctica del termitero, que tenía por objeto producir en su seno, a partir de la formación adecuada -en especial, la sexual, con la prueba de madurez consistente en un vuelo nupcial- nuevos reyes y reinas; y, en fin, un tercer cuerpo de función imprecisa, los pseudoergados, que estaban a la expectativa de asumir una función u otra, según les pareciera y que eran, por ello, enigmáticos y peligrosos.
Tanta erudición sobre las termitas no tendría objeto alguno sino fuera la información precisa para entender que, como consecuencia de una bonanza continuada, en la que florecieron arbustos y plantas en la pampa, se ampliaron los límites de la colonia, llegando hasta donde nunca se pudo imaginar que llegaran.
La noticia sería excelente, sino fuera porque, a la par que el número de termiteros y, por tanto, de termitas, aumentó también el número de yurumíes.
Estos osos hormigueros gigantes estaban especializados en devorar termitas y hormigas, que se había convertido en su alimento exclusivo. Para facilitar su labor depredadora, desarrollaron una boca succionadora en donde se alberga una larga lengua pegajosa y unas garras tridáctilas, todos ellos excelentes adminículos para escarbar en los termiteros.
Cuando las termitas de la colonia advirtieron que los destrozos de sus termiteros eran cada vez más numerosos por los ataques de un grupo insaciable de yurumíes, tomaron la decisión de proponerles un pacto. No era sencilla la misión, puesto que cualquier aguerrido que tuviera el objetivo de dialogar con sus insaciables depredadores, corría el riesgo inmediato de ser devorado sin haber conseguido pronunciar ni la primera parte del mensaje.
-¿Cómo podemos convencer a un yurumí, cuyo único alimento somos justamente nosotras, las termitas, de que nos deje en paz? -era la cuestión principal a debatir, según expresó, con fina dicción, un especialista en Análisis conductual de los yurumíes y especies afines.
-La única forma posible, ya que cambiar sus hábitos nos llevaría un esfuerzo de varios miles de años, es derivar a los yurumíes que nos atacan a nosotras, para que se asienten en territorios alejados y devoren a otras termitas a las que no conozcamos ni de vista -expresó, con sagacidad combinada con erudición, un filósofo experto en Teoría de las compensaciones recíprocas, cuyo estudio empezaba a estar de moda.
-¿Y cómo captaremos la atención de “nuestros” yurumíes? -fue la pregunta que, por su atinada formulación, exigía un estudio profundo antes de responderla.
Después de dar muchas vueltas, consiguieron dar con una fórmula aceptable. Los enemigos más poderosos de los yurumíes son los tigres pamperos, conocidos como jaguares, que -aunque no siempre con éxito- son capaces de enfrentarse en batallas terribles con ellos, y, en una de cada tres veces, logran convertirlos en filetes.
Las termitas de la colonia hicieron llegar al representante de los jaguares, ubicado en las profundidades de la Patagonia, un mensaje, aprovechando la circunstancia de que los termiteros son regularmente utilizados por estos felinos como lugares idóneos desde donde otear y en donde defecar. Se trataba de transmitir, de jaguar en jaguar y termitero en termitero, que en su territorio pampero había carne abundante de yurumí, en especial, apetitosas crías apenas destetadas.
Muchos jaguares se acercaron hasta los territorios de las termitas emprendedoras para ver lo que había de cierto en todo aquello, y comprobaron que, en efecto, la relación de osos hormigueros versus conejos de las praderas era alta, la proporción alimentaria, adecuada, la calidad cárnica jugosa y, en consecuencia, se dedicaron a hacer algunas matanzas que diezmaron la población de osos hormigueros y, de seguir a ese ritmo, aseguraban el peligro de seguir diezmándola hasta reducirla a cero.
Los yurumíes se asustaron bastante y, aunque no disminuyeron su apetito drásticamente, se hicieron mucho más recelosos, lo que facilitó que las termitas, entre succión y ojeada, pudieran introducirles en la mollera este mensaje.
-Sabemos de una tierra en donde no hay jaguares y sí suficientes termitas para que podáis vivir en paz, como merecéis, como especie en extinción pero digna componente del equilibrio cósmico -les susurraban al oído, cuando se libraban de ser devoradas, a cada ocasión propicia, esto es, siempre que un surumí se acercaba a comer a su montículo.
Tanta insistencia tuvo sus frutos.
Por eso, si en sus paseos por la pampa argentina, el lector se tropieza con un grupo de termitas aladas seguidas por uno o varios yurumíes, debe entender que se trata de una expedición de la colonia a la que me he referido en esta historia, formada por voluntarios a la búsqueda de territorios ocupados por termitas con las que no tienen relación familiar alguna, en las que los osos hormigueros puedan vivir tranquilamente, mientras se extinguen de una vez por todas.
FIN
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