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Vergüenzas públicas, beneficios privados

16 septiembre, 2015 By amarias Dejar un comentario

globalización y compromiso
globalización y compromiso @angelarias, 2010

Todos admitimos que de la teoría a la práctica hay un gran trecho, que, en no pocas ocasiones, se convierte en un abismo. Cuando se trata de hacer declaraciones de propósitos, particularmente en política, las promesas invaden el discurso; no se atiende, en general, a los costes, y se detiene la perorata en los propósitos que, alcanzado el poder, tienen alta probabilidad de ser incumplidos.

De entre todo el argumentario internacional, hay dos temas que, en mi opinión, representan lamentablemente bien esta dicotomía perversa. Están imbricados, en realidad: derecho internacional y globalización. Ambos conceptos se han convertido en un recurso dialéctico estupendo para sepultar las buenas intenciones nominales entre los oscuros intereses particulares. Se habla, por ello, de un mundo global y del imperio de la ley y del derecho, como si se tratara de cuestiones admitidas por todos, y, en especial, por los gobernantes de los estados más poderosos de la Tierra.

Y no es así, y, por supuesto, la Historia reciente nos proporciona continuamente ejemplos, por lo que no es preciso recurrir a lo que otros nos han contado. El caso de Siria se está convirtiendo en paradigmático. Desde hace cinco años -escribo ésto en septiembre de 2015- el país está inmerso en una “tremenda guerra civil”, que empezó siendo algo parecido a una revuelta callejera, aprovechando la mecha ilusoria de la llamada “primavera árabe”, desde la fontanería occidental.

Resulta incalificable que lo que, en un primer momento, movilizó a Estados Unidos y a Europa para apoyar el derrocamiento de Yasser Al-Assad, caracterizado con ligereza pero con interés económico, como un dictador impresentable, y presentando su eliminación de la escena política (y hasta del mundo de los vivos) como un objetivo similar a los de Sadan Husein, o Gadafi, se haya trocado ahora en un maremágnum experimental.

Porque como experimento cabe caracterizar el que dentro de Siria, se haya consentido la formación de un conflicto armado virulento entre el ejército islámico heredero de AlQueda, que busca conquistar territorio y los defensores del estado sirio, parapetados en torno a la legitimidad democrática del último Al-Assad. Ambos grupos contendientes, con armas proporcionadas por las potencias europeas, Rusia y Estados Unidos, pueden pretender que se está librando una guerra civil, pero la realidad es que la población civil es sufridora de las consecuencias del conflicto, del que nada puede obtener, más que dolor y miseria.

Siria era un país de 20 millones de habitantes, próspero según todos los indicadores, con elevado nivel cultural y buenas universidades. De pronto, la Unión Europea parece descubrir lo que está pasando, cuando siente la presión de una imprevista oleada de migrantes sirios, que no para de crecer. Pueden ser quinientos mil, y llegarán a ser -¿se teme?-millones. Jordania ya ha acogido/absorbido a más de un millón de desplazados (no solo sirios), por ejemplo.

Hemos estados escuchando, supongo que atónitos, discursos lamentables por parte de los responsables de países europeos respecto a los riesgos de recoger a una cuota excesiva de estos desplazados que se han ido acumulando en las fronteras de la Unión Europea. Responsables de la gestión de sus Estados -también en el campo internacional, puesto que la política exterior de esta agrupación es, como se sabe, incoherente- que han estado haciendo alarde en los discursos anteriores de la voluntad de hacer del organismo el modelo y paladín avanzado de la globalidad, guía para el entendimiento entre los pueblos, y, en fin, ejemplo en la aplicación del derecho internacional, incluido la repulsa activa al genocidio y el asilo humanitario.

En la plasmación práctica, se discute con vehemencia el reparto de migrantes entre países, se han asignado cuotas, se han aceptado exclusiones, se toleran tratamientos vejatorios, se ignora o desprecia a los sufrientes, reduciéndolo todo a una traducción en cifras -como si se tratara de ganado, bienes o perjuicios-.

Alguien ha hablado -¿pretendiendo convencer a los reacios?- de las “ventajas para la economía” de incorporar a asilados de tal o cual cualificación y otros se han atrevido, ya que no a cerrar sus fronteras con concertinas (1) o emitir prohibiciones drásticas (que todo ha valido), a imponer restricciones a la ideología de los que pueden acogerse.

Esta historia solo está empezando, y desconozco el final. Me vienen, persistentes, a la memoria, los versos de un poeta demasiado olvidado, que influyó en el perfeccionamiento anímico de varios poetas de mi generación, y del que, en su momento, leí mucho. Se llamó Gabino Alejandro-Carriedo. Así terminaba un relato dramático: “Estoy roto de llorar, y no sé qué hacer”.

(El dibujo, de pequeño formato, sin título, está realizado con otra ocasión: Una mujer lleva sobre su hombro, el espectro de un niño negro; en el fondo, en una barca neumática se atisban varias sombras. Por la dirección de la proa, debemos caer en la cuenta, de pronto, que se están yendo de la escena. ¡Somos nosotros!.  @angelmanuelarias, 2010)

—

(1) Nombre de resonancias musicales para una riestra de navajas o cuchillas que tiene por objetivo acallar las conciencias de los que las ponen y toleran y generar ayes de dolor a los que las ven como una muralla que deben franquear para alcanzar una supuesta vida mejor.

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Cuento de invierno: El pacto de las termitas y los yurumíes

13 marzo, 2014 By amarias Dejar un comentario

Las termitas y los yurumíes nunca han hecho buenas migas, porque el alimento principal de los yurumíes son las termitas y, por más que éstas traten de morder a sus depredadores, sus dientes no provocan a éstos otra sensación que no sea la de un agradable cosquilleo. Pero la situación cambió de repente, por razones que nadie conoce y que estoy dispuesto a contar.

En una zona no muy bien precisada de la pampa argentina, vivía una floreciente colonia de termitas. La vista exterior de la colonia era impresionante. Estaba formada por varias decenas de pináculos de tierra, espaciados unos cuantos metros uno de otro, con una estructura interior muy semejante.

En el habitáculo más espacioso, moraba la pareja real, donde la reina, rígida por el protocolo, de aspecto orondo y abdomen inflado y seboso, estaba entregada de forma exclusiva a la producción de mano de obra. El rey consorte, carente de cometido oficial, deambulaba por los recovecos de palacio. En cada termitero podían encontrarse dos o tres reinas, que, obsesivamente ocupadas en comer y parir, desconocían la existencia de las otras, mientras los consortes organizaban francachelas con las doncellas de palacio.

La inmensa mayoría de la población la constituían las termitas obrero, que, desde la mañana temprano, debían salir a campo abierto para recoger trozos de dura celulosa que, convenientemente tratada por protozoos adiestrados, inmigrantes en sus estómagos, se convertía en una pasta alimenticia que compartían con sus hermanas y hermanos, bien regurgitándola o expeliéndola, según el conducto utilizado.

Las autoridades locales  de cada termitero correspondían, como en toda organización, a la clásica trilogía: el ejército, que agrupaba a las termitas soldado, cuya función era mantener el orden y defender al termitero de ataques tanto exteriores como interiores; el cuerpo legislativo y jurisdiccional, formado por las termitas aladas, condensación de la sabiduría práctica del termitero, que tenía por objeto producir en su seno, a partir de la formación adecuada -en especial, la sexual, con la prueba de madurez consistente en un vuelo nupcial- nuevos reyes y reinas; y, en fin, un tercer cuerpo de función imprecisa, los pseudoergados, que estaban a la expectativa de asumir una función u otra, según les pareciera y que eran, por ello, enigmáticos y peligrosos.

Tanta erudición sobre las termitas no tendría objeto alguno sino fuera la información precisa para entender que, como consecuencia de una bonanza continuada, en la que florecieron arbustos y plantas en la pampa, se ampliaron los límites de la colonia, llegando hasta donde nunca se pudo imaginar que llegaran.

La noticia sería excelente, sino fuera porque, a la par que el número de termiteros y, por tanto, de termitas, aumentó también el número de yurumíes.

Estos osos hormigueros gigantes estaban especializados en devorar termitas y hormigas, que se había convertido en su alimento exclusivo. Para facilitar su labor depredadora, desarrollaron una boca succionadora en donde se alberga una larga lengua pegajosa y unas garras tridáctilas, todos ellos excelentes adminículos para escarbar en los termiteros.

Cuando las termitas de la colonia advirtieron que los destrozos de sus termiteros eran cada vez más numerosos por los ataques de un grupo insaciable de yurumíes, tomaron la decisión de proponerles un pacto. No era sencilla la misión, puesto que cualquier aguerrido que tuviera el objetivo de dialogar con sus insaciables depredadores, corría el riesgo inmediato de ser devorado sin haber conseguido pronunciar ni la primera parte del mensaje.

-¿Cómo podemos convencer a un yurumí, cuyo único alimento somos justamente nosotras, las termitas, de que nos deje en paz? -era la cuestión principal a debatir, según expresó, con fina dicción, un especialista en Análisis conductual de los yurumíes y especies afines.

-La única forma posible, ya que cambiar sus hábitos nos llevaría un esfuerzo de varios miles de años, es derivar a los yurumíes que nos atacan a nosotras, para que se asienten en territorios alejados y devoren a otras termitas a las que no conozcamos ni de vista -expresó, con sagacidad combinada con erudición, un filósofo experto en Teoría de las compensaciones recíprocas, cuyo estudio empezaba a estar de moda.

-¿Y cómo captaremos la atención de “nuestros” yurumíes? -fue la pregunta que, por su atinada formulación, exigía un estudio profundo antes de responderla.

Después de dar muchas vueltas, consiguieron dar con una fórmula aceptable. Los enemigos más poderosos de los yurumíes son los tigres pamperos, conocidos como jaguares, que -aunque no siempre con éxito- son capaces de enfrentarse en batallas terribles con ellos, y, en una de cada tres veces, logran convertirlos en filetes.

Las termitas de la colonia hicieron llegar al representante de los jaguares, ubicado en las profundidades de la Patagonia, un mensaje, aprovechando la circunstancia de que los termiteros son regularmente utilizados por estos felinos como lugares idóneos desde donde otear y en donde defecar. Se trataba de transmitir, de jaguar en jaguar y termitero en termitero, que en su territorio pampero había carne abundante de yurumí, en especial, apetitosas crías apenas destetadas.

Muchos jaguares se acercaron hasta los territorios de las termitas emprendedoras para ver lo que había de cierto en todo aquello, y comprobaron que, en efecto, la relación de osos hormigueros versus conejos de las praderas era alta, la proporción alimentaria, adecuada, la calidad cárnica jugosa y, en consecuencia, se dedicaron a hacer algunas matanzas que diezmaron la población de osos hormigueros y, de seguir a ese ritmo, aseguraban el peligro de seguir diezmándola hasta reducirla a cero.

Los yurumíes se asustaron bastante y, aunque no disminuyeron su apetito drásticamente, se hicieron mucho más recelosos, lo que facilitó que las termitas, entre succión y ojeada, pudieran introducirles en la mollera este mensaje.

-Sabemos de una tierra en donde no hay jaguares y sí suficientes termitas para que podáis vivir en paz, como merecéis, como especie en extinción pero digna componente del equilibrio cósmico -les susurraban al oído, cuando se libraban de ser devoradas, a cada ocasión propicia, esto es, siempre que un surumí se acercaba a comer a su montículo.

Tanta insistencia tuvo sus frutos.

Por eso, si en sus paseos por la pampa argentina, el lector se tropieza con un grupo de termitas aladas seguidas por uno o varios yurumíes, debe entender que se trata de una expedición de la colonia a la que me he referido en esta historia, formada por voluntarios a la búsqueda de territorios ocupados por termitas con las que no tienen relación familiar alguna, en las que los osos hormigueros puedan vivir tranquilamente, mientras se extinguen de una vez por todas.

FIN

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Cuento de otoño: La sugerencia que no llegó a ser analizada

13 octubre, 2013 By amarias2013 Dejar un comentario

En Valgamediós estaban preocupados. No todos, desde luego. Pero sí la mayoría, y, en especial, la mayoría silenciosa.

Pasaba el tiempo, y la situación empezaba a ser insoportable.

Para algunos, resultaba muy molesto, pero por razones poco relevantes, aunque expresaban su disgusto torciendo la cabeza, y mirando hacia otros lados. Había pobres por todas partes. Les resultaba muy difícil caminar tranquilamente por la calle sin encontrar algún pedigüeño, lo que afeaba el lugar. A las puertas de los supermercados, de las iglesias, de los Bancos, de los restaurantes, había siempre alguien con la mano extendida.

El número de necesitados crecía, ya que, por algo que conocían como efecto llamada, venían incluso de otras poblaciones en las que, al parecer, aún estaban peor.

Eran numerosos los valgamediosanos a los que resultaba bastante duro resistir, pero confiaban en que las cosas volvieran a ser como antes. Añoraban los tiempos recién pasados, aunque ignoraban cómo la situación podría enderezarse, porque les resultaba muy complicado entender lo que había pasado.

-Nosotros, que conocemos cómo funciona el sistema, os prometemos que todo cambiará cuando las economías de los pueblos vecinos de Immererfolgreich y Nousavanttout, salgan adelante. También hay que esperar que al Presidente de Wetheworldleaders se le ocurra algo brillante. Su éxito nos arrastrará, y, hasta que esto suceda, invitamos a los jóvenes más capacitados a que busquen empleo en esos lugares, triunfen, y vuelvan a casa con nuevos ímpetus -era el mensaje que difundían, acompañado de música celestial, los altavoces instalados en los lugares oficiales pertinentes.

En realidad, hacía años que en Valgamediós no se creaban puestos de trabajo y, por tanto, no era posible cambiar, como antes, el tiempo, las habilidades y los conocimientos por dinero, en los mercados locales. Al contrario: las empresas de Valgamediós, despedían todos los días a miles de empleados, que pasaban a engrosar las cifras de los que ya estaban parados, que es la manera de expresar que se habían vuelto estupefactos.

Especialmente afectadas estaban las empresas que eran propiedad de pequeños comerciantes, gentes cuyos nombres eran conocidos, si bien lo que recogían los periódicos locales eran las protestas de los despedidos de las empresas más grandes, que armaban mucho alboroto.

-Ha cerrado la tienda de ultramarinos de la esquina, que llevaba en el barrio desde 1903 -comentaba la tía María a su vecino, jubilado.

-En esta calle, solo queda en pie la Expendeduría de Lotería -apostillaba otro, que se encontraba trabajando de extranjis en una mueblería.

La economía se había sumergido bastante, desde luego, y quien más quien menos, se había estado arreglando con alguna chapucilla, al menos, mientras cobraba el subsidio de desempleo. Pero incluso bajo el nivel del dinero que circulaba al aire libre, es decir, en las alcantarillas del sistema, escaseaban las oportunidades. Los salarios bajaban y bajaban.

Un buen día, el Controlador de Cuentas expuso la situación con crudeza:

-No hay dinero para mantener el Estado del bienestar. Los ingresos son muy inferiores a los gastos. A partir de ahora, viviremos en el estado del estar. Simplemente.

Pronto se supo que ese estado de estar era el equivalente a sálvese quien pueda. Y, para algunos, resultó incluso entretenido. Tenían liquidez, y surgieron nuevas oportunidades, porque a ellos, les bastaba solamente aprovecharse del estado de necesidad de otros, lo que proporcionaba beneficios interesantes. Compraban, a precio de saldo, lo que otros se veían obligados a vender.

Desde los Centros de Propuestas y Elucubraciones Imaginables, no faltaron ideas, pero el problema estaba en la dificultad de ponerlas en práctica. Para todas, se necesitaba dinero; para muchas de entre ellas, experiencia; para la mayoría, conocimientos de los que no se disponía.

-Tenemos que cambiar las reglas del mercado, porque solo sirven para que unos se enriquezcan a costa de los que carecen de información -escribió un experto en Historia de la Humanidad, en un artículo publicado en un periódico de tan escasa difusión, que apenas si vendía los ejemplares que compraban los que expresaban sus ideas en él.

-El mal está en el exceso de corrupción de los que dirigen y controlan, no en el sistema. Un poco de corrupción es tolerable, pero por encima del diez por ciento, es insoportable -explicó, con varios ejemplos imaginativos, un profesor de Ética Universal, que disponía de un importante patrimonio conseguido gracias a inversiones realizadas en productos altamente contaminantes y que vivía en un chalet adosado a su complacencia.

-Debemos fomentar la explotación de los recursos naturales, y puesto que nosotros sabemos disfrutar de la naturaleza, debemos desplazar las fábricas contaminantes a aquellos lugares en donde sus habitantes no tienen nuestra educación ecológica y no están acostumbrados a nuestros altos niveles de calidad de vida -apuntó un miembro distinguido de la Fundación para Proyectos Nimby, que contaba con muchos seguidores dispuestos a movilizarse a las primeras de cambio, reclamando la defensa del medio ambiente.

Incluso apareció un grupo la mar de interesante que defendía el uso de la imaginación para crear el propio puesto de trabajo, como fórmula que se aplicaba en los países más avanzados del orbe. El problema estaba en que la imaginación de los que solo tienen buena voluntad queda limitada por fronteras que se alcanzan muy pronto, y se encuentra con muros insalvables: la insuficiente formación, la escasa financiación, el largo tiempo de maduración de los proyectos, el miedo a fracasar porque el que cae una vez es estigmatizado para siempre y, sobre todo, se topa con un cúmulo de dificultades inextricables, que se fabricaban y perfeccionan por las noches, como hilos de Ariadna, en múltiples centros de mantenimiento del orden establecido, que colaboran con la indolencia y la apatía, hierbas que crecen libremente en los lugares donde nadie vigila.

Así estaban las cosas, cuando alguien anónimo escribió con spray rojo, en la misma Vía del Desánimo, por la que los valgamediosinos acostumbraban a pasear a diario, una sugerencia de apariencia muy elemental.

-Si queremos disfrutar del mayor bienestar posible, ¿por qué desperdiciamos las capacidades que tenemos? Dejemos de lamentarnos por lo que hemos perdido, y dediquémonos todos a trabajar en lo que sí podemos conseguir.

Seguramente al autor le pareció larga la parrafada y como debía tener tiempo para escribir un estrambote, antes de que lo descubrieran los vigilantes del lugar, había terminado con este lacónico mensaje:

“No necesitamos que nos enseñen a vivir y no nos dejaremos morir.”

Era otoño, y las hojas caídas de los árboles cubrieron casi de inmediato la propuesta. Por la tarde, un camión de la limpieza, provisto de mangueras que lanzaban chorros de agua a presión junto a un poderoso detergente, borró la propuesta en un santiamén.

-No era una mala idea -murmuró para sí el conductor del vehículo, mientras se dirigía a otros lugares que también le habían señalado como necesitados de un buen fregado.

Las luces de Valgamediós seguían apagándose sucesivamente.

FIN

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Hipertrofia intelectual

13 marzo, 2013 By amarias2013 2 comentarios

Hace unos días, leí en la Sección de Correos de los lectores de un periódico nacional, la carta de un ingeniero de caminos que pedía consejo (tal vez, solo consuelo) sobre lo que le correspondía hacer, al encontrarse en paro, al cabo de 15 años de ejercicio profesional y no verse con ánimos para trasladarse al extranjero con toda la familia.

La respuesta –ni qué decir tiene que emanada de un experto en relaciones laborales, coaching y personal relocation– le animaba a aprovechar la hipertrofia intelectual que le había proporcionado la carrera y, desde luego, no desaprovechar las oportunidades de la demanda de técnicos con su experiencia en países latinoamérica, de los que citaba, como idóneos, Brasil, Colombia, Chile o Perú.

Reconozco que lo que me llamó la atención no fue tanto la propuesta de salvación del erudito, sino la referencia a la “hipertrofia intelectual” de los ingenieros de caminos (rectius: y “canales y puertos”). Preciso por ello, para aquellos lectores que estén pensando en recurrir al diccionario para descartar que se trate de una forma refinada de insultar a alguien, que el counseler se refería al hipotético desarrollo excepcional de las meninges y sus conexiones cerebelo-cerebrales que estaría directamente derivado de los amplios estudios de tan difícil carrera.

No tengo nada que objetar a la idea de que estudiar mucho y bien, y en especial, materias que obliguen a egercitar la abstracción y a ensanchar la base de los conocimientos teóricos, es saludable para poder afrontar posteriormente problemas reales con mayor solvencia. Lo que me parece un error indisculpable es seguir atribuyendo a concretas especialidades universitarias la virtud de ser más listos para resolver las cuestiones prácticas de la vida.

Eso era antes, mon amour. Aquellos tiempos del cuplé en que ser ingeniero de caminos, o, si se me permite, ingeniero en cualquier rama de la técnica, significaba tener directo acceso a un estatus más alto, adobado con el respeto social a mentes consideradas superiores por haber superado pruebas tan complejas como misteriosas.

Hoy, en absoluto es así. Ni los ingenieros, sean de caminos como de chispas o agujeros, se escapan al paro, ni gozan de consideración social, ni, por supuesto, se creen superiores a nadie. Incluso, saber más significa tener menos opciones de sobrevivir en esta jungla.

Y, por cierto, si se quiere hacer elogio al desarrollo de los cerebros por culpa de haberse pasado los días y las noches quemándose las cejas sobre los libros, no se quede el iluso consejero solo en alabar las ingenierías.

Incorpore también a los que hayan estudiado ciencias físicas, filosofía, exactas, química; no deje fuera a todos los que hayan aprendido bien, con intensidad cualquier carrera de las que deberían haberles capacitado para ganarse el pan haciendo un servicio útil a los demás. ¿Qué decir de los médicos, por qué olvidar los abogados? ¿Despreciamos a los biólogos, a los economistas? …No, claro que no. Vengan todos al infierno del desánimo.

Queridos colegas hipertrofiados intelectualmente, sea cual sea vuestra rama del saber. Recibid mi más sentido pésame, por el tiempo que habéis dedicado a prepararos para tener una vida normal, en vuestro país y con vuestros compatriotas. Los expertos en la globalización han diagnosticado que no tenéis sitio entre nosotros. Pero, por fortuna para vosotros, si estáis dispuestos a marchar al extranjero, a un país con futuro, podréis salvaros.

Los que no tenemos salvación somos los tipos del montón, obligados a quedarnos aquí, soportando cómo nos aprietan las clavijas del estómago unos cuantos tipos de desconocida formación intelectual, aunque, a juzgar por sus actuaciones, hiposensibilizados con la desgracia colectiva.

Archivado en:Cultura, Sociedad Etiquetado con:cartas de los lectores, coaching, consejos, crisis, emigración, hipertrofia intelectual, ingenieros de caminos, soluciones

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