La inmensa mayoría de los niños de Valgamediós menores de tres años, creen a pies juntillas que los niños vienen de París, y que son traídos de allí por las cigüeñas. No existe, en la actualidad, prácticamente casi ningún adulto que se crea tal patraña.
En los libros de texto dedicados a la educación sexual, se explica que es imprescindible, para que se engendre una criatura nueva -en casi todo el mundo animal-, que dos seres de distinto sexo se apliquen a tal fin, realizando lo que se denomina enfáticamente como”el acto sexual”. Con todo, hay una parte relativamente importante de adultos valgamediosinos que imaginan que podría evitarse la concepción de futuros niños, sin faltar a la ejecución de la operación principal, realizando imaginativas modificaciones, algunas de las cuales (como el coitus interruptus) han recibido nombres foráneos y otras, como el uso del preservativo de punt0 lavable, no han merecido la gloria de la exportación.
Pues bien, para entender esta historia, es preciso creerse que, entre los cometidos vigentes de las cigüeñas, se encuentra todavía la de traer niños de París. Y es absolutamente imprescindible admitir, para seguir con el cuento, que una de esas cigüeñas carteras, cansada de realizar, una y otra vez, tal viaje -que puede ser largo y fatigoso, pues basta imaginar el esfuerzo de acercar a una criatura desde la ciudad francesa a Huelva-, decidió emanciparse de esa servidumbre tradicional, a la que venían dedicándose generaciones y generaciones de cigüeñas, y abrir una clínica particular.
Era un negocio claro. Lo publicitó, con rimbombancia, con estas palabras: “Diseño y Fabricación insistida de niños con ordenador”. Y, en la propaganda que distribuyó, con hojas volanderas que lanzó desde el aire a los cuatro vientos, completaba la idea con este mensaje: “Evite escribir a París e innecesarias esperas o errores en el suministro. Solicite YA su descendencia al Laboratorio de la Cigüeña Partera (Doctorada en Calemania)”. En la placa de entrada al local, puso incluso el cartel “Dr. Especialista en Nueva técnica Conceptual al margen de París”, ocultando precisar que la cigüeña era únicamente Doctor en la Escuela de la Vida, y por correspondencia.
La cigüeña partera tenía, al margen de estudios, relativa experiencia. Había seguido un curso rápido en Pananá, con prácticas realizadas con algunos animales, vivos y muertos: rumiantes, gatos de angora, perros pequineses y ratas de alcantarilla. Con éxitos contantes y sonantes.
Para los interesados, era muy cómodo anunciar que se evitaba el viaje de la hembra humana a París, proporcionándole la semilla ya fertilizada o con posibilidad de añadir al huevo el reactivo fertilizante elegido según gustos (fresa, menta, picante, azúcar moreno, etc.). Es más, hasta se podía elegir el huevo puesto por otras hembras, ya fertilizado o por fertilizar.
Qué digo a los límites. Se podía elegir el sexo, el tipo de embrión, el momento exacto de la entrega del retoño, el sitio (clínica particular o domicilio), el embalado, y hasta se podía ejercer el derecho a devolución.
Las semillas y los embriones se guardaban en armarios en los que los frascos de material se conservaban a temperaturas suficientemente gélidas, por tiempo indefinido.
-Mira dónde te metes -le advirtió su madre, que era una cigüeña respetada, con el pico incluso algo curvo de tanto sostener las cestas en donde debía transportar las criaturas que entregaría, a su debido tiempo, a sus legítimos destinatarios.
-Está chupado -replicaba la cigüeña partera (título que se había dado a sí misma)-. He comprobado que la cosa funciona con otros animales, por lo que no veo problema alguno en aplicarlo a los humanos de Valgamediós, con lo que se ahorrarán tiempos de espera y fallos en la entrega. Será incluso posible que, sin conocer varón, una hembra obtenga el fruto deseado. Incluso en parejas estériles, con mi procedimiento, siempre les entregaré un niño, y todos los demás creerán que el retoño es suyo.
La cigüeña partera tenía un grave problema, y era de índole muy personal. Le gustaba excepcionalmente la bebida. Cuando se reunían varias aves de su calado, era ella siempre la que más líquido ingería, y no precisamente agua, sino otros brebajes de alto contenido alcohólico, lo que le proporcionaba pérdidas de memoria, además de un estado de exultación pasajera.
Empezó a ser normal encontrarse a la cigüeña partera agarrada a una farola cantando Valgamediós, Patria querida. Tampoco era raro, desde que su pareja la abandonó -e incluso, antes- verla entrar en locales llamados de placer, pagando porque le hicieran cosquillas bajo la cola, como método alternativo para liberar sus cavidades cloacales de la roña que se estaba formando en ellas.
En esos locales, organizaba escenas muy lastimosas, pegando al personal, negándose a pagar por los servicios o rompiendo material.
El negocio de la reproducción asistida estaba resultando muy bien. Un número creciente de valgamediosinos acudía a la consulta, que cada vez daba empleo a más gentes, todas de bata blanca y título de doctor en ciencias reproductivas, que concedía la cigüeña partera. La mayoría de los clientes resultaban satisfechos y pagaban cantidades muy altas, sin problemas; si se producía un fracaso de cualquier tipo, la cigüeña partera no dudaba en ocultarlo, utilizando diversos procedimientos.
Una noche, sin embargo, ocurrió que la cigüeña partera había bebido mucho, como era habitual, pero, tanto, tanto, que perdió la noción de dónde estaba. Se dirigió al local en donde se guardaban las distintas muestras de su negocio y, sin darse cuenta de lo que hacía, rompió varios de los frascos y los mezcló todos, cambiando las etiquetas de muchos. Se divirtió mucho mientras lo hacía, pero los efectos fueron desastrosos.
A la mañana siguiente, los empleados del negocio -urracas, cuervos, mirlos blancos, sabandijas, sapos parteros y patos mareados- se encontraron con el desaguisado. Probetas rotas, líquido desparramado, embriones danzando por ahí, los armarios de refrigeración abiertos y desordenados.
-¿Qué hacemos? Nuestros clientes nos cortarán el cuello cuando se enteren o nos castrarán con tijeras de podar -dijeron, casi a una, muy afligidos.
La cigüeña partera tuvo una idea, porque era, además de bastante impresentable, terriblemente imaginativa para la mentira.
-No hay más remedio que volver a llenar los frascos con lo que encontremos más a mano. Y no se nos ocurra decir a nadie lo que ha pasado.
Así hicieron. Llenaron los frascos de las más variadas maneras, volvieron a reconstruir las etiquetas, y a ninguno de los clientes confesaron lo que habían hecho para salir del paso. Los resultados no pasaron, sin embargo, desapercibidos: hubo papás blancos que tuvieron niños negros, y al revés; mamás que no resultaron embarazadas ni después de innúmeras intervenciones, todas ellas de pago; hubo malformaciones y abortos en número tal que la inspección valgamediosina, llamada al sitio por las cigüeñas que seguían trayendo los niños de París, levantó acta y cerró el negocio.
La cigüeña partera acabó sus días en un centro de desintoxicación. En el viejo local, ahora han puesto un comercio chino que vende actualmente conejos, gatos y elefantes de la buena suerte, la que no siempre dan. Y las cigüeñas normales siguen trayendo a los niños de París, que es lo tradicional, lo seguro, lo de toda la vida. Las urracas, mirlos blancos, sabandijas, sapos parteros y patos mareados han pasado mayoritariamente a engrosar las cifras de desempleo o han ingresado en conventos de clausura. Algunos de ellos, sin que se encuentre la razón, se dedican al buzoneo de panfletos, otros realizan sesiones de imposición de manos a crédulos, diciéndose bienaventurados y no faltan dos o tres a los que se ha visto como distribuidores de pizzas y tortillas de patata congelada a los zoos de la periferia.
FIN
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