Erase que se era una tierra de profetas.
Una tierra de profetas no tiene razón de ser sino es, al mismo tiempo, un reducto en donde proliferan los crédulos.
Esa misteriosa afición a creerse lo que te dicen, siempre que coincida con lo que deseas, crecía paralela con los aventureros que se especializaban, no en detectar lo que ha de venir, sino lo que te apetecería que suceda.
Como el negocio se construye con base en la demanda, había maestros en alentar su perspicacia en predecir futuros. Unos, a lo grande, analizando las tabas en nombre de la economía y la política. Otros, a la chica, allí donde anidan las desventuras y los deseos más íntimos, echando las cartas del Tarot o la española.
El futuro, sin embargo, andaba a lo suyo, que es jugar a las escondidas. Como, cualquiera que sea su campo de especialidad, los profetas no tienen capacidad probada alguna para influir sobre él -facultad que queda reservada a los dioses, entre los que incluyo (de forma excepcional) a algunos contados empresarios-, resultaba divertido analizar a los profetas, desde la perspectiva del pasado.
Pero el pasado exige apelar a la memoria, y en la tierra de los profetas, escasea el interés por la Historia.
-Hemos superado la época de desventuras -había pronosticado el muy afamado profeta Veoncio Positivilo, asesor del gobierno de turno-, gracias a las medidas adoptadas. Estamos en el buen camino. Se está generando actividad, que traerá consigo multitud de puestos de trabajo, y en pocos años gozaremos otra vez de la prosperidad que venimos añorando.
-Veo ante nosotros un túnel aún más negro -era la predicción del renombrado profeta Recontragio Opóstulo, que estaba subvencionado por las oposiciones circunstanciales-, porque las decisiones que se están tomando desde la autoridad incompetente no tendrán efecto alguno para corregir la tendencia, ya que es imprescindible cambiar de paradigma.
Ha de aclararse que el objeto de las adivinanzas no era solo el escenario macroeconómico, en el que los actores desempeñan su papel como les pete, de acuerdo a sus intereses propios. También los aspectos más diminutos de la vida común brindaban ocasiones para que los agoreros hicieran alardes de su perspicacia.
Esos profetas de menor empaque, asumían, sin embargo, trabajos de no poca envegadura. Había uno, Persifundo de la Omnisciencia, que, apostado en la calle de la Máxima Credulidad, tenía un éxito mayor que un infalible crecepelo, gracias a un rótulo aparente en el que podía leerse (copio literalmente): “Vidente competente soluciona todos los problemas. Especialista en retornos, quitar mal de ojo, mejora de salud, impotencias sexuales, exámenes, suerte en el juego. Total garantía y confianza”.
Llegó al lugar un extranjero, y viendo tanta parafernalia de adivinos y cuentos, se maravillaba de lo que pasaba.
-Si todos los que se afanan en elucubrar sobre lo que ha de pasar, se concentraran en hacer bien lo que está pasando, mejor les iría.
Lo dijo en voz alta, aunque, con el ruido de tanto vocinglero, su sabia dicción pasó completamente desapercibida.
FIN
¡que bbien escribes! Deberiamos haberle hecho caso al extranjeero 🙂