-Yo he oído hablar de ellas -dijo Juripando- es una cofradía formada exclusivamente por mujeres. Su modelo, según tengo entendido, es Catalina Erauso, la monja alférez, que, por cierto, era hermafrodita.
Peronicia protestó con energía que pareció desproporcionada.
-No, no. Te estás confundiendo con otra agrupación, supongo. Nosotras defendemos la necesidad de insuflar un aire fresco a esta sociedad que ha perdido sus valores. Tremolina significa eso, viento que purifica.
Susiela no pudo contenerse, y, llevada más por la curiosidad que por el afán de enzarzarse en una polémica, comentó:
-¿Cómo podéis pretender cambiar nada de esta sociedad desde la ignorancia? ¿Qué pueden, mujeres vírgenes, aportar al cambio de costumbres, desde una posición trasnochada y retrógrada?. El mundo avanza sin parar. No hay vuelta atrás, y caminamos hacia la libertad total, rompiendo las cadenas.
Ante esa impetuosa reacción, la explicación de Peronicia sonó a cristales que se rompen.
-Tengo voto de castidad, es cierto. Pero no soy virgen. En verdad, y espero no escandalizar a nadie, he trabajado en un burdel. Incluso, aunque no voy a dar nombres, he tenido como clientes a alguno de vosotros.
Urgiondo enrojeció. Su azoramiento le impidió ver que no era el único que se había sentido incomodado por aquella revelación. Balisondo que, sin duda, contaba con más claves de las que había expuesto hasta entonces, pretendió hacer un resumen de lo que llevaban expuesto.
-Vaya, vaya. Nuestra posición respecto al amor, al retirarse algunos velos de nuestra modestia, están dejando al descubierto ciertas contradicciones. Tenemos aquí presentes, el amor maduro, construido en la complicidad recíproca, que representan Jurispando y Welory. Está también el impulso pasional, juvenil a pesar de la diferencia de edad, que veo encarnados en Sacarindo y Susiela. Urgiondo y Carminolina -y espero que no os sintáis ofendidos- me parecéis, por lo que conozco del estado de vuestra relación, prisioneros de un vínculo roto. Peronicia acaba de exhibir una experiencia previa que le conduce, y ella sabrá por qué, hacia el misticismo. Nos falta…
Carminolina le interrumpió.
-No entiendo por qué tienes que encasillarnos. A nosotros, especialmente. ¿Qué representáis, por cierto, Maicosenda y tú? ¿Os consideráis por encima de todos nosotros? ¿Vais de dioses, o qué?
Si la pregunta iba dirigida a Balisondio, Maicosenda recogió el testigo, encontrando, quizá, las frases más largas y contundentes que había pronunciado en mucho tiempo.
-No te enfades, Carminolina. Estamos entre amigos, y tenemos una edad…casi todos -puntualizó- en que los secretos duelen más si no se comparten. ¿Sabes cómo me llama Balisondio cuando hacemos eso que se llama el amor?…
Todos la miraron.
-Me llama Carminolina…
Las miradas se concentraron, alternativamente, en las dos mujeres. Urgiondo, situado en medio de ellas, se levantó a recoger algo de la mesa. Pero no tenía hambre, y confuso, tropezó ligeramente con el camarero que, como una estatua de yeso, participaba, con su silencio, en el debate.
-Bueno, pues ya estamos todos al descubierto -sentenció, sin expresar emoción, Balisondio-. Nos falta solamente quién pueda representar el amor homosexual, para estar completos. Aunque, en mi observación de la naturaleza humana, soy de la opinión de que todos tenemos un componente homosexual, más o menos reprimido…
El camarero abrió la boca por primera vez, para decir algo que no tenía que ver ni con las bebidas ni con los canapés.
-No falta, si es que me admiten a la conversación. Yo soy homosexual, como tal vez hayan advertido algunos de ustedes.
Desde la cocina llegó un olor a quemado.
-¡Se están quemando las croquetas! -gritó Maicosenda, que se precipitó, abandonando su silla, hacia el lugar de donde provenía el tufo a aceite hirviendo.
(continuará?)