Puede que sean buenos tiempos para la lírica, pero la complejidad de la situación española en este final de 2019 precisa dosis doble de valeriana.
Seguimos, mal que nos pese, mirando mucho al guirigay de Catalunya, estrujada por un liderazgo multicéfalo empeñado en destruir con soflamas, desprecios y bravuconadas lo que hemos conseguido entre todos -por supuesto, con catalanes empujando entre los mejores-, en la versión más cutre del mozo del martillo.
Con un President de la Generalitat sin otro carisma que su indolencia, inhabilitado -in tramitando- por desacato a la Junta Electoral, teledirigido por un prófugo de la justicia y aplaudido por una caterva de irresponsables políticos, el paso de los días no hace sino empeorar la situación de conflictividad, confusión y miserias, dentro de la región catalana y aumentar su distancia patológica con el resto del país.
Posiblemente estemos más cerca que nunca de perder el norte. La voluntad del presidente en funciones del Gobierno central, el supremacista Sánchez, insólitamente expresada al día siguiente de conocerse el resultado de las terceras elecciones generales, formando coalición espuria con el aglomerado de aluvión de Unidas Podemos, ha dejado sin otras opciones al PSOE que lanzarse en los manostijeras de ERC, la facción independentista más ladina de los secesionistas catalanes.
No va a haber gobierno, vaticino -y me alegro-, debido a las propias dificultades de una negociación con un partido en el que su líder está en la cárcel, condenado en firme a 13 años por gravísimo incumplimiento de la Constitución (esa Norma Suprema que -por imperativo legal, desde luego, con los adornos verbales que se quiera admitir en demostración demencial de tolerancia- estamos todos obligados a acatar, obedeciendo lo pactado como regla básica de convivencia.
Como a camarón que se duerme se lo lleva la corriente, y la Unión Europea esta en liquidación, el Tribunal de Luxemburgo (la Corte Suprema de la Justicia Europea) ha aportado su bloque de conglomerado jurídico de pacotilla a la apestosa situación de desentendimientos, que tiene el mal tufo de lo que nos lleva a la catástrofe periódicamente a los españoles, al dar un golpe de tuerca a favor del despropósito independentista catalán, para complacencia y experimentación de bárbaros. Como sucede con los débiles, los que manejan la paleta nos utilizan para escarmiento en mejilla ajena de los más fuertes, con los que no se atreven, sin importarles (al contrario) que nos empeoren la situación y nos estén empujando a liarnos a porrazos entre nosotros y a desear no pertenecer a un núcleo duro europeo que no nos quiere más que como comparsas del bailongo.
No se entiende bien, tampoco, por qué ese gusto de nuestras instituciones por orillar los peligros. El magistrado Marchena (al que el contertulio Maruenda llama por su nombre de pila coloquial, Manolo, en manifestación infeliz de no se qué simpatía), gozoso sin duda por haber tejido una sentencia condenatoria a los levantiscos, que la mayoría ha juzgado impecable, se metió en el berenjenal de preguntar al Pontificado jurídico si se podía fumar mientras se reza, o era mejor rezar mientras se fuma. En lenguaje algo más jurídico, el Presidente del Tribunal Supremo, que el pueblo creía poseedor de la verdad última, se interesó por conocer, a desmano, si el hoy condenado Junqueras, siendo aún preso cautelar, debería ser autorizado a desplazarse a Bruselas para tomar posesión de su acta de diputado europeo, ganada en la penosa lid de los desencuentros catalanes. Fue así que el altísimo tribunal de la moribunda Unión Europea, formado por doctísimos juristas independientes de toda mácula y poseedores de variopinta condición ideológica, dictaminaron que no hacía falta que hiciera viaje alguno el revolucionario, porque desde el mismo momento en que los resultados de las elecciones son firmes, ya gozan los diputados europeos de tal condición y de la derivada inmunidad. Ergo, si aún no estaba condenado el procesado, su enjuiciamiento debería contar con autorización del Tribunal europeo, vía el correspondiente suplicatorio. Horror.
La cuestión es muy divertida, si uno fuera teutón, belga o francés, pero tiene tintes burlescos si uno es amigo de que las cosas se hagan bien, pero que no te toquen los pinreles gentes ajenas al fregado que nos traemos. Desde luego, se trata de una victoria de la abogacía de tomo y lomo, defensora del delincuente Junqueras, encontrando una vía procesal para generar barullo y conseguir el aplauso de los seguidores del secesionista y, aún más fuertes, los del prófugo Puigdemont y demás mafiosos de la cuadrilla partidaria de dividir España, aunque sea a costa de hundir Cataluña.
Si estamos abocados a unas cuartas elecciones, lamentaremos carecer de un partido a quien votar que nos aporte algo de tranquilidad externa a los pacíficos (el gran triunfo de la izquierda mediática -El País y la SER a la cabeza- ha sido hundir a Ciudadanos, arrinconando su antiguo líder Ribera a la confusión con la masa uniformizada de la derecha, en la que se decía había entrado en el panel de mando un demonio carpetovetónico llamadoVox-.
Solo nos queda confiar en que el triunfo en las elecciones del Partido Popular, servido en bandeja por el PSOE y una izquierda populista sin ideología ni programa, no nos descalabre aún más en una falta de entendimiento sin mesuras.
Ah, y no podemos olvidarnos del deterioro climático. La COP 25, de Chile-Madrid, ha venido a demostrar que no seremos capaces de detener el avance de la temperatura global, si es que los especialistas en predecir catástrofes del Panel Climático tienen razón. Desearía que no la tuvieran, porque, como ya vaticiné desde mi percha, los países más desarrollados y los que no lo son tanto, pero aún tienen carbón y bosques que consumir, no se pondrán de acuerdo. Que Estados Unidos, Rusia, China o la India sean reticentes a firmar acuerdos de contención de la piromanía es anécdota. Lo más importante es que estamos en la filosofía del “sálvese quien pueda” y, por supuesto, ni miles de adolescentes Greta Thumberg podrán salvarnos del naufragio con sus mecánicas proclamas tremendistas.