La mañana se presentó algo neblinosa, aunque estaba seguro de que no haría frío. Paco -pero también podía llamarse Angel, Miguel o Josefina, porque el nombre no importa- se sintió fuerte, internamente reconfortado por las explicaciones que había recibido el día anterior, en un primer momento no recordaba exactamente sobre qué o de quién.
Se preparó un zumo de naranja, y exprimió también unas cuantas frutas más de aquel jugo salutífero, porque dejó un vaso para su pareja, que aún dormía. Descorrió las cortinas de la cocina, deslizando la vista, como cada día, hacia aquel paisaje que conocía tan bien, tanto, que identificaba cada pequeña variación, incluso sin darse cuenta, y la procesaba y asimilaba en su subconsciente.
Se cubrió el tórax -no precisamente atlético, pero sí delgado, sin grasa superflua- con la camiseta del chándal y se puso un pantalón deportivo. Salió al exterior, e inmediatamente, un perro -un animal sin raza específica, cariñoso y fiel, como casi todos los perros- se acercó para lamerle las zapatillas, ansioso por comenzar el paseo de cada día.
Paco -pero quizá no se llamara Paco, sino Jorge, María Antonia o Marichu- empezó a correr a buen ritmo, repasando mentalmente todo lo que tenía proyectado hacer a lo largo de la mañana. Por la tarde, acudiría a una reunión de vecinos, a la que estaba convocado.
No tenía mucha fe en las protestas populares, pero creía en la sociedad civil y en la fuerza de la unidad, contra todos aquellos que solo pensaban en su propio interés, aunque en público manifestaran lo contrario.
Mientras corría sobre la tierra aún húmeda, recordó la razón por la que se encontraba tranquilo y sereno, como quizá nunca lo había estado.
Decidió, sobre la marcha, modificar ligeramente el rumbo de todos los días, porque le llamó la atención, a lo lejos, un destello. Podía ser el reflejo producido por la incidencia del sol mañanero sobre una ventana entreabierta. Podía ser, solo que en aquella zona -claro que la conocía muy bien, formaba parte de su paisaje, es decir, de algo que le pertenecía- estaba seguro de que no vivía nadie.
En un momento dado, se dio cuenta de que no había dado el beso habitual a su pareja, sin importarle que estuviera durmiendo. Se sintió ligeramente molesto consigo mismo, ya que, aunque no era obsesivo con mantener los hábitos, aquel rito de amor también le servía para reconfortarse con la naturaleza, con todo lo que llevaba consigo.
Paco -que también podría llamarse Carmen, David, Violeta o Rafael- notó de pronto que algo le atenazaba, como una mano fortísima que le apretara el corazón, con una violencia inusitada.
Se detuvo, incapaz de seguir adelante. Tal vez observó que el perro le miraba, inquieto, si bien nadie hubiera podido asegurarlo más tarde.
Cayó, muerto, sin que tuviera tiempo para percatarse que aquel día, un día cualquiera, para él había tenido un significado especial. También para los suyos, para los que le habían querido.
Le habrían dicho tantas cosas. Hubiera cantado, reído, llorado con ellos.
FIN
(P.S. Hoy, 26 de febrero de 2014, falleció Paco el de Lucía, artista, mientras hacía footing en una playa mexicana. Nos brindó muchos momentos inolvidables y la grabación de sus magníficas interpretaciones musicales a la guitarra permanecerá con nosotros, y servirá para deleite de quienes vengan después, incluso aunque aún no sepan que ha existido y ellos mismos ni siquiera existan hoy. Porque esa es la fortaleza y el misterio de los que han conseguido que su existencia les trascienda. A todos los que nos afanamos por avanzar en un día cualquiera.)