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Cuento de primavera: El panteón

10 mayo, 2014 By amarias Dejar un comentario

La magnificencia del inmenso salón, la seriedad solemne de los ujieres, disfrazados incluso con pelucas dieciochescas, las mórbidas capas de terciopelo adornadas con hilos de oro y plata y los birretes multicolores -según la población de procedencia de los magister, su grado y antigüedad en el cargo- y, en fin, la aparatosidad estudiada con la que el Compadre Mayor de Todos los Estamentos de la región de Gardonia, dando un golpe con el martillo de ceremonias a la vasija representando a la Diosa Ceres, fabricada en cristal de Cartara, abrió la Sesión Extraordinaria del Círculo de Poder Máximo, todos estos elementos, y muchos otros, provocaban en el escaso público asistente, autorizado por un permiso especial a presenciar la reunión, emoción y respeto.

Esa Sesión Extraordinaria había sido convocada por una doble razón: Una, objetiva, que era el hecho de que Gardonia languidecía a pasos agigantados, perdiendo a ojos vistas, incluso para el más ciego de los observadores,  el poder y bienestar del que habían disfrutado hasta hacía apenas dos lustros. La situación estaba controlada, hasta el momento, por la Guardia Pretoriana de Gardonia, que mantenía a raya a los descontentos, pero era cierto que la preocupación crecía en los Estamentos Mayores de la región.

-¿Qué debemos hacer? -había preguntado, en una Notificación Interna Confidencial, el Jefe de la Guardia Pretoriana, a su inmediato superior, el magister de Interiorismo- No parece posible meter en las cárceles a todos los opositores, ya que, me temo son en este momento más de la mitad de la población y no tendríamos sitio más que para un dos o tres por ciento

Otra razón, subjetiva, era nueva, pues se trataba de proponer soluciones. Era una cuestión insólita, y que todos los magister juzgaban elucubrante, caprichosa y, posiblemente, perniciosa.  Se comentaba que la sugerencia que se había presentado era que todos los magister dimitiesen en bloque y se nombrase para sus puestos a gentes jóvenes de Gardonia.

-No tienen experiencia, es cierto, -parece ser que se expresaba en el Informe previo- pero tienen algo que a los magister les falta: Ilusión, empuje, propios de su juventud, para cambiar las cosas y, además, tiempo y ganas, que a los viejos representantes les falta.

La propuesta debería haber sido rechazada in límine (que no se sabía bien lo que era), aunque al haber sido expresada con tanta firmeza por el recién incorporado Magister mínimus -que tenía pendiente su confirmación en esa Sesión Extraordinaria, por cierto-, la mayoría de los representantes de los Estamentos la habían aprobado, bien por confusión, bien por parafernalia.

-¿Qué perdemos, al fin y al cabo? -se habían dicho unos a otros. Aprobemos la moción y, cuando llegue el momento de revalidar el nombramiento del magister mínimus, votamos en contra y proponemos a uno de los nuestros, que será aceptado por aclamación. Mi tío abuelo es un candidato perfecto -decía, incluso, el anciano representante de la población de Perturbancia.

-Perfecto. -aprobaban con aquiescencia incólume los cofrades, babeando-. Que, antes de votar, no se olviden los ujieres de invalidar los botones sobre los escaños que no correspondan a lo deseado, para evitar que haya confusiones -sugería alguno, alardeando experiencia y pragmatismo.

Era de ver la pompa y recogimiento, siguiendo ritos precisos que habían sido transmitidos de generación en generación, con los que que todos los compadres iban ocupando sus asientos en el estrado para la Sesión extraordinaria. Ciertamente, un ojo demasiado crítico hubiera descubierto que las pinturas del salón en donde tenía lugar el acto, presentaban terribles desconchados que, en algunas partes, incluso habían sido retocados impunemente por manos inhábiles, asesinas del arte, que, desde abajo, no eran tan fáciles de detectar.

Esa mirada perspicaz habría también detectado que las telas aterciopeladas, ajadas por el uso reiterado tenían cosidos y recosidos que las afeaban tantísimo, y que las diligentes y présbitas esposas de los magister habían tratado, inútilmente, de disimular, con retales de otras procedencias, mal cosidos y encajados; los hilos metálicos eran, en muchas zonas, simples líneas de pintura trazadas por manos inexpertas, que más parecían trampantojos burlescos que delicias hilanderas.

Había, sin embargo, formando parte de la situación, y dominándola, una circunstancia que era tan sencillo descubrir a primera vista que podía pasar desapercibida.

Prácticamente todos los magister, la generalidad de los compadres, los ujieres y la mayor parte de los presentes, que, embobados, asistían a aquel acto, eran ancianos. Muy ancianos. Ancianísimos. Llegaban a los lugares que les correspondía, arrastrando los pies, apoyados la mayoría en bastones de empuñaduras de marfil y plata; y lo que era peor: casi todos tenían un Alzheimer más o menos avanzado, demencias seniles de caballo, urgencias prostáticas de tapadillo, pérdidas de memoria continuadas, pulsiones temperamentales de inexcusable tenor, todas y cada una, serias rémoras que les incapacitaban para entender casi ningún asunto, ya de continuo como a saltos de mata.

Cuando les tocaba hablar, y por supuesto que no renunciaban jamás, por experiencia, a pedir la palabra, aunque no tuvieren la menor idea de qué decir, se limitaban, salvo mínimas excepciones que no venían sino a confirmar la regla del desastroso proceder, a repetir una y otra vez el mismo discurso, deslavazando temas, con las cuatro tonterías con las que creían, en su nebuloso entender, que habían procurado  una aportación sustancial al caso que se estaba tratando, fuese el que fuera.

-Queda abierta la Sesión Extraordinaria -dijo el Magister Ceremonioso y, se extendió, tras unas palabras de bienvenida que llevaba escritas, en el recordatorio, para quienes no se había leído la convocatoria y acudían solo por las dietas y la comida, del motivo-. Se trata, como sabéis, de debatir el Plan de Futuro de la región de Gardonia. Hay una única propuesta, presentada por el magister mínimus, que se os ha enviado por paloma mensajera, aunque hemos recibido algún comentario de que no a todos ha llegado, lo que importa poco, pues no se recibió ningún comentario o sugerencia hasta el momento, lo que haremos in situ. Después, se votará la reelección o destitución del magister mínimus que está provisionalmente en el puesto, hasta que no sea ratificado.

Uno de los ancianos, el del tupé pelirrojo rizado, que se sentaba dos bancos a la derecha del Gran Magister, y del que se comentaba -sin refrendo-que había sido hacía veinte años un eficiente empresario de pompas, fastos y canastos, y que ahora disfrutaba -decía que merecidamente- de la pensión que le correspondía (y de algunas otras que no), pidió la palabra. Cuando le fue concedida, el indicado, Maese Pepostio de la Parpada Parpada, dijo:

-Propongo que hagamos un ligero cambio en el Orden del Día. Que votemos primero al reelección, y, después el Plan.

El magister mínimus protestó enérgicamente, presintiendo la jugada, y expresó, antes de que le quitasen el sonido del micrófono del estrado, desconectándole los cables de un tirón, su más profunda repulsa a la propuesta.

No fue necesario, con todo, votar la modificación, porque los murmullos de aprobación a lo propuesto por Maese Pepostio de la Parpada y las manifestaciones perfectamente audibles, de profundo desagrado, por extemporáneo, inconveniente e impropio, a lo que defendía el mínimus, fueron interpretados por el Gran Magister como que estaban todos de acuerdo en modificar las tornas, y poner el diego donde decía digo.

-Votaremos, pues, en primer lugar, la destitución o permanencia del magister mínimus provisional, Pobreturato Persistencio. Los que estén a favor de que permanezca en este estrado, que levanten la mano izquierda.

Los provectos y seniles ancianos de la Asamblea dudaban qué hacer; algunos, aturdidos, levantaron la mano derecha, por lo que su voto fue considerado nulo. Otros, siguieron tratando de encontrar un sentido a los sudokus que les había propuesto para pasar el día sus sicólogos de cabecera, dándose su decisión por emitida.

-Queda aprobada, pues, sin necesidad de nueva votación, la destitución del ex magister Persistencio, al que agradecemos los servicios prestados.

Y continuó:

-Al no poder ser presentada, porque no existe en la Asamblea ningún compadre validado para defenderla, la única Propuesta de Plan de Futuro, se levanta la sesión.

Pobreturato Persistencio, que estaba siendo retirado por los ujieres, a lo que ofrecía gran resistencia, gritaba que todo aquello era ignominioso. El público se preguntaba qué estaba pasando, pero, como no entendía gran cosa, aplaudía, porque el espectáculo parecía novedoso.

-Puede ser necesario puntualizar cuál será el Plan que seguiremos -indicó, al oído del Gran Magister, el Secretario, que, disculpándose por el tono de voz, carrasposo, aclaró, seguidamente: -Por una simple cuestión de orden formal, ya sabes.

-Seguiremos utilizando el mismo Plan que tenemos -aclaró, el Gran Magister-.

Para festejar el éxito de la Asamblea, todos se fueron a disfrutar de la comida que estaba preparada para ellos, en un restaurante cercano, que, por casualidad, se llamaba “El Panteón”.

Unos pocos cientos de metros más allá, un grupo de jóvenes organizaba una manifestación.

-¿Por qué no tapiamos las puertas del restaurante? -sugirió uno de los cabecillas del grupo que continuaba formándose, a raudales, confluyendo más y más participantes, desde todas las calles y callejuelas que desembocaban en la plaza, anteriormente llamada de La Renovación, y hoy, del Eterno Retorno.

No lo hicieron, desde luego. Tuvieron una idea mejor: crearon estructuras nuevas desde las que dirigir lo importante de Gardonia, a las que invitaron a aportar su consejo y experiencia a aquellos de sus mayores que no tenían intención alguna de dominar, sino de cooperar con sus ideas en mejorar el futuro de los jóvenes, lo que, por cierto, hicieron gustosos.

Y a los viejos prebostes, a aquellos que habían controlado hasta entonces, en su propio provecho, limitando a sabiendas la renovación o eliminación de lo que ya no servía, las organizaciones de desgobierno, les dejaron, abandonados a su suerte, manoseando un Plan de Futuro que les interesaba solo a ellos: el suyo.

Pocos de estos últimos, llegaron a darse cuenta, de la pujanza de lo que creció del otro lado del Panteón -real o ficticio-en el que, por propia voluntad, incompetencia y falta de visión, se habían introducido. Era, en todo caso, tarde, demasiado tarde. Aunque solo para ellos, no para la Historia de Gardonia, que, imparable, irresistible, siguió su curso.

FIN

 

 

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