Al socaire

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Puedo ayudarte a que te equivoques menos

8 febrero, 2022 By amarias Deja un comentario

Empiezo este Comentario advirtiendo sobre la fotografía que he incluído en él. En la mitad inferior, camuflado gracias a su plumaje, se puede ver un agateador común (certhia braquydactyl). No se le distingue apenas, si no se está acostumbrado a detectarlo, porque parece un trozo de corteza. Esta ave precavida y tímida, recorre los troncos de coníferas buscando larvas de insectos, que extrae con su pico curvo. Empieza por la base del árbol y, cuando termina su inspección o se inquieta, vuela hacia otro tronco cercano para seguir con su alimentación.

Quiero, con este inicio poco usual, llamar la atención sobre un colectivo que está injustamente poco valorado y que, como se decía antes cuando la tribu estaba unida, reúne lo fundamental de una colectividad: los ancianos y su experiencia práctica. La velocidad con la que se han prodicido los cambios tecnológicos ha llevado a la confusión de que lo importante, lo eficaz, lo que vale, es lo nuevo, lo último, aquello que corresponde a los pretendidos últimos avances de la ciencia, del arte, de la técnica.

El vulgo se extasía ante una obra a la que los falsos entendidos han catalogado, siguiendo casi siempre mezquinos intereses, como una obra maestra. El feísmo se ha instalado entre nosotros. En la pintura, en la arquitectura, en el cine, en el teatro… Por ejemplo, piezas teatrales que atacan el más elemental pudor, ridiculizan y tergiversan la Historia, o que vulneran el respeto debido a las creencias religiosas, reciben elogiosas críticas e inducen a su contemplación a incautos y prudentes que no se atreven a proclamar que se trata de un engaño. Por tanto, la patraña se alimenta y continúa.

Magnifica iniciativa la de ese médico valenciano, Carlos San Juan, que ha movilizado más de 600.000 firmas bajo el lema “Soy mayor, no idiota”, para reclamar una atención especial de las entidades bancarias para los mayores no expertos en virguerías digitales, transformadas, por razón de la automatización y la reducción de personal y oficinas, en máquinas sin espíritu, solo aptas para captar nuestro dinero y reducirlo a bocados.

Deberíamos extender esa protesta a todos los órdenes, para mejorar la vida de todos. He leído que las compras de los mayores de 60 años representan del orden del 60% de los gastos de las familias. Con sus ahorros y pensiones se pagan la mayor parte de las compras de bienes, los alquileres, las adquisiciones de vehículos y viviendas….

Existe una perniciosa corriente instalada entre nosotros de despreciar la experiencia, el trabajo bien hecho, la seriedad y educación en el trato. No se levanta nadie para ceder un asiento en el transporte público a un mayor, sea hombre o mujer: los jóvenes son los que más corren para ocuparlos, y así poder enfrascarse cómodamente en la contemplación estupidizante de sus móviles. Los carteles bondadosos en los que se expresa que tendrán preferencia para la atención los mayores de 65 años son ignorados. Pero no es eso lo más importante: jóvenes con escasa experiencia como seres humanos se han apropiado de los sitios en los que se toman decisiones, actuando como autómatas, siguiendo programas cuyo sentido completo ignoran, y que no serían capaces de reproducir desde el origen, porque carecen de la formación necesaria, y solo saben introducir los datos para que automáticamente se obtenga un resultado (bueno o mala, al que puede faltarle incluso el orden de magnitudes).

No tengo más que admiración hacia la juventud y, en especial, hacia los jóvenes brillantes, tenaces, inteligentes e imaginativos. Lo que no me impide alzar mi voz para expresar que esta sociedad ignora con demasiada desfachatez a los mayores y, con ello, como aún sucede (menos) con las mujeres, pierde sustancia para hacer que las cosas funcionen mejor. No todo es cuestión de las nuevas tecnologías, de los resultados automáticos, de reducir personal para sustituírlo por un aparato y un programa.

Actualmente hay en activo 5.320 jueces y magistrados, es decir, algo más de 11 por cada 100.000 habitantes, con una edad media es de 50,4 años, según los datos publicados en el Anuario del Poder Judicial en 2021. La media habrá bajado algo gracias a tres mujeres de 24 años, egresadas de la Facultad de Derecho de Valladolid, palentinas y amigas, que han conseguido obtener una plaza de juez de or vida. Las felicito de corazón, y no dejo de alarmarme porque alguien consiga en tan tierna edad un puesto de por vida con tanta responsabildad. Una de ellas reconoce que “quizá tenga menos base que otros compañeros de oposición, pero supe defenderme bien”.  Su sinceridad la honra y levanta serias dudas acerca de la verdadera competencia de estas jóvenes, por supuesto, saturadas de informacion jurídica obtenida en los libros y apuntes, pero aún ayunas de experiencia práctica sobre las circunstancias y veleidades de la vida real.

Es solo un ejemplo. A lo mejor, no el más afortunado. Aún con su debilidad, sirva para poner un acento sobre el menosprecio de esta sociedad a la edad, a la experiencia, al saludable efecto del tiempo sobre los conocimientos y a la importancia del saber muy bien el cómo, el por qué y el para qué antes de tomar una decisión  echando mano de los manuales de instrucciones (a lo peor, traducidas del chino al español por un autómata).

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Cuento de Navidad para adultos

30 diciembre, 2021 By amarias Deja un comentario

Tal vez había transcurrido media hora. Miraba la calle por la ventana, a la espera que apareciera el coche de un momento a otro.

Llovía y, aunque llevaba puestas las gafas, las gotas de lluvia que se adherían a los cristales no le permitían distinguir claramente las escasas figuras que, protegidas por sus paraguas, se esfumaban a toda velocidad hacia sus destinos. La calle húmeda reflejaba las luces de colorines, centelleantes algunas, con las que la ciudad celebraba aquella fiesta singular.

Apretaba los dientes para soportar mejor el dolor.

Recordó aquella ocasión en la que hablaba a sus alumnos del sentido de la celebración de la Navidad. Con transparente nostalgia, se lamentaba de que la sociedad apenas guardaba memoria del origen de aquella festividad. Como profesor de la asignatura optativa de Historia de los Hechos Singulares de la Humanidad, se esforzaba, con éxito cuestionable, en ofrecer una formación cultural a aquellos educandos que vivían entregados al placer de la ignorancia absoluta.

-¿El Nacimiento de un niño dios? -le replicó uno de sus alumnos- ¡Qué tontería! ¡El mundo evoluciona por azar!

Por fin, las luces intermitentes de la ambulancia le avisaron de que el vehículo estaba ya allí, detenido junto al portal. No esperó a que llamaran al timbre. Cogió una carpeta y la bolsa que tenía preparada y se dirigió hacia el ascensor. Al llegar a la calle, dos jóvenes estaban montando una camilla.

-Les he llamado yo.

Le miraron con curiosidad. La mascarilla dejaba ver unos ojos cansados, enmarcados por un pelo blanco, fuerte.

-¿No le acompaña nadie?

-No. Estoy solo. Tengo un hijo y se ha ido a esquiar con los suyos a los Apeninos.

Y aclaró:

-No necesito camilla. Puedo defenderme solo, por ahora.

Pronunció “por ahora” como si tuviera el control del tiempo.

La crisis respiratoria se agudizó tan pronto como entró en la ambulancia. Con diligencia profesional, una joven de bata verde le enchufó a la botella de oxígeno.

-En esa carpeta llevo mi historial clínico. Estoy a tratamiento por metástasis en la mitad de los órganos del cuerpo.

-No hable, abuelo. Resérvese para cuando lleguemos al Hospital.

En el recinto hospitalario le trataron como a un viejo conocido. Pronto -así le pareció, aunque habían pasado tres horas, entre los trámites de admisión, la toma de temperatura y las pruebas para comprobar si aún mantenía trazas del virus en la sangre- se encontró instalado en una habitación.

-Desnúdese. Póngase esa bata y espere echado en la cama. Vendrán a buscarle para la operación cuando quede una sala de quirófano libre.

-¿Operación? -el anciano miró, sin disimular su extrañeza, al tipo, que ya se iba. -¿De qué me van a operar?

No obtuvo respuesta. El hombre se fue, dejando la puerta abierta. A los veinte minutos, una enfermera apareció para ponerle la vía.

-¿No se ha cambiado aún? Dentro de poco tiempo le llevarán al quirófano.

Con ademán decidido, le quitó la chaqueta, la camisa y la camiseta y le colocó, con diestra mano, la vía en una vena del brazo.

-Quiero hacer una llamada-manifestó, cuando ya le iban a subir a la camilla para llevarlo a la sala de operaciones,

-Acérqueme el móvil, por favor -suplicó.

El celador le puso el teléfono en la mano y llamó al primer número de la lista.

-Soy el abuelo. ¿Qué tal lo estáis pasando?

-Esto está genial -contestó una voz infantil- La nieve, estupenda. Es la mejor Navidad que nunca he pasado.

.Me alegra mucho, pequeña. ¿Están papá o mamá por ahí?

-No, ahora están abajo, con unos amigos.

-Dáles un abrazo.

-¿No quieres que te llamen luego? ¿Pasa algo?

-No, qué va. Aquí todo está en orden.

-Abuelo, tienes que animarte a venir el próximo año.

Seguro -dijo, con una voz que no sonaba muy convincente-. Pasadlo bien, nena. Nos veremos a la vuelta.

Devolvió el aparato telefónico al celador y éste lo colocó en un cajón de la mesita de la habitación.

Las luces intensas del pasillo fue quizá lo último que recogieron aquellos ojos cansados de mirar, en los que se había agotado la capacidad de sorpresa.

FIN

 

 

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Ónde vais?

14 noviembre, 2014 By amarias 2 comentarios

Hace pocos días fue, según me enteré después, “el día del abuelo”. No lo sabía cuando, encontrándome a la espera del autobús, un grupito de niños de entre cinco o seis años, dirigido por uno algo más atrevido, me increpó: “¡Abuelo, abuelo!” y el que llevaba la voz campante, incluso se interesaba por un detalle que me dejó perplejo: “¿Cuántos años tienes? ¿Ochenta? ¿Cien?”

Miré al monitor que, cual gos d´atura homínido, trataba de ordenar aquella troupe de descarados para repartirles unos bocadillos que acarreaba en una caja de cartón de fondo desvencijado, esperando de él alguna reconvención al más vociferante, pero desvió la vista, dándome a entender que el asunto no iba con él.

Aunque no pude menos que recordar al pasaje bíblico donde se nos cuenta que los profetas Elías y Eliseo se toparon con unos mozalbetes que insultaban al primero -que sería poco después elevado al cielo en carro flamígero-, gritándole :”¡Sube, viejo calvo!”, y que, según el relato, fueron castigados con el envío de dos osos que despedazaron en un momento a varios de aquellos deslenguados, debo reconocer que lo que en realidad me preocupó era sospechar que mi estado físico había sufrido un deterioro repentino y que, de resultas, aparentaba unos cuantos años más de los que ya soporto.

No estoy dispuesto a dejarme intimidar por cómo me vean niñatos que no son aún capaces de distinguir edades de envejecientes con la precisión con la que yo he aprendido a discernir, por tramos de seis meses a los párvulos. Me encuentro físicamente bien, y aunque no me vean tan joven los que incluso sacan un par de años a mis nietas mayores, me creo con capacidad aún bastante para seguir trabajando por mejorar algo lo que me rodea, haciendo lo que pueda dentro de lo que me dejen (1).

Por eso, y porque la madurez me ha dado la visión directa de unas décadas ilustrativas de la historia de España y del mundo, me siento, sino con autoridad, si con la necesidad, de advertir que el momento por el que está atravesando nuestro país es muy interesante, porque es extremadamente peligroso.

Tomando como referencia el tiempo que los media dedican a los temas, sacaríamos la conclusión de que los dos temas que más animan a unos cuantos españoles y preocupan a otros muchos españoles -no quiero ahora cuantificar la dimensión de ambos grupos- son: la propuesta de escisión independentista que ha calado entre muchos residentes en Cataluña y el avance de la agrupación Podemos, con un programa político que se va construyendo, en buena medida, sobre la marcha.

Por supuesto, ambos asuntos no son sino la lengua de la morrena del glaciar que empuja al mar de la inmediatez el hielo de la indiferencia con la que se tratan los problemas de los demás. No es nuevo para la Humanidad, ni para nuestro país, y hasta ahora, la generación de unos años de caos y destrucción le ha venido bien. De las cenizas y la sangre han surgido nuevas esperanzas, entre supervivientes que se han llevado las manos a la cabeza gritando “¿Qué hemos hecho?” (o dejado hacer) y aprovechados que se han aupado sobre las ruinas, para enriquecerse con la reconstrucción más sólida de lo destruido, utilizando la capacidad, no exenta de docilidad y esperanza de la mayoría de los que también sobrevivieron.

La actualidad nos ha puesto sobre la mesa del comedor a dos excelentes charlatanes: Mas e Iglesias, que, además, venden frascos de una medicina que hace un par de años no hubiéramos creído necesitar jamás pero ahora, a no pocos, les parece imprescindible. El nombre del producto es diferente, pero el contenido del frasco es el mismo: un placebo que no soluciona el problema de base, sino que lo complica.

A ambos líderes mediáticos, con la mirada puesta en el después y no en el ahora, creo que les viene de perlas el mensaje de advertencia que recoge esa canción asturiana, convertida en dicho popular muy socorrido: “Ónde vas, Pachín del alma, de alpargates y orbayando, non te metas por los praos, que vas ponéte pingando”.

—

(1) Estoy pensando, al escribir esto, en el cuento guaraní que presenta a un diminuto colibrí que, mientras el bosque ardía, y ante la pasividad de los demás animales, volaba una y otra vez de un riachuelo al corazón del fuego, llevando cada vez en su pico una gota de agua. El jaguar, -¿o fue el oso?- que estaba quieto mientras el fuego amenazaba sus pies, justificaba su propia inactividad queriendo hacer ver al pajarillo que sus esfuerzos serían inútiles ante la magnitud de lo que pretendía: “Nada conseguirás”, le dijo. A lo que el colibrí replicó. “Yo hago lo que puedo”.

Tengo comprometido a mi amigo Rafael Ceballos -que nos lo transmitió cuando recibía, el 14 de noviembre de 2014, la medalla del Club Español de Medio Ambiente- mejorar el previsible final de esta historia de animalario, simulando que los animales del bosque se movilizan todos, recapacitando respecto al poder de que son capaces si actúan conjuntamente, y consiguen apagar el fuego. De momento, solo algunos luchan con las llamas y otros, hasta se diría que las aventan.

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Mi Diccionario desvergonzado: Recarga, Dios, litio, astro, cabra, cabestro, auto, anciano,

26 agosto, 2014 By amarias Deja un comentario

Profesionalismo. Palabro que corresponde a la colonización francesa de los servicios públicos y de buena parte de la organización administrativa española, y cuyo significado aproximado es: “la imagen es superior al conocimiento”.

Pila.- 1. Curioso elemento de piedra, con un hueco central, que aún puede encontrarse en la mayor parte de las iglesias, en el que se escenificaba la ceremonia del perdón del pecado original de la humanidad, por el que el padre Adán se comió la manzana de Eva sin permiso,  de cuyo lamentable acto carnal nació Caín, que fue quien mató a Abel, el primer hombre bueno de la especie, con una quijada de asno (para más detalles, consultar libros especializados). 2. Pieza cilíndrica que se utiliza ocasionalmente por pares para accionar un juguete infantil o una antigua radio-casete, se compra indefectiblemente por decenas cuando se acude a un centro comercial y se almacena a centenares en los cajones de la casa, siendo arrojada finalmente al cubo de la basura doméstica junto al aparato al que estuvo destinada.

Recarga.- 1. Operación delicada por el que se introduce tinta en la pluma fuente heredada del abuelo o regalada en el homenaje despedida o jubilación, y que ensucia las manos, la mesa y la camisa del que la ejecuta, presagiando males mayores cuando se guarda el elemento de escribir en el bolsillo de la chaqueta. 2. Método teórico de reutilización del agua usada, que consiste en enviar el líquido a un agujero subterráneo que albergaba un acuífero que se ha sobreexplotado, y que comprobará su eficacia en aproximadamente un millón de años. 3. En el deporte de élite, truco efectivista por el que se oculta a la afición que un atleta está fuera de forma física, apelando a los abductores. 4. Cualquier procedimiento por el que se trata de volver una situación a su etapa anterior, lo que es imposible, pero no inútil.

Litio.- 1. Elemento químico que no tenía utilidad en el cuerpo humano hasta que se descubrieron sus posibilidades como placebo. 2. El ión del mismo elemento químico, componente esencial de las baterías que llevan su nombre, las cuales tienen muchas ventajas y algunos inconvenientes, cuya exacta valoración depende de los intereses imperantes en los sectores que las utilizan y de la mejora del conocimiento de los detractores.

Auto.- 1. Escrito judicial que, por regla general, no sirve para nada, salvo que no sea recurrido. 2. Vehículo de gran volumen, recuperado del desguace, que se utiliza en los desfiles conmemorativos de la emigración a América, y que, arrastrado por un tractor, sirve de escaparate a señoritas casaderas que arrojan flores y bombones a los transeúntes. 3. En las noticias periodísticas, manera de denominar a los coches cuando colisionan o atropellan.

Anciano. 1. Joven sin objetivos, por razones propias o de otros. 2. Persona de más de sesenta años atropellada en un paso cebra. 3. Envejeciente con pérdida de memoria próxima que recuerda con fidelidad exquisita las actuaciones en la que fue protagonista. Véase viejo.

Dios. 1. Con mayúsculas, ser superior, de naturaleza extraordinariamente activa y carácter ingenioso y complejo, de objetivos inexplicables y discreción inapelable, características todas que han facilitado el crecimiento del escepticismo respecto a su verdadera existencia; hasta hace pocos siglos, era habitual que las poblaciones humanas, conscientes de la complejidad y variedad de sus potenciales atributos, renunciaban a atribuírselas a una sola esencia, e imaginaban que se trataba de secreciones cósmicas especializadas, aunque inter relacionadas en el Olimpo. 2. Con minúsculas, situación en la que dice encontrarse quien ha comido demasiado o acaba de realizar una acción que le produce tanto orgullo como desinterés a los demás. 3. Invocación muy utilizada en la Historia como pretexto para invadir tierras y sojuzgar o aniquilar poblaciones, acudiendo incluso a pretendidos mandatos de la metafísica.

Astro. 1. Cada uno de los puntos luminosos con los que se tropieza la vista en una noche de verano con cielo despejado cuando se mira al más allá, y cuya contemplación promueve el sentimiento de pequeñez, lo que puede resultar reconfortador o inquietante, dependiendo desde qué perspectiva se contemplen. 2. Persona que ha obtenido aclamación popular como consecuencia del desinterés general hacia la lectura y la conversación inteligente.

Asco. 1. Sentimiento íntimo que experimentan muchas personas al descubrir un ofidio, un mustélido o que la persona en quien confiaban les ha estado mintiendo para robarles. 2. Lo que da el que carece de todo a quien no merece lo que tiene.

Velcro. Invento genial que recoge la suciedad de cualquier bolso o carpeta y que, en lencería es sustituto ventajoso del enganche que servía para cerrar los sujetadores a la espalda, pues es  muy fácil de abrir.

Bastión. Fortaleza inexpugnable, hasta que era conquistada, momento en el que pasaba a tener vocación de ruina, yy que, en España, es considerado monumento nacional durante varias décadas, hasta su desplome definitivo.

Cabra. 1. Animal muy sufrido, que se alimenta de hierbas sin valor, y que, si es hembra, produce una leche de fuerte sabor y hedor, que es la base de los quesos de cabra, cuyo componente principal es, sin embargo, la leche vacuna. 2. Persona que hace cosas extrañas, como, por ejemplo, tirarse al monte, estudiar chino (siendo europeo) o escribir una novela contando la historia de la familia.

Cabestro. 1. Dícese del que tiene un comportamiento singular, y se empeña en realizar una acción contra el reproche general, por lo que, en el caso especial de que tenga éxito –lo que los demás tratarán de evitar con todos los medios- será denominado cabezón o testarudo.

Castidad.- 1. Virtud muy difícil de encontrar en la actualidad, pues resulta mucho más entretenida la lujuria, que crece en los mismos o parecidos lugares y no necesita de cuidado alguno. 2. Promesa de mantenerse ajeno a los placeres carnales relacionados con el sexo, entendidos como pecaminosos que, en los raros casos en que se cumple, propicia el desarrollo de otros placeres que no se consideran pecado, sin que se conozca la razón.

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Cuento de primavera: El panteón

10 mayo, 2014 By amarias Deja un comentario

La magnificencia del inmenso salón, la seriedad solemne de los ujieres, disfrazados incluso con pelucas dieciochescas, las mórbidas capas de terciopelo adornadas con hilos de oro y plata y los birretes multicolores -según la población de procedencia de los magister, su grado y antigüedad en el cargo- y, en fin, la aparatosidad estudiada con la que el Compadre Mayor de Todos los Estamentos de la región de Gardonia, dando un golpe con el martillo de ceremonias a la vasija representando a la Diosa Ceres, fabricada en cristal de Cartara, abrió la Sesión Extraordinaria del Círculo de Poder Máximo, todos estos elementos, y muchos otros, provocaban en el escaso público asistente, autorizado por un permiso especial a presenciar la reunión, emoción y respeto.

Esa Sesión Extraordinaria había sido convocada por una doble razón: Una, objetiva, que era el hecho de que Gardonia languidecía a pasos agigantados, perdiendo a ojos vistas, incluso para el más ciego de los observadores,  el poder y bienestar del que habían disfrutado hasta hacía apenas dos lustros. La situación estaba controlada, hasta el momento, por la Guardia Pretoriana de Gardonia, que mantenía a raya a los descontentos, pero era cierto que la preocupación crecía en los Estamentos Mayores de la región.

-¿Qué debemos hacer? -había preguntado, en una Notificación Interna Confidencial, el Jefe de la Guardia Pretoriana, a su inmediato superior, el magister de Interiorismo- No parece posible meter en las cárceles a todos los opositores, ya que, me temo son en este momento más de la mitad de la población y no tendríamos sitio más que para un dos o tres por ciento

Otra razón, subjetiva, era nueva, pues se trataba de proponer soluciones. Era una cuestión insólita, y que todos los magister juzgaban elucubrante, caprichosa y, posiblemente, perniciosa.  Se comentaba que la sugerencia que se había presentado era que todos los magister dimitiesen en bloque y se nombrase para sus puestos a gentes jóvenes de Gardonia.

-No tienen experiencia, es cierto, -parece ser que se expresaba en el Informe previo- pero tienen algo que a los magister les falta: Ilusión, empuje, propios de su juventud, para cambiar las cosas y, además, tiempo y ganas, que a los viejos representantes les falta.

La propuesta debería haber sido rechazada in límine (que no se sabía bien lo que era), aunque al haber sido expresada con tanta firmeza por el recién incorporado Magister mínimus -que tenía pendiente su confirmación en esa Sesión Extraordinaria, por cierto-, la mayoría de los representantes de los Estamentos la habían aprobado, bien por confusión, bien por parafernalia.

-¿Qué perdemos, al fin y al cabo? -se habían dicho unos a otros. Aprobemos la moción y, cuando llegue el momento de revalidar el nombramiento del magister mínimus, votamos en contra y proponemos a uno de los nuestros, que será aceptado por aclamación. Mi tío abuelo es un candidato perfecto -decía, incluso, el anciano representante de la población de Perturbancia.

-Perfecto. -aprobaban con aquiescencia incólume los cofrades, babeando-. Que, antes de votar, no se olviden los ujieres de invalidar los botones sobre los escaños que no correspondan a lo deseado, para evitar que haya confusiones -sugería alguno, alardeando experiencia y pragmatismo.

Era de ver la pompa y recogimiento, siguiendo ritos precisos que habían sido transmitidos de generación en generación, con los que que todos los compadres iban ocupando sus asientos en el estrado para la Sesión extraordinaria. Ciertamente, un ojo demasiado crítico hubiera descubierto que las pinturas del salón en donde tenía lugar el acto, presentaban terribles desconchados que, en algunas partes, incluso habían sido retocados impunemente por manos inhábiles, asesinas del arte, que, desde abajo, no eran tan fáciles de detectar.

Esa mirada perspicaz habría también detectado que las telas aterciopeladas, ajadas por el uso reiterado tenían cosidos y recosidos que las afeaban tantísimo, y que las diligentes y présbitas esposas de los magister habían tratado, inútilmente, de disimular, con retales de otras procedencias, mal cosidos y encajados; los hilos metálicos eran, en muchas zonas, simples líneas de pintura trazadas por manos inexpertas, que más parecían trampantojos burlescos que delicias hilanderas.

Había, sin embargo, formando parte de la situación, y dominándola, una circunstancia que era tan sencillo descubrir a primera vista que podía pasar desapercibida.

Prácticamente todos los magister, la generalidad de los compadres, los ujieres y la mayor parte de los presentes, que, embobados, asistían a aquel acto, eran ancianos. Muy ancianos. Ancianísimos. Llegaban a los lugares que les correspondía, arrastrando los pies, apoyados la mayoría en bastones de empuñaduras de marfil y plata; y lo que era peor: casi todos tenían un Alzheimer más o menos avanzado, demencias seniles de caballo, urgencias prostáticas de tapadillo, pérdidas de memoria continuadas, pulsiones temperamentales de inexcusable tenor, todas y cada una, serias rémoras que les incapacitaban para entender casi ningún asunto, ya de continuo como a saltos de mata.

Cuando les tocaba hablar, y por supuesto que no renunciaban jamás, por experiencia, a pedir la palabra, aunque no tuvieren la menor idea de qué decir, se limitaban, salvo mínimas excepciones que no venían sino a confirmar la regla del desastroso proceder, a repetir una y otra vez el mismo discurso, deslavazando temas, con las cuatro tonterías con las que creían, en su nebuloso entender, que habían procurado  una aportación sustancial al caso que se estaba tratando, fuese el que fuera.

-Queda abierta la Sesión Extraordinaria -dijo el Magister Ceremonioso y, se extendió, tras unas palabras de bienvenida que llevaba escritas, en el recordatorio, para quienes no se había leído la convocatoria y acudían solo por las dietas y la comida, del motivo-. Se trata, como sabéis, de debatir el Plan de Futuro de la región de Gardonia. Hay una única propuesta, presentada por el magister mínimus, que se os ha enviado por paloma mensajera, aunque hemos recibido algún comentario de que no a todos ha llegado, lo que importa poco, pues no se recibió ningún comentario o sugerencia hasta el momento, lo que haremos in situ. Después, se votará la reelección o destitución del magister mínimus que está provisionalmente en el puesto, hasta que no sea ratificado.

Uno de los ancianos, el del tupé pelirrojo rizado, que se sentaba dos bancos a la derecha del Gran Magister, y del que se comentaba -sin refrendo-que había sido hacía veinte años un eficiente empresario de pompas, fastos y canastos, y que ahora disfrutaba -decía que merecidamente- de la pensión que le correspondía (y de algunas otras que no), pidió la palabra. Cuando le fue concedida, el indicado, Maese Pepostio de la Parpada Parpada, dijo:

-Propongo que hagamos un ligero cambio en el Orden del Día. Que votemos primero al reelección, y, después el Plan.

El magister mínimus protestó enérgicamente, presintiendo la jugada, y expresó, antes de que le quitasen el sonido del micrófono del estrado, desconectándole los cables de un tirón, su más profunda repulsa a la propuesta.

No fue necesario, con todo, votar la modificación, porque los murmullos de aprobación a lo propuesto por Maese Pepostio de la Parpada y las manifestaciones perfectamente audibles, de profundo desagrado, por extemporáneo, inconveniente e impropio, a lo que defendía el mínimus, fueron interpretados por el Gran Magister como que estaban todos de acuerdo en modificar las tornas, y poner el diego donde decía digo.

-Votaremos, pues, en primer lugar, la destitución o permanencia del magister mínimus provisional, Pobreturato Persistencio. Los que estén a favor de que permanezca en este estrado, que levanten la mano izquierda.

Los provectos y seniles ancianos de la Asamblea dudaban qué hacer; algunos, aturdidos, levantaron la mano derecha, por lo que su voto fue considerado nulo. Otros, siguieron tratando de encontrar un sentido a los sudokus que les había propuesto para pasar el día sus sicólogos de cabecera, dándose su decisión por emitida.

-Queda aprobada, pues, sin necesidad de nueva votación, la destitución del ex magister Persistencio, al que agradecemos los servicios prestados.

Y continuó:

-Al no poder ser presentada, porque no existe en la Asamblea ningún compadre validado para defenderla, la única Propuesta de Plan de Futuro, se levanta la sesión.

Pobreturato Persistencio, que estaba siendo retirado por los ujieres, a lo que ofrecía gran resistencia, gritaba que todo aquello era ignominioso. El público se preguntaba qué estaba pasando, pero, como no entendía gran cosa, aplaudía, porque el espectáculo parecía novedoso.

-Puede ser necesario puntualizar cuál será el Plan que seguiremos -indicó, al oído del Gran Magister, el Secretario, que, disculpándose por el tono de voz, carrasposo, aclaró, seguidamente: -Por una simple cuestión de orden formal, ya sabes.

-Seguiremos utilizando el mismo Plan que tenemos -aclaró, el Gran Magister-.

Para festejar el éxito de la Asamblea, todos se fueron a disfrutar de la comida que estaba preparada para ellos, en un restaurante cercano, que, por casualidad, se llamaba “El Panteón”.

Unos pocos cientos de metros más allá, un grupo de jóvenes organizaba una manifestación.

-¿Por qué no tapiamos las puertas del restaurante? -sugirió uno de los cabecillas del grupo que continuaba formándose, a raudales, confluyendo más y más participantes, desde todas las calles y callejuelas que desembocaban en la plaza, anteriormente llamada de La Renovación, y hoy, del Eterno Retorno.

No lo hicieron, desde luego. Tuvieron una idea mejor: crearon estructuras nuevas desde las que dirigir lo importante de Gardonia, a las que invitaron a aportar su consejo y experiencia a aquellos de sus mayores que no tenían intención alguna de dominar, sino de cooperar con sus ideas en mejorar el futuro de los jóvenes, lo que, por cierto, hicieron gustosos.

Y a los viejos prebostes, a aquellos que habían controlado hasta entonces, en su propio provecho, limitando a sabiendas la renovación o eliminación de lo que ya no servía, las organizaciones de desgobierno, les dejaron, abandonados a su suerte, manoseando un Plan de Futuro que les interesaba solo a ellos: el suyo.

Pocos de estos últimos, llegaron a darse cuenta, de la pujanza de lo que creció del otro lado del Panteón -real o ficticio-en el que, por propia voluntad, incompetencia y falta de visión, se habían introducido. Era, en todo caso, tarde, demasiado tarde. Aunque solo para ellos, no para la Historia de Gardonia, que, imparable, irresistible, siguió su curso.

FIN

 

 

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Cuento de otoño: La granja sin matarife

10 octubre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Hay cuentos que ponen la carne de gallina, incluso a los que presumen de ser duros y correosos como los cocodrilos. Este es uno de ellos, por lo que no es aconsejable que se lea a los niños antes de irse a dormir, pero es conveniente que lo conozcan para que estén bien despiertos ante lo que se les avecina.

Había una granja en la que los animales eran cuidados con esmero. Comían cuanto les apetecía, tenían sus zonas de esparcimiento y, por las noches, se procuraba, con el auxilio de unos feroces mastines, de que ninguna alimaña merodease por los alrededores.

En consecuencia, vivían una existencia muelle, engordaban, se reproducían y disfrutaban de las ventajas de un clima y entorno muy agradables. El propietario de la granja era un hombre bueno, sensible con los animales y, en consecuencia con unos principios éticos que había asumido como inquebrantables, había tomado una decisión muy importante.

Había despedido al matarife. No soportaba que sus animales fueran convertidos en carne para ser llevados al mercado como hamburguesas, filetes o chorizos. Ni siquiera cuando las gallinas habían dejado de poner huevos, las vacas de dar leche o los caballos ya no aguantaban el peso ni del más liviano de los jinetes, les daba pasaporte forzado al otro mundo.

Los seguía alimentando y cuidando, mientras envejecían. Y cuando la muerte les llegaba de forma natural, los enterraba piadosamente en una ladera soleada.

La situación se hizo difícil. No exactamente para el dueño de la granja, que era muy rico porque su abuelo había hecho fortuna en las Américas (cuando las Américas existían como tierra prometida). Se hizo difícil para los animales más jóvenes, que veían cómo los más viejos ocupaban los mejores sitios en los comederos, en los pesebres, en las perchas y en las zonas en donde se podía rumiar bajo la mejor sombra.

Un cerdo de raza ibérica prístina convocó a los jóvenes de todas las especies para una reunión informativa. Lo hizo al amparo de la hora de la siesta, mientras los mayores dormitaban. Y eligió como sitio en donde despertar las menores sospechas, un lugar alejado de los comederos, cerca de los montones de estiércol, en donde se fabricaba abono orgánico para fortalecer los campos de remolacha y trigo.

-No debemos soportar más esta deplorable situación. Los viejos ocupan el sitio que nos corresponde en la granja. El amo los quiere más, solo porque son más antiguos en este lugar, y ellos se comen lo más sustancioso del alimento, sin producir nada a cambio. -argumentó, convincente.

-Es cierto -corroboró una de las gallinas ponederas-. El amo se come nuestros huevos, bebe la leche de las vacas nodrizas y carga pesadamente a los alazanes más jóvenes, mientras las gallinas cluecas y añosas, las vacas estériles y los caballos que no sirven ni como sementales ni para tiro, nos desplazan de los lugares de privilegio.

-Aún peor -gritó una ternera primeriza, que estaba recién parida-. Mi abuela y sus amigos decrépitos nos miran por encima del hombro, dándonos estúpidos consejos, acerca de si no debemos desperdiciar la comida que cae de los comederos, o la conveniencia de tener pocas crías para no sobrecargar la economía del patrón.

-No valen ni para solazarnos con ellos -terció una oveja que tenía restos de hierbabuena en el mentón-. Hay varios machos cabríos a los que no les importa que estemos en celo para cubrirnos, pero que se interponen entre los más potentes de nuestros compañeros, reclamando prudencia en las prácticas sexuales, porque alegan que disminuye la esperanza de vida…

El intercambio de pareceres discurrió de ese tenor durante una hora larga. Al final de la cual, uno de los cerdos más lustrosos, propuso la adopción de una medida que, en realidad, llevaba ya estudiada.

-Debemos proponer al amo que vuelva a contratar el matarife. Será la forma de eliminar a tanto vejestorio y disfrutaremos de la granja para nosotros solos, los jóvenes, como merecemos.

La propuesta fue aprobada por aclamación. Y aquella misma tarde, los animales jóvenes de aquella granja especial, que estaban dotados .como también sus mayores- de la facultad de hacerse entender de los humanos, trasladaron, como una condición irrenunciable, que el matarife debía volver a ocupar sus funciones en la granja.

El amo no quería, llevado de su sensibilidad, malestar entre los animales a los que respetaba y quería. Deseaba hacer lo mejor para ellos y, no queriendo que el alboroto se convirtiera en una revolución, llamó al matarife, para que cumpliera con el trabajo para el que estaba capacitado.

Y lo hizo, válgame Dios si lo hizo a conciencia. Explicó al amo que los animales viejos tenían la carne demasiado dura para ser llevada al mercado y no merecía la pena pagar las tasas del matadero ni los costes de conducirlos al mercado.

En cambio, sacrificó a una buena parte de los animales jóvenes, que tenían las carnes tiernas y mucho más jugosas y apetecibles para los mercados.

La calma volvió a reinar en la granja. Y los animales rebeldes, tanto los que quedaron por el momento en la casa de labranza como los que fueron conducidos al sacrificio, tuvieron algún tiempo para meditar sobre el alcance de su protesta.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: . sacrificio, amo, anciano, angel arias, animales, caballo, cerdo, cuentos de otoño, estéril, gallina, granja, joven, matarife, propietario

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