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Protocolos

26 mayo, 2015 By amarias Deja un comentario

Deberíamos estar ya acostumbrados, o, por lo menos, resignados, a que, en esta tierra de improvisaciones, hayan proliferado los protocolos. Tengo claro que la mayor parte de los protocolos cumplen una función importante, que es la de servir de excusa, alibi exculpatorio o algo parecido, del responsable o responsables de cualquier actividad o procedimiento, cuando las cosas salen mal.

“Hemos seguido el protocolo” es, por tanto, la declaración inmediata de intenciones cuando se interpela, en la búsqueda de culpables, a los que estaban a cargo de los mandos, ya sea el presidente de la compañía más importante del mundo o el que cierra el portón de la zona de carga y descarga de una panadería con una manivela.

Por supuesto, existen muchos tipos de protocolos. Dejando aparte los que informan, por ejemplo,  a los anfitriones, de la manera correcta de posicionar a sus invitados en torno a la mesa en donde se servirán las viandas, o del ángulo exacto con el que se debe agachar la cerviz ante un principal, o del orden en el que deben desfilar los cañones y las espingardas en una parada militar, que designaré como Protocolos de etiqueta,  los Protocolos de gaveta se dividen en tres tipos:

a) protocolos propiamente dichos, que indican, con gran exhaustividad, la forma de actuar para el caso de que se produzca un suceso improbable.

b) protocolos contra natura, que expresan las instrucciones que debe seguir un empleado ante un caso de sencilla resolución o de incuestionable realización, y que estarán redactados faltando a la lógica elemental, para conducirse por los terrenos de lo estrambótico.

c) protocolos inexistentes, a los que se recurre como argumento de autoridad, para negar la pretensión, cuando el inferior reclama a un superior una actuación, prebenda o recompensa, a la que cree tener derecho. En estos casos se suele decir “El sistema no lo permite”, sin que sea imprescindible aludir al protocolo.

El primer grupo de los citados es, no solo extenso, sino intenso. Detectado un suceso improbable, un equipo de expertos en destripar la realidad ignota, generará cientos de páginas con instrucciones, que casi nadie se tomará la molestia de leer ni consultar (y, en particular, quienes podrían tener la oportunidad de usarlas si llegase el momento). Medidas de evacuación en caso de accidente de inmensurable gravedad, normas de seguridad para acotar los efectos de un desastre natural apocalíptico, procedimientos para detención manual de un complejo mecanismo automático que se encuentre fuera de control, ocuparán preciosos lugares en las estanterías convenientes, acumulando polvo y sucesivas actualizaciones y revisiones, hasta que un mal día, la mala suerte vendrá a demostrar que el suceso improbable era también impredecible, al menos, en su evolución exacta.

El segundo grupo revela la voluntad perversa de ciertas personas de actuar sobre la lógica, imponiendo sus elucubraciones a quienes están obligados a cumplir sus órdenes, o poniendo énfasis innecesario en lo que pertenece, por esencia, a la ética universal. Hay protocolos detallando qué debe hacerse con una billetera encontrada en un establecimiento público, independientemente de que contenga lo datos que permitirían localizar a su legítimo propietario. Hay protocolos exhaustivos para ordenar los análisis y pruebas a los que un “sufrido paciente” (por eso) debe ser sometido antes de emitir un diagnóstico, que la experiencia clínica resolvería con un vistazo a los síntomas.

No faltan protocolos, normas y declaraciones, por los que se anuncia la firme voluntad de perseguir implacables cualquier actuación contraria a la ética de sus directivos y empleados, a la que se vieran obligados a acudir para adornar con unto monetario las adjudicaciones de obra o servicio, en aquellas empresas y corporaciones que manejan sus cajas b con la soltura de quien se ata el cordón de los zapatos, y que se puede perfectamente imaginar destinados a generar nubes de humo en las que ocultar la jeta de los máximos responsables, auténticos receptores del beneficio del acto de soborno, que, a su vez, se regirá por protocolos consentidos por todos los que estén en la trama, sin la menor necesidad de plasmarlos por escrito.

Pero es el tercer grupo el que me encandila, no tanto por su desfachatez, sino porque, como el de la variante que acabo de exponer, tampoco necesita el menor soporte físico, puede ser aplicado a todas las situaciones y  utilizado por cualquiera, al margen de su condición, género o especie,  con tal de que tenga reconocida la mínima autoridad sobre un tema. Esa autoridad queda automáticamente conferida por llevar el sujeto un uniforme, una gorra, o estar parapetado detrás de cualquier mesa, mostrador, púlpito o cimborrio.

La referencia a ese protocolo intangible, etéreo, no nato, se ha convertido en una costumbre social. Lo esgrimirá el conserje de una institución, la secretaria de una oficina, ante el ciudadano o empleado que manifiesta ser recibido por el máximo responsable de un departamento; será el argumento de quien niegue la plaza de un colegio público o privado al hijo de una pareja con menores influencias; no faltará en la boca del que explique porqué no se ha tenido en cuenta una petición razonada y razonable a un educado pretendiente a que no se mancille su derecho.

Por supuesto, los protocolos, escritos o intangibles, presuntos o ciertos, están también para ser incumplidos, saltarse. La facultad de saltarse un protocolo de los dos últimos tipos es, justamente, donde reside la autoridad de quien lo administra sobre el pobre diablo que es obligado a aparecer como instrumento para que otros sean la excepción, habiendo él servido para robustecer la regla.

 

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: cimborrio, cumplimiento, etiqueta, gaveta, protocolo, sistema

Mi Diccionario desvergonzado: protocolo, solución, problema, paradigma, pareja, código, educación, escritura

15 septiembre, 2014 By amarias Deja un comentario

Código. 1. Conjunto de cuatro números, coincidentes con el año de nacimiento del interesado, que son elegidos como clave de acceso fácil de recordar a la cuenta corriente en los cajeros. 2. Combinación aleatoria de cifras, letras y signos, formada por doce a dieciséis dígitos, para garantizar sea imposible de recordar, que se guarda al lado de un ordenador o modem, y que permite el acceso del propietario a las prestaciones por las pagó previamente. 3. Recopilación de las leyes vigentes, no actualizada, pues su característica fundamental es el dinamismo con el que son modificadas.

Chirimbolo. 1. Objeto que obstaculiza el paso de viandantes en una acera, colocado por empresas especializadas en ganar concursos públicos por procedimientos de corrupción bien establecidos. 2. Adorno sin valor, de forma indefinible, que los horteras se colocan en el cuello o en la muñeca para llamar la atención sobre su carencia de buen gusto.

Educación. 1. Enseñanza que devino carente de consideración ni respeto, y que consistía en ser considerado y respetuoso con los demás. 2. Formación que se imparte en centros especializados, cuya utilidad final es exclusiva responsabilidad de quien la recibió.

Escritura. 1. Una de las dos capacidades básicas, junto con la lectura, que evitan ser considerado analfabeto y que, por fortuna para muchos, no es preciso demostrar. 2. Afición que siente quien se empeña en contar historias, tergiversando sucesos reales, en la confianza estéril de que algún día sean publicadas; no debe confundirse con la actividad del escritor, que hace lo mismo, pero al que le publican lo que escribe, lo que en ningún caso garantiza que las mismas sean leídas.

Lector. 1. Licenciado español que  ha sido contratado por una Universidad americana para enseñar a estudiantes de castellano a distinguir la tortilla de la paella, y la corrida de la cogida, leyéndoles poemas de García Lorca. 2. Viajero del metro que no desea que le pregunte en qué estación debe bajarse cualquier turista despistado. 3. En la modalidad de empedernido, individuo que no consigue librarse de la obsesión de llevar un libro entre las manos, lo que le priva de vivir otra realidad.

Lesbiana. 1. Calificación, con intenciones peyorativas, que utiliza un vecino con problemas sicológicos para referirse a una mujer de más de cuarenta años que vive sola o en compañía de otra mujer. 2. Ser humano del sexo femenino que ha descubierto, por naturaleza, experiencia o afición, que los ejemplares del sexo denominado contrario exigen demasiado a cambio de lo que les produce satisfacción.

Paradigma. 1. Verdad cuestionable que se eleva por un fanático a la categoría de indiscutible. 2. Forma muy del gusto de un ignorante de referirse a aquello por cuya justificación no desearía le preguntasen, para no ser apeado de su elucubración.

Pareja. 1. Dos objetos o sujetos, incluso animales, que son considerados iguales porque no se desea entrar en detalles de sus diferencias. 2. Trío cuyos componentes ignoran al tercero.

Pasota. 1. Persona que solo concede valor a lo que él mismo fabrica, desea o posee. 2. Reacción de quien ha caído de pronto en la cuenta de que lo que hace no provoca en los demás ningún interés, y que, de persistir, puede demandar tratamiento siquiátrico.

Problema. 1. Oportunidad fabricada por quien desea que los demás le vean como artífice de haber encontrado su solución. 2. Cada uno de los resultados obtenidos con las opciones por las que se pretendió tener la clave de algo de lo que se desconocía el funcionamiento. Véase Solución.

Protocolo. 1. Actuaciones regladas que pretenden dar realce a una ceremonia anodina. 2. Misterioso archivo donde un notario o registrador de la propiedad guarda los documentos que se le han confiado, y cuya utilidad resulta incuestionable si no aparece quien los ponga en duda.

Solución. 1. En las pruebas de aptitud en ciertas carreras técnicas, admitidas como de extrema dificultad, combinación de números y la letra pi. 2. Respuesta válida para salir de un embrollo, hasta el siguiente traspiés. 3. Vaga propuesta de quien se reserva, pasado el tiempo y conocido el resultado correcto, haber aportado el consejo que hubiera sido pertinente. Véase Problema

Torticolis. Rigidez del cuello, por contracción de ciertos músculos, imitada por los modelos de pasarela.

Tufo. 1. Mal olor que despide con antelación algo aún menos agradable que, de forma evitable, está a punto de suceder. 2. Enviciamiento del aire que se produce de forma natural en torno a alguien que presume de lo que no tiene.

Publicado en: Diccionario desvergonzado Etiquetado como: chirimbolo, diccionario desvergonzado, educación, escritura, lector, lesbiana, problema, protocolo, solución, torticolis, tufo

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