Al socaire

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Presos

16 noviembre, 2017 By amarias Deja un comentario

Me parece que. como colectivo, hemos demostrado, una vez más, la persistencia de una perversa cualidad en la que los españoles somos expertos. La de destruirnos. Lanzarnos por el camino de lo inabordable, de lo estéril, de lo ridículamente cruel, de lo que nos hace daño.

El análisis de los porqués de la actuación de las masas está tan profusa y certeramente hecho por cualificados sociólogos y filósofos, que ni siquiera hace falta esgrimir referencias históricas, valoraciones de otros. Lo sabemos bien todos, lo tenemos interiorizado. La sociedad dirigida se convierte en anónima, es susceptible, puede derivar entre sumisa y beligerante. Se configura como un magma. Una mezcla pegajosa de envidias, odios antiguos, malformaciones de criterios, ignorancia y, sí, desprecio al que sabe más, al que se mueve por principios. En última instancia, a la ética.

Puede que no seamos únicos y que el mal esté extendido como propiedad de la especie humana. Pero, si eso fuera así, estamos en el grupo de cabeza de los países que presumen de ser (tampoco estoy seguro de por qué) los más civilizados.

Cierto que no hemos participado oficialmente en ninguna de las dos últimas guerras europeas, pero llevamos sobre nuestras espaldas el estigma de una guerra civil, con heridas que todavía duran, que supuran y duelen.

Cierto que otros países nos veían como ejemplo de evolución democrática desde una dictadura longeva, pero resulta que la mitad de la población de una de nuestras regiones más prósperas, está convencida de que el resto del país les roba, y de que les privamos de las libertades más elementales.

Cierto que nuestra Constitución es garantista, pero su aplicación es permisiva y toleramos partidos políticos que defiendan intereses contrarios a la misma, y proclamamos con decisión que la ley es igual para todos, pero no dudamos en encontrar huecos por donde pretendemos se diluya nuestra responsabilidad, actuando de juez y parte.

Cierto que nuestros profesionales -ya sean médicos, ingenieros, filósofos, escritores, qué se yo)- son apreciados por su formación cuando trabajan en el extranjero, pero no somos capaces de encontrarles sitio entre nosotros, y dejamos que emigren con los brazos cruzados de insulsa resignación. ¡Ya volverán, más sabios, y les acogeremos con los brazos abiertos! ¿Sí?

Cierto que nuestros representantes políticos consumen muchas horas (y ganan sus dineros) hablando de cómo resolver los principales problemas que nos asolan y acongojan -el paro, la amenaza de quiebra del sistema de la seguridad social, la intolerable mancha creciente de la corrupción, el lento funcionamiento de la administración (incluida, por supuesto, la justicia), la desigualdad social, etc.- pero no son capaces de proponer ninguna solución práctica. ¿Nuevo Pacto de Toledo, con qué agentes? ¿Consejo Asesor, de qué y con quiénes? ¿Consejo de Rectores para qué, para que cada Universidad haga lo que le apetezca? ¿Igualdad en los servicios básicos, independientemente de la Comunidad Autónoma , de qué forma?¿Control de grandes fortunas, por quién? ¿Estímulo a las empresas, con qué criterios y para potenciar qué sectores? ¿Defensa ambiental, sin calcular los costes ni exigir responsabilidades?…

Cierto que tenemos millones de conciudadanos que pasan penalidades, que no tienen acceso a las mismas ventajas, que son oprimidos por los que están más arriba, pero tranquilizamos nuestras conciencias (si no estamos afectados) argumentando que algo habrán hecho, que las oportunidades están ahí, que no es nuestra responsabilidad sacarles del apuro. Ya existe Cáritas, las asociaciones benéficas, la solidaridad particular, ¿verdad?

Estamos presos. De nosotros mismos.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: Cáritas, Constitución, oportunidades, presos, regiones, responsabilidad, sistema, solidaridad

Cómico o ridículo (13)

13 febrero, 2017 By amarias 2 comentarios

No soy aficionado a los coches, quiero decir que no pertenezco a ese grupo respetable de expertos en identificar a distancia, con la sola visión de un alerón o la esquina del capó, la marca, los caballos de vapor del motor y la versión exacta del modelo del vehículo.

Este desinterés tiene sus ventajas -me importa un comino conducir un alta gama o un utilitario de la más modesta escala, con tal que funcione-, pero no está exento de problemas. Por ejemplo, soy incapaz de preocuparme por llevar a revisar mi vehículo al taller, salvo para cambiar el aceite del motor (y, de paso, solicitar que me revisen el resto de líquidos de la circuitería) y, bueno, sí…también los neumáticos, cuando barrunto que la hora es llegada.

Hace ya unos quince años, se celebraba en Madrid una extraña Convención empresarial cuyos objetivos he olvidado. La cuota de inscripción era muy alta y, conscientes de que suponía un gasto inútil cuyo importe implicaba un lastre para el cumplimiento de los objetivos de que caían dentro de mi dirección, había decidido declinar la invitación de asistencia. Sin embargo, la llamada del Consejero Delegado, expresando que se contaba con la presencia de nuestro grupo, implicó que suscribiera, no solo mi inscripción, sino también la de uno de los miembros de mi equipo.

Estábamos en el descanso del plumbífero acto, cuando oigo pronunciar mi nombre por los altavoces: “Angel Manuel Arias, pase por el stand de Rover. Enhorabuena”. Me había tocado un Rover 75 que, según me enteré en ese momento, se rifaba entre los asistentes. Lo que yo creía era la ficha de comprobación de asistencias al Congreso, era la papeleta para entrar en un sorteo.

Acompañado de mi colega, que manifestaba mucha más emoción que yo (llamó por el móvil a su esposa para comunicarle mi suerte, y llegué a escuchar la réplica de la interpelada “Y a nosotros, ¿qué?”) , me acerqué al stand y contemplé impertérrito el flamante vehículo. “No parece muy ilusionado”, me dijo una azafata. Era cierto. No lo estaba, porque, además, con mi maquiavélica propensión a buscar cinco pies a los gatos, estaba preguntándome qué diablos pretendería “el Sistema” regalándome un coche, y barruntando (como al cabo de unos meses comprobé efectivamente) que significaba probablemente mi preparación dulce para darme la patada del despido.

Los comerciales que intervinieron en la operación fueron muy amables, aceleraron los trámites para que el vehículo se pusiera a mi nombre en un pis pas. Hasta se inventaron una entrevista en la que yo expresaba, como pie de foto de mi cuerpo serrano abriendo la puerta del vehículo, que “estaba encantado de que me hubiera tocado ese coche, porque me encantaba ese modelo”. Por suerte, la mayoría de mis colegas y casi todos mis amigos detectaron que ni mi forma de expresarme ni mis aficiones, ni la repetición de un verbo que no uso, tenían mucho que ver con esa declaración de preferencias motorizadas.

Me encontré así, de pronto, con dos coches. Mi penta-añejo BMW y el nuevo Rover y, después de varias fallidas intentonas para desprenderme del segundo, regalé el primero a mi tío Juan Manuel, en la operación mercantil más desastrosa que realicé en mi vida. Mi tío, al poco tiempo regaló el coche alemán a un chico del pueblo aficionado a la automoción, que lo estrelló en un par de meses y yo me encontré con una fuente interminable de problemas.

No se qué diablos le pasaba al Rover, pero se calentaba. Mucho. Lo llevé al taller de al lado de mi casa y le cambiaron el radiador. A la semana siguiente, subiendo el Pajares, se quemó el motor. Hice cambiar el motor (me costó un buen pico) y, un año después, volvió a quemarse. Así que, después de haber obtenido un diagnóstico demoledor respecto al futuro del vehículo, decidí regalárselo a un buen muchacho ecuatoriano que me prometió pagar la viñeta que estaba a punto de caducar, darlo de baja inmediatamente y aprovechar las piezas para repuestos de segunda mano.

Un par de años después recibí una notificación del Ayuntamiento reclamándome el impuesto de circulación del fastidiante Rover, comunicándome la situación irregular del mismo, con los recargos correspondientes. Para terminar con esta historia sin abrumar con detalles, digamos que conocí a varios ecuatorianos que habían sido, sucesivamente, poseedores del vehículo, y que, después de amenazas y discursos intimidatorios, conseguí zafarme del embrollo sin que mi dignidad oficial quedase quebrantada.

¡Ay, los coches! Estando de alférez de Milicias en la tierra de tranquilidad a la que ya me he referido en estas notas, sucedió que la hermana de mi esposa vino a pasar unos días con nosotros. Me tocaba hacer guardia en el Cuartel y se les ocurrió visitarme para satisfacer la curiosidad de cómo nos preparábamos para la guerra por entonces.

Después de una tarde agradable, en la que compartimos pastas y café con los reclutas, encantados con aquella diversión fuera de programa, encargué a uno de los soldados, mecánico de profesión, que las retornase al apartamento que tenía alquilado, en Santa Ponsa, Para mayor seguridad de que todo se haría conforme a los mejores cánones, ordené a uno de las decenas de voluntarios que se ofrecieron a acompañarlos, que fuera de copiloto en el R-5 que yo tenía entonces, y que había trasladado a la isla para facilitarme los movimientos por ella.

Pasaron las horas y los reclutas no volvían al cuartel. No había teléfono móvil para contactar con mi mujer y yo estaba sobre ascuas. Negros pensamientos me asolaban. Oi que alguno de los más chuscos de aquellos insubordinados militantes susurraba: “Estos se han fugado con las chicas”.

Por fin, pasada la media noche, apareció el mecánico, negro de aceite y pálido como el interior de una berenjena. “¿Qué coño ha pasado?”. le increpé. “¿Habéis tenido un accidente?” “Mi alférez -me explicó, farfullando-, no hubo accidente. Su esposa y cuñada llegaron a casa sin problemas. Solo que…”

Resulta que, volviendo para el cuartel, al experto en motores le pareció que el R-5 hacía un ruido raro. Queriendo demostrarme, según dijo, su competencia, abrió el capó y, al manipular con una llave, se le cayó y provocó un cortocircuito. El tiempo que le faltaba por justificar lo habían empleado, él y su recluta acompañante, en comprar varias cintas aislantes y rodear con ellas el cableado eléctrico del vehículo.

Cuando volví a la península, lo cambié por un R-12 catatónico-y tuve que aportar encima varios billetes-, si bien mis aventuras con los coches no tuvieron tregua.


La primavera está ya apuntando, a pesar de que los fríos invernales asoman de vez en cuando. Las aves que ya encontraron pareja, buscan afanosamente lugares en donde fijar su residencia. Esta pareja de herrerillos parece haber hallado el sitio idóneo para instalar su nido en este hueco de un árbol. Revolotean incansables alrededor de esa posición, yendo de acá para allá, a veces distanciándose del punto de encuentro en un fugaz y rápido vuelo (estos pájaros, son realmente diminutos en comparación, por ejemplo, con el carbonero común).

Supongo que tratan de valorar si este agujero en el viejo tronco es suficientemente seguro de posibles depredadores para la nidada y, para ellos mismos, durante la dura carga de trabajo que supondrá sacar adelante a tres o cuatro pequeñuelos durante tres semanas, garantiza alimento,

No temáis, pequeños. Yo velaré vuestro empeño.

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: BMW, cableado, coches, Congresos, herrerillos, milicia, R-12, R-5, Rover, sistema, soldado

Protocolos

26 mayo, 2015 By amarias Deja un comentario

Deberíamos estar ya acostumbrados, o, por lo menos, resignados, a que, en esta tierra de improvisaciones, hayan proliferado los protocolos. Tengo claro que la mayor parte de los protocolos cumplen una función importante, que es la de servir de excusa, alibi exculpatorio o algo parecido, del responsable o responsables de cualquier actividad o procedimiento, cuando las cosas salen mal.

“Hemos seguido el protocolo” es, por tanto, la declaración inmediata de intenciones cuando se interpela, en la búsqueda de culpables, a los que estaban a cargo de los mandos, ya sea el presidente de la compañía más importante del mundo o el que cierra el portón de la zona de carga y descarga de una panadería con una manivela.

Por supuesto, existen muchos tipos de protocolos. Dejando aparte los que informan, por ejemplo,  a los anfitriones, de la manera correcta de posicionar a sus invitados en torno a la mesa en donde se servirán las viandas, o del ángulo exacto con el que se debe agachar la cerviz ante un principal, o del orden en el que deben desfilar los cañones y las espingardas en una parada militar, que designaré como Protocolos de etiqueta,  los Protocolos de gaveta se dividen en tres tipos:

a) protocolos propiamente dichos, que indican, con gran exhaustividad, la forma de actuar para el caso de que se produzca un suceso improbable.

b) protocolos contra natura, que expresan las instrucciones que debe seguir un empleado ante un caso de sencilla resolución o de incuestionable realización, y que estarán redactados faltando a la lógica elemental, para conducirse por los terrenos de lo estrambótico.

c) protocolos inexistentes, a los que se recurre como argumento de autoridad, para negar la pretensión, cuando el inferior reclama a un superior una actuación, prebenda o recompensa, a la que cree tener derecho. En estos casos se suele decir “El sistema no lo permite”, sin que sea imprescindible aludir al protocolo.

El primer grupo de los citados es, no solo extenso, sino intenso. Detectado un suceso improbable, un equipo de expertos en destripar la realidad ignota, generará cientos de páginas con instrucciones, que casi nadie se tomará la molestia de leer ni consultar (y, en particular, quienes podrían tener la oportunidad de usarlas si llegase el momento). Medidas de evacuación en caso de accidente de inmensurable gravedad, normas de seguridad para acotar los efectos de un desastre natural apocalíptico, procedimientos para detención manual de un complejo mecanismo automático que se encuentre fuera de control, ocuparán preciosos lugares en las estanterías convenientes, acumulando polvo y sucesivas actualizaciones y revisiones, hasta que un mal día, la mala suerte vendrá a demostrar que el suceso improbable era también impredecible, al menos, en su evolución exacta.

El segundo grupo revela la voluntad perversa de ciertas personas de actuar sobre la lógica, imponiendo sus elucubraciones a quienes están obligados a cumplir sus órdenes, o poniendo énfasis innecesario en lo que pertenece, por esencia, a la ética universal. Hay protocolos detallando qué debe hacerse con una billetera encontrada en un establecimiento público, independientemente de que contenga lo datos que permitirían localizar a su legítimo propietario. Hay protocolos exhaustivos para ordenar los análisis y pruebas a los que un “sufrido paciente” (por eso) debe ser sometido antes de emitir un diagnóstico, que la experiencia clínica resolvería con un vistazo a los síntomas.

No faltan protocolos, normas y declaraciones, por los que se anuncia la firme voluntad de perseguir implacables cualquier actuación contraria a la ética de sus directivos y empleados, a la que se vieran obligados a acudir para adornar con unto monetario las adjudicaciones de obra o servicio, en aquellas empresas y corporaciones que manejan sus cajas b con la soltura de quien se ata el cordón de los zapatos, y que se puede perfectamente imaginar destinados a generar nubes de humo en las que ocultar la jeta de los máximos responsables, auténticos receptores del beneficio del acto de soborno, que, a su vez, se regirá por protocolos consentidos por todos los que estén en la trama, sin la menor necesidad de plasmarlos por escrito.

Pero es el tercer grupo el que me encandila, no tanto por su desfachatez, sino porque, como el de la variante que acabo de exponer, tampoco necesita el menor soporte físico, puede ser aplicado a todas las situaciones y  utilizado por cualquiera, al margen de su condición, género o especie,  con tal de que tenga reconocida la mínima autoridad sobre un tema. Esa autoridad queda automáticamente conferida por llevar el sujeto un uniforme, una gorra, o estar parapetado detrás de cualquier mesa, mostrador, púlpito o cimborrio.

La referencia a ese protocolo intangible, etéreo, no nato, se ha convertido en una costumbre social. Lo esgrimirá el conserje de una institución, la secretaria de una oficina, ante el ciudadano o empleado que manifiesta ser recibido por el máximo responsable de un departamento; será el argumento de quien niegue la plaza de un colegio público o privado al hijo de una pareja con menores influencias; no faltará en la boca del que explique porqué no se ha tenido en cuenta una petición razonada y razonable a un educado pretendiente a que no se mancille su derecho.

Por supuesto, los protocolos, escritos o intangibles, presuntos o ciertos, están también para ser incumplidos, saltarse. La facultad de saltarse un protocolo de los dos últimos tipos es, justamente, donde reside la autoridad de quien lo administra sobre el pobre diablo que es obligado a aparecer como instrumento para que otros sean la excepción, habiendo él servido para robustecer la regla.

 

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: cimborrio, cumplimiento, etiqueta, gaveta, protocolo, sistema

Cuento de invierno: Homo Inutilis

4 febrero, 2014 By amarias2013 Deja un comentario

Vio al encargado-jefe avanzar, tan rígido e inexpresivo como siempre, hasta su despacho, un reducto con mamparas que apenas le concedía algo de intimidad. Entró sin llamar, como un autómata, y notó, en un instante, que su frialdad contagiaba a la atmósfera; sintió un escalofrío.

-Buenos días, -dijo Meguelindo, levantándose del asiento, con indisimulado respeto.

Pero no esperaba respuesta. Meguelindo Doctorato conocía por experiencia de bastantes años que los buenos modales no formaban parte del ideario de AISCO (Advanced Integrated Solutions Co.). En todo caso, podría admitir que había sido una especial deferencia, que el encargado-jefe no hubiera utilizado, como era preceptivo según la normativa interna, intranet para enviarle un mensaje o una instrucción de trabajo.

Pero esa excepcionalidad solo revelaba que la comunicación que iba a hacerle le afectaría de forma personal, directa y terrible.

El encargado-jefe puso sobre la mesa, moviendo su brazo articulado, una caja negra.

-A partir del próximo mes, este aparato será su sustituto.

Meguelindo miró desolado la caja, comprendiendo de inmediato que, fuera lo que fuese lo que tenía enfrente, su vida estaba a punto de cambiar. En una película rápida, pasaron por su mente los muchos años de Universidad, las estancias de perfeccionamiento en Estados Unidos y Alemania, la incorporación a aquella empresa de alta tecnología como premio a tanto esfuerzo, las sucesivas reestructuraciones, la crisis sistémica, la crisis total, la reducción de empleo en aras de la automatización, la búsqueda obsesiva de rentabilidad de la que él mismo había sido uno de los principales artífices.

Por supuesto que no el único responsable. Había más involucrados, pero no conocía cómo funcionaba exactamente el Sistema. Hacía tiempo que había perdido contacto con quienes fijaban los objetivos del grupo. El se limitaba a hacer bien su trabajo, y punto. Cobraba puntualmente su salario, y punto. Le importaba su familia, no lo que pasara con los demás, porque cada uno es responsable de enderezar su vida y orientarla de acuerdo con los intereses propios.

-¿Estoy despedido? -preguntó, quitándose las gafas con las que ya compensaba su incipiente presbicia, y apagando, instintivamente, el ordenador en el que acababa de cargar el nuevo programa mixto de mantenimiento preventivo, optimizado con algoritmos paliativos complejos (OMPMACM), que le habían enviado desde el departamento de Recursos Robóticos.

-El Sistema no pretende causar daño, no está programado para el daño. La optimización global con máximo beneficio es el único objetivo. La sustitución permitirá que Vd. pueda dedicarse a trabajos más acordes con su naturaleza.

El encargado-jefe construía sus frases siempre ordenadas de la misma forma: sujeto, predicado verbal y complemento que les confería un tono aún más distante. Su cerebro estaba construida para que sus mensajes resultaran claros, inteligibles, directos para cualquiera.

Meguelindo Doctorato podía haber preguntado cuáles serían esos trabajos más acordes con su naturaleza. No lo hizo, porque, cualquiera que fuera la respuesta que el encargado-jefe le hubiera dado, no le hubiera servido para nada.

¿Sentir emociones y evasión sin moverse de casa? ¿Conectarse a dosificadores que le proporcionarían placeres sensuales, gustativos, deportivos,…? ¿Recuperar del sótano viejos libros impresos, ya comidos por las carcomas y las ratas?…No, no. Sabía bien, porque había visto en resultado en el deterioro de anteriores colegas, que, una vez se abandonaba el mundo del trabajo -siempre a disgusto, siempre forzados-, al homo inutilis le esperaba el gélido abrazo de la desidia, el desánimo, la apatía, que le iría cercando como una yedra se enhebra sobre el árbol herido.

El encargado-jefe se fue, dejando la puerta abierta y la caja sobre la mesa. En el inmenso taller, el ruido de las máquinas que, durante tantos años, había sido para Meguelindo apenas un sonido de fondo instrumental, se le convirtió en algo ensordecedor. Miró las decenas de autómatas, perfectamente alineados, ocupando el espacio con aprovechamiento imposible de mejorar, todos ellos realizando su trabajo con una eficiencia insultante. Mucho mejor, desde luego, que las miles de personas a las que, a lo largo de los años, habían ido sustituyendo.

Sin fallos.

De la caja negra surgió una voz metálica:

-En los próximos tres días, estaré a su lado, para terminar la captación de toda su experiencia práctica. Desde hace meses, vengo absorbiendo todos sus conocimientos, por observación telemática continuada. Estoy programado para resolver las más complejas cuestiones con máxima optimización. En memoria tengo ya incorporados todos los trabajos e informes realizados por Vd. en su vida laboral en esta empresa. Usted no tiene que prestar atención, solo seguir haciendo su trabajo normal y seleccionaré lo que resulte pertinente.

Meguelindo Doctorato hubiera querido quejarse ante el representante del sindicato. Pero no había. Hubiera querido gritar que era injusto el tratamiento que se le estaba haciendo, después de tantos años de servicio. Pero nadie le hubiera atendido.

Hubiera deseado hablar con algún compañero sensible acerca de las más elementales reivindicaciones laborales.

Pero era el único ser humano que quedaba en plantilla en aquella empresa. Es decir, hasta ahora, hasta dentro de tres días, para ser exactos.

Tuvo el deseo de romper la caja, abrirla para descubrir su contenido. No lo hizo, porque estaba seguro de que se trataba de una muestra sin valor, una añagaza más del Sistema para desorientar, y que estaría vacía, como todas las demás.

FIN

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Cuento de verano: Juanelo Valiente contra el sistema

3 septiembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Cuando Juanelo Valiente retornó de sus merecidas vacaciones en la tierra de sus ancestros, por buen nombre, Siempreverde, no tardó en apreciar que, en su ausencia, las cosas habían vuelto a empeorar.

En realidad, es principio general y comúnmente aceptado, que lo que, siendo propio, no se vigila, se deteriora por sí mismo, y si no se está atento a limpiar, adecentar y eliminar adherencias, de forma continua, al cabo de poco tiempo, en donde había algo de valor, se encontrará un pingajo.

Lo que ya no es tan sabido o, por lo menos, rara vez se tiene en cuenta, es que, en tratándose de lo común, esto es, de lo que pertenece a todos, la falta de vigilancia produce un deterioro aún más rápido, y por ser el bien que ha de mantenerse mucho más valioso que lo de uno solo, resulta -en principio- tanto más doloroso el avance de su miseria.

Los síntomas aparecieron ya desde el primer día. El Cartero real, habitual portador de misivas sin la menor importancia, le comunicaba en una Notificación del Ministerio de Velocidades que había sido multado con cien maravedís por superar en cuatro micromillas a la hora la velocidad máxima admitida para los cabriolés con pescante de ébano, regla exótica que había sido aprobada en el último Consejo de Ministros antes de las vacaciones de verano.

La exacción le había sido deducida ya de su cuenta bancaria, correspondiéndole ahora, según decía el boleto en letra autoborrativa, alegar lo que a su derecho correspondiera en los tribunales competentes, siendo circunstancia que solo parecía conocer Juanelo, el que su vehículo no había sido cabriolé, sino charriot, y que, a la sazón, se debería hallar dado de baja y en situación de desguace, misión que había confiado, como entendía corresponde, a un competente taller autorizado para minucias vitales.

Disgustado por el mal pie con el que se celebraba su retorno, se dirigió a la sede del gremio de Profesionales Libres, al que pertenecía, para anunciar que se encontraba nuevamente a disposición de lo que se le ordenara, encontrándose con que un cartel, en la misma puerta, adherido con cinta de embalar, indicaba que el gremio había sido disuelto, por orden del Ministerio de Libertades Vigiladas, de reciente creación, y se invitaba a los socios a que defendieran sus reivindicaciones, en el caso hipotético de que las tuvieran, de acuerdo con su leal saber y entender individual.

Barruntando ya que las vacaciones de la plebe habrían sido aprovechadas por los controladores del Sistema para hacer otros cambios, aún más profundos, fue, con el corazón más contrito, al Palacio de Comunicaciones Generales, lugar en donde, en multitud de paneles llamados informativos, se disponían, sin orden ni concierto, las muy variadas disposiciones que modificaban, con igual criterio, las anteriores, nacidas, en general, bajo idénticos auspicios.

Sus peores sospechas quedaron confirmadas de inmediato. Multitud de normas, reglamentos, leyes, adenda, edictos, eukases, diligencias, providencias, autos, directivas, sentencias y revocaciones habían sido dictadas o aprobadas durante los treinta días en que había estado de vacaciones.

Había cambiado tanto todo, que resultaba imposible saber cuál era la norma última que correspondía seguir. Juanelo Valiente, armado solo de su perspicacia, retiró de un manotazo varias de aquellas notificaciones, y las estrujó con sus propias manos, mientras gritaba:

-¡Cómo puede ser que lo que está creado para ayudar y proteger al individuo se haya convertido en un monstruo incontrolable!

Parecía, en verdad, fuera de sí. Los pocos ciudadanos que se encontraban en el inmenso espacio de la planta baja del Palacio de Comunicaciones Generales -las zonas altas eran inaccesibles para el común- le miraron, sin decir nada, aunque alguno le aconsejó, con un leve movimiento de los labios, que se callara.

En aquel momento, aparecieron varios funcionarios, cuyos rostros estaban ocultos por material antidisturbios que, con dureza, golpearon a Juanelo Valiente, tirándolo al suelo, y luego lo esposaron y lo condujeron hacia los sótanos.

-El sistema tiene siempre razón y los que están contra él, están contra todos -explicó, para quien pudiera oírle, quien parecía el jefe de aquel equipo.

Así resultó engullido Juanelo por el sistema. Cuando sus amigos advirtieron que faltaba a los habituales encuentros, en donde se entretenían en resolver complicados Sudokus y otros acertijos que estimulan la imaginación -según se creía-se interesaron por él, para lo que fue imprescindible rellenar el formulario informático previsto al efecto. Al cabo de unos días, recibieron la notificación, enviada contra reembolso, de que faltaban datos para la completa identificación del Expediente del asunto, y que, por ello, no había podido ser procesada.

Cada una de sus peticiones de información, encontró similar respuesta. “No es posible procesar su consulta por datos incompletos”. Pidieron ver al responsable físico del Departamento de Errores del Sistema, pero el programa informático les contestó, en un tono que juzgaron impertinente, que, antes, deberían agotar los procedimientos automáticos, que no sabían ni consiguieron saber cuáles son exactamente.

Escribieron, exhaustos, esta frase sobre una sábana: “Juanelo, ¿dónde estás?. Tus amigos nos te olvidan”, y se apostaron nos apostamos ante el mecanismo de control de acceso al Gran Palacio del Sistema. Así estuvieron varios días. Para su asombro y definitiva desesperación, por allí no entró ninguna persona. Aquella entrada no era utilizada por nadie. Todo el recinto, hasta donde alcanzaba la vista, parecía abandonado, si bien, aunque alejados como se encontraban del complejo central de edificios, llegaban extraños sonidos de actividad.

Decidieron, al cabo, abandonar la búsqueda de Juanelo. Los que conocían su coraje, se manifestaban seguros de que Juanelo Valiente sería capaz de hacer algo para evadirse, y se tranquilizaron de que sabría cómo salir del problema por sus propias fuerzas.

Así fue. Cuando ya nadie recordaba el caso, emergió Juanelo Valiente, desmejorado, pálido, pero vivo. Contó que había conseguido zafarse de su reclusión, aprovechando que aquel día, el mecanismo que le proporcionaba papilla de arroz sintético y agua reciclada por un conducto minúsculo, se atoró, y la puerta de su celda quedó circunstancialmente abierta.

Dijo también que había recorrido todas las dependencias, buscando la salida, y no había encontrado a nadie. Tenía la seguridad de que no había nadie detrás del funcionamiento del Sistema, que se estaba alimentando por inercia.

Es verdad que no le creyeron, porque todos tenían miedo a las represalias, ya que las Notificaciones no paraban de llegar, lo que parecía probar que alguien controlaba todo, aunque fuera para mal. Multas, subidas de impuestos, limitaciones de prestaciones…

Pero Juanelo Valiente no hizo caso, en adelante, de ninguna de ellas. Vació sus cuentas bancarias, pidió la liquidación en su empresa, no contestaba correos, cambió de lugar de residencia, pagaba al contado, cobraba en negro, repudió a sus amigos, no leía periódicos, y, lo que es más importante, dejó que se olvidara el nombre de Juanelo Valiente, pasando al más absoluto anonimato para el Sistema, del que vive completamente al margen, desde entonces.

Por lo que le va muy bien, según se puede inferir.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, cabriolé, charriot, cuentos de verano, desguace, Juanelo Valiente, miseria, notificación, pingajo, rebeldía, sistema, sociedad líquida

Mejorando el rendimiento del Sistema (Improving the System Performance)

25 febrero, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

En un comentario anterior, he tratado de hacer ver que la obsesión por detectar la totalidad de los fallos o defectos de nuestro sistema operativo, puede satisfacer momentáneamente los deseos populares -y populacheros- de lograr más claridad, y incluso, para algunos, excitarían los ánimos de revancha (que son ajenos a la justicia y, sobre todo, a la economía), pero no mejoraría la situación en cuanto a la efectividad de aquél.

Al contrario: cuanto mayor sea la presión focalizada hacia algún sospechoso, todo irá seguramente a peor, (1) , debido a que se está falseando la verdadera naturaleza del mal. Los presuntos infractores cuyo juicio concentra ahora el interérs mediático, no han sido descubiertos en su posible -casi segura- irregularidad gracias al método de la inspección, o al buen funcionamiento de los sistemas de control, sino por casualidad.

Y es esa anómala circunstancia la que permite poner en duda la solvencia total del sistema para autocorregirse y el riesgo de quedarnos, en el podado de las ramas dañadas, solo con la tijera. La persecución de unos pocos, descubiertos por azar o la acusación de alguno de sus cómplices cogido en falta, podrá servir, en su momento, como catarsis parcial, alivio momentáneo al imaginar  que se han detectado a los culpables del mal que nos aflige, pero no garantiza (en absoluto) que se hayan atrapado a los más dañinos, ni supone mejorar, al apartarlos, la actual ni la futura honestidad del sistema, ni quedará mejorada la competititividad ni la producción o el consumo, ni se logrará, por ello, el aumento del bienestar común.

Como reacción natural, el sistema se contraerá, al incrementarse la incomodidad y recelos en los espacios de los que se saben también pecadores, temiendo llegue el momento en que alguien (¡traidor!) los delate, para salvar su pellejo o aturdido por el contagio justiciero.

Seguramente, poco más pasará. Y si así sucede, como ya sucedió en otros casos,  todo acabará cerrándose con sobreseimientos, acusaciones recíprocas, confusión generalizada y dos o tres chivos expiatorios pasando un período en la cárcel (suficiente para que escriban uns confusas memorias que se convertirán en ininteligible bestseller). En suma, el efecto se diluirá, las aguas volverán a sus cauces turbios,  provocando tal vez mayor prudencia en las actuaciones de algunos (que delegarán responsabilidades eventuales a los escalones inferiores de la pirámide de decisiones, con códigos éticos para salvar su tipo) y, en poco tiempo, aumentará la evasión y la acumulación del lujo y el despilfarro, se hará más profunda y soez la corrupción, y aparecerán nuevos mecanismos de infracción (técnicos, económicos, jurídicos) que resulten menos detectables a la inspección oficial, incluso lícitos, todo ello con una disminución de la actividad real, aumentando la dosis de la subterránea y opaca.

La clave, en mi opinión , ha de buscarse en otro lado.

Porque no somos tan especiales los españoles, o los portugueses, los italianos o los griegos: no estamos solos en el pecado, sino muy bien acompañados. El modelo capitalista internacional está estructuralmente corrupto, porque es su modo óptimo de sobrevivir. Ha nacido con vocación de corromper, por su propia esencia. No caigamos en la ingenuidad de suponer que las empresas o instituciones con sede en otros países no utilizan las mismas o parecidas artimañas; no nos creamos las clasificaciones internacionales de transparencia, porque no distinguen entre corruptos y corruptores y están hechas desde la posición de los que dominan las artes de la ocultación.

Nuestra tendencia hispana a imaginarnos originales y hasta exacerbados incluso en el pecado, corresponde a un complejo de inferioridad quasi-infantil, que se potencia por declaraciones de quienes están a cargo del sistema, se difunde por la prensa y se apoya en la opinión pública, alimentada y conducida como rebaño. Es la sociedad líquida: de líquido espeso y maloliente.

Y es que, además, si se me permite el malévolo argumento, la existencia de un porcentaje de economía sumergida es bueno para el sistema, pues alivia tensiones que la economía oficial no sabría corregir y distribuye medios de subsistencia en los sectores más bajos de la sociedad (además de beneficiar a algunos tiburones). Sucede como en los sistemas de abastecimiento y saneamiento de agua en las ciudades: un 15 a 25% de pérdidas de líquido es, no solo inevitable, sino ventajoso, pues ese agua es devuelta al terreno, sirve para recargar los acuíferos y reeequilibra el nivel freático.

Se debe valorar también la importancia del efecto perverso del envenenamiento de los principales controles y agentes sobre el resto: hay que admitir que todo estará más o menos contaminado, y un afán inquisidor sobre la totalidad, llenaría los juzgados de procesados, las cárceles de internos y paralizaría o deterioraría aún más la economía, perjudicando la imagen exterior (cínica) de forma brutal.

El descabezamiento de algunos o todos de los principales malfactores del sistema (si pudiéramos ver por una rendija qué ambiente se respira, de verdad, en los sancta santorum de empresas, sindicatos, partidos políticos…), al carecer de sustituto de igual tamaño, teóricamente limpio de culpa, acabará arrastrando la caída de amplios sectores productivos , o, como efecto indeseable también, solo conseguiráque el hueco sea aprovechado como oportunidad por otro agente de la misma catadura.

No veo en la modificación profunda de la Constitución ninguna ventaja especial. Cambiar algunos artículos de la Carta magna puede tener un efecto de distracción (saludable, en este momento), pero sería inocuo. Hay que concentrar los esfuerzos en intensificar la cooperación y el diálogo constructivo entre todos los agentes, especialmente los que crean empleo, y representantes de la sociedad civil.

Ni siquiera me detendría mucho en aumentar las medidas de control o la inspección: la ética debe ser norma de actuación general y, por ello, hay que confiar que el sistema alcance su equilibrio a niveles éticos adecuados parra su funcionamiento, porque la ética universal no se impone. Lo que sí hay que incorporar es la solidaridad, analizando el modelo económico y sus objetivos sociales,

Es necesario un pacto del empresariado con el Estado, esto es, con la sociedad. Y ahí tenemos un grae déficit, por dejadez, ignorancia, y falta de formación práctica de políticos, funcionarios y agentes de control. También, por interés, desidia, y ausencia de solidaridad de los agentes de producción y económicos.

Hay que construir urgentemente ese diálogo efectivo, hacerlo transparente, y forzar a que la imagen del empresario sea moderna, comprometida, constructiva. No es tolerable que los ejecutivos de las grandes empresas de este país tengan sueldos que a la inmensa mayoría de sus conciudadanos les parezcan cosa de fantasía. Hay que incorporar representantes efectivos (no floreros) a los consejos de administración de las empresas de mayor facturación y empleo, que garanticen el cumplimiento de objetivos sociales, pero, también, que sirvan para dotar de credibilidad total a su funcionamiento.

Estamos en tiempo de descuento, pero el partido se está jugando todavía.

—

(1) A lo que contribuyen, con actuaciones que no están libres de pecado,  la lentitud de la Justicia y la obstaculización procesal de las defensas,  frente a los juicios sumarísimos de los Telediarios.

Publicado en: Economía, Empresa, Política Etiquetado como: capitalista, economía, empresa, estado, medidas, papcto, performance, política, recuperación, reforma, rendimiento, sistema, system, tiempo de descuento

Explorando alternativas (Start the alternatives Explorer)

24 febrero, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Es hora de que dediquemos tiempo a explorar alternativas de solución a los problemas que ya tenemos perfectamente detectados. El sistema no funciona, y como hacemos cuando el ordenador detecta dificultades de comunicación con las redes disponibles -de las que tanto dependemos-, se nos ofrece la opción de dejar que el propio programa encuentre soluciones.

Por fortuna para los usuarios, la mayor parte de las veces, después de misteriosas comprobaciones, el asunto queda resuelto de forma automática (1). Sin embargo, hay una posibilidad fatídica de que el programa de chequeo interno nos ordene “consultar al administrador” , que, como somos nosotros mismos, equivale a “no encuentro solución”, y hay que ir con el aparato debajo del brazo a un experto para que nos saque del apuro o nos proponga reformatear el disco duro, cuando no, comprar un equipo nuevo.

Dejando a un lado la metáfora informática, tenemos que decidir entre Transición o resetear. Los más prudentes, de entre los que apuestan por el cambio, hablan de la necesidad de una Transición (la Segunda o la Tercera desde 1978, según cómo lo miren).

Los más inquietos o desanimados, abogan por Volver a empezar. Al menos, en varias cuestiones fundamentales. Que repaso con el lector:

1. Control empresarial. El descubrimiento de que elementos principales de la cúpula empresarial (incluída la bancaria) dedicaban una parte sustancial de sus esfuerzos a hacer trampas al sistema, no puede quedar sin consecuencias para los infractores, pero tampoco debe engañarnos a todos. Tenemos elementos suficientes para sospechar que todo el sistema está corrupto. Que, cada uno a su escala, viene haciendo trampas a la Hacienda Pública. Generando facturas falsas, contratando trabajadores a los que paga una parte del salario en dinero b, mintiendo respecto a los objetivos, las relaciones internas o externas con el resto de los llamados poderes fácticos, etc. Quedaría así explicado, por fin, por qué los directivos de las grandes empresas ganan tanto, porqué algunos propietarios o ejecutivos de entidades de aparente escasa entidad disponen de casas o vehículos aparatosos o realizan viajes de placer muy costosos. con cargo a ingresos desconocidos. Por supuesto, el control social, la inspección fiscal, las posibilidades de denuncia de colegas, vecinos o conocidos de los miles de privilegiados por el sistema, está fallando.

2. Control político. No necesitamos que los líderes políticos de los principales partidos que dicen representar a la ciudadanía se pongan más colorados, ni que busquen, con su reconocida labia para bordear las zonas de peligro, que no sabían de las fórmulas extracontables de generación de dineros para sus entidades y recompensar así a sus líderes o militantes con sobresueldos. Los síntomas son suficientemente evidentes; los silencios  (o los balbuceos pretediendo dar explicaciones), expresivos; la falta de vigor en la denuncia, bastante, para que entendamos que todos, quien más quien menos, se encuentran atascados en la mierda. Habrá culpables mayores o menores, pero la cuestión, en su caso, sería detectar grados de incumplimiento de lo establecido legalmente, no quién está totalmente libre de culpa (aunque sería un alivio que hubiera partidos en esa situación, y no solo los recién constituídos, aún libres de pecado).

3. Control de la Jefatura del Estado. Podemos estar lamentando durante unos años o décadas más que la institución monárquica, que ha cumplido (decimos todos) tan importantes misiones para evitar la segunda guerra civil del siglo XX o una restauración de la dictadura militar, haya demostrado tener los pies del barro de los demás mortales. Ovejas más o menos negras hay en todos los rebaños. Pero también aquí el meollo de la cuestión no es aislar a un miembro del clan para lancearlo. Lo principal es atender al fondo: reconocer que tenemos una familia monárquica relativamente pobre (comparémosla con la británica o…con la casa de Alba), ambiciosa, como es lógico en un sistema capitalista , en mejorar rápidamente en eso del dinero (nunca se sabe si vendrán mal dadas a la primera de cambio, que ejemplos hay muy próximos), bien relacionada con los poderes fácticos y con imagen mítica para el pueblo llano, proclive a la santificación al primer milagro que se le atribuya al beato. Y, como elemento complementario, digno de una reflexión igualitaria, la República nos ha funcionado bastante mal, porque nos han faltado líderes agultinadores que saltaran por encima de las dos facciones en que se ha dividido siempre el país. La Tercera República no tiene visos de funcionar mejor, con los elementos que están a la vista. No me tranquilizan esos tipos que enarbolan banderas que no tienen el soporte de una ideología o de propuestas sólidas. Y en todo, caso, se precisaría consolidar líderes con capacidad de dirigirla, de los que no se dispone y se tardará en encontrarlos, en convertirlos en motor (si es que no los asesinan antes). Lo único que hay cierto es el descontento, las ganas de cambio, la necesidad, también, de cambiar.

4. Financiación del estado social. Es un elemento clave. En realidad, el objetivo de todo cambio. Conseguir recuperar empleo suficiente para garantizar la tranquilidad popular, mantener las prestaciones sanitarias, educativas, asistenciales en general. Hay que ser muy fino en definir cómo sostener la calidad y, sobre todo, cómo se va a financiar, hoy y en el futuro. Las cifras no pueden ser improvisadas, ni elucubraciones de supuestos experto. Tienen que ser proporcionadas desde la función pública. Y, claro está, no es creíble que la gestión privada sea mejor que la pública; ni tampoco al revés. Lo que es insustituíble es que el control sea bueno, y sea público.

Con estos elementos a la vista, creo que necesitamos un período de intensa reflexión, en la que no deberíamos dar demasiada importancia (es decir, no toda la importancia) a los casos descubiertos y admitir que, por lo que sea (nuestra propia tendencia colectiva a trampear y, en mi opìnión particular, a no ser finos en ello, a descidar la ocultación de los engaños) estamos pillados en una encrucijada que nos obliga a ser espléndidos en el perdón con nosotros mismos.

Difícil situación, sin duda. “Siento lo que ha pasado. No volverá a ocurrir“, puede ser una frase que empiece a prodigarse. Pero cabe preguntar: ¿Seguro? ¿Quién lo garantiza? Y, sobre todo,  ¿Cómo podríamos evitar que vuelva a suceder?

No tengo todas las respuestas. Pero estoy convencido que, entre todos, las obtendremos todas. Sin necesidad, en mi opinión, de tener que reformatear o resetear el sistema.

—

(1) Aunque no quiero llevar la comparación innecesariamente lejos, el atractivo del símil es alto, Por ejemplo, una vez que el sistema no propone elegir entre varias soluciones y, aceptada por el usuario una de ellas, el programa de autocontrol detecta que el problema parece resuelto, pregunta al lego funcional, pero, al fin y al cabo, responsable racional y propietario del equipo  algo parecido a ésto: “¿Cree que el programa de búsqueda de soluciones le ha sido útil? Ayúdenos a mejorarlo dándonos su opinión.”

Publicado en: Economía, Política, Sociedad Etiquetado como: bancos, banderas, económicos, educación, empresas, entidades financieras, estado social, justicia, Monarquía, problemas, República, resetear, sanidad, sistema, sociales, tercera transición, Universidad

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