Al socaire

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Cuentos para preadolescentes (7 y 8)

11 febrero, 2023 By amarias Deja un comentario

Para animar los viajes de la ruta de mi nieta y amigas hasta el Colegio, he seguido grabando  historias -algunas totalmente inventadas; otras, muy reales-. El propósito común es que, además de servir de distracción, pueda extraerse de ellas una moraleja, un motivo de reflexión o una sonrisa.

El Plan de Estudios más eficiente

Aunque no lo creáis, puedo aseguraros que el Ministro de Educación ha pensado en el plan de Estudios que estáis obligados a seguir. Bueno, tal vez no en el vuestro, pero seguro que lo hizo el anterior Ministro y, con suerte, el anterior . Todos los Planes aprobados son diferentes, porque ningún Ministro de Educación ha perdido su tiempo en analizar los Planes de sus antecesores.

Como resultado, los estudiantes habrán recibido las enseñanzas siguiendo trozos de varios planes de estudios.

Hubo un vez en un imaginario país en el que cambió el Gobierno, y el nuevo Ministro de Educación se propuso poner en marcha un Plan de Educación definitivo.

El anterior Ministro había escrito un Libro Blanco sobre la Reforma de la Enseñanza, con más de dos mil páginas y cientos de gráficos. La conclusión principal era que todos los niños y jóvenes deberían aprender lo mismo. Por eso, en las aulas se les ponía juntos en cada pupitre a los más inteligentes junto a los más torpes. Para equilibrar. Al acabar cada semestre, se hacía la media de las notas del examen final  a las parejas, por pupitres. Los informes anuales del Ministerio concluían que el Plan era un éxito. Sorprendentemente, todos sabían prácticamente lo mismo. Casi nada.

Cuando el nuevo Ministro leyó el Libro  Blanco, le pareció una tontería. Pero, antes de cambiar el Plan, decidió preguntar la opinión sobre el actual a la sociedad civil. Ya sabéis: empresarios, investigadores, ciudadanos ilustres, políticos, alumnos, profesores, campesinos, obreros. ¿Qué pensaban?

-Es una magnifica idea -dijo uno-. Yo hubiera sido incapaz de terminar mis estudios por mí mismo. Ahora soy Físico Nuclear. No he visto un reactor en mi vida, pero tengo algunos planos y, sobre todo, se quién sabe de eso. Mi compañero Agapito.

-El plan es un desastre -se  quejó un profesor-. Los estudiantes torpes copian de los más listos. Estos, al no tener estímulo para aprender, se aburren, se decepcionan y abandonan los estudios. Solo los que tienen más recursos económicos se trasladan a Universidades privadas o se van a estudiar en el extranjero. Cuando vuelven, si lo hacen, ocupan los mejores puestos y más remunerados.

-Llevo años contratando ingenieros extranjeros para mis fábricas -explicó un empresario- No me fio de los que han estudiado aquí.

-No tengo opinión -expresó un joven, de cutis terso y pelo engominado-. Estudié derecho en París, y trabajo en el prestigioso bufete de mi suegro, especializado en separaciones y divorcios.

El Ministro de Educación, después de analizar lo resultados de miles de entrevistas como éstas, tomó una decisión.

Recrudeció los exámenes de ingreso, distinguió los planes de estudio según que se pretendiera un título de calidad o una engañifla, exigió control y máximos niveles de exigencia para profesores y maestros y aumentó de manera significativa las dotaciones para laboratorios, centros de investigación y remuneraciones para quienes demostraran más eficiencia.

Fue muy comentado. Lamentablemente, en la siguiente remodelación del gobierno, lo destituyeron.

-Una pena. Parecía un buen tipo -comentaron en algunos círculos- Solo que muy idealista. Vivía en una quimera.

-Somos un país de artistas.

El pescador más optimista

Los aficionados a la pesca se cuentan, con seguridad, entre los humanos más optimistas  (y mentirosos) de la Tierra. No importa lo desagradecida que les haya resultado la jornada anterior, afrontarán la siguiente con una ilusión a prueba de bombas. Y, cuando se trata de contar el resultado de la última pescata. no les dolerán prendas para exagerar el número y tamaño de las piezas cobradas, hasta hacerlas alcanzar dimensiones inverosímiles.

Hubo una época en la que los ríos asturianos eran pródigos en truchas y reos, las dos especies de salmónidos más agradecidas para quienes desean cultivar esa afición. Son sagaces, cautas, asustadizas y, cuando se las prende en el anzuelo, luchan desesperadamente por desprenderse, lo que proporciona momentos de emoción en cada lance.

No es la carne de la trucha mi predilecta, por lo que, sin necesidad de apelar a mi sensibilidad, la mayor parte de los animales a los que conseguía engañar con el señuelo, fueron devueltos al agua. Incluso debo admitir que el mayor placer de todo el proceso de pesca, me lo proporcionaba el confeccionar señuelos de moscas, efímeras, ninfas, gusanos y otras imitaciones, para lo que llegué  adquirir cierta práctica.

Cambiar, en plena acción de pesca, el aparejo que estaba utilizando, para incorporar al lance los colores y formas de las artificiales que mejor se acomoden a los seres vivos volantes que están siendo, en un preciso momento, objetivo de la voracidad de las truchas, es una prueba de la  serenidad de la que somos capaces. Los nervios, la agilidad manual y la buena vista deben controlarse, para no acabar con el aparejo, la cesta y los ánimos en el agua.

Andaba yo, al anochecer, dedicado a la pesca del reo, en el Narcea. No estaban picando y, a cada lance, me aventuraba a llevar la mosca algo más lejos.

De pronto, noté un fuerte tirón y casi al mismo tiempo, vi saltar, allá a lo lejos, junto a la boya de mi aparejo, un salmón descomunal. Había tragado una de las moscas y se sentía atrapado por el señuelo.

Lleno de emoción, repasé mentalmente las anécdotas de pescadores que contaban sus éxitos habiendo conseguido, con destreza y paciencia, traer hasta la orilla a un pez con un sedal inadecuado.

¿Tendría esa habilidad mi vecino, ensimismado en lo suyo, y a quien no conocía de nada?

-¡Eh, amigo! -le grité, sin perder de vista las evoluciones del salmón al que no cesaba yo de darle hilo, confiando en que se calmara hasta que un experto ocupara mi posición con la caña- ¡He cogido un salmón, pero mi aparejo es de trucha! ¿Me ayudas a sacarlo?

A pesar de la oscuridad, cada vez más densa, pude intuir la cara de socarronería del interpelado.

-Claro que sí -me contestó-. Tráelo a la orilla, y nos las apañamos con la sacadera.

Fue más o menos en ese momento, cuando sentí la sacudida por la que el salmón se liberaba del sedal, llevándose consigo mi aparejo y mi inocente ilusión de pescador bisoño.

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Cómico o ridículo (18)

2 marzo, 2017 By amarias Deja un comentario

A los animales, e incluso a las cosas, se los llega a coger cariño. Se de familiares y amigos que han llorado la pérdida de un perro o un gato con tanta intensidad y verosimilitud como si fuera de la familia (no me atrevo a poner el nivel más alto). La devoción a algunos objetos, que mantenemos durante décadas como recuerdo de quién sabe qué situaciones, es también conocida.

Reconozco, arrojándome la primera piedra, que soy incapaz de desprenderme, por ejemplo, de las decenas de libretas en las que, por inveterada costumbre, fui anotando durante años, apuntes de conferencias, conversaciones telefónicas, notas de las reuniones en las que participé.

Federico era un pollo. No recuerdo cuando apareció en nuestra vida familiar, en uno de los veranos que pasábamos en el pueblo. Supongo que habría sido adquirido junto a otras decenas de pollitos destinados a mejorar el sabor del arroz, cuando hubieran adquirido el tamaño suficiente para alcanzar la categoría de pollo tomatero.

La peculiaridad de Federico consistía en que acudía cuando lo llamábamos. No importa lo lejos que estuviéramos de lugar en donde sus compañeros engordaban ciegamente, a base de maíz, harina de trigo y gusanos que recogían del recinto de gallinero, si alguien gritaba: “¡Federico!”, al poco rato acudía presto, moviendo sus alas para impulsarse con aún mayor rapidez.

Para los niños de la casa, aquel pollo era un juguete especial, con el que hacíamos las inevitables pruebas de confirmación del fenómeno. Si estábamos en el jardín, y Federico se encontraba (porque así lo habíamos dispuesto) en la azotea, el animal, al instante de ser invocado, se lanzaba con arrojo propio del capitán Trueno desde lo alto, para venir al lado de quien lo hubiera llamado.

Ni qué decir tiene que el pollo sobrevivió a sus compañeros. Cuando tuvimos que volver a Oviedo, yo, como capitán de la patrulla que formaba junto a mis hermanos, di instrucciones precisas de cómo debería cuidarse, porque no tenía dudas que, al año siguiente, convertido en un gallo hecho y derecho, aquél ave singular estaría en condiciones de generar una estirpe de prodigiosa inteligencia (a nivel avícola, por supuesto).

En las cartas que dirigía puntualmente a mi abuela y tía, que habían quedado hasta comienzo del invierno en la casa de campo, me interesaba por el estado del pollo, y recibía tranquilizadora información de que progresaba adecuadamente. En mi imaginación infantil, hasta creía que, con el aumento del cerebro propio de la edad, Federico sería capaz de otras habilidades, a poco que se le enseñara.

Grande fue mi decepción cuando, a principios de diciembre, tuve ocasión de hacer una breve visita al pueblo. Federico no estaba. Después de una investigación en la que tuve que utilizar mis habilidades policíacas, se me reconoció que, el mismo día de nuestra marcha, Federico había corrido detrás del coche y había sido atropellado por un camión. Se me había ocultado la información, se me dijo, para no disgustarme. “Mejora hubiera sido haberlo echado a un arroz”, dijo el casero, manifestando su insensibilidad.

Así terminó la historia del único ave con inteligencia emocional que conocí. Las demás gallinas con las que me crucé en mi existencia me parecieron, sin excepción, estúpidas.

Por ejemplo, es proverbial la incapacidad que tienen las gallinas para esquivar los automóviles, al contrario, por ejemplo, que las urracas, los cernícalos, los cuervos y hasta los gorriones.

Un día en que volvíamos de Guitiriz, en donde había acompañado a mi padre a visitar una concesión de caolín que prometía hacernos millonarios -jamás se cumplieron, lamentablemente, sus predicciones-, ya al atardecer, avistamos, detenidas en la carretera, picoteando alegres, un grupo de perdices. Mi padre, que conducía -yo tendría doce años-, en un hábil movimiento de volante, consiguió atropellar a dos de ellas.

Cuando nos disponíamos, con emoción, a recoger la caza, apareció una señora con muy malas pulgas que nos afeó el que hubiéramos matado a dos de sus gallinas conduciendo tan temerariamente.

Después de una discusión, en la que venció, sobre todo, la vergüenza de la torpe apreciación que habíamos tenido sobre la naturaleza de los pollos, mi padre consintió en abonar unas pesetas por las fallecidas.

Con fingida dignidad, cuando la campesina le ofreció quedárselas, renunció a tal cosa, con un: “Que le aprovechen a Vd. señora, que a nosotros no nos gusta el pollo, que somos más de pescado”. Y seguimos, tan campantes, sin referirnos al incidente.


Hace unos años, alguien puso una mascarilla a la estatuilla de Arturo Soria, el insigne urbanista, que preside el viaducto sobre la avenida de América. “Menos mal que estoy muerto” rezaba el letrero que acompañaba al acto reivindicativo de una ciudad con atmósfera más limpia.

En Madrid gobierna desde va a hacer dos años la alcaldesa Manuela Carmena, que me da la impresión que ha adoptado un perfil más bajo que al inicio de su mandato. Hace unos días se terminó el plazo para que los madrileños votáramos si queríamos que la Gran Vía se peatonalizara y que el billete de transporte público fuera único, para autobús y para metropolitano.

Bien está mantener al personal entretenido. Hoy mismo, una algarabía de bocinazos colapsó la calle Arturo Soria. A golpe de claxon y griterío, acompañados de varias decenas de coches policiales, motoristas de la nacional y urbana, una respetable (en tamaño) caravana de coches y autobuses de las academias de conductores pedían, por lo que pude deducir, que se hicieran exámenes, ya.

Lo que ya no se es si a Arturo Soria, estatua, le colocaron algún cartel esta vez. Yo no pude sacar el coche del garaje y tampoco fui capaz de concentrarme en mi trabajo, por el ruido. Había quedado a comer con un amigo, y cuando fui a coger el metro, resulta que no había servicio, al menos durante media hora, según anunciaba la megafonía. Las opiniones entre los que esperaban en vano, se repartían entre los que creían que era debido a la huelga de conductores y los que argumentaban que alguien se había arrojado a las vías.

Salí de la estación y fui andando.

 

 

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Carta a Manuela Carmena, alcaldesa de Madrid

3 junio, 2016 By amarias 1 comentario

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Alcaldesa:

Hace unos días, en uno de los cajetines utilizados eventualmente para comunicar informaciones sobre el servicio de transportes en los autobuses urbanos, me encontré con un “Bando de Limpieza de la Alcaldesa de Madrid”, suscrito por Vd.

No tenía fecha, aunque supongo que debió ser emitido hace poco. Como el escrito era largo y los viajeros que se amontonaban en la plataforma me impedían leerlo con la debida atención, aproveché un hueco visual y lo fotografié con mi teléfono inteligente. Así pude enterarme, en la calma doméstica, no ya de su contenido, sino que ahora trato de inferir de su concentrada lectura, tomándolo como muestra de razones más profundas, cuál sería la situación por la que Vd. se encontraba en la necesidad de enviar un mensaje a los madrileños.

¿Ilusionada, inspirada, tal vez, aburrida? Si alguno de esos calificativos encajan parcialmente al tono del escrito, el que más se adecúa es otro: desorientada. Mal asesorada.

Desde luego, el reto que lanza en su escrito es tan ingenuo como imposible: “que nos convirtamos en los ciudadanos más limpios del planeta”. Ni siquiera veo el interés que pueda tener, objetivamente, que la ciudadanía madrileña huela a limpio por las mañanas. ¿Hay detrás un intento de promocionar alguna marca de jabón de tocador o desodorante? Por supuesto, las pituitarias sensibles sufren al ser dominadas por el olor a sudor, fritangas, humos de tubos de escape y calefacción, cuando no restos vegetales en putrefacción, pero la cuestión del aire de Madrid no parece, de momento, con entidad para mover su creatividad literaria.

Lo que Vd. pretende con ese Bando, en el que recuerda al que Tierno Galván, “primer alcalde de nuestra democracia” promulgó con idénticas inquietudes a las que Vd., varias décadas después, vuelve a poner de manifiesto, es que Madrid -los madrileños y los visitantes- corrijan, de una vez por todas, su perniciosa manía de ensuciar. El carismático profesor no lo consiguió y le puedo adelantar que Vd. tampoco lo va a conseguir solo con sus recomendaciones.

Coincido con Vd. que la base de lo que “nos ha pasado”es que menospreciamos lo público, esto es, lo que es de todos. No es, por supuesto, lacra que haya que hacer descansar sobre los madrileños. El desprecio hacia los bienes y valores generales de la colectividad ha pasado a formar parte de nuestra idiosincrasia. Especialmente, con la democracia, que hemos entendido mal y corremos el riesgo de entenderla aún peor.

Me preocupan, como a Vd. y a sus asesores, la actitud de los que tiran colillas en las calles y alcorques, de quienes no recogen cacas de sus perros y de todos aquellos que ensucian a sabiendas el espacio público. No ignoro que se nos han colado en el argumentario colectivo dos perniciosas exculpaciones:  “ya pagamos para que lo  limpien” y  “total, para lo que sirve que yo cumpla, sino nadie lo hace”. Ambas direcciones de falsa dialéctica, muy peligrosas.

Debo llamarle la atención, ante todo, de algo que no es trivial o, al menos, no tan conocido. La limpieza de las calles es, de todas las actividades relacionadas con la recogida de basura, la más intensiva en creación de mano de obra.

¿Qué se necesita para barrer? Una persona pertrechada contra las inclemencias, con bolsas, una escoba, un recogedor y un carrito, moviéndose a pie por las aceras y por sus bordes; en algún caso, manejando un aspirador de hojas, papeles o cualesquiera residuos ligeros.

Fíjese algo más y advertirá, para su consternación, como fue la mía, que buena parte de esas personas que recorren las calles son bastante mayores, próximas a la edad de jubilación o que parecen ya haberla superado. También encontrará mujeres con aspecto de acabar de salir de sus labores domésticas, manejando con brío los trastos de limpiar.

¿Por qué? Sin duda, porque de esa manera las empresas concesionarias reducen sus gastos generales (menores pagos a la Seguridad Social) apremiadas por la necesidad de competir a la baja para llevarse alguna parte del contrato.

No me parece un despilfarro, dado el alto índice de paro que tiene la ciudad, generar un par de cientos de puestos de trabajo -baratos- para recoger la basura que otros ciudadanos más pudientes y harto despreocupados tiran en las calles.

Tampoco creo que se pueda/deba reducir más el coste de la recogida en camiones compactadores, con personal a la carrera desesperada por las aceras, manejando los contenedores a golpes, con el fin de cumplir con los exigentes destajos.

Habrá que enfocar la cuestión en otras direcciones, ¿no?

Porque, lo que si me parece intolerable es que se utilicen los contenedores que, teóricamente, están destinados a recogida selectiva, para que se entreguen a ellos, sin respeto, todo tipo de basuras, y que se dejen a su lado, abandonados como si la intención fuera construir tótem urbanos de la inmundicia, aparatos electrodomésticos estropeados, colchones y muebles viejos, aceites de automóvil usados, etc.

Me parece inaceptable que, en lugares elegidos a comodidad del ciudadano más irresponsable, se amontonen bolsas de basura en la calle, y que allí sigan por semanas.

Me parece insoportable -para mi sensibilidad profesional- asistir, cada día, y varias veces, al espectáculo de ver cómo una legión de pepenadores -al estilo de las ciudades paupérrimas- se dedican a abrir las bolsas de basura depositada en los contenedores, y a recoger, en camionetas desvencijadas, algunas sin matrícula, en cajas abiertas, cartones, restos metálicos o mobiliario (no tengo que hacer esfuerzo para imaginar que con destino a una eventual reventa, en una cadena de miserias de largo alcance subterráneo), poniendo boca abajo, revolviendo a la trágala, dejándolo todo luego abandonado de cualquier manera, contenidos aún de menos valor que el sustraído, cajas y bolsas rotas y culminando así el espectáculo de la dejación, el descontrol y el desorden.

No, Sra. Alcaldesa, esto no se corregirá con palabras. Hay que poner barreras: más formación, más concienciación, más inspección y más multas. Actuando de forma implacable con los que incumplan. También con aquellos encargados de la vigilancia que hagan dejación de su función de control.

Si no le molesta, le voy a escribir varias cartas abiertas. Le escribí ya varias cerradas, dirigidas a Vd., solicitándole entrevistas personales, que no me contestó. No se diferencia en eso Vd. de otros alcaldes y alcaldesas que hubo en Madrid, y los disculpo: puedo comprender que estén muy ocupados: una ciudad es un entramado complejo, vital, arisco…aunque también seductor como ninguno.

Como estoy seguro de que está imbuida de la mejor intención, le voy a dar un consejo de persona a persona, ambos peinando canas de experiencia: no se entretenga con los problemas pequeños. El de la basura es un tema muy visible, pero menor.

Tenemos otros mucho más importantes y, aunque no le corresponda a Vd. resolverlos -¡por favor, Vd. no es la heroína de los cuentos de hadas!- sí le vendría bien conocerlos.

Un saludo

Angel, un ciudadano de Madrid.

Publicado en: Actualidad, Administraciones públicas, Ambiente Etiquetado como: alcaldesa, Bando, basura, contenedores, educación, limpieza, Madrid, multas, residuos, vigilancia

Mi Diccionario desvergonzado: protocolo, solución, problema, paradigma, pareja, código, educación, escritura

15 septiembre, 2014 By amarias Deja un comentario

Código. 1. Conjunto de cuatro números, coincidentes con el año de nacimiento del interesado, que son elegidos como clave de acceso fácil de recordar a la cuenta corriente en los cajeros. 2. Combinación aleatoria de cifras, letras y signos, formada por doce a dieciséis dígitos, para garantizar sea imposible de recordar, que se guarda al lado de un ordenador o modem, y que permite el acceso del propietario a las prestaciones por las pagó previamente. 3. Recopilación de las leyes vigentes, no actualizada, pues su característica fundamental es el dinamismo con el que son modificadas.

Chirimbolo. 1. Objeto que obstaculiza el paso de viandantes en una acera, colocado por empresas especializadas en ganar concursos públicos por procedimientos de corrupción bien establecidos. 2. Adorno sin valor, de forma indefinible, que los horteras se colocan en el cuello o en la muñeca para llamar la atención sobre su carencia de buen gusto.

Educación. 1. Enseñanza que devino carente de consideración ni respeto, y que consistía en ser considerado y respetuoso con los demás. 2. Formación que se imparte en centros especializados, cuya utilidad final es exclusiva responsabilidad de quien la recibió.

Escritura. 1. Una de las dos capacidades básicas, junto con la lectura, que evitan ser considerado analfabeto y que, por fortuna para muchos, no es preciso demostrar. 2. Afición que siente quien se empeña en contar historias, tergiversando sucesos reales, en la confianza estéril de que algún día sean publicadas; no debe confundirse con la actividad del escritor, que hace lo mismo, pero al que le publican lo que escribe, lo que en ningún caso garantiza que las mismas sean leídas.

Lector. 1. Licenciado español que  ha sido contratado por una Universidad americana para enseñar a estudiantes de castellano a distinguir la tortilla de la paella, y la corrida de la cogida, leyéndoles poemas de García Lorca. 2. Viajero del metro que no desea que le pregunte en qué estación debe bajarse cualquier turista despistado. 3. En la modalidad de empedernido, individuo que no consigue librarse de la obsesión de llevar un libro entre las manos, lo que le priva de vivir otra realidad.

Lesbiana. 1. Calificación, con intenciones peyorativas, que utiliza un vecino con problemas sicológicos para referirse a una mujer de más de cuarenta años que vive sola o en compañía de otra mujer. 2. Ser humano del sexo femenino que ha descubierto, por naturaleza, experiencia o afición, que los ejemplares del sexo denominado contrario exigen demasiado a cambio de lo que les produce satisfacción.

Paradigma. 1. Verdad cuestionable que se eleva por un fanático a la categoría de indiscutible. 2. Forma muy del gusto de un ignorante de referirse a aquello por cuya justificación no desearía le preguntasen, para no ser apeado de su elucubración.

Pareja. 1. Dos objetos o sujetos, incluso animales, que son considerados iguales porque no se desea entrar en detalles de sus diferencias. 2. Trío cuyos componentes ignoran al tercero.

Pasota. 1. Persona que solo concede valor a lo que él mismo fabrica, desea o posee. 2. Reacción de quien ha caído de pronto en la cuenta de que lo que hace no provoca en los demás ningún interés, y que, de persistir, puede demandar tratamiento siquiátrico.

Problema. 1. Oportunidad fabricada por quien desea que los demás le vean como artífice de haber encontrado su solución. 2. Cada uno de los resultados obtenidos con las opciones por las que se pretendió tener la clave de algo de lo que se desconocía el funcionamiento. Véase Solución.

Protocolo. 1. Actuaciones regladas que pretenden dar realce a una ceremonia anodina. 2. Misterioso archivo donde un notario o registrador de la propiedad guarda los documentos que se le han confiado, y cuya utilidad resulta incuestionable si no aparece quien los ponga en duda.

Solución. 1. En las pruebas de aptitud en ciertas carreras técnicas, admitidas como de extrema dificultad, combinación de números y la letra pi. 2. Respuesta válida para salir de un embrollo, hasta el siguiente traspiés. 3. Vaga propuesta de quien se reserva, pasado el tiempo y conocido el resultado correcto, haber aportado el consejo que hubiera sido pertinente. Véase Problema

Torticolis. Rigidez del cuello, por contracción de ciertos músculos, imitada por los modelos de pasarela.

Tufo. 1. Mal olor que despide con antelación algo aún menos agradable que, de forma evitable, está a punto de suceder. 2. Enviciamiento del aire que se produce de forma natural en torno a alguien que presume de lo que no tiene.

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Creo en el empleo, señor y dador de vida

30 junio, 2014 By amarias Deja un comentario

No encuentro razones para estar tranquilos. Por las brechas que el bombardeo tecnológico ha abierto, penetra, implacable, la destrucción de aquello que creíamos más sólido para garantizar nuestro bienestar, instalados en la complacencia de que tendríamos, más tarde o más temprano, la solución para todos los problemas que planteaba nuestro impulso irrefrenable de consumir.

Es cada vez más escaso, numéricamente hablando, el pelotón de quienes pueden permitirse vivir mejor. Para la inmensa mayoría, el futuro se presenta con un condicionando brutal: tendremos que acomodarnos a vivir peor. Habrá menos recursos disponibles, serán más caros y, lo que es mucho más cruel, su aprovechamiento generará menos empleo. Es decir, tenemos que arbitrar nuevas formas de distribuir el que sea preciso, que será, además, bipolar: necesitamos gentes de muy alta cualificación -relativamente pocas- y, para ocupar los puestos en lo que llamaríamos sostenimiento de los elementos del bienestar (el que sea), la demanda se desviará hacia empleados en servicios de poca exigencia formativa, aunque especializados.

Tengo desde hace tiempo la convicción de que, al menos en el plano metodológico, no faltan análisis, y ni siquiera respuestas para paliar las consecuencias negativas de lo que nos está sucediendo. Hace falta, sencillamente, seleccionar las mejores y aplicarlas, en la voluntad de que las decisiones habrán de tener una componente adaptativa muy importante, porque las rígidas planificaciones a largo plazo, en un entorno tan cambiante y con tantos agentes interactuando en su propio beneficio, no sirven.

Me ha gustado siempre hurgar en las propuestas que sirven de actuación -al menos, en la parte confesa- a países más desarrollados y, sobre todo, más coherentes y sistemáticos en sus programas estratégicos, que el nuestro. En relación con la muy importante necesidad de creación de empleo, he seleccionado estas ideas generales:

1. Necesidad de mejorar la formación en conciencia social y nuevas tecnologías desde la más temprana edad

Sufrimos del déficit de una juventud mal educada y peor formada. Como siempre, las excepciones son muy importantes y extremadamente valiosas, pero su existencia no desvirtúa la conclusión genérica. La familia no educa o mal educa a los niños y los centros de formación, incluídos, por supuesto, los universitarios, viven en la inopia, desgraciadamente consciente, de lo que sería necesario hacer para conseguir egresados capacitados para integrarse, de forma inmediata, en las formas de actividad eficientes para la sociedad que es, también, aquello que a ellos les sería necesario para conseguir un empleo en ella.

Es imprescindible introducir una nueva concepción pedagógica, y desde la escuela elemental, que inculque principios de conciencia ambiental, solidaridad, aprecio a la tecnología y a los elementos de progreso, al empleo consciente y responsable de los recursos y al papel que cada uno juega y debe jugar en la sociedad. Los niños bien educados en estos principios tienen la base para ser buenos estudiantes, curiosos colaboradores en la generación del tejido social, activos elementos en la contribución a mejorar la sociedad. Cada euro invertido en formación elemental se recupera con creces en la madurez del individuo.

La cifra de ocho veces -¡y hasta veinte veces!- como retorno a lo empleado en educación básica está en las valoraciones de los países más eficientes. Lo que se entrega a infantes de menos de cinco años se recupera, multiplicado, en beneficios globales, a la larga, cuando el joven se convierta en elemento activo de la sociedad. Hay que aumentar la formación de los educadores, reforzar su prestigio social, remunerarlos adecuadamente, y estimularlos de continuo, con el reconocimiento de su labor.

Las familias forman parte de este esquema de intervención, pero también, los estamentos locales, la sociedad en su conjunto. El niño tiene que verse como elemento apreciado por los que le rodean, un valor de futuro. Es la tribu la que educa, en afortunada expresión de José Antonio Marina. La horda y el desorden, desquician, confunden, estropean.

(seguirá)

 

 

Publicado en: Actualidad, Cultura Etiquetado como: educación, empleo, formación, Marina

Cuento de invierno: El pueblo que perdió la cabeza

28 febrero, 2014 By amarias Deja un comentario

Esta Historia que voy a contar es muy peculiar, y, como todos los cuentos, cobra su sentido si se es capaz de extraer la moraleja que, en este caso, voy a confiar a la inteligencia del lector.

Erase una vez un pueblo formado por gentes orgullosas, independientes y excepcionalmente capaces. Por supuesto, no eran esas las cualidades que les eran atribuidas a sus habitantes por los vecinos, que los consideraban, en general, petulantes, calzonazos y bastante brutos.

Pero no estoy escribiendo esto para que enzarzarme en una discusión estéril acerca de quién es el pueblo más digno de atención principal por parte de quienes se dedicarán, pasados unos cuantos siglos, a analizar los móviles por los que las regiones se empeñan en guerrear, como los machos de los caprínidos y otras especies animales se dan, cuando entran en celo, impresionantes testarazos sin importarles las consecuencias;  éstos, con el objetivo de que sus genes se transmitan a las nuevas generaciones, aquellas, pretendiendo, aunque no lo expresen así, llamar la atención de la Historia para dejarla preñada con la semilla de su despreciable egoísmo.

Aquel pueblo con tan loables características, concibió la idea, en principio, plausible, de que todos sus habitantes podrían tener la llave de la caja en donde guardaban los artilugios que proporcionaban el máximo bienestar.  Fue una revolución cultural sin precedentes.  Como el tiempo de la existencia humana es limitado, los maestros, de cualquier disciplina y condición, se afanaban en reducir los mensajes que proporcionaban la sabiduría a su quintaesencia.

-No tenemos tiempo para explicar los fundamentos, por lo que nos atendremos solo a conocer las consecuencias -era la frase más utilizada por los maestros.

Los alumnos aprendían así, rápidamente, a utilizar los aparatos, por complicados que fueran y, en lo tocante a la filosofía, -al menos, los más avanzados de entre ellos- conocían las frases que resumían el saber más atractivo de los grandes pensadores, pero eran incapaces (no se les había enseñado, por falta de tiempo) de deducir el porqué de tales consecuencias.

No importaba si se trataba de las Universidades, las escuelas de grado medio o inferior, los talleres de los más variados oficios y beneficios, los alumnos, atraídos por el sabor de conocer los para qués pero sin ganas de aprender los porqués ni preocupados lo más mínimo por los cómos, obtenían títulos y diplomas de mucho empaque que demostraban su capacitación para manejar los artilugios de la caja del bienestar.

Durante algún tiempo, la felicidad fue máxima. Los jóvenes acudían a los centros que les daban, después de diversas pruebas y exámenes relativamente simples, el carnet de manipuladores de la ciencia. Los mayores, que habían sido educados en otra teoría, podían reparar algunos de los artilugios, porque sabían cómo estaban hechos.

Pero llegó un tiempo en que los mayores murieron o fueron jubilados y los artilugios más atractivos para la población ya no se fabricaban en aquel pueblo, en el que los jóvenes seguían siendo educados para manejarlos, pero no para saber cómo se hacían.

Por fin, un día, alguien se puso a analizar lo que estaba pasando. Había estado viviendo en el extranjero y tenía, por ello, una cierta capacidad para observar las cosas desde fuera, aunque le tocaban muy de cerca, porque conservaba las fibras sensibles suficientes de amor a su tierra.

Y reunió a los que pudo convencer y les explicó su teoría:

-Me parece que en algún momento nuestro pueblo ha perdido la cabeza. Porque aquí todo el mundo está preparado, al menos en teoría, para dirigir y conducir, pero no hay apenas quienes conozcan de forma suficiente cómo hacer las cosas, de qué están hechos los aparatos que utilizamos, cuáles son las razones por las que creemos en unas cosas y despreciamos otras.

Le escucharon con cierta atención, y uno de los que estaban presentes, sin poder contenerse, preguntó:

-Sí, eso está muy bien. Pero , ¿qué podemos hacer?

El que había estado viviendo fuera se le quedó mirando, sin saber qué decir. O, mejor dicho, sin encontrar las palabras adecuadas.

FIN

 

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: actividad, aparato, artilugio, cuento, cuento de invierno, educación, escuela, extranjero, formación, ignorancia, saber

Día de disjuntos

2 noviembre, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

En toda cultura se encontrarán fórmulas de respeto a la memoria de los muertos, en particular, de los familiares y amigos a los que hemos conocido, que van desde la aparatosa manifestación externa hasta el recogimiento más íntimo.

El 2 de noviembre era, hasta que España dejó de ser católica, Día de difuntos. Pero los que hemos sido educados en esa fe, aunque se nos haya perdido en los recovecos de la razón, mantenemos vínculos con esa fecha. Para quienes no necesitamos de efemérides para mantener viva la memoria de los que se nos murieron, hoy puede ser un día para acordarnos de los que nos dejaron aunque siguen vivos por ahí. Un Día para los Disjuntos.

Estas pueden ser las advocaciones con las que recuperamos su recuerdo.

A ti, que un día dejaste las aulas que compartíamos, y desapareciste sin que nadie nos explicara los motivos.

A ti, que no me diste oportunidad de explicar por qué actué de esa manera que te disgustó, y ya no contestaste a mis llamadas, permitiendo que el tiempo marchitara nuestra amistad.

A ti, que me cambiaste por otro más listo o más hermoso, desapareciendo de mi cercanía para irte de su brazo hacia un proyecto del que ya no supe nada.

A ti, que creíste que no era de los tuyos, porque te dejaste confundir por lo que te dijeron nuestros enemigos.

A ti, que creías que podía haberte servido de algo para alcanzar tus intereses, y me abandonaste cuando te cercioraste de que mi influencia era, además de escasa, inservible para lo que pretendías.

A ti, que dedicaste una parte de tus esfuerzos en impedir que mis cualidades fueran valoradas para que no te hicieran sombra en la parcela en la que crecía tu ambición.

A todos los que no hicieron lo más mínimo -al menos, lo necesario- para entenderme, a todos los que no supe entender, a los que se fueron sin despedirse, a los que se quedaron y hoy no me reconocen o me ignoran, a los que jamás se cruzarán en nuestro camino porque estarán atentos a cambiar de acera, a los que nos menosprecian desde sus pedestales de presunta sabiduría, a los que les gustaría que nos conociéramos pero no se atreven a llamarnos, a los que nunca se les pasará por la cabeza qué interés podría tener el que nos conozcamos, a los que piensan diferente en algún tema y no quieren confrontarlo con lo que sabemos, a los que piensan igual que nosotros pero no lo han manifestado por temor a las represalias, a los que viven lejos de otras maneras y en otras circunstancias, a los que tal vez podría ayudar con lo que tengo si conociera en qué, a los que no ayudo porque no sé cómo o no me lo planteé, a los que no me ayudan porque no les preocupa lo más mínimo lo que puedo necesitar, a los que…

A todos ellos, mi recuerdo hoy. Porque es el Día de Disjuntos.

Con todo el afecto de que hubiera sido capaz, si las cosas hubieran discurrido de otra manera. Porque no ignoro que al lado de toda persona que odia, hay alguien que le ama, o que junto a los que desprecian, hay necesidades y, sobre todo, los que necesitan no siempre tienen la oportunidad de hacerse notar de aquellos a los que les sobra.

Publicado en: Actualidad, Cultura, Sociedad Etiquetado como: advocación, amistad, aulas, ayuda, compañerismo, compartir, comprensión, controversia, desaparecer, día de difuntos, disjuntos, educación, fe católica, recuerdo, rencor, solidaridad

Cuento de otoño: La sabiduría útil y el hada que perdió los papeles

26 septiembre, 2013 By amarias2013 1 comentario

Aunque el nombre elegido para esta historia parece misterioso, responde a una obsesión muy común. Porque la inmensa mayoría de las personas, de toda edad y condición, en tocante a la educación, no quieren exactamente saber, sino aprender estrictamente aquello que les vaya a ser útil para tener un trabajo.

Si fuera posible definir un examen de capacitación para cada una de las ocupaciones y oficios que entretienen, impulsan o dan de comer a los seres humanos, estoy seguro que serían pocos los que elegirían preocuparse por algo más que de aquello que les resultara estrictamente necesario para obtener el título habilitante o, por decirlo de modo no menos pedante, aunque en latín, su modus vivendi.

En el pueblo de Valgamediós estaban preocupados porque en las pruebas comparativas que periódicamente se realizaban entre los niños de las diferentes poblaciones del orbe, sus representantes quedaban de los últimos. No conseguían, por sí mismos, descubrir a qué se debía exactamente, porque cada vez que abrían una discusión, se organizaba una algarabía y todos pretendían tener razón y no asumían la autoridad de nadie.

Unos, utilizando su experiencia que decían era irrefutable, expresaban que la razón del menoscabo estaba en que los niños se distraían con el vuelo de una mosca -y había muchas en Valgamediós-, otros, que lo que pasaba es que no entendían el significado de los enunciados que se les proponían allende las fronteras porque estaban mal traducidos del inglés, y no faltaban quienes pretendían que el motivo principal era que el clima del lugar les abotargaba la cabeza desde la más tierna edad.

El caso es que en los torneos y justas intelectuales siempre se llevaban la palma, los diplomas y los cacahuetes los niños de los países del norte, que eran los organizadores, lo que llenaba de orgullo a sus profesores que atribuían el mérito a sus capacidades docentes y hacía de rabiar, hasta el punto de mesarse los cabellos de cochina desesperación, a los maestros valgamediosanos, que eran tenidos por poco competentes.

Como, desde que se hacían estas pruebas, en Valgamediós lo habían probado todo (sobornar al tipo de la fotocopiadora con almendras garapiñadas, preparar baterías de miles de test con dos opciones casi idénticas y una deleznable, que era como se habilitaba para conducir trolebuses y que les obligaban a aprender de memoria, e incluso, estudiaron presentar a niños del norte naturalizándolos como propios), decidieron contratar a tres hadas provenientes del País de las Maravillas, expertas en encontrar razones, para que, viajando cada una a un sitio distinto de aquellos que tenían más éxito en las pruebas de capacitación intelectual de infantes, vinieran con las soluciones, y estaban decididos a implantarlas de inmediato.

Metiéndoles prisa, aguardaron las respuestas, mirando entretanto las musarañas y sin tener en cuenta que, al menos hasta hacía pocos años, cuando los valgamediosanos, ya adultos, se veían obligados a vivir en el extranjero, solían figurar entre los mejores de cada lugar, aunque en su propio país fueran desconsiderados.

El Hada Plutonia fue la primera en volver, y expuso que la razón segura por la que el país de Smallbutsmart tenía tal éxito educativo, residía en que los profesores se involucraban, colocándose al mismo nivel que los niños, y participando con ellos en todo tipo de juegos, lo que les hacía muy difícil distinguir quién era el que enseñaba y quien el que debía aprender, pero avanzaban jugando, por lo que el asunto de dar o recibir clases, resultaba a todos divertido.

Encantados con la idea, y lamentando que no se les hubiera ocurrido antes a ellos, la pusieron en práctica ipso facto, creando una Ley general de educación que aprobaron sin debate, por la que se obligaba a que todos los maestros llevasen mandilón a cuadros y los niños, palmeta. Así se preparaban para el examen comparativo.

Estaban en eso, cuando retornó el Hada Calcedonia. Había descubierto, contó, la causa por la que el país de Nichtschlecht triunfaba tanto en los certámenes de sabiduría infantil. Los profesores eran absolutamente rígidos con los alumnos, no consentían la menor distracción y los castigaban dándoles coscorrones y capirotazos, o metiéndoles en celdas de castigo, en la convicción de que por los agujeros sanguinolentos se introducía el conocimiento, como un jarabe.

La idea les pareció a los que tomaban decisiones en Valgamediós algo cruel, pero, animados como estaban a copiar todo lo que les dijeran que a otros era útil, pero despreciando lo propio, cambiaron de inmediato la previsión legal con una Superley Modificada de obligado cumplimiento, por la que se ordenaba que se extremara la dureza en todas las escuelas, introduciendo la asignatura de Torturas, Suplicios y Escarnios, de seguimiento obligatorio, independientemente de la tendencia -masoquista o sádica- de los progenitores, de los que no sirvieron de nada sus protestas.

No hacía mucho que habían marcado la última directriz, cuando llegó a la población que ocupa nuestros desvelos, el Hada Parsimonia. Le habían encargado que visitara el país de Moshantán, en el Oriente más oriental (que lo estaba tanto que podría considerarse casi occidental), y, desde luego, lo había recorrido de cabo a rabo. Pero no había encontrado a nadie con el que pudiera entenderse, ya que, aunque el hada conocía varios idiomas -latín, griego clásico y hasta se sabía frases atribuidas a Confucio de memoria-, con las gentes con las que se cruzó solo había llegado a intercambiar saludos de bienvenida o despedida y a tomar con ellas té de arroz y mijo con garbanzos fermentados. Tal era el hermetismo con el que guardaban sus técnicas o su incapacidad para comunicarlas, o del huésped para comprenderlas.

Sin embargo, el Hada Parsimonia no estaba dispuesta a confesar el fracaso de su expedición, y cuando volvió a Valgamediós, ya casi a punto de celebrarse las pruebas anuales, admitió que había perdido o le habrían sisado los papeles con sus anotaciones, pero que tenía muy claro el mensaje que convertía a los niños de Moshantan en tan efectivos en los exámenes comparativos.

-Utilizan el sentido común, simplemente. Les enseñan a utilizar el sentido común ya desde que nacen.

Los directivos del sistema educativo de Valgamediós se miraron, y, cuando estuvieron seguros de que todos pensaban lo mismo, estallaron en sonoras carcajadas:

-¡El sentido común!¡No hace falta viajar lejos para llegar a una conclusión tan elemental! -exclamó, atascándose con las risas, el máximo director.

-Sin embargo -prosiguió el Hada Calcedonia, que no era de las que daban fácilmente su brazo a torcer cuando estaba convencida de que podía ser útil-, en Moshantán creen que la única forma de decidir entre lo que se anhela y lo que se puede alcanzar, es analizando las cosas desde el sentido común… y esa cualidad no se encuentra fuera, sino dentro de cada pueblo.

-Todo eso resulta difícil de entender -dijo el encargado del departamento de Poner Dificultades.

-Para aplicar ese criterio, -si es que es un criterio, lo que dudo- tendría que definirse, en primer lugar, qué se entiende por sentido común. Y no tenemos tiempo -expresó el responsable de la sección de Comisiones Dilatorias.

Se pidió también opinión a las otras dos Hadas, que defendieron la bondad de sus informes. Se preguntó a los padres, que dejaron muy claro que el criterio irrenunciable era que deseaban lo mejor para sus hijos y, en fin, se les pasó el tiempo discutiendo. Nadie sabía muy bien cuál era la Ley que había que cumplir, porque estaban todas parcialmente vigentes y parcialmente derogadas.

Así que, cuando llegó la hora del certamen, la representación de Valgamediós parecía más bien un grupo de saltimbanquis. Unos pequeños llevaban mandilón y palmeta y lucían su cabeza llena de coscorrones, en tanto que otros recitaban a Cervantes y a Schopenhauer en alejandrinos y, por ejemplo, los de un colegio de pago tenían escrita en sus muñecas la oración a Santa Rita.

En general, los niños se presentaban a las pruebas con ánimo de derrota, convencidos de que volverían a quedar los últimos, lo que era tanto más evidente cuanto más contemplaban a sus rivales. Los maestros valgamediosinos, como tenían por costumbre, intercambiaban malestares por rencores. Incluso los mandamases, que había viajado con sus familias a gastos pagos, dudaban de la eficacia de lo que habían ordenado hacer, siendo la inseguridad la cualidad principal que moraba en sus molleras, aunque siempre aparentaban en público lo contrario.

No contaban con que a los niños, con tanto cambio de planes de estudios, se les había puesto la cabeza como un bombo y, mucho menos, con que algunos maestros, constituyéndose en pura rebeldía, habían pasado por alto el cumplimiento de unas leyes que se modificaban desde lo alto sin dar explicaciones a los de abajo, y, a escondidas, en horas no lectivas, enseñaron a los niños a pensar, lo que unos cuantos entre ellos, venciendo las dificultades, como eran realmente brillantes, conseguían.

Fue esa la única vez que el pueblo de Valgamediós quedó entre los primeros clasificados.

Desgraciadamente, a la hora de interpretar los resultados, los mandamases educativos, en lugar de profundizar en lo que había pasado, atribuyeron el éxito al barullo que habían montado. Hay que indicar que el criterio por el que habían sido elegidos era el de la incapacidad para pensar por sí mismos y que, para cubrir las vacantes del comité educativo, era condición sinequanon ser recomendado por los que pertenecían a él.

Así que se aprobó una Ley de Bases que era, falta de lógica o consistencia, un documento de casi mil páginas, con derogaciones parciales y obligaciones provisionales, junto a principios interpretables y proposiciones discutibles: un pupurri infumable.

El Hada Parsimonia retornó, con las otras Hadas, al País de las Maravillas, y el pueblo de Valgamediós siguió obteniendo muy bajos resultados en los certámenes internacionales. Los planes de estudio se siguieron retocando parcialmente, incorporando más y más páginas, cada vez que había cambio de tornas o cuando a un equipo de mandamases le daba la venada, incapaces todos de reconocer que no tenían ni pajolera idea de lo que debería hacerse en verdad, y sin atender a las razones de los muy pocos que defendían que no es lo mismo preparar a los niños para ganar un concurso que formar adultos para ganarse la vida en un mundo competitivo.

FIN

Publicado en: Cuentos y otras creaciones literarias Etiquetado como: angel arias, concurso, cuentos de otoño, diploma, educación, fracaso escolar, hada madrina, planes de estudios, Valgamedios

Explorando alternativas (Start the alternatives Explorer)

24 febrero, 2013 By amarias2013 Deja un comentario

Es hora de que dediquemos tiempo a explorar alternativas de solución a los problemas que ya tenemos perfectamente detectados. El sistema no funciona, y como hacemos cuando el ordenador detecta dificultades de comunicación con las redes disponibles -de las que tanto dependemos-, se nos ofrece la opción de dejar que el propio programa encuentre soluciones.

Por fortuna para los usuarios, la mayor parte de las veces, después de misteriosas comprobaciones, el asunto queda resuelto de forma automática (1). Sin embargo, hay una posibilidad fatídica de que el programa de chequeo interno nos ordene “consultar al administrador” , que, como somos nosotros mismos, equivale a “no encuentro solución”, y hay que ir con el aparato debajo del brazo a un experto para que nos saque del apuro o nos proponga reformatear el disco duro, cuando no, comprar un equipo nuevo.

Dejando a un lado la metáfora informática, tenemos que decidir entre Transición o resetear. Los más prudentes, de entre los que apuestan por el cambio, hablan de la necesidad de una Transición (la Segunda o la Tercera desde 1978, según cómo lo miren).

Los más inquietos o desanimados, abogan por Volver a empezar. Al menos, en varias cuestiones fundamentales. Que repaso con el lector:

1. Control empresarial. El descubrimiento de que elementos principales de la cúpula empresarial (incluída la bancaria) dedicaban una parte sustancial de sus esfuerzos a hacer trampas al sistema, no puede quedar sin consecuencias para los infractores, pero tampoco debe engañarnos a todos. Tenemos elementos suficientes para sospechar que todo el sistema está corrupto. Que, cada uno a su escala, viene haciendo trampas a la Hacienda Pública. Generando facturas falsas, contratando trabajadores a los que paga una parte del salario en dinero b, mintiendo respecto a los objetivos, las relaciones internas o externas con el resto de los llamados poderes fácticos, etc. Quedaría así explicado, por fin, por qué los directivos de las grandes empresas ganan tanto, porqué algunos propietarios o ejecutivos de entidades de aparente escasa entidad disponen de casas o vehículos aparatosos o realizan viajes de placer muy costosos. con cargo a ingresos desconocidos. Por supuesto, el control social, la inspección fiscal, las posibilidades de denuncia de colegas, vecinos o conocidos de los miles de privilegiados por el sistema, está fallando.

2. Control político. No necesitamos que los líderes políticos de los principales partidos que dicen representar a la ciudadanía se pongan más colorados, ni que busquen, con su reconocida labia para bordear las zonas de peligro, que no sabían de las fórmulas extracontables de generación de dineros para sus entidades y recompensar así a sus líderes o militantes con sobresueldos. Los síntomas son suficientemente evidentes; los silencios  (o los balbuceos pretediendo dar explicaciones), expresivos; la falta de vigor en la denuncia, bastante, para que entendamos que todos, quien más quien menos, se encuentran atascados en la mierda. Habrá culpables mayores o menores, pero la cuestión, en su caso, sería detectar grados de incumplimiento de lo establecido legalmente, no quién está totalmente libre de culpa (aunque sería un alivio que hubiera partidos en esa situación, y no solo los recién constituídos, aún libres de pecado).

3. Control de la Jefatura del Estado. Podemos estar lamentando durante unos años o décadas más que la institución monárquica, que ha cumplido (decimos todos) tan importantes misiones para evitar la segunda guerra civil del siglo XX o una restauración de la dictadura militar, haya demostrado tener los pies del barro de los demás mortales. Ovejas más o menos negras hay en todos los rebaños. Pero también aquí el meollo de la cuestión no es aislar a un miembro del clan para lancearlo. Lo principal es atender al fondo: reconocer que tenemos una familia monárquica relativamente pobre (comparémosla con la británica o…con la casa de Alba), ambiciosa, como es lógico en un sistema capitalista , en mejorar rápidamente en eso del dinero (nunca se sabe si vendrán mal dadas a la primera de cambio, que ejemplos hay muy próximos), bien relacionada con los poderes fácticos y con imagen mítica para el pueblo llano, proclive a la santificación al primer milagro que se le atribuya al beato. Y, como elemento complementario, digno de una reflexión igualitaria, la República nos ha funcionado bastante mal, porque nos han faltado líderes agultinadores que saltaran por encima de las dos facciones en que se ha dividido siempre el país. La Tercera República no tiene visos de funcionar mejor, con los elementos que están a la vista. No me tranquilizan esos tipos que enarbolan banderas que no tienen el soporte de una ideología o de propuestas sólidas. Y en todo, caso, se precisaría consolidar líderes con capacidad de dirigirla, de los que no se dispone y se tardará en encontrarlos, en convertirlos en motor (si es que no los asesinan antes). Lo único que hay cierto es el descontento, las ganas de cambio, la necesidad, también, de cambiar.

4. Financiación del estado social. Es un elemento clave. En realidad, el objetivo de todo cambio. Conseguir recuperar empleo suficiente para garantizar la tranquilidad popular, mantener las prestaciones sanitarias, educativas, asistenciales en general. Hay que ser muy fino en definir cómo sostener la calidad y, sobre todo, cómo se va a financiar, hoy y en el futuro. Las cifras no pueden ser improvisadas, ni elucubraciones de supuestos experto. Tienen que ser proporcionadas desde la función pública. Y, claro está, no es creíble que la gestión privada sea mejor que la pública; ni tampoco al revés. Lo que es insustituíble es que el control sea bueno, y sea público.

Con estos elementos a la vista, creo que necesitamos un período de intensa reflexión, en la que no deberíamos dar demasiada importancia (es decir, no toda la importancia) a los casos descubiertos y admitir que, por lo que sea (nuestra propia tendencia colectiva a trampear y, en mi opìnión particular, a no ser finos en ello, a descidar la ocultación de los engaños) estamos pillados en una encrucijada que nos obliga a ser espléndidos en el perdón con nosotros mismos.

Difícil situación, sin duda. “Siento lo que ha pasado. No volverá a ocurrir“, puede ser una frase que empiece a prodigarse. Pero cabe preguntar: ¿Seguro? ¿Quién lo garantiza? Y, sobre todo,  ¿Cómo podríamos evitar que vuelva a suceder?

No tengo todas las respuestas. Pero estoy convencido que, entre todos, las obtendremos todas. Sin necesidad, en mi opinión, de tener que reformatear o resetear el sistema.

—

(1) Aunque no quiero llevar la comparación innecesariamente lejos, el atractivo del símil es alto, Por ejemplo, una vez que el sistema no propone elegir entre varias soluciones y, aceptada por el usuario una de ellas, el programa de autocontrol detecta que el problema parece resuelto, pregunta al lego funcional, pero, al fin y al cabo, responsable racional y propietario del equipo  algo parecido a ésto: “¿Cree que el programa de búsqueda de soluciones le ha sido útil? Ayúdenos a mejorarlo dándonos su opinión.”

Publicado en: Economía, Política, Sociedad Etiquetado como: bancos, banderas, económicos, educación, empresas, entidades financieras, estado social, justicia, Monarquía, problemas, República, resetear, sanidad, sistema, sociales, tercera transición, Universidad

Educar, ¿para qué?

3 enero, 2013 By miguelarias Deja un comentario

Nunca he sentido, en ninguna de las múltiples reuniones y discusiones de trabajo que mantuve con profesionales de variados países (1) que mi formación fuera insuficiente. He tenido ocasión de comentar con otros colegas españoles, no solamente de los que poseen la misma cualificación universitaria que yo, sino de otras carreras, y la constatación se repite: a nivel personal no tenemos nada que envidiar.

El éxito contrastado de miles de universitarios trabajando en el extranjero, plenamente integrados en equipos en muchos casos de alta cualificación, confirma que no existe un problema de formación: no existía para los que nos hábíamos educado hace treinta o cuarenta años, y que, por razones en su mayoría coyunturales, teníamos que trabajar con extranjeros, ni existe ahora, momento en el que, por la crisis estructural, se está produciendo la selección de jóvenes egresados con mejores currícula para integrarlos en las estructuras productivas o de investigación en aquellos países extranjeros que son conscientes de necesitar mayor cantidad de gente bien preparada que la que pueden producir por sí mismos.

Si la introducción del comentario resulta demasiado larga, lo lamento. Si aparece focalizado hacia la situación de la formación universitaria, lo siento también, pero soy de los que están convencidos de que una buena educación universitaria es la base no prescindible de un país próspero.

Y no la tenemos, al menos desde que el desmadre autonómico con obsesión de copiarse unas a otras, hasta la caricatura, los modelos de las competencias trasferidas o arrancadas, convirtió a España en un mosaico de desorden administrativo, económico y práctico.

Hay demasiadas universidades, demasiadas carreras, demasiados catedráticos, demasiados profesores muy malos, demasiados alumnos, demasiados alumnos muy malos, demasiada dejación de exigencia y rigor en la mayoría de los centros universitarios.

¿Por qué hemos llegado a esto?. Porque la Universidad española, salvo excepciones escasísimas, no tiene como horizonte educativo, formar para saber, exigir para comprobar que se sabe, educar para conocer cómo llegar a aprender lo que no se conoce desde la formación que se adquiere en la Universidad.

Y con esta descalificación frontal hacia el actual sistema universitario, no estoy, contra lo que pudiera parecer, alabando sin reservas lo que había antes. No. Los profesores no eran entonces muy buenos, pero eran, en general, mejores y, sobre todo, estaban más involucrados. Los alumnos no eran, en media, mejores, pero eran muchos menos y, salvo deshonrosas excepciones, estaban convencidos de que tener un título universitario -en especial, en las carreras técnicas- mejoraría sus opciones de alcanzar un estándar de vida más alto. Las enseñanzas que se recibían no eran ni menos prolijas, o arbitrarias o, en muchos casos, inútiles, de lo que son ahora (en el que la técnica y la ciencia puntera han avanzado brutalmente), pero los alumnos tenían que estudiar mucho, -¡mucho más!-, para sacar las asignaturas adelante -¡y todos, no solo los mejores de cada curso!-, y hacerlo por su cuenta, solos o en grupos, sin tutores ni zarandajas.

Educar, ¿para qué? Háganse esta pregunta los que tienen que tomar las decisiones. Y piensen que no necesita el país miríadas de universitarios desorientados y con cuatro conocimientos adquiridos al bies, posiblemente inútiles para su vida profesional (si llegan a tenerla), sino unos pocos miles de universitarios bien formados (especialmente, en las disciplinas troncales), concienciados de su papel especial en la sociedad, involucrados con el deseo de progreso colectivo…y muy humildes, conscientes de que son unos privilegiados en cuyo desarrollo hemos invertido todos.

No necesitarán que se les estimule a estudiar tres días antes de los exámenes tipo-test para que alcancen un mínimo de conocimientos vergonzante con el que justificar un aprobado, en general, arbitrario. Y sus maestros, evaluados por la sociedad (¿qué ha sido de los Consejos Sociales y del cumplimiento de sus teóricas funciones?) y no por los propios alumnos, no temerán que un alto número de suspensos sea estimado como consecuencia perversa de su fracaso como docentes.

——

(1) Por supuesto, entre ellos, alemanes, franceses, norteamericanos, ingleses, chilenos, argelinos o marroquíes…

Publicado en: Actualidad Etiquetado como: alumnos, catedráticos, conocimientos vergonzantes, consejos sociales, educación, educar, examen tipo-test, formación insuficiente, horizonte educativo, involucrados, profesores, universidad española

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