Hay algo del mundo de las tics que no consigo asimilar. Por supuesto, no necesito ser convencido de que la tremenda potencia abierta por la implantación general de las telecomunicaciones ha desplazado un buen número de actividades que antes se realizaban en oficinas cargadas de personal más o menos diligente a consolas individuales en las que en un abrir y cerrar de ojos uno mismo puede hacer una reserva de hotel, organizarse un viaje, pagar impuestos o lanzar un mensaje al mundo virtual con sus elucubraciones y experiencias sobre, por ejemplo, la producción rentable de cannabis.
Lo que ya me cuesta más es comprender la ilusión con la que cientos de miles de cibernautas se entregan cada día a los brazos de internet, ofreciendo sus servicios en esas múltiples redes sociales que invitan a conocerse mejor y hacerse amigos. Lo normal es que el mundo virtual te devuelva, impertérrito y cruel, como corresponde a su condición inanimada, tus ilusiones convertidas en spam, te agobie con similares ofertas a la tuya y peticiones de amistad eterna surgidas de soledades desesperadas de afectos más carnales, y cientos de anuncios comerciales en absoluto deseados y, si la mala suerte encuentra agujeros en nuestra defensa anti virus, un malfario ponzoñoso que te deje fuera de juego el cacharro cibernético.
La enseñanza del mundo real es muy diferente. Mientras los más jóvenes -y algunos que ya dejaron de serlo pero no tienen nada mejor que hacer- se entregan al juego de lotería con la que cuentan, crédulos, con que las soluciones a su desamparo verdadero van a venir, por arte de la magia de los barbitúricos que aconseja la patafísica, desde las ondas, los que saben lo que se cuece de veras en este campo de globalidades, se siguen dedicando a lo de siempre, lo que ha hecho y sigue haciendo poderosos. Comidas, francachelas, involutos, y amiguetes de toda la vida, de esos que te regalan la iluminación para tu boda de postín, te invitan a cazar perdices o rebecos en sus posesiones inabarcables o te prometen la prescripción de tus delitos de guante blanco, aconsejándote el más adecuado bufete de abogados.