No es la primera vez que pongo de manifiesto mi elucubración respecto a la posibilidad de que, junto al big bang físico, hubiera otro big bang metafísico.
Esa sospecha, fundamentada también empíricamente, surge de la observación, que cualquiera puede constatar por sí mimo, de que –al menos, en los seres humanos– se pueden encontrar elementos que no responden a procesos físicos, incluso aunque introduzcamos, para explicarlos, factores de indeterminación o rangos de probabilidad.
Los físicos teóricos se han concentrado en buscar la explicación a sus observaciones y experimentos, teniendo como referencia el cosmos físico. Aunque existen, aún, incógnitas no resueltas respecto a cómo pudo generarse el principio de acción que dió nacimiento a la secuencia de hechos concatenados -con ciertos márgenes de indeterminación para lo estrictamente causal- del que surgió la realidad que ahora podemos contemplar e investigar, tanto en lo que nos es propio como en lo que nos resulta ajeno a nuestra individualidad física, subsiste, como una gran incógnita, qué tipo de proceso dió nacimiento a lo que entendemos, sin mayor necesidad de precisión, como nuestra capacidad de elaborar, desde fuera de la física, pensamientos e ideas que no responden a la secuencia de producción que da lugar a lo que percibimos o podríamos percibir, si tuviéramos los instrumentos adecuados, con los sentidos que nos ponen en relación con la materia o la energía, admitido que fuera su reversibilidad.
Lamento no ser muy preciso en expresar esta constatación, que implica, necesariamente, concretar los límites a lo que, desde los primeros momentos de la elucubración filosófica de nuestros antepasados más reflexivos, se detectó como libre albedrío. Me encuentro entre los que niegan que nuestra producción de ideas, de las que se derivan no pocas de nuestras actuaciones, sea totalmente producto de la casualidad o efecto de un determinismo físico-químico (o biológico).
Es cierto que, en una buena parte, estamos condicionados sobre lo que podemos decidir. Pero hay algo más, pues cada uno de nosotros es capaz de tomar consciencia de nuestra singularidad, sin más que atender a la propia producción reflexiva, interna, oculta para cualquier otro ser, de elementos que no encajan en lo físico: conceptos, ideas, pensamientos, incluso poco o nada elaborados, que solo alcanzan realidad en lo físico cuando nos apetece ponerlos de manifiesto.
Sospecho que, junto a ese altamente probable big bang físico (del que se producirá, o habrán producido, en una secuencia sin límites, expansiones y contracciones continuas del Universo, provocadas por la reversibilidad de materia y energía), tiene lugar una actividad que tendríamos que denominar metafísica, y cuyos elementos y evolución -si tal existe- ignoramos casi por completo.
Si aceptamos que cuando tenemos a disposición de nuestra capacidad de observación, responde a una evolución consistente, coherente y repetitiva de principios reproductivos simples, tenemos una clave de lo que puede estar sucediendo en la constatación de que, junto a los elementos activos que hemos dado en denominar masculinos (por decirlos de algún modo) existen otros femeninos, que, al combinarse con ellos -o al revés, no veo forma de priorizar a unos sobre otros, son el vehículo para generar todo aquello que hemos detectado como biológico, es decir, dotado de una capacidad especial, vinculada al misterioso mecanismo de la vida. Mecanismo que en su evolución en nosotros, los seres humanos, ha dado origen a la capacidad de pensamiento, con todas sus particulares consecuencias (consciencia de la muerte, capacidad para analizar, oportunidad de generar modificaciones forzadas sobre lo físico, etc.).
Ese otro big bang lo caracterizo como metafísico y, si fue simultáneo o no con el big bang físico, tiene relativo interés. Lo importante es que ha generado unas capacidades que no responden, en incontables aspectos, a nada de lo que se nos pretende explicar por los físicos téoricos.
Encuentro en la poesía, tanto en la forma de manifestarse en el interior del poeta, como por su capacidad de generar en el lector sensaciones nuevas, incluso distintas de las que la motivaron en sus autores, vestigios de la presencia de un principio activo singular.
Poetas del mundo, filósofos irreductibles ni a la mecánica racional ni a la física cuántica, aquí hay un campo de análisis que promete trabajo de siglos, si a la humanidad nos diera tiempo para tratarlo, y no desperddiciáramos la oportunidad de la anomalía, esa evolución, casi desentrañada. de las consecuencias del sesgado, -digamos, para entendernos mejor, viril y machista, big bang físico.