Después del impacto emocional y mediático que supuso la presentación del gobierno con el que Pedro Sánchez anunció su disposición a convertir el asalto a la Moncloa en una demostración de solvencia, es imprescindible poner el énfasis en la inmensa tarea por delante.
He escuchado ya, entre los optimistas informados, que la limitación que supone tener que atenerse a un Presupuesto aprobado por el anterior gobierno, y al que se manifestó expresamente su rechazo en la votación del Congreso, no es tan grave.
Grave no parecerá a algunos, pero no puedo estar de acuerdo con que se caiga en la tentación de cambiar partidas y hacer reasignaciones presupuestarias, pues contravendría las obligaciones legales de ajustarse a lo aprobado.
Sin embargo, queda poco más de medio año de ejecución presupuestaria y el horizonte presenta un magnífico regalo adormecedor a la posible presión de reivindicativos y descontentos: el Mundial de Fútbol, y concede margen de preparación fuera de focos para generar un buen programa de gobierno con el que conseguir, tal vez, la aprobación del presupuesto para 2019 -es imprescindible utilizar una capacidad de convicción a contrarios que no será ni fácil para el PSOE ni asimilable para sus competidores políticos-.
Sin embargo, ese programa y las buenas maneras y los puntuales logros que se consiga poner de manifiesto, han de estar destinados a conseguir el apoyo mayoritario del pueblo llano en las próximas elecciones.
El mundial de fútbol juega, pues, un papel relevante para aliviar la presión sobre el nuevo ejecutivo. Si la suerte que acompaña a Sánchez se concreta en que la selección española llegue a jugar la final, y no digamos si se gana la competición, nos plantaríamos, vacaciones de verano mediante, a finales de septiembre y con una sensación placentera como placebo para aliviar las adversidades de cada día.
Opino que este flamante gobierno de 17 capacidades innegables, 17 personalidades muy potentes, no debe es cometer el error de empecinarse en acelerar el inicio de la labor de cada Ministerio de forma independiente.
Que hablen poco, o que lo que digan no suponga apuntar a objetivos imposibles. Porque lo más urgente es confeccionar un Programa de Gobierno, una relación concertada, seria, ambiciosa, con la convicción realista de que no podrá ser ejecutado de inmediato. No hay consenso y, por encima de los deseos, no lo olvidemos, no hay dinero.
El trabajo inmediato de los ministros -perdón, me resisto a hablar de ministras y ministros- debería ser, en las próximas semanas o meses, analizar ese Programa conjunto, ponerlo en claro, expresarlo con rigor a la ciudadanía y, en lo posible, abstenerse de realizar declaraciones de intención que pondrán de manifiesto altura de miras y nobleza de criterios, pero tropezarán con el muro de la realidad inevitable.
Como deseo que no suceda esta dicotomía entre realidad y ficción presupuestaria, opino que ese riesgo de que muchos de los responsables de las carteras se evadan por los cerros de Ubeda de sus querencias de gestores eficaces en el mercado de los dineros, atiendan más a quienes conocen los entresijos de la zona pantanosa por donde discurre la labor pública. Serenidad. En aportar ese sentido, ha de emplearse Sánchez con mano directora, poniendo él mismo en valor una capacidad de gestión y control que sus opositores le niegan.
Ha tenido la inteligencia y la oportunidad de convencer a personas de capacidad, con ideas de reforma, incluso con criterios discrepantes, si atendemos a las trayectorias anteriores. Yo no desearía que se embarcaran en grandes cambios inmediatos, salvo los de talante, y no porque no los vea necesarios, sino porque deseo que perduren en el Gobierno, y eso pasa por la confirmación en las urnas.
La buena política no se improvisa, sino que se define y traza, y no es posible actuar sin programa de Gobierno. Aplíquense, pues, los flamantes ministros, y su presidente a la cabeza, rodeado de aquellos asesores y avezados funcionarios que crean conveniente, a confeccionarlo, y no se preocupen de hacerlo ambicioso y con objetivos a medio y largo plazo.
Porque se debe tratar de convencernos, a nosotros, los votantes, ilusionados, recelosos o discrepantes, de que serán capaces de impulsar a un maltrecho socialismo a ganar las próximas elecciones, y eso solo se conseguirá con los cestos tejidos con los mimbres que se vayan seleccionando y concretando en ésta, desde las marismas de las oportunidades recobradas.