La muy sugerente leyenda del Minotauro, -monstruo que causaba terror a los cretenses, y que habitaba en una cueva protegida por un laberinto en el que se perdería cualquiera que osara penetrar en sus dominios-, cuenta que Teseo consigue llegar hasta él, matarlo con añagazas y, al fin, salir del recito sin perderse gracias al truco que Ariadna le sugirió: haber ido desarrollando un ovillo de lana mientras avanzaba, lo que, al ser recogido en sentido inverso, le permitió encontrar la salida, es decir, el sitio por donde había entrado.
Ese metafórico hilo de Ariadna es recurrido con frecuencia en relación con el descubrimiento de la verdad que encierran asuntos en los que hay interesados en ocultarla. En España, los nuevos Teseos pertenecen a la judicatura, ya que su trabajo calificado de lento pero metódico y libre, ha puesto de manifiesto algunos de los turbios tejemanejes de nuestro país, básicamente relacionados con lo que se denomina genéricamente “corrupción”.
No estoy yo entre los que se llevan las manos a la cabeza, o se entregan a grandes aspavientos, para dar a entender que nada sabían de las pócimas que se cocían en la casa de al lado o, incluso, en la suya. No necesito esperar a que aparezcan delatores ni arrepentidos para entender que el uso de información privilegiada, el favorecimiento especial, la utilización del otro lado de la verdad, es moneda común en el mundo. Formamos parte del Minotauro, la Humanidad es parte de su esencia, y España, como tengo escrito, no está en la zona central de la confusión, la desvergüenza y el latrocinio, aunque sus corruptos y engañófilos parecen estar a la cabeza de entre los descuidados y torpes en ocultar sus movimientos hacia la caja común o el derecho de otros.
Siendo el mal tan extendido, que sea por la vía de arrepentidos y colegas del mismo percal por lo que se suelen descubrir estos fastidios, no viene sino a confirmar que, además de no querer meterse en líos, quien más quien menos tiene algo que ocultar a la luz de los mecheros. Está escrito en libros sagrados: Quien esté libre de pecado, tire la primera piedra.
Sorprende, por ello, (se acepte o no la premisa con la que me guío) la rudeza con la que, cuando se descubre algo que está mal, aparecen por doquier gentes con piedras. Hay exaltados que parecen dispuestos a tomarse la justicia por su mano, aunque no estén afectados o muy poco: vociferan a la entrada de los Juzgados, insultan al presunto o al ya declarado culpable, se enfrentan con las fuerzas del orden para picotear al encausado…
Hay clases, claro. Pero la persecución mediática -y, con el respeto debido, procesal- del cuñado de S.M. Felipe VI, Ignacio Urdangarin, condenado tras un recurso presentado al Tribunal Supremo contra la Sentencia inicial a más de cinco años, por la que acaba de ingresar en prisión, me ha hecho reflexionar sobre algunas cuestiones.
Estoy convencido de que todos cuantos tuvieron relación culposa con el caso Nóos, desde el Sr. Urdangarin hasta el último mono que cubrió la situación de favorecimiento, creían que actuaban conforme a las reglas y costumbres que han venido rigiendo este país (y todos) durante siglos: obedecer, aunque no fueran explícitos, los deseos de quien tiene poder, y tratar de eliminar obstáculos para que se llevaran a cabo.
Los artículos del Código Penal que criminalizan delitos económicos son duros. En un Código previsto históricamente para ladrones de gallinas, como afirmó con rotundidad, ni más ni menos que el Presidente del Consejo General del Poder Judicial, se han colado artículos que tenían como función ser ejemplarizantes. Es decir, respondían más a la creencia de que no habrían de ser utilizados, ya que bastaría su mera existencia como elemento disuasorio. En realidad, ese es el objetivo principal de un Código Penal: amenazar para no tener que dar con el mazo de la Ley.
Tenemos desplegada en este país, en relación con los casos de corrupción, que afectan (ya se ve) a la misma Familia Real, una máquina de cortar cabezas que no sabemos -ni podemos, si no me equivoco- parar.
La Comisión Europea, en un documento de 2014, elucubraba que las “irregularidades en los procesos de contratación pública” (vamos, la corrupción) en España podían suponer más de 13.000 Mill. de euros. La Comisión Nacional del Mercado y la Competencia, cifra las fugas por las cañerías de las malas prácticas en 47.500 Mill. de euros. Otros analistas de lo obvio, imaginan una pérdida del 1,5- 3% del PIB, en lo que entiendo es un cálculo simplista, a partir de la hipótesis de que ese es el porcentaje reconocido por los arrepentidos y por los lenguaraces como comisiones irregulares.
Es corrupción del sistema, claro. Una hipótesis razonable de lo que se presume se queda en entresijos particulares. Una estimación mínima de lo que la corrupción total convierte en redistribución de las plusvalías que generamos todos.
Yo lo veo también como la demostración de la predisposición hispana a aparecer como el tonto de la película. Porque estoy convencido de que en todos los países cuecen las mismas habas, solo que las ocultan mejor, las disimulan más. No me dejo engañar porque haya ministros que dimitan porque copiaron parte de su tesis. Soy escéptico. La verdadera corrupción de los países más desarrollados en el engaño está muy bien oculta por el laberinto del Minotauro.
¿Somos Teseos? ¿El hilo de Ariadna nos conducirá a la salida o será la soga del ahorcado rodeando nuestra sociedad?
No veo la forma de que alguien desvele la verdad, si esta es como me imagino.
Esta hembra de papamoscas cerrojillo (ficedula albicollis), fotografiada haciendo equilibrio en el Botánico de Madrid, vigila su nido, atenta a los movimientos de la cantidad de intrusos humanos que se han colado en las proximidades.