El mundo parece tener todas las papeletas para un cambio de ciclo y España ha comprado varias series para el sorteo de los premios de desconsolación.
Desde luego, la sociedad temerosa, inculta e insolidaria, ha ocupado en las últimas décadas -con crecimiento exponencial en las fechas más recientes- los lugares de mayor visibilidad. Está ayudando. y mucho, una forma de entender el periodismo -el cliente manda- que da total prioridad al escándalo y a los titulares, consciente de que la prensa escrita no se lee más que de forma transversal, y de que internet y el boca oreja ha ocupado, plagado de emoticonos y chascarrillos, incluso zafios, la parte sustancial de los cerebros.
Tenemos un montón de “crisis” ocupando los espacios de reflexión: el coronavirus y sus efectos letales, las guerras de toma de contacto como preparación para una confrontación mayor, las migraciones impulsadas por el hambre, el fracaso en la contención del deterioro ambiental y del llamado cambio climático (vamos, el calentamiento en unos cuantos grados de ciertas zonas de la Tierra)… A escala local, contribuimos en España a la degradación intelectual y social con un separatismo de salón, propio de la edad de piedra de la Historia de los pueblos, dirigido con mano de mantequilla por dos gobiernos dispares: el equipo de coalición, contento de haberse conocido, con representantes de los restos del otrora respetable Partido Socialista Obrero de España y de los defensores populistas del marxismo leninismo. pasado por la Universidad de los despropósitos.
No tenemos remedio, porque carecemos de diques de contención, es decir, de autoridad, de carisma. En un programa de la cadena de TVE la Sexta (desde hace tiempo, fiel defensora de los intereses del descalabro), el 28 de febrero de 2020, dedicado a Vladimir Putin, presidente de Rusia, el embajador en España de este Estado con pretensiones de volver a ocupar un lugar relevante en la generación de tensiones internacionales, Yuri Korchagin, respondiendo a una pregunta sobre por qué Rusia era uno de los países embarcados en la aventura de dotarse de más y mejor material bélico para sostener la paz (cumpliendo con el contraaforismo de si quieres la guerra, prepárate en tiempo de paz), no pudo contener una risa convulsiva:
“No puede haber una guerra mundial porque lo pasaríamos todos muy mal” (aunque pongo comillas, no recuerdo la frase exacta, solo el sentido y la imagen de su risa nerviosa)
Aplico la frase, con el argumento de autoridad, por otra parte, de una persona de la que aprecio su nivel cultural y su inteligencia, a todas las crisis presentes y las que se nos avecinarán. Imaginarias o no, latentes o expresas, lo vamos a pasar muy mal, porque solo atendemos a dar gritos en los foros y calles, anunciando, como el profeta Jeremías, los descalabros, sin conseguir centrarnos en los remedios y soluciones, o en poner el énfasis en la seriedad y la calma.
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La fotografía, tomada de noche en el río Tajo, a su paso por Toledo, en octubre pasado, representa un martinete que acaba de coger un pez. Como es sabido, esta ardeido es capaz de permanecer horas en su avistadero, inmóvil, hasta que encuentra que una futura presa se pone a su alcance. Cuando eso sucede, se lanza con ímpetu sobre ella, y con la fuerza de su envergadura alar y bien agarrada por el pico, la conduce a una rama de un árbol -quizá el mismo donde estaba antes ojo avizor- y la devora tranquilamente.
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