
Se trata de una pintura acrílica, con puntuales toques al óleo, que terminé en 2010. La idea la tomé de un apunte del natural, que había realizado varios años antes, a la hora del aperitivo, en un bar del centro de Oviedo.
La escena es oscura, a contraluz intenso (La fotografía, además, acentúa el abigarramiento de colores y personajes). Los elementos representados son, en una buena parte, oníricos. Todas las figuras humanas aparecen absortas, concentradas en sus propios pensamientos.
A la derecha, una joven señala la línea argumental representada. Tiene su mano derecha -que parece emerger de la propia mesa- sobre los ojos, como quien está tratando de recordar algo o, quizá, desprenderse de los restos de una pesadilla. Sobre la tabla, uno de los objetos más queridos de mi parafernalia creativa: la botella de Klein, el recipiente que se contiene a sí mismo.
En el Cuadro se representan cinco figuras humanas, aunque casi todas parecen desdoblarse en otras. Para quienes conocen otras de mis pinturas, les resultará familiar esta desestructuración de personajes, a la que suelo recurrir. Me sirve para representar a los protagonistas de las escenas, simultáneamente, desde otros ángulos, o en otras actitudes, posteriores o anteriores a lo que están haciendo en el momento principal (al estilo de los relatos gráficos de algunos pintores prerenacentistas, de las escenografías abigarradas de Brüghel el Viejo o del relato de Bocaccio que Botticelli convirtió en mágico, “Nastaglio degli Onesti”).
Las líneas geométricas internas del Cuadro tienen, en este caso, un efecto simbólico que me interesa resaltar: por un lado, las cabezas de cuatro figuras forman prácticamente una línea recta, que cierra, con la de la joven sentada, el lado principal de un triángulo rectángulo. Es decir: el plano de lo elemental, de lo vulgar, frente a la nota de la reflexión y de lo onírico.
Por otra, he señalado como una elipse luminosa (imaginariamente trazada con los contornos de una pierna de la figura de la izquierda y las luces que se filtran entre otros personajes), la existencia de una falsa mesa, en torno a la cual las cinco figuras se hubieran posicionado para comunicarse sus soledades.
¿Qué hacen, en realidad, los personajes?. La figura de la izquierda tiene abierto un ordenador portátil, que ha puesto sobre la barra del mostrador; la ventera parece estar preguntándole a ese cliente si desea que le sirva más bebida, aunque la botella está suspendida en el aire; el tipo sentado a horcajadas sobre una silla podría estar tocando una guitarra imaginaria; el último de los intrigantes personajes, semioculto tras una columna, parecería dispuesto a saltar, como un animal depredador, sobre la joven.
El cuadro contiene múltiples elementos enigmáticos -cabezas de figuras, tiestos con flores, animales (un perro resulta perfectamente identificable a la izquierda, abajo; otros resultan simplemente esbozados)-, que se despliegan, deslabazados, como si se hubiera desenrollado la alfombra que los hubiera contenido. El conjunto ofrece, sin embargo (así lo pretendí, al menos) una visión compensada en colores y geometrías, a medio camino entre lo inquietante y lo placentero, admitiendo, por tanto, diversas lecturas, al gusto del espectador y de la luz natural que reciba el lienzo.
Dimensiones: 1oox80cm, pintura con técnica mixta, en lienzo, sobre bastidor de madera. Autor: Angel Manuel Arias; firmado; fecha: 2010. En venta.
Para tí la botella de Klein es como para mí la cinta de Möbius. Volúmens y superficies mágicas. No puedo dejar de admirarte.