El joven sociólogo estaba leyendo el último libro de Zygmunt Bauman, “¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?”. Era evidente la avidez con la que absorbía lo que aparecía escrito en el volumen. Se había quedado de pie, apoyado en una de las estanterías de la Librería de Novedades, como si se hubiera olvidado del lugar y del tiempo.
-Me estoy aburriendo, Prometio -le apremió una joven, tirándole de la manga del anorak-. ¿Vas a comprar el libro?
-No, no. Creo que ya he captado lo fundamental -le respondió el sociólogo.
La muchacha le miró con menos ternura de la que podría suponerse entre enamorados:
-¿Y qué es lo fundamental?
-Que si los ricos no invierten lo que tienen para que, con el esfuerzo de todos, se mejore el bienestar de la sociedad, la felicidad se concentrará en ese grupo privilegiado y se generará más y más tensión en el resto -dijo el joven Prometio.
Ambos salieron de la Librería, y como llovía fuerte y no llevaban paraguas, al poco rato se introdujeron, en una cafetería.
María de las Encomiendas, que así se llamaba la muchacha, tenía el pelo empapado. Las gotas de lluvia le resbalaban por el hermoso rostro y Prometio contuvo el deseo de besar su boca.
La cafetería estaba llena de gente vociferante, pero encontraron un hueco en una esquina de la barra, limítrofe con la zona de servicio de los camareros.
No importan mucho al relato las concretas circunstancias de la pareja. Baste decir que llevaban varios meses saliendo juntos (es decir, acostándose). Pero no acababa de surgir entre ellos ese fulgor que se extiende en pasión descontrolada. Aparecían solo esporádicos chispazos, como un mechero que estuviera escaso de gas. Sus caracteres eran diferentes, los intereses presuntamente distintos, su forma de analizar las cosas, desigual o confrontada.
Aunque se encontraban cómodos el uno con el otro, crecía en ellos la consciencia de que su historia común estaba a punto de terminar.
-¿Sabes, Encomienda? Se me ha ocurrido que la sociedad en la que estamos no es líquida, como opina Bauman. Es cierto, desde luego, que hay una importante cantidad de personas que están obsesionadas por el consumo, y que, presionados por la publicidad y las modas, se dejan seducir por la supuesta felicidad de comprar, …que les dura muy poco. Eso les produce, bueno, nos produce, una constante insatisfacción. Queremos más, pero no sabemos decir qué; nos lo imponen.
María de la Encomienda pidió un descafeinado con leche. Prometio prefirió un agua sin gas.
-Si tienes sed, no se por qué no pides un vaso de agua del grifo.
-Algo tienen que ganar estas gentes. Después de todo, tienen una empresa; esto es un negocio, no una casa de beneficencia.
El sociólogo no quería perder el hilo de su razonamiento. María de la Encomienda miró en rededor, sin encontrar escapatoria visual.
-Bueno, pues he pensado que esta sociedad no está en estado líquido, sino supercrítico.
María de la Encomienda le pidió al camarero que le pusiera más leche en el café.
-¿Supercrítico? Suena muy pedante. “Lo pasé superguay; la peli estaba superdivertida” -remedó la joven, empostando la voz.
-Es un concepto de la física. Cuando un líquido se encuentra en condiciones de presión y temperatura por encima del punto crítico, se comporta, en parte como líquido, y en parte como gas…
-Prometio, te lo dije. Esa botella está rellenada con agua del grifo. Te la han dado ya destapada. Protesta y di que te den otra cerrada -interrumpió la bella.
-Creo que nuestra sociedad ha alcanzado el punto crítico y no ha perdido su capacidad de reacción, porque ya no tiene identidad colectiva. Da igual que haya un paro que en otras condiciones sería insoportable, o que la corrupción afecte a las instancias que debería garantizar el orden y la justicia, o que la mediocridad se haya instalado en todas las instituciones…Está desestructurada, falta de densidad, sin objetivo.
María de la Encomienda le exigió al camarero que cambiase la botella de su compañero, y que se la abriese delante de ella, para garantizar que no había sido rellenada.
-¿Qué le pasa? ¿Cree que aquí nos dedicamos a rellenar las botellas? ¿No sabe distinguir un agua del grifo de un agua natural? ¿Piensa que los clientes son tontos? -se encaró con ella el profesional de la hostelería.
-Tal vez si escribo a Zygmunt Bauman me haga una valoración de esta idea; puede que merezca la pena seguir investigando este asunto. -murmuró Prometio, abstrayéndose.
FIN
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