El joven juez Pedro Pertuncho se agachó para recoger uno de los papeles del suelo: “Solicitud de impulso procesal”, leyó en voz muy baja. Era un escrito que llevaba fecha de hacía cuatro años. Un letrado se interesaba, con el debido respeto -expresaba- por saber en qué estado procesal se encontraba una demanda de división de herencia que, según decía, se había cursado hacía tres años.
-¿Qué significa todo esto? -preguntó al Secretario.
-Lo puedo explicar -fue la respuesta que recibió-. Desde que se fue el juez sustituto, las cosas han ido complicándose. Al principio, de los escritos que recibíamos, hacíamos una copia que enviábamos al Juzgado vecino, solicitando instrucciones. Pero como no recibíamos respuesta, los fuimos dejando aquí. Nos daba lástima desprendernos de tanto papel, aunque alguna vez hemos pensado que lo mejor sería venderlo a un trapero.
Pertuncho no dudó en acercarse a la mesa, pisando papeles y algunos de los legajos desparramados por el suelo. Había carpetas con números de los expedientes, otras estaban despedazadas y abiertas.
-P…pero, ¿no han recibido nunca la visita de la inspección? ¿No les han comunicado ninguna actuación, proporcionado auxilio procesal en todo este tiempo? ¡Esto es una irregularidad manifiesta! -exclamó, sin estar seguro de ser comprendido.
-Por eso, pensaba que lo mejor para Vd. sería hacer borrón y cuenta nueva. -la frase del Secretario en funciones le machacó los oídos como una perforadora de martillo.- Mi idea era limpiar toda esta morralla hoy y dejarle el despacho limpio este fin de semana.
Y prosiguió:
-Pero Vd. se me adelantó. -El tipo aquel no parecía darse cuenta de lo que se traía entre manos.
-Tengo que dar parte de inmediato a la Audiencia Provincial. Este asunto es merecedor de una sanción, desde luego. Caiga quien caiga. Yo no estoy dispuesto a asumir la responsabilidad de este desastre -razonó, sobreponiéndose al disgusto, el joven de las puñetas recién conseguidas, mientras repasaba mentalmente la posible coincidencia de aquella realidad con alguno de los temas con los que había tenido que lidiar en las duras oposiciones.
-Me temo que no va a ser posible, ni necesario -reaccionó el que, ahora, al juez Pertuncho le pareció un irresponsable manifiesto, un delincuente común, un insensato de categoría piramidal.
-¿Cómo que no es posible? Dígame dónde hay un ordenador -reclamó, ya muy serio. Y como el otro no se inmutaba, continuó, comprendiendo que en aquel tugurio no habría ningún medio moderno de sacar adelante el trabajo- Tráigame de inmediato recado de escribir, allí donde lo encuentre. Bolígrafo, papel limpio y el sello del Juzgado.
-Señoría, tiene que escucharme primero -le replicó el de las manazas-. No le aconsejo llamar la atención sobre este Juzgado. Las cosas no son como parecen.
-¿Cómo son? ¿Qué quiere decir? -explotó el juez Pertuncho, a punto de explotar.
-Esto que Vd. ve, son casos que están pendientes, pero solo de forma aparente. Diríamos, desde una perspectiva judicial, pero no jurídica. En realidad, todos están ya resueltos -aclaró, con incomprensible firmeza, el Secretario.
Después de un silencio en el que Pertuncho creyó haber oído el ruido de una rata, escapándose hacia una esquina del despacho infestado, aquel individuo que debía haber sido su más directo colaborador, el insensato de la cabeza prominente, ofreció su mejor explicación:
-Aquí no somos tan incompetentes como Vd. se podría imaginar por las apariencias. Es cierto que de aquí, de este Juzgado perdido en el culo del mundo, no ha salido desde hace años ninguna resolución. Pero no es menos cierto que, desde hace años, en esta comarca nadie se ha molestado en presentar a los Juzgados ningún litigio. Todos nuestros problemas los resolvemos al margen de la Ley y de la Justicia.
-¿Al margen de la Ley? ¿Al margen de la Justicia? ¿Se lían Vds. a bofetadas, se matan a tiros? ¿Ventilan sus diferencias como en la Edad de Piedra? -le asaeteó Pertuncho, en una batería de preguntas que formuló, a borbotones, según se le pasaban por la cabeza, caliente por la emoción.
-Nada de eso -aclaró el Secretario-. En este pueblo tenemos dos abogados. Los dos muy buenos, le puedo asegurar, y no les falta trabajo. Se han puesto de acuerdo para hacer, alternativamente, de letrado defensor y de acusador. Conocen la ley al dedillo y saben perfectamente lo que dan de sí las normas legales, y resuelven con convicción, sin necesidad de acudir a ningún Juez. Tienen carisma, y la gente les hace caso. Todos los conflictos se ventilan en el bar, tomando unas copas.
El Secretario, ahora, se jactaba de tener las ideas claras. El novel juez le miró de hito en hito.
-Me he permitido enviarles un sms. Allí nos esperan, en el bar, los dos letrados y el oficial. Para pedirle, como todo el pueblo, que no complique las cosas. En esta comarca nos ha ido muy bien en estos años sin que ningún juez nos diga lo que hay que hacer para tener paz.
Pertuncho no sabía cómo expresar su asombro. Abrió la boca como un imbécil.
-Si Su Señoría quiere, a partir del lunes, cambiar las cosas, allá Vd. Pero le aconsejo que, antes, me deje limpiarle el despacho y quemar todos estos papeles, que carecen de valor. Será un borrón y cuenta nueva. El lunes, que es el dia en que Vd. debe incorporarse efectivamente a su trabajo, arrancamos de nuevo, con la Ley, la Justicia y todo eso que Vd. ha aprendido en los libros. Y que Dios nos coja confesados.
El juez Pertuncho, al apoyarse en uno de los montones, que resultó inestable, estuvo a punto de caerse, no de espaldas, sino de frente, aunque en el último momento pudo encontrar otro apoyo, si bien no logró evitar que las gafas se le escurrieran de las narices, favorecidas por las gotas de sudor que perlaban su frente.
FIN
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