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Que Melquíades Alvarez no calle

4 febrero, 2019 By amarias Deja un comentario

Hay, en España, algunas calles Melquíades Alvarez.

La calle de Oviedo discurre oblicua a la de Uría, como prolongación de la de Independencia hasta la de Covadonga. Es, por tanto, una travesía céntrica, relativamente corta, con poca densidad comercial:su enclave más relevante es la iglesia de San Juan el Real, que levanta su silueta historicista en una plazoleta en donde se congregan ovetenses y foráneos, con la frecuencia que determinan los ritmos vitales, para celebrar bodas y entierros.

Gijón tiene una calle Melquíades Alvarez, por supuesto. Es más larga que la de Oviedo, y va desde la de la Trinidad hasta la de Ventura Alvarez. Madrid, después de décadas de olvido, aprobó en 2017, por iniciativa de Ciudadanos, sustituir la dedicada al también asturiano, el general colungués Juan Vigón, por la advocación al político gijonés.

Melquíades Alvarez no merece el silencio. Su voz, que fue inspiradora de una parte notable de la Constitución de 1978, mantiene la vigencia que proporciona la sensatez, el equilibrio, el respeto a las ideas de otro si no coinciden con las nuestras, pero están expresadas sin la vehemencia que ofusca la razón, atendiendo a la enseñanza que proporciona la Historia y el conocimiento.

Tengo el libro que recoge los Discursos parlamentarios de Melquíades Alvarez, editado en 2008 por empeño de su biznieto Manuel Alvarez-Buylla. Son 820 páginas en las que se puede recorrer, y disfrutar, aprendiendo, del itinerario ideológico y su brillante expresión dialéctica. Melquíades Alvarez fue, en su tiempo, un orador admirado y envidiado y en el anodino discurrir dialéctico de nuestros actuales Parlamentos y foros, se debe recordar como un gigante de la oratoria y de la mayéutica.

A Melquíades Alvarez lo mataron en circunstancias vergonzosas y aún no del todo aclaradas (es decir: no se aclararán nunca) al principio de la guerra incivil, en agosto de 1936, en una saca de la Cárcel Modelo de Madrid, en donde había sido confinado por el gobierno “para protegerlo”.

Podía escribir muchas cosas desde la admiración que profeso a este brillante político reformista, convencido republicano -pero respetuoso con la monarquía parlamentaria-, centrista con visión a izquierda y derecha, moderado pero no inmovilista, abogado, en fin, de gran prestigio y jurisconsulto de excepción.

Tengo anotadas múltiples citas tomadas de sus discursos y, sobre todo, he leído y leo con fruición sus alegatos, sus exposiciones y réplicas. También, la de sus opositores. Expresados con altura discursiva, emoción y fuerza expresiva, los argumentos e ideas que desarrollaban aquellos parlamentarios de principios del siglo XX, combinaban una exquisita educación con  formación técnica y amplia cultura. Encomiables.

En momentos convulsos para el país (¿cuándo no los ha habido?), en sucesivas y elocuentes intervenciones entre los años 1903 a 1936, Melquíades Alvarez no ahorró ocasiones de expresar, desde varias responsabilidades parlamentarias -bien como portavoz ocasional de la bancada minoritaria, como fundador del partido reformista, como jefe de la oposición y, ya próximos a la debacle, como Presidente de la Cámara- muy sensatas opiniones sobre los numerosos asuntos que afectaban a la vida pública.

Sus orígenes modestos, las dificultades provocadas por el nepotismo de otros, las enfermedades, los cambios de gobierno  y las tensiones nacionales e internacionales (la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la República, la primera guerra mundial), así como el pesado pesimismo institucional de la época, impregnadas del pesimismo por la pérdida de Cuba y colonias, revueltas sociales y malestar en los cuarteles, no parecían capaces de hacer mella en su empuje vitalista, intelectual y, por encima de partidismos, honesto.

Permita el lector un ejemplo de su fino talante, con notas de clara atemporalidad. Antes de intervenir en el debate sobre los “Sucesos ocurridos en Barcelona con ocasión de un banquete regionalista” (27 de noviembre de 1905), se había expresado con estas palabras: “Hace tiempo que rindo fervoroso culto al silencio, porque me he convencido que es inútil abusar de la palabra, y porque, además, en esta Cámara, que es la representación más alta del país, se desnaturalizan en fuerza de digresiones todos los debates y caen al poco tiempo en la esterilidad más absoluta.” (1)

Quiero suponer que algunos de nuestros parlamentarios actuales tienen el libro con los discursos parlamentarios de Melquíades Alvarez. Sería conveniente que lo tuvieran todos. Y, desde luego, es imprescindible que lo lean.

—-

(1) Los “sucesos catalanes” que propiciaron el debate de aquellos días tuvieron su origen en la publicación, en la revista satírica ¡Cu-Cut!,  de ideología próxima a la Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba, de una viñeta antimilitarista de Joan Junceda.

La Lliga había celebrado un banquete el día 25 de noviembre de 1905 para celebrar su triunfo en las elecciones municipales, y la revista publicó una caricatura obra de Junceda en la que se veían dialogando a un civil y a un militar, éste vestido de húsar: ” -¿Qué se celebra aquí que hay tanta gente?, preguntaba el uniformado; -El Banquete de la Victoria, contestaba el otro; -¿De la victoria? Ah, vaya, serán paisanos.”

En el contexto del momento, se reflejaba la crítica humorística a la pérdida de confianza de la sociedad civil en el Ejército, después de la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas y los descalabros africanos. Como reacción impulsiva, varios militares descontentos irrumpieron en la sede de la revista, provocando graves destrozos. El hecho, que dio aún más alas a la posición separatista catalana, demostró la debilidad de la Restauración alfonsina, provocó la dimisión del jefe de gobierno Mortero Ríos y, como colofón legislativo, supuso la aprobación de la llamada Ley de Jurisdicciones, por la que todos los delitos que afectasen a la patria y al ejército pasaban a ser entendidos por la justicia militar.

La prudencia y objetividad de Melquíades Alvarez se manifestó en la discusión parlamentaria, cuando replicó a los catalanistas, republicanos como él, que utilizaron los sucesos para exacerbar sus intenciones separatistas.

Sus expresiones tienen un halo de proféticas. “El regionalismo catalán (…), como una especie de pequeña nacionalidad dentro de otra mayor, con su poder soberano y autónomo, con sus Cámaras, con leyes propias, (…) me parece incompatible en absoluto con los grandes ideales de la vida moderna, (,,,) Es un ideal mezquino de la época del desaliento (,,,) contraria a todas esas  corrientes de la moderna política mundial, que exige para su desenvolvimiento la formación de grandes núcleos orgánicos (…)”

 

—

 

 

 

Publicado en: Actualidad, Cataluña, Derecho, Ejército, España, Política Etiquetado como: calle, Cataluña, Ciudadanos, Gijón, guerra civil, Ley de Jurisdicciones, Melquíades Alvarez, Oviedo, parlamento

Manifestaciones callejeras

25 marzo, 2018 By amarias Deja un comentario

Calle o parlamento. La opción parece estarse desviando hacia la manifestación personal en ese foro sin reglas (o apenas) que supone la ocupación de las aceras. Es igual que se trate de pedir justicia -cómo no- para la presunta asesina del niño Gabriel, o la libertad del ex President Puigdemont a quien la policía alemana acaba de trincar para conducirlo a la prisión de Neumünster en cumplimiento de una orden cursada vía Interpol por la judicatura española.

La calle es lugar de acogida tanto para quienes deseen protestar ante el gobierno por la ridícula revisión anual de las pensiones de jubilación, como para los preocupados por el futuro (negro) del carbón autóctono.

No tengo tan claro, en cambio, hacia quién van dirigidas todas esas expresiones, generalmente de descontento. En el caso de las peticiones que reclaman el ejercicio de las previsiones del Derecho, me parece interpretar que se trata simplemente de dar salida a una tensión emocional: la señora que, fuera de sí, fue interceptada por la policía cuando pretendía abalanzarse sobre la homicida confesa del niño almeriense, no creo que fuera consciente de que arriesgaba convertirse, ella misma, en delincuente, si se le hubiera permitido ofrecer el espectáculo ante las cámaras televisivas de asesinar (o tal vez solo agredir) a quien tanto odiaba.

Quienes se manifiestan -lo están haciendo en este momento- por las calles de Barcelona para reclamar. incluso con carteles en alemán (Freiheit für Puigdemont), la inmediata libertad del tipo que más daño ha hecho a la democracia en la Historia reciente española, no creo sean conscientes de que están apoyando a un delincuente. Seguro que, si fueran preguntados, contestarían que lo que desean es reflejar la injusticia que se está cometiendo por el Estado opresor español contra el deseo de Cataluña de ser una nación independiente, y republicana. No necesito, para quienes no tengan la venda ante los ojos, expresar que no hay opresión ni falta de libertad o democracia en este sufrido país en el que a los españoles nos toca compartir la inmensa belleza con algunas inmundicias.

Tampoco me parece que los que se desgañitan por mantener el carbón autóctono como fuente energética, a pesar de su nula competitividad, sean conscientes de que mejor estarían defendiendo la energía solar fotovoltaica, la energía nuclear o, simplemente, denunciando el despilfarro energético del que hacemos gala continuamente, en edificios públicos o privados, en desplazamientos innecesarios o en medios de transporte personales no compartidos.

En fin, tampoco estoy convencido de que los jubilados vean revisadas sus pensiones al alza, sin despreciar en absoluto los graves argumentos que esgrimen los más sagaces de los que se lanzaron a las calles blandiendo pancartas que pedían Pensiones Dignas. Es cierto que no pocos pensionistas -¿el 25%?- constituyen el único ingreso familiar del módulo impresentable en el que conviven abuelos, hijos y nietos, mientras el país es incapaz de resolver seriamente el problema del paro, que es el mismo que el que ha generado salarios basura y el crecimiento de la economía sumergida.

Vuelvo al principio. La calle no puede sustituir al Parlamento. Necesitamos políticos serios, instruidos, creíbles, sagaces. Gentes con formación y capacidad de persuasión que resuelvan los problemas con buenas decisiones de gobierno y que, si no los pueden solucionar, digan las razones.

Entretanto, faltos de esa dirección, crecen las expresiones en la calle, los revoltosos, los tipos con el rostro tapado que lanzan cóctels molotov y rompen cristales, incluso de los furgones policiales. Peligro para todos y profunda desilusión para quienes siempre creímos en la fuerza de la evolución.


Este ave es un morito (plegadis falcinellus), fotografiado en las marismas del Guadalquivir. Suele buscar en pequeños grupos, rastreando los marjales, los insectos, batracios y pececillos  que le sirven de alimento, aprovechándose de su largo pico curvado. También le ayuda su plumaje negro -en invierno, sin los visos purpúreos que despliegan en la capa veraniega- para pasar desapercibido de quienes lo pueden detectar bajo el agua somera o entre los carriezales.

 

Publicado en: Actualidad, Sociedad Etiquetado como: asesina, calle, derecho, Gabriel, manifestaciones, Parlament, Puigdemont

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