(Este Comentario es una continuación del publicado el 10 de julio de 2020 en este blog, con el que forma una unidad)
La presentación de las incertidumbres con fundamental proyección o influencia sobre los ciudadanos en territorio español (bien en lo sanitario, en lo económico, en lo político e incluso en lo sicológico) se debe completar con aquellas que afectan al contexto internacional, para ofrecer una visión lo más completa posible de las razones que empañan de intranquilidad nuestro escenario vital actual.
En el terreno internacional, la ausencia de un liderazgo tanto ético como económico y militar desarrolla un marco de inestabilidad de gran alcance. Los grandes Estados han volcado sus intereses -de manera inequívoca, si es que antes los habían ocultado con más éxito- hacia el interior de sus fronteras. Esta afirmación es válida, sobre todo, para Estados Unidos y China, pero tampoco podemos dejar al margen la reflexión de una Unión Europea muy debilitada.
Se ha roto el loable propósito de globalización comercial que, sin duda, ha servido de gran apoyo al desarrollo de China y otros países asiáticos (India, Corea del Sur, Emiratos y Arabia Saudí, sobre todo, sin olvidar a Singapur, la singular ciudad autónoma), pero también ha sostenido el crecimiento de empresas “multinacionales” europeas y norteamericanas.
El resultado visible, como se ha comprobado con los efectos económicos de la pandemia -aún solo iniciados- es una insoportable dependencia de China para el suministro de equipos, productos elaborados o semielaborados e incluso de fármacos, elementos sanitarios de primera necesidad y algunas materias primas de valor estratégico.
La percepción de la pérdida de autoridad y hegemonía norteamericana sobre sectores clave, trajo como consecuencia inmediata la implantación de una potente tendencia a la autarquía y al apoyo a la industria y productores propios, decisión de la que los países europeos han sido los principales perjudicados y no tanto los productores chinos, por la gran capacidad de generación de actividad y autoconsumo, suficiente para mantener a corto plazo la economía del gran país-continente asiático.
Las cuestiones económicas se entrelazan, en este caso especialmente, con las medidas de respuesta sanitaria a la pandemia y, en una derivada que puede cobrar primera dimensión, las relacionadas con la defensa de los territorios.
El ataque del virus SAR-Covid 19 ha tenido una respuesta descoordinada y, por tanto, desigual, entre los diferentes países. Por momentos, todo parece -y así puede seguir viéndose, cuando en aquellos territorios que se jactaba de haber controlado la pandemia empiezan a sufrir nuevos brotes- que ha regido el principio de “sálvese quien pueda”, también en materia sanitaria. No ha habido suficiente comunicación, y en todo caso, tardía, desde las autoridades y epidemiólogos chinos, que se supone deberían estar más avanzados en el estudio del virus, al haber aparecido en su territorio. Pero tampoco ha habido suficiente comunicación entre los teóricos expertos en microbiología y control de epidemias de los países desarrollados, cuyas autoridades (aconsejadas, según se dice, por sus propios sabios) han tomado medidas diversas, incoherentes o retrasadas. Se ha discutido sin razones sobre las ventajas de los confinamientos, la consecución de unas míticas inmunidades de rebaño, medicamentos de falsa eficacia y se han divulgado cifras de infectados, fallecidos o recuperados con más imaginación que rigor. El resultado también ha sido el descrédito de los epidemiólogos, y la desorientación de la población, que no acaba de ver las ventajas de las medidas de control y prevención (incluso las particulares), y halla razones para incumplirlas o cumplirlas mal.
Es alarmante que los dos países que pugnan por la hegemonía mundial, oculten información o acaparen medicamentos y material sanitario. China ha sacado beneficio adicional de la venta a otros países de ingentes cantidades de mascarillas, fármacos, guantes y productos para profilaxis, así como pantallas protectoras y todo tipo de instrumentos y aparatos que un exacerbado pánico en todas las esferas ha convertido en elementos apetecibles, ya que no necesarios. La decisión de Estados Unidos de acaparar toda las existencias del remdesivir a finales de junio de 2020 permite aventurar lo que sucederá cuando se encuentre una vacuna o fármacos efectivos para el tratamiento del coronavirus.
El sector de Defensa de la mayoría de los Estados está reclamando una profunda y urgente revisión. Venía siendo claro que las disputas de mayor contenido entre países no se iban a ventilar por los medios llamados convencionales. La rápida difusión del coronavirus y sus dramáticos efectos sobre las economías, y su elevada mortandad e incidencia en los sistemas de salud, ha supuesto una definitiva llamada de atención sobre la necesidad de protegerse de ataques víricos o envenenamientos intencionados de poblaciones. El avance de la técnica de los drones, tanto para uso de espionaje como elemento de apoyo o de acción para ataques con misiles o direccionamiento y lanzamiento de bombas de difusión de gases o partículas, es una de las razones para la revisión de las Fuerzas de Defensa.
No es sencillo romper las inercias, y los mandos militares y los estamentos políticos (unos por mal entendida tradición o defensa corporativa y otros por ignorancia) seguirán reclamando dotación más eficiente en el armamento terrestre o de ataque y defensa antiaérea. La Unión Europea sigue con la grave ausencia de una política de defensa, agravada con la marcha del Reino Unido, que es también uno de los pocos países con tecnología nuclear.
La Unión Europea, tiene dos flancos abiertos de debilidad -por el lado de la frontera con Rusia, con un Putin expansionista y reivindicador nostálgico del poder de la antigua URSS- y Marruecos -con los enclaves de Ceuta y Melilla, territorio español apetecido por el gobierno de Mohamed VI, como joyas pretendidas de una corona cuyos súbditos soportan el mayor desnivel de renta per cápita mundial entre países limítrofes-. No está claro, fuera de la imaginaria voluntarista, como se defenderían los territorios bálticos de un ataque ruso imprevisto o nuestras ciudades autónomas de un arrebato invasor marroquí. Supongo que los centros de inteligencia europeos (y, en lo que afecta a las dos ciudades en territorio africano, los españoles) habrán estudiado la casuística de las intervenciones de respuesta posibles, pero si hay una invasión territorial, la cuestión no se resolverá sin un buen susto.
Mi apreciación general es que nos encontramos en un período de cambio drástico, pero no tanto de paradigma, sino de confusión argumental y existencial. La amenaza climática, con la grave disparidad de criterios entre los Estados a la hora de abordar medidas radicales y concertadas, sigue ahí, aunque la pandemia ha disminuido (falsamente) su importancia. Habrá más inundaciones, catástrofes provocadas por los cambios bruscos del tiempo atmosférico, mayor desertización y pérdida de territorios agrícolas. La hambruna que provocarán esas devastadoras circunstancias, acarreará desplazamientos masivos de población, en su búsqueda de cobijo, trabajo, agua o recursos alimenticios o sanitarios.
La situación reclama la máxima solidaridad y la cooperación internacional. Los organismos internacionales, muchos de ellos faltos de visión actual, credibilidad o dotación presupuestaria que permita reclutar a los mejores funcionarios, no parecen capacitados para asumir ese liderazgo. No quiero citar a ninguno en concreto, pero los ejemplos de apatía, falta de oportunidad o visión sesgada, son patentes.
Difíciles tiempos para la tranquilidad, y poco propicios para que las generaciones jóvenes encaren el futuro con calma e ilusión. Cierto que la Humanidad siempre ha encontrado su vía hacia adelante, pero en esta ocasión, los problemas son muy importantes y reclaman urgente intervención cohesionada, junto a la necesidad de un reajuste económico mundial (en mi opinión, preferiblemente dentro del capitalismo liberal, aunque no descarto otras opciones),. Se demanda más que nunca, liderazgos, capacidades resolutivas, e inteligencia.
No se puede mirar atrás, para no convertirse en estatua de sal, como la mujer de Lot. Hay que mirar siempre hacia delante. Con gafas de sol, si la luz es excesiva. Con zapatos de andar y no con chanclas. En grupo, y no alardeando de individualidad eficiente. Muy difícil, sí, pero no imposible,