Aunque no se debe especular sobre la calidad del bollo cuando aún está en el horno, tengo pocas dudas de que a Abengoa, como a Ícaro, se le quemaron las alas por culpa del sol: de la energía termosolar, para ser más exactos. Su visión mesiánica para mantenerse como la adelantada mundial de esa forma de dominar a Helios, le quemó la cera -digamos, el combustible- con la que contaba realizar el viaje, y, al forzar la máquina, se le calentó el endeudamiento y se le partió el ebitda (acrónimo para “Earnings before interests, taxes, depreciations and amortizations”).
En pocos años, y a la vista de todos, Abengoa pasó de ser la gema especial de la corona de las empresas ambientales españolas (¡y mundiales!), a convertirse en una entidad basura, un chicharro bursátil, provocando la pérdida prácticamente total de los dineros que se depositaron confiadamente en su aventura.
Desde luego, el auge y caída de Abengoa debe mover a reflexión a quienes ven solo ventajas, y no riesgos, en la carrera por asentar ambiciosos proyectos empresariales en las arenas movedizas de las energías alternativas. Por atractivo que sea el señuelo -calentamiento global, concienciación ambiental, consejos de sabios que animan a aprovechar la oportunidad del moto sostenibilidad-, las dificultades para conseguir beneficios económicos consistentes son altas.
Y, lo que hace a la aventura especialmente delicada, es que la obtención de resultados positivos no depende ni de la tecnología, ni de las intenciones propias, ni de los que confían en el proyecto, sino, y sobre todo, del contexto y de los ritmos que marcan otros, -no siempre con buenas intenciones-, lo que, a partir de un cierto momento, en que las necesidades de capital para sostener el crecimiento se hacen enormes, puede hacer que todo se vaya al garete.
El grupo empresarial que fue feudo de poder de la familia Benjumea se ha muerto de éxito. Participante hiperactivo en el grupo de devotos de la doctrina solar -en su versión más elaborada, la térmica-, cuyo catecismo Abengoa misma contribuyó a desarrollar, el eco de las declaraciones optimistas de sus principales accionistas y directivos resuena aún, porque todo sucedió muy rápido. Sánchez Ortega, en 2010, entonces Consejero Delegado, afirmaba que el ebitda pasaría en tres años del 44% al 67% y que la deuda se mantendría por debajo de 3 veces su valor, al tiempo que se multiplicaría por 7 -de 193 MW a 1.443 MW- la potencia termosolar instalada.
Qué horas, qué auras. Según el informe de la agencia Moody´s, fechado el 19 de noviembre de 2015, la deuda bruta de Abengoa es de 7,9 veces el ebitda anual. Las dudas sobre las cifras reales del complejo Abengoa se han extendido como la pólvora. Nadie quiere poner dinero en ese fuego.
¿Razones para este despropósito financiero? En mi opinión, haciendo abstracción de la hojarasca, dos: la presión de un mercado emergente, que embriaga del éxito, y la facilidad para obtener créditos muy baratos, en una situación de excedentes monetarios. En ese contexto, las proyecciones de futuro de ingresos y beneficios no tienen más credibilidad que la que quiera dárseles.
El grupo necesitaba mucho dinero para atender a su etapa expansionista, y recurrió -lo digo a partir de lo que leo-, para mantener la petición de créditos externos a un nivel que no pareciera escandaloso, al juego financiero de concederse préstamos entre sus filiales, en operaciones de picardía contable que se están analizando, -¡ahora!-, con el rigor de que carecieron anteriores auditorías.
Abengoa se endeudó, según las cifras que van siendo expuestas a la luz del escándalo, en 20.000 Mill. de euros -con 7.500 Mill. de euros de facturación prevista y un ebitda objetivo de 1.400 Mill. euros- construyendo un laberinto de créditos entre casi 900 filiales y/o participadas, agrupadas en Abengoa Yield y Abeinsa (que es la accionista principal de Abener Energía, Abengoa Solar, Abengoa Bionergía y Teyma/Sainco).
Como sucede siempre que un gigante empresarial revela sus debilidades, se han asomado a los estertores de la agóncia Abengoa multitud de interesados: unos, con intenciones necrófilas; otros, portando pócimas supuestamente salvíferas; no faltan quienes se aprovecharán de lo más jugoso.
A mí, lo que me apena especialmente, es que miles de puestos de trabajo -casi 7000 empleos, solo en Andalucía- se hayan puesto en tan grave peligro de extinción, y que no se haya sabido atajar el mal cuando tenía solución -entre otras, la de mantener los compromisos legales de subvencionar las energías solares-, y no haberse obcecado, desde los estamentos oficiales como desde los empresariales y sociales que se beneficiaban del crecimiento de la burbuja abengoense, en jalear con aplausos, coplas y brindis a la gestión, que era, en esencia, una huída hacia adelante, esto es, un camino sin retorno hacia el agujero.