Se ha convertido en parte importante del espectáculo mediático, señalar las discrepancias entre ministros del Gobierno de España. Podríamos haber imaginado que la coalición de dos facciones políticas con intereses tan contrapuestos -siguiendo la estela de lo vaticinado, justamente, por el presidente de Gobierno, Pedro Sánchez- acarrearía tensiones internas, supondría noches sin dormir para los partidarios de una u otra ideología (si existiera algo que pudiera llamarse así, al margen de intereses personales) y, como consecuencia, agudizaría el empobrecimiento colectivo que se encuentra en ritmo de crecimiento galopante.
Resulta patético, además de extremadamente peligroso para la estabilidad como país, que en el mismo seno del Gobierno, se encuentren individuos que se confiesan partidarios de la República como forma idónea de Estado (actitud a la que nada cabe objetar, expresada como posición ideológica personal) y, olvidando su función y obligaciones del cargo, actúen continuamente para zaherir la forma de Estado constitucionalmente vigente, que es la Monarquía. Todo les vale: presuntas omisiones fiscales del Rey de antes, don Juan Carlos; la vacunación en tierra ignota de las hermanas del Rey de ahora, don Felipe Sexto; la presencia de la familia real en cualquier acto o la ausencia de cualquier otro, según les parezca a ellos oportuno o deplorable.
En ese afán destructor, que nace, por supuesto, de la ignorancia y de la falta de visión colectiva, porque se alimenta de la ambición personal y la búsqueda del aplauso de los incondicionales, se pasa por la máquina de triturar, un día sí y otro también, la independencia judicial o la calidad de la enseñanza, y se margina la importancia de la investigación, la necesidad de activar el sector industrial y hasta se sacrifica la ética, al faltar el debate público.
No ignoran quienes así actúan ni, por supuesto, todos cuantos mantienen lúcida capacidad para analizar las consecuencias, que la continua discrepancia de representantes del Gobierno en temas sustanciales, mina, deteriora y perjudica gravemente, la imagen internacional de nuestro país. Ahuyenta inversiones, sirve para poner de manifiesto incapacidades de gestión y coordinación y hace perder oportunidades de todo tipo, a cualquiera de los niveles.
Un fauna variopinta. Ministros de exteriores que vagan por el mundo prodigándose en actuaciones contradictorias, ministros de interior que prefieren contemporizar con asesinos juzgados que con sus víctimas, ministros de universidades que anuncian planes retrógrados sin haber conseguido consenso, ministros de justicia que publicitan supuestos acuerdos de nombramientos para “renovar” el Consejo Superior del Poder Judicial, desmentidos por la realidad de los hechos y por los mismos vicepresidentes del Gobierno, cuando les toca la fibra sensible del desacuerdo corporativo.
Sería normal que, en el fragor político y la justificable diferencia de opiniones sobre cómo abordar un tema sustancial, se transparenten discrepancias entre gobierno y oposición, pero…¿dentro de la coalición de Gobierno?
Provocar manifestaciones y declaraciones contrarias se ha convertido en deporte periodístico por excelencia. Y es muy fácil provocar la discrepancia, porque no existe coordinación ni voluntad de conseguirla entre los miembros del Gobierno.
No son temas con apariencia de cruciales: permisividad o intolerancia en las manifestaciones para celebración del Día de la mujer trabajadora; apoyo o condena a las actuaciones de la policía cuya misión es garantizar el orden y la seguridad frente a energúmenos que les atacan con increíble violencia; oportunidad de leyes en defensa de la elección del género desde temprana edad -como si la naturaleza se pudiera domeñar al antojo de la apetencia personal-; aumento con grave distorsión de la carga de la prueba, de las penas para los sospechosos de relaciones no consentidas; eliminación de las carreras de grado con tres años lectivos sin haber analizado la recuperación de la calidad perdida a los títulos de las categorías superiores de la enseñanza; protección del lobo como especie amenazada en zonas de intensidad ganadera; imposición de límites a los alquileres o incautación de viviendas desocupadas, vulnerando el principio de inviolabilidad de la propiedad privada y obviando que la responsabilidad de generar suficientes viviendas sociales descansa en el gobierno…
No serán, considerados independientemente y contemplados desde la nube de la indolencia y la permisividad, cuestiones que puedan parecer muy graves. Lo son. Por acción y, sobre todo, por omisión. Como decisiones de gobierno -o, simplemente, como apertura de falsos debates sociales- suponen el despilfarro de medios económicos e intelectuales y distraen a la opinión pública. Como omisión de las necesidades de resolver los graves problemas del país, alcanzan una dimensión desgarradora.
Precisamos urgentemente, crear empleo, decidir sobre las medidas de activación económica, mejorar la enseñanza, impulsar la investigación, proteger el nivel sanitario, aumentar el sector industrial, ayudar a los emprendedores, revisar las medidas de protección ambiental, recomponer con visión analítica y seria, el mix energético y la generación de precios para la electricidad, etc.
En esta situación de penuria ideológica y, sobre todo, de generación de propuestas realizables, constructivas, de largo alcance, los debates que ocupan la atención resultan nimios, estériles. No le veo el interés al machacón repaso a los muertos diarios por la Covid, obviando el verdadero problema de acelerar los planes de vacunación, fijando fecha creíble a la inmunidad colectiva. No encuentro ningún valor especial a desmenuzar con bisturí y guantes de goma la actuación -sentimental y económica- de un personaje histórico que nos salvó de otra guerra civil o de la prolongación de una dictadura (¡si hablamos de un par de millones de euros! ¿no es posible parar esa investigación ridícula, que se alimenta en apoyo, dicen de la democracia, cuando se han anulado o tergiversado otras mucho más relevantes en sus efectos reales?).
A punto, según dicen, de doblegar en nuestro país la crisis pandémica que tanto daño moral. económico y sentimental nos ha causado, cuando aún quedan por analizar las razones por las que hemos sido el peor país europeo en resultados, teniendo todavía la incógnita del momento en que alcanzaremos la suficiente cobertura en vacunación para llegar a esa “inmunidad de rebaño”, ¿no deberíamos conocer las líneas maestras del plan de recuperación económica? ¿o se dejará todo a la improvisación, y a la esperanza de que la activación llegue, mágicamente, de la mano de los sectores de restauración y hotelero, dañados duramente por años de total inactividad?