La semana de mayo de 2022 que ha finalizado el 22 de este mes antes llamado de las flores (o de la virgen María) ha traído suficiente material informativo para confirmar que nos hallamos escribiendo la crónica del País de los Despropósitos, es decir, de Gaigé.
Llena toda la información relevante periodística la aparición del rey de antes, don Juan Carlos, autoexiliado en Abu Dahbi bajo la protección del emir de ese mini-país (en duelo en la actualidad, pues hace algo más de una semana falleció el padre del actual jefe de la dinastía, que heredó su cargo y la amistad con nuestro rey fugado). Lo hizo invitado por el presidente del Club Náutico de SanXenxo, quien lo hospedó su casa el par de días en que quien fue Jefe de Estado durante casi cuarenta años decidió quedarse en esa población gallega.
La situación que se creó fue, por encontrarle algún calificativo, esperpéntica. Miembros del gobierno de la seudorepública de Gaigé aprovecharon para llenarse la boca de improperios contra el anterior Jefe de Estado, al que siguen calificando de delincuente y del que pretenden explicaciones. El presidente Sánchez (Pedro), en sus horas de popularidad más bajas y confirmada totalmente su incapacidad para controlar un gobierno, no solo en descomposición, sino en proceso de provocar un deterioro de la imagen del país como hacía decenas no se había padecido, guarda silencio.
Más grave aún: secuestrada en este tema la jefatura del Estado (léase, la cúpula de la Casa Real), el rey Felipe VI, eclipsada su razón de Estado por lo que le dictan desde Moncloa, aparece ante los ojos de la opinión pública libre como un hijo capaz de repudiar afectivamente a su padre, al que le debe el fulgor de la dinastía y el mérito de una transición impecable.
Juan Carlos es un anciano enfermo físicamente y, por los síntomas (no soy médico, solo observador de las debilidades humanas), padece secuelas síquicas importantes, seguramente próximas a una de las diversas formas de demencia senil. No es capaz de calibrar el alcance de sus actos, tiene una honda sensación de despecho y, como otros en su situación (a niveles de responsabilidad inferiores), carece de conciencia de la realidad, por la que se deja guiar como un ciego por su lazarillo, en este caso, quienes aún desean sacar provecho de su caudal, que es mucho.
He leído en algunos medios que el debate entre República y Monarquía se ha reabierto con esa visita. Pamplinas. El debate estará permanentemente abierto mientras se sienten en el gobierno personajillos que utilizan su pedestal para destruir la Constitución y la forma legítima de Estado.
Por supuesto, han pasado más cosas. La confirmación de Díaz Ayuso (Isabel) como presidenta del Partido Popular en Madrid aupada por prácticamente el 100 por cien de los militantes de la región, es solo la devolución de las cosas a su sitio, trastocadas por la envidia de un personaje que ha desaparecido de la escena política, que actuaba de mal vasallo de Casado (Pablo), al que arrastró al precipicio de la insania. La aparición en el Congreso del partido mayoritario de la oposición del nuevo líder, Núñez Feijóo, que también se desprendió en esta semana (presuntamente) de su coraza protectora regional, parece confirmar que “el nuevo PP” apostará por la combinación de la tranquilidad de bóo xeito, incapaz de crisparse aunque lluevan chuzos, y el desparpajo con tintes barriobajeros de la presidenta regional de la comunidad madrileña.
El pequeño Martínez Almeida, gran alcalde de Madrid, ha quedado aún más disminuido en su aspecto físico cuando regaló la llave de oro de la ciudad al gigante emir de Katar, agasajado aún más en el mismo viaje por el presidente Sánchez, que le dió las llaves del reino, digo de la república, a cambio de firmar unos papeles por el que se comprometen amistades eternas y -creo- cuarenta mil millones de euros de inversión, que confío no serán en fútbol ni solo en hoteles e industria primaria.
Dado como cuentan el dinero los emires del paraíso del petróleo, como diría Biden (Joseph) pea nuts, o sea, calderilla. El presidente norteamericano está encelado en alimentar la guerra de Ucrania con Rusia, y promete más armas, más tanques, más dinero. La guerra le viene bien, le distrae de otros problemas y, además, le sirve para vender gas de esquisto a la paupérrima Europa, un grupo de naciones que tencrán un pasado brillante (belicoso) pero cuyo futuro está en entredicho, quizá para siempre.