Titulo -excepcionalmente- en inglés (al 50%), este Comentario, para subrayar que Agosto está perdido. No “perdido en la traducción” (hermosa y sugerente película, Lost in traslation, bajo la dirección de Sofía Coppola).
Perdido para nosotros, que lo hemos dejado pasar con propósitos incumplidos; ojalá, al menos, hayamos conseguido desconectar de lo que nos preocupa u ocupa sin gracia. Si no ha sido así, si nos hemos perdido en Agosto, lost in August, no hay por qué atormentarse: la vida sigue.
Agosto se ha convertido en un mes no totalmente inhábil a efectos administrativos y penales (como los abogados en ejercicio sabemos muy bien). La maquinaria que alimenta de forma continua las demandas para cubrir las necesidades ciudadanas no permite la inactividad de quienes tienen, por mandato constitucional, la obligación de atenderlas. Aunque este mes de agosto estuvo prdido políticamente, desde el momento en que nuestros representantes actuales en las Cámaras han decidido tomarse una vacatio, que tenemos derecho de pataleo a considerar inmerecida.
El caso es que los servicios de comunicación de las Administraciones no han cesado su actividad durante el mes de agosto, y los ciudadanos hemos tenido ocasión de percibir y sufrir sus efectos. ¿Quién no se encontró en el buzón, al volver de unos días de asueto, el aviso de que tiene pendiente de recogida una carta certificada de alguna de las dependencias de la Administración pública? ¿Oculta esa nota apurada del cartero en el que nos indica que pasó por nuestro domicilio en ausencia nuestra, una multa, un apercibimiento de inspección tributaria? ¿Será acaso una comunicación de la Tesorería de la Seguridad Social expresando que se nos abonarán los retrasos? Tal vez, ¿la respuesta a una solicitud que formulamos en la impertinente hoja fotocopiada que recogimos de uno de los montones de la conserjería del estamento, allá en el lejano junio?
Si tengo que juzgar por la cola de ciudadanos que aguardaban, con su boleta de aviso de entrega frustrada en ristre, a que la pantalla mostrase la combinación algebraica que habían obtenido del expendedor para atención en la oficina de correos, diría que fue intensa la actividad de los departamentos administrativos en agosto. También lo fue, en misteriosa conjunción, el trabajo de los servicios de Correos que, a pesar de los publicitados esfuerzos y cambio de imagen, aún tiene margen de mejora. Por ejemplo, en que los repartidores, que supongo mal remunerados y trabajando a destajo, no se inventen ausencias de receptores para terminar rápido su trabajo.
Por lo que oí, la respuesta más común que recibían mis expectantes colegas sufrientes desde este lado de las administraciones era: “Lo siento, pero la notificación ha sido devuelta al emisor por haber transcurrido el plazo para retirarla”. Siete días, quince días, el día siguiente, según los casos.
Yo me había encontrado en mi buzón una Nota de Entrega fallida emitida por el repartidor el día 14 de agosto, que apareció en mi casillero el día 30. Mala suerte. El plazo estaba vencido. ¿Qué hacer para reclamar el reenvío de la comunicación, u obtener una copia ? El amable funcionario de Correos me orientó: “llame al 010”. Cuando llegué a casa, eso hice.
Después de cinco minutos de espera, me atendió una amable señora o señorita que me ilustró de que mi tema no tenía nada que ver con el Ayuntamiento. “Diríjase al Ministerio correspondiente”. Ante su gentileza, quise ofrecerle mi colaboración desinteresada: “Gracias. Quisiera advertirle que el contestador me ha venido informando de que me atenderían sin falta en tres minutos y, sucesivamente, dos y uno, según pasaba el tiempo, lo que no fue realidad, pues Vd, tardó dos minutos más en recoger mi llamada en espera”. “No tengo nada que ver con eso- me aclaró-. Eso es cosa del sistema de respuesta automática”. Le agradecí nuevamente su amabilidad, y me dirigí -virtualmente, claro- a la web del ministerio.
Maravilla. La web me permitió enviar un mensaje sin problemas a un Servicio centralizado de Información, en el que procuré ser escueto y directo en referir mi problema. Pocas palabras y al grano. A la mañana siguiente, recibí una contestación concisa, en la que se me indicaba que me dirigiera a la oficina más cercana a mi domicilio de la Delegación correspondiente en la plaza y pidiera el certificado cuya entrega no había sido posible “directamente” en ese Servicio, que la forma de computar los tiempos en Correos me había hurtado hasta el momento.
Después de aguardar ser atendido durante una hora aproximadamente, con lo que tuve ocasión de hacer algunas amistades circunstanciales -había solo una funcionaria para solucionar las más variopintas cuestiones, una especie de ventanilla única multifunción con busto parlante-, me dieron, al fin, la combinación algebraica para obtener atención personalizada. Otros minutos de estar atento a las pantallas y, hélo ahí: premio, Diríjase al puesto tropecientos.
Avanzo entre mesas vacías, y el amable empleado público que se disculpó por atenderme mientras mordisqueaba un bocadillo -“estamos en cuadro”, aclaró- me ilustró, después de comprobar mi identificación y escuchar atentamente por dos veces el motivo de mi educada presencia ante su pertinente autoridad, de que no figuraba en mi expediente informático ningún documento pendiente de entrega.
Cuando le expliqué, tratando de hallar las palabras precisas en el fondo de mi atoramiento sin mostrar enfado, de que sí debía tenerlo, pues allí estaba como evidencia la Nota de Entrega frustrada, y el hecho también fehaciente que desde el Ministerio me habían expresado, por escrito, que podía recogerlo en esa oficina, me puso en claro lo que, en su docta opinión, sucedía:
“En el Ministerio no tienen ni puta idea de lo que sucede en las Oficinas regionales”.
Obtuve, debo reconocerlo, más información. Lo que había hecho hasta entonces, siguiendo instrucciones de otro empleado del servicio, hacía dos meses, estaba mal hecho. Me faltaban muchos documentos para que el Expediente (cuyo número me resultaba ilegible, pues el sello automático de la máquina de recepción de documentos quedaba interferido por el texto de mi Solicitud “ahora no sellamos fotocopias, es todo automático”, resonaba en mi recuerdo) pudiese ser tramitado. “Seguramente lo que le comunican en ese certificado es que su Expediente está paralizado”, continuó el del bocadillo, al que debí despertar conmiseración.
Cuando llegué a casa, me encontré con que, desde la dirección de correo electrónico del Ministerio al que yo había contestado con un “Muchas gracias”, emocionado por su diligencia (ahora sabía que fantasiosa o descoordinada) me replicaba con un enigmático “Consulta no admitida. El procedimiento adecuado para consultas es dirigirse a la web del Organismo”.
Me di cuenta, de pronto, que estaba tratando con un autómata. Con autómatas.
La golondrina dáurica (hirundo daurica) es una pariente rolliza de la golondrina común (hirundo rustica), difícil de diferenciar en vuelo, salvo para ornitólogos cuidadosos. Su tamaño es bastante mayor -18 cm frente a 10 cm- si se incluye la larga cola, aunque es algo más corta en la dáurica. Carece de las manchas blancas en la cola de la común y el adulto no tiene la garganta de color castaño rojizo ni la franja pectoral oscura, casi negra con luz escasa o a contraluz.
Encontrarse con un adulto de dáurica alimentando a su retoño ya volantón, en un paseo por el Tajo, es una experiencia inolvidable.