Empiezo este Comentario advirtiendo sobre la fotografía que he incluído en él. En la mitad inferior, camuflado gracias a su plumaje, se puede ver un agateador común (certhia braquydactyl). No se le distingue apenas, si no se está acostumbrado a detectarlo, porque parece un trozo de corteza. Esta ave precavida y tímida, recorre los troncos de coníferas buscando larvas de insectos, que extrae con su pico curvo. Empieza por la base del árbol y, cuando termina su inspección o se inquieta, vuela hacia otro tronco cercano para seguir con su alimentación.
Quiero, con este inicio poco usual, llamar la atención sobre un colectivo que está injustamente poco valorado y que, como se decía antes cuando la tribu estaba unida, reúne lo fundamental de una colectividad: los ancianos y su experiencia práctica. La velocidad con la que se han prodicido los cambios tecnológicos ha llevado a la confusión de que lo importante, lo eficaz, lo que vale, es lo nuevo, lo último, aquello que corresponde a los pretendidos últimos avances de la ciencia, del arte, de la técnica.
El vulgo se extasía ante una obra a la que los falsos entendidos han catalogado, siguiendo casi siempre mezquinos intereses, como una obra maestra. El feísmo se ha instalado entre nosotros. En la pintura, en la arquitectura, en el cine, en el teatro… Por ejemplo, piezas teatrales que atacan el más elemental pudor, ridiculizan y tergiversan la Historia, o que vulneran el respeto debido a las creencias religiosas, reciben elogiosas críticas e inducen a su contemplación a incautos y prudentes que no se atreven a proclamar que se trata de un engaño. Por tanto, la patraña se alimenta y continúa.
Magnifica iniciativa la de ese médico valenciano, Carlos San Juan, que ha movilizado más de 600.000 firmas bajo el lema “Soy mayor, no idiota”, para reclamar una atención especial de las entidades bancarias para los mayores no expertos en virguerías digitales, transformadas, por razón de la automatización y la reducción de personal y oficinas, en máquinas sin espíritu, solo aptas para captar nuestro dinero y reducirlo a bocados.
Deberíamos extender esa protesta a todos los órdenes, para mejorar la vida de todos. He leído que las compras de los mayores de 60 años representan del orden del 60% de los gastos de las familias. Con sus ahorros y pensiones se pagan la mayor parte de las compras de bienes, los alquileres, las adquisiciones de vehículos y viviendas….
Existe una perniciosa corriente instalada entre nosotros de despreciar la experiencia, el trabajo bien hecho, la seriedad y educación en el trato. No se levanta nadie para ceder un asiento en el transporte público a un mayor, sea hombre o mujer: los jóvenes son los que más corren para ocuparlos, y así poder enfrascarse cómodamente en la contemplación estupidizante de sus móviles. Los carteles bondadosos en los que se expresa que tendrán preferencia para la atención los mayores de 65 años son ignorados. Pero no es eso lo más importante: jóvenes con escasa experiencia como seres humanos se han apropiado de los sitios en los que se toman decisiones, actuando como autómatas, siguiendo programas cuyo sentido completo ignoran, y que no serían capaces de reproducir desde el origen, porque carecen de la formación necesaria, y solo saben introducir los datos para que automáticamente se obtenga un resultado (bueno o mala, al que puede faltarle incluso el orden de magnitudes).
No tengo más que admiración hacia la juventud y, en especial, hacia los jóvenes brillantes, tenaces, inteligentes e imaginativos. Lo que no me impide alzar mi voz para expresar que esta sociedad ignora con demasiada desfachatez a los mayores y, con ello, como aún sucede (menos) con las mujeres, pierde sustancia para hacer que las cosas funcionen mejor. No todo es cuestión de las nuevas tecnologías, de los resultados automáticos, de reducir personal para sustituírlo por un aparato y un programa.
Actualmente hay en activo 5.320 jueces y magistrados, es decir, algo más de 11 por cada 100.000 habitantes, con una edad media es de 50,4 años, según los datos publicados en el Anuario del Poder Judicial en 2021. La media habrá bajado algo gracias a tres mujeres de 24 años, egresadas de la Facultad de Derecho de Valladolid, palentinas y amigas, que han conseguido obtener una plaza de juez de or vida. Las felicito de corazón, y no dejo de alarmarme porque alguien consiga en tan tierna edad un puesto de por vida con tanta responsabildad. Una de ellas reconoce que “quizá tenga menos base que otros compañeros de oposición, pero supe defenderme bien”. Su sinceridad la honra y levanta serias dudas acerca de la verdadera competencia de estas jóvenes, por supuesto, saturadas de informacion jurídica obtenida en los libros y apuntes, pero aún ayunas de experiencia práctica sobre las circunstancias y veleidades de la vida real.
Es solo un ejemplo. A lo mejor, no el más afortunado. Aún con su debilidad, sirva para poner un acento sobre el menosprecio de esta sociedad a la edad, a la experiencia, al saludable efecto del tiempo sobre los conocimientos y a la importancia del saber muy bien el cómo, el por qué y el para qué antes de tomar una decisión echando mano de los manuales de instrucciones (a lo peor, traducidas del chino al español por un autómata).