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Buscar al mirlo blanco

18 octubre, 2018 By amarias Deja un comentario

En abril de 1898, cientos de personas se congregaban en cada uno de los puertos españoles en donde estaban a punto de embarcar los cuarenta mil soldados de reemplazo que iban a luchar contra el enemigo norteamericano. Estados Unidos había declarado la guerra a España por un quítame allá esas pajas: la voladura del acorazado Maine, anclado en funciones de espionaje en la bahía de la Habana.

Pocos de los soldados que, pertrechados con uniformes de campaña y flamantes mosquetones, se alineaban en los muelles a toque de cornetín de órdenes, eran, en voluntarios. Esos soldados de cupo, obligados a defender los intereses patrios tan lejos de la Metrópoli, pertenecían a las clases más modestas de la sociedad, que no habían podido liberarlos pagando las mil quinientas pesetas que hubieran supuesto su exención del servicio militar.

Entre los que acudían a despedirlos, junto a esposas, novias y madres -algunas con niños pequeños en los brazos o agarrados de la mano-, los que más gritaban y enardecían los ánimos, con inflamados vítores patrióticos y soflamas incendiarias contra la pérfida Norteamericana, eran los que se habían librado del servicio y sus allegados.

Esa guerra se perdió, y con ella, los restos del Imperio. Estados Unidos, más potente económicamente, mejor dotado de armamento y otros recursos, y con la excusa adicional de ayudar a los rebeldes que, desde hacía tres años se habían levantado contra el Estado español, se hizo con el control de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, iniciándose así una época de hegemonía internacional norteamericana.

Traigo esto a colación, no porque me interese refrescar a memoria acerca de sucesos bien conocidos, sino por poner de manifiesto, como saben bien los “analistas de sistemas”, esos especialistas en buscar modelos genéricos de amplia aplicación, adaptables a problemas concretos, que el modelo se repite con obstinada frecuencia, camuflado de múltiples maneras.

Tengo a la vista un artículo de Moisés Naím (El Pais. 30.09.2018) en cuyo titular se plantea: “¿Va usted a perder su trabajo?” y en unas pocas líneas enumera las “cuatro ideas” que, hasta ahora, se han puesto sobre el tapete para analizar lo que se debe hacer frente al “tsunami de la desocupación laboral” que está provocando la revolución digital.

Esas cuatro ideas serían, escuetamente: el proteccionismo digital (aranceles e impuestos frente a los avances); reeducación a los desempleados; aumentar el empleo público; y garantizar un ingreso básico universal. Por irrealizable, errónea o costosa, Naím las rechaza todas. Concluye provisionalmente con una esperanza: “Es perfectamente posible que esas nuevas tecnologías produzcan más y mejores empleos que los que destruirán”. Ha sucedido, en efecto, en las otras revoluciones tecnológicas.

Después de esta afirmación tan positiva, retorna a la gran cuestión: “¿Y si esta vez es diferente? ¿Si los nuevos empleos no aparecen a tiempo?”

He visto, de pronto, a algunos cientos de personas que han conseguido liberarse de bajar al campo de batalla de las verdades tecnológicas, avistando con sus catalejos de precisión, desde sus torres de control, las áreas de tranquilidad económica o profesional, animando a acudir a la batalla, despidiendo, con pañuelos de ánimo y vítores de confianza, a millones de contemporáneos, embarcados con escasos pertrechos, mal preparados, faltos de directrices, ayunos de claridad en las ideas, para enfrentarse a un enemigo muy superior, en una guerra que, en esas condiciones, está perdida de antemano.

¿Dejaremos que la cuestión planteada la despejen otros, mejor pertrechados?


La fotografía es de un curioso mirlo común (turdus merula), con las mejillas emplumadas de un blanco níveo. Parece un conato de mirlo blanco. Si se le observa con cuidado, se verá que en una de sus extremidades inferiores, esta preciosa ave, tan singular dentro de lo común de esta especie, está anillada.

Publicado en: Actualidad, Economía, Política Etiquetado como: 1898, competitividad, creación de empleo, Cuba, formación, mirlo, paro, trabajo

Cómico o ridículo (19)

3 marzo, 2017 By amarias Deja un comentario

Los que viajamos por trabajo, adquirimos una visión particular -más bien escasa- de los países en donde hemos llevado a cabo la actividad que nos llevó hasta allí. Pocas veces tenemos ocasión de permanecer más allá de una o dos semanas y, aunque la estancia sea superior, normalmente nos limitaremos a recorrer, sin guía turístico, la zona en donde estamos desarrollando nuestro trabajo.

De entre los países que tuve la suerte de conocer con detalles que no son habituales, Bolivia está en el grupo de cabeza.

En Santa Cruz de la Sierra, mi anfitrión fue un emprendedor inteligente, extremadamente cordial y que, a sus muchas cualidades, unía un sentido del humor envidiable: Mariano Egüez. Ingeniero civil, era capitán de un grupo de empresas muy dinámico, con un equipo que transmitía ilusión.

Yo era entonces director de Proyectos y Estudios en FCC-Dragados Internacional de Servicios, y habíamos firmado un acuerdo para optar a la adjudicación de varios proyectos que estaban en marcha.

No se cómo se enteró de que, en una de mis estancias en Santa Cruz, yo cumplía cincuenta años. Sin decirme nada, cuando terminamos el trabajo del día, me llevó  a un terreno, iluminado con bombillas de colorines como para una kermesse, y me anunció que había preparado en mi honor un espectáculo. Advertí que estaban allí las varias decenas de empleados de su grupo, y que, en uno de los laterales, se habían dispuesto vituallas y bebidas.

Mi asombro subió de nivel cuando vi aparecer a un grupo musical, capitaneado por una señorita, algo ligera de ropa (aunque sin traspasar los límites de la decencia), que, micrófono en mano, me dedicó desde una tarima varias canciones.

Después, el anfitrión hizo un panegírico descomunal de mis virtudes -en su mayor parte, inventadas- y, finalmente, reclamando un aplauso, me invitó a cantar alguna canción española.

Tengo muchos vacíos en mi formación, pero el más notable es la ausencia del menor sentido musical. Cuando me vi con el micrófono en la mano y toda aquella gente expectante, comprendí, por unos instantes, que iba a protagonizar el ridículo más espantoso de mi vida.

Por fortuna, tuve una revelación. Me acordé del cuento de Andersen del mozo del martillo y, complaciéndome en los detalles del relato, ante un público entregado, quiero creer que salí del trámite, porque aquella gente educada y gentil, me felicitó y, como estaba previsto, todos nos entregamos a las libaciones y al manduque, hasta que el material se acabó.

Fue en otro viaje, algo más adelante, cuando Sergio Antelo, que había sido alcalde de Santa Cruz y era un notable arquitecto, me invitó a conocer a su familia y su casa. Era buen amigo de Mariano, que me apuntó que “también era pintor”, por lo que le parecía una buena idea hacer una especie de competición entre ambos, mientras tomábamos un aperitivo de vino español y jamón, de los que mi socio siempre tenía acopios.

“-No traje pinturas, ni pinceles, ni tengo lienzo”, me defendí, para hacerlo desistir.

“-Sin problemas. Ya encargué a un propio que los comprara en el bazar. Los llevará a casa de Sergio”.

Sergio Antelo es un magnífico pintor y, advertido por Mariano, cuando llegamos, tenía preparado el caballete, la paleta, un maletín con tubos de óleo de todos los matices imaginables y, por si hacía falta algún refuerzo, a su esposa e hija mayor como fervientes apoyos.

El propio de Mariano había llegado, en efecto, y había dejado una bolsa de plástico con un lienzo de tamaño liliputiense, dos pinceles de cerdas de plástico de los que se utilizan para trabajos manuales infantiles, y tres pequeños tubos de óleo, con los colores negro, blanco y rojo. Había también una nota: “Ez lo que pude encontrar”

A Sergio le dio un ataque de risa. “¿Vas a competir con éso? ¿Qué piensas pintar, la portada de Rojo y Negro?” …Fue una velada estupenda. La competición resultó muy igualada -la hija de Sergio trajo su maletín de pinturas al óleo- y , al final, agradecí que el tamaño el lienzo no fuera excesivo.  Pinté, animado también por aquel público cordial y divertido, un cuadro de paisaje y figuras, que improvisé con cierta desfachatez, y que regalé a Mariano Egüez.

Ya en Madrid, volví a pintar el mismo motivo, en un lienzo de mayor tamaño, y es uno de los cuadros que tego colgados en mi casa.


La primavera se nota en la actividad frenética de las aves buscando pareja con la que procrear. La foto representa a dos mirlos (el más oscuro, es el macho). Son aves territoriales, y en Madrid hay una notable densidad de estos pájaros, que se hacen notar al atardecer, sobre todo, con trinos bastante melódicos, con los que marcan su territorio.

Mi hijo David me contaba ayer que grabó con el móvil el canto de un tordo que estaba utilizando su terraza como escenario para mostrar sus virtudes y, cuando lo reprodujo, el propio autor del trino se acercaba, curioso, al aparato, con la intención, tal vez, de plantear una batalla por la zona. Contra sí mismo.

Publicado en: Personal Etiquetado como: Bolivia, fcc-dragados, mariano egüez, mirlo, pintura, santa cruz de la sierra, sergio antelo

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