España no sabe qué hacer con Cuba, con el pueblo cubano, con los dirigentes cubanos. No es un problema de ahora. Viene desde hace siglos y, desde luego, desde que en una operación bélica descoordinada y errónea, en 1898, perdió la colonia, la joya de la Corona, en manos de Estados Unidos, que supo aprovechar que la metrópoli estaba con la guardia baja.
La Historia de Cuba en el siglo XX es el itinerario de un despropósito, en el que los intereses norteamericanos como les convino, los dos recursos naturales de la isla: el azúcar y el tabaco, imponiendo precios, topes de producción y destino. Dirigentes corruptos, población poco instruida, oportunidades fallidas (Cuba declaró la guerra a Japón, bloqueó envíos a la España franquista, se hundió sin prisa en una miseria más profunda), marcaron un camino infalible hasta la revolución, que se consolidó en una gestión comunista a la cubana, en la enemistad permanente contra Estados Unidos, que no podía asimilar que aquella tierra tan cercana a la suya tuviera ínfulas de independencia y no siguiera el ejemplo de Puerto Rico.
Por supuesto, Cuba no es una democracia. La revolución castrista ha dado crecimiento a un grupo de dirigentes que se han enriquecido acumulando privilegios, medios y beneficios. La mayoría de la población, ignorante e inculta, falta de información de lo que podría ser, se ha visto polarizada hacia un enemigo concreto, un diablo cómodo: todo el mal que pasa proviene de los yanquies, del cerco asfixiante norteamericano.
No solo. La Unión Europea, mal orientada por los gobiernos españoles, no sabe cómo ayudar a Cuba a romper con el cerco agobiante norteamericano. Sin una política concreta de ayudas, con declaraciones que van del amor y abrazo del oso a las promesas baldías, el tiempo transcurre mientras Cuba se hunde más y más.
Cuba está en una situación de emergencia económica y sanitaria. No necesita palabras, sino ayuda concreta. Es verdad que existen otros países más necesitados, gobiernos más dictatoriales y corruptos, pueblos aún más desquiciados en su estado de necesidad y falta de soluciones. Pero tenemos a Cuba en nuestro mapa de responsabilidades prioritario. La conocemos bien. Nos conocen bien.
Por supuesto, Cuba no es una democracia. Y qué ¿a quién preocupa éso, cuando más de la mitad de los países del mundo no lo son -cuando incluso en nuestro país hay una colección, reducida pero vociferante, de imbéciles que difunden donde les parece que España no es una democracia “plena”?
Por favor, que el primer viaje del recién nombrado ministro de Exteriores sea para ir a Cuba, y se haga acompañar de un avión cargado con medicinas y alimentos y, sobre todo, con el borrador de un acuerdo de cooperación entre los dos países que defina claramente una vía de apoyo y soluciones. Pocas palabras. Ninguna, desde luego, de descalificación. ¿Para qué servirían?