Habrá que admitir, como punto de partida, que quienes tienen derecho a vacaciones son los que disfrutan de un puesto de trabajo asalariado. Además, las actuales disposiciones legales no permiten que los días que correspondan -de acuerdo con los convenios, ya sean sectoriales o particulares del grupo empresarial- se cambien por emolumentos. Hay que disfrutarlos, sí o sí.
Los prejubilados y jubilados disfrutan de unas “merecidas vacaciones” hasta el momento de su fallecimiento (lo que los anglosajones llaman golden years), si bien el empleo de ese tiempo libre de obligaciones ajenas puede ser ocupado de múltiples maneras; desde hacer deporte, cuidar nietos o animales domésticos, hasta ayudar a los necesitados o dar clases gratuitas bajo el cobijo de alguna organización no gubernamental. Todo ello, en tanto que las enfermedades propias y otras pejigueras no empañen el panorama con penosas servidumbres.
También existen casos documentados (pocos) de jubilación activa -renunciando a la mitad de la pensión que corresponda- y aún menos, de quienes, estimando que en vida profesional o por otras razones, ya han acumulado suficientes medios de subsistencia, renuncian a su pensión.
Si Vd. tiene el derecho a unas vacaciones, y tiene la oportunidad y el dinero para marcharse del lugar de residencia habitual por unos días, no tengo duda de que lo hará. Sea por una semana, quince días o un mes, hacia ese lugar o lugares alternativos se marchará, en solitario, con la pareja, la familia más cercana o un grupo de amigos o conocidos. Volverá tal vez al lugar de sus correrías infantiles, emprenderá una excursión a un lugar apetecido, visitará a un conocido que le ofreció su casa por esas fechas o, más probable, alquilará por un par de semanas un pisito o un chalet (de acuerdo con sus posibilidades) cerca de una playa.
No se qué idea tiene Vd. de vacaciones. Pero no se las amargue pensando que podían ser mejores. No las empañe llevando montones de impedimenta. No las ensucie generando tensiones con sus acompañantes. Ayude a que todos se sientan mejor, porque ese esfuerzo personal le será recompensado con alegría y buen rollo.
En España, dos de cada tres habitantes no trabajan, según las estadísticas. Entre ellos, están los niños y los jóvenes que aún se encuentran en formación. Están las llamadas antes “amas de casa”, ésas a las que se les atribuía el epígrafe de “sus labores” (puede que haya algunos amos de casa).
Piense también, cuando tal vez algún momento se le caiga encima, en todos aquellos que no pueden tener vacaciones, porque carecen de puesto de trabajo aunque lo buscan y, seguramente, con desesperación; piense en los autónomos sin derecho a detener su actividad o por adición; piense en los que trabajan en negro y como negros.
Ah, y se me olvidaba. Piense que este agosto, los que se dedican a la política como profesionales están nerviosos como pocas veces antes. Tienen mucho que hacer para despejar las nubes de su horizonte profesional. ¿Les votaremos otra vez? ¿Les botaremos? ¿Podrán convencernos de su utilidad como gestores de la cosa pública para el próximo cuatrienio? Tienen que aplicarse, desde luego.