Imposible no dedicar unas palabras a la grave situación que está viviendo Cataluña. Se trata, sin duda, de una movilización de esa región contra el Estado, que tiene su presunta justificación inmediata en la publicación de la Sentencia condenando a los políticos que lideraron el movimiento secesionista de la región catalana, y que apoyaron esa actuación ilegal con malversación de dineros públicos.
¿Tiene explicación la organización de una revuelta popular contra la actuación reglada -apreciar en juicio justo (y con total publicidad, presuntos hechos delictivos- de uno de los estamentos del Estado de Derecho?
No, no la tiene, ni la puede tener. España es uno de los países con mayor libertad y amplitud en el uso de facultades y derechos, y su legislación garantista ha servido de modelo (y envidia) a otros. Pero el hecho es incuestionable: desde que se conoció el fallo de la Sentencia (hago esta matización en lugar de referirme a la Sentencia en su totalidad, que califico personalmente como dotada de una formulación jurídica impecable y con sesgo marcadamente benevolente hacia los condenados), Cataluña se ha visto envuelta en una tensión social de extrema gravedad.
Reventó la caldera en donde bullía el caldo de despropósitos secesionistas que venía siendo alimentada, inconsciente o conscientemente, desde hace ya cuarenta años (inventos y falsificación de la Historia, elevación del catalán a lengua suprema, enseñanza polarizada hacia el odio contra el resto de España, confusión e ignorancia respecto a valores y solidaridad, baja calidad de liderazgos, etc.).
Solo fue necesario encender varias mechas que estaban preparadas por expertos artificieros de desorden. Para provocar demoliciones y graves desperfectos solo es preciso situar pocos explosivos en lugares adecuados. Grupos de individuos que tapaban sus rostros y que actuaban organizados, duchos en provocar tumultos y daños, se enfrentaron a las fuerzas del orden -tal vez cogidas a desmano, tal vez poco preparadas para el envite, puede que sorprendidas por la extrema violencia-, y consiguieron captar la atención de las cámaras y de la prensa en general. Hay heridos graves, una secuela de duras confrontaciones sin sentido, decenas de declaraciones tibias, calenturientas o simplemente desafortunadas, nervios rotos, gritos ácidos, y, en suma, con los restos del caldo, se sigue cultivando en una nueva marmita el crecimiento de los odios, las disensiones ácidas, los alegatos violentos, los desencuentros dañinos, y se hace insoportable el cúmulo de incomprensiones recíprocas sepultadas bajo la imposibilidad de llegar, no ya a un acuerdo, incluso a la calma, en meses o años.
La escalada de tensión, plagada de incidentes intolerables contra los mossos de esquadra, la policía nacional y la guardia civil, debe ser calificada sin ambages con apoyada por el engaño evidente de estar realizándose una “manifestación pacífica” por parte del gobierno de la Generalitat (del President Torra, en particular), ignorando la realidad de los hechos y persistiendo en el anclaje de la emoción inaudita en un mundo paralelo inexplicable y, por la misma esencia de sus planteamientos, insoportable para todos.
La actuación de las fuerzas del orden ha de ser calificada como ejemplar, asumiendo riesgos personales muy altos en el encuentro con revoltosos que no ahorraron violencia: lanzaban piedras, adoquines, barreras e incluso dispusieron de cócteles Molotov; utilizaron palos y porras, iban encapuchados y quemaron contenedores y coches -¡incluso de la policía!-. Se creó máxima confusión para extremar la sensación de caos.
Repito hasta la saciedad: Por encima de esas actuaciones, tutelando el despropósito independentista convertido ahora en revuelta contra el orden institucional, destaca la equívoca actuación de Torra -defendiendo con la boca pequeña la manifestación pacífica contra la Sentencia, y alentando al mismo tiempo la insurrección contra el Estado (“España, antidemocrática, holgazana y fascista es injusta con el sosegado y laborioso pueblo catalán” es el leitmotif” de su catecismo revoltoso)
Contrasta la situación en Cataluña, incomprensible para la inmensa mayoría de los españoles, incluidos, claro, los catalanes de paz y orden, con el despliegue de afectos y adhesión que la Monarquía -la Jefatura del Estado como símbolo de la unidad de España- ha despertado en Asturias, con ocasión de la entrega de los Premios Princesa de Asturias. El Rey Felipe VI no se refirió en su discurso durante la ceremonia a la grave situación en Cataluña, seguramente para no empañar con recriminaciones ni lamentos la puesta de largo como heredera de la Corona de Leonor, su hija mayor.
No hacía falta la referencia explícita. En la capital asturiana y en toda la España que vio en directo la retransmisión desde el teatro Campoamor de Oviedo pudo valorarse la profunda diferencia entre los dos ambientes: el del afecto pacífico y leal hacia la Constitución, representada por el Monarca, los Ministros y autoridades que asistieron al acto de entrega de los Premios Nobel españoles, y el de la sorpresa, el hastío y la condena hacia las manifestaciones antisociales, revolucionarias, desleales, de esas facciones de impresentables -antisistema, terroristas callejeros- que conducen a una multitud de catalanes (no dudo que de buena fe, pero engañada por la mala fe de otros), a su destrucción como país, a la derrota de la tranquilidad, disposición a la solidaridad y buena fe que fue atribuida desde hace décadas a la sociedad catalana.
El ave de la foto es una hembra de colirrojo tizón (Phoenicurus ochuros), más pálida de plumaje que el macho, aunque también tiene la distintiva cola rojiza. Son pájaros fundamentalmente insectívoros, y bastante abundantes en nuestras latitudes, no siendo infrecuente verlos sobre las crestas de los tejados o encaramados a muretes y salientes- Al amanecer, en las áreas urbanas, este túrdido madrugador suele ofrecer su característica silueta recortada contra el cielo, moviendo la cola arriba y abajo de manera peculiar y emitiendo un breve canto prácticamente monosilábico.