Al socaire

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¿Es esto realidad, o vivimos una pesadilla?

23 septiembre, 2020 By amarias 14 comentarios

Se han reunido en estos momentos de mi vida varios elementos que componen un cuadro muy singular, al menos, al nivel de realidad al que me había acostumbrado. Tenemos una pandemia sobre nuestras cabezas, con especial reincidencia sobre Madrid, que arrastra una situación económica cuyos efectos no han hecho más que empezar, y cuyo alcance no somos capaces de prever (y, lamentablemente, aún menos, el Gobierno actual y, apurando en la misma línea, la oposición).

La grave situación vírica y económica se magnifica por la tensión entre el gobierno central y el regional de la Comunidad de Madrid. La importancia referencia, a escala nacional e internacional, que supone la capitalidad de España, se ha traducido en un ataque continuado desde algunos portavoces del Gobierno (en especial, pertenecientes a la agrupación Unidas-Podemos, aliada con el PSOE y otras minúsculas facciones regionalistas) contra la actuación de la presidenta de esta Comunidad, Isabel Ayuso.

Se califica con reiteración desde miembros relevantes del Gobierno y de portavoces parlamentarios de los partidos que tienen silla en él, a la presidenta Ayuso como mala gestora, carente de liderazgo e incluso se la tacha de ser manifiestamente incapaz para ejercer el cargo que ostenta. Son expresiones de extremada dureza, injustos y, desde luego, ajenos a la cortesía institucional.

Aunque los ataques desde la coalición de PP-Ciudadanos (esto es, de derechas) que rige en la Comunidad de Madrid y en su Ayuntamiento hacia el gobierno central son menos intensos -se esgrime abandono a su suerte de la Comunidad, falta de apoyo desde las instancias más altas, etc.-, porque no se está calificando tan directamente de incapacidad al Ejecutivo o a sus miembros, el efecto hacia el exterior, es decir, hacia el ciudadano no comprometido políticamente es la plasmación perfecta de una falta de sintonía entre quienes están conduciendo el vehículo de nuestros destinos.

La escenificación del pasado lunes (21 de septiembre de 2020) cuando ambos Presidentes -central y autonómico- pretendieron ofrecer un marco de cooperación (a destiempo) en la lucha contra la pandemia, por su torpe planteamiento, escasos recursos y previsibles mermados resultados, la juzgo de pura pantomima.

Me preocupa también, y mucho, el cerco a la Jefatura del Estado, es decir, hacia la Monarquía. Miembros cualificados del gobierno se han manifestado sin ambages como anticonstitucionalistas, apoyando la república como objetivo y despreciando la figura de Felipe VI (apuntando hacia actuaciones de su padre, Juan Carlos, presuntamente anómalas y, en todo caso, realizadas cuando ya no era Jefe de Estado, en que fungió como responsable máximo del período de paz más longevo de nuestra Historia, ejemplo incuestionable de transición de una dictadura a una espléndida democracia).

El apoyo precario y espurio que encontró Sánchez a su deseo de ser Presidente de Gobierno en los independentistas catalanes y en los hijos del terrorismo vasco, mírese como se mire, es un síntoma de la extrema peligrosidad de la situación actual, desde el punto de vista de la estabilidad democrática y del equilibrio regional.

A escala internacional, aunque la preocupación por los difíciles asuntos internos invita a menospreciar la importancia de lo que pasa fuera, la situación es muy compleja. El avance de la economía china, liberada del virus -por arte de birlibirloque u oscuras razones- convierte a esa República de Repúblicas en líder mundial, con la bandera de un sistema antidemocrático, dictatorial, autárquico y de naturaleza incomprensible -en valores y métodos- para nuestra cultura occidental. Desgraciadamente, esta situación coincide en el tiempo con un Presidente norteamericano que parece sacado de un cuento de ogros y fantasmas, más dado al despropósito verbal como portavoz de un sentimiento egoísta e insolidario, que a asumir un papel relevante como conductor de las economías occidentales.

No necesitaba más para sentirme anonadado de la deriva que adoptó la realidad próxima (de mi país y compatriotas) y externa (tanto de la Unión Europea como de los bloques hegemónicos de la economía mundial, y tampoco quiero olvidar la falta de democracia que se ha instaurado en Rusia y demasiados países latinoamericanos, por no apuntar más que a lo que sobrenada).

Pues hubo más. En pocas semanas, la metástasis que se encontraba aparentemente dormida, ha decidido despertarse y golpear con fuerza. Recojo todos los ánimos de que soy capaz para no desanimarme y, como siempre expresé -a propios y extraños- para no perder la capacidad de analizar lo que pasa fuera y pasa en mi cuerpo, con toda la objetividad que pueda. Pero, caramba, no dejo de preguntarme: ¿Es esto la realidad, o una pesadilla?

Ya se la respuesta, aunque nunca vienen mal algunos comentarios sensatos que me ayuden a entender mejor lo que nos pasa. Gracias, por leerme, por estar ahí (aunque sea en la sombra), por compartir lo que pienso.

 

 

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Demasiada incertidumbre

10 julio, 2020 By amarias Dejar un comentario

La situación española tiene tales incertidumbres que me parece un ejercicio de mínima responsabilidad social comentar aquellas que me aparecen como de mayor relevancia.

Desde luego, en primer lugar, por su carácter pandémico y su propagación aún misteriosa y sin tratamiento eficiente conocido, hay que situar al coronavirus. Se están produciendo nuevos brotes en casi todas las localidades españolas que hacen temer la difusión generalizada de los contagios, reproduciendo la situación que se generó en marzo de este año.

Ciertamente, se conocen algunas peculiaridades del comportamiento vírico, y se dispone de medios de detección precoz de la enfermedad. Posiblemente no se producirán ya muertes por trombosis (como sucedió, lamentablemente, por desconocimiento de la afección a la coagulación sanguínea), y no parece posible que se produzca el colapso de las unidades de vigilancia intensiva, porque se reducirá el número de intubaciones de los enfermos más graves. Tampoco es probable que los facultativos penalicen a los pacientes de más edad, en beneficio de los más jóvenes, si hubiera que elegir, por insuficiencia de medios hospitalarios.

Las vías de contagio son múltiples: reuniones familiares o sociales, ausencia o deficiencia en el uso de mascarillas y en los controles higiénicos en locales comerciales, menosprecio hacia las medidas sanitarias por muchas personas (de toda edad y condición, aunque reconociendo que mi observación no tiene valor estadístico alguno, principalmente, jóvenes, extranjeros, fumadores y grupos de amigos).

La crisis pandémica ha arrastrado la económica y su reincidencia hundirá aún más una economía que no se ha recuperado en absoluto, a pesar del desconfinamiento. El turismo, motor económico de primeras velocidades, no acaba de arrancar, y las ocupaciones en hoteles, restaurantes y lugares de ocio son muy bajas o nulas. Los sectores industriales, en especial los dependientes de los mercados exteriores, se encuentran aún paralizados o con un lento resurgir de la actividad anterior. En consecuencia, las cifras de paro se acercan a los cuatro millones y, de producirse el temido “rebrote”, aumentarán, con consecuencias sociales dramáticas.

En esta situación, sorprende que la posición del Gobierno esté orientada, en lo esencial, a la expectativa de fondos europeos, que no serán gratis, sino que obligarán a adoptar medidas muy duras en cuanto a impuestos, restricción de gastos público, pensiones y focalización de los apoyos a sectores productivos concretos. El necesario impulso a la investigación como motor de desarrollo, oxímoron clásico al que no se ha atendido nunca con seriedad, no producirá, obviamente, efectos a corto plazo y, por tanto, es muy probable que sea marginado -a pesar de las intenciones confesadas- dando ventaja a medidas de más inmediato efecto social.

La desconexión entre los miembros del gobierno, formado con representantes de dos facciones políticas con muy diferentes intenciones y argumentario, es un elemento más de incertidumbre. De muchos ministerios no se sabe nada relevante de su gestión. La parcelación de viejas carteras para atender a satisfacciones de egos y acuerdos carentes de propósito relativo al bien común, es motivo de desorden en las directrices (las que haya), falta de coordinación entre funcionarios, y desconcierto en los sectores que deberían impulsar y ordenar con su actividad.

Un elemento de incertidumbre adicional, cuyas consecuencias al respecto de la imagen de España es fácil deducir, afecta a la persecución política y mediática del anterior jefe de Estado. El “rey de antes” D. Juan Carlos, está sufriendo una grave exposición personal, que pretende hacer olvidar la excepcional función de valedor de la democracia, que representó, en lugar preferente, el establecimiento de la forma de Estado como monarquía parlamentaria .

La escalada del deterioro propiciado a la institución monárquica,  ha tenido elementos bien orquestados, no por la legítima opción republicana, sino por grupos que pretenden la destrucción del orden social, es decir, la revolución. Se une a esta situación, la hipocresía y egoísmo de la clase dirigente y un pésimo manejo de la crisis monárquica, por la propia Casa Real, el gobierno y la valoración de los principios éticos (o la falta de ellos) por los que se mueve nuestra sociedad.

Resultó ya sorprendente el juicio y encarcelamiento del yerno del Rey Juan Carlos, Ignacio Urdangarín, víctima de un encarnizamiento que, lejos de venir a reflejar la necesidad de puridad de las actuaciones de la Familia Real y sus adláteres, dejó al descubierto un flanco débil en el siempre misterioso mundo del uso de la influencia de quienes detentan poder para conseguir beneficios económicos. Nadie se alzó para defender a Urdangarín, y todos parecieron tirar piedras contra él, como si estuvieran libres de pecado.

(continuará)

 

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No es tiempo de pompas, caza y chirimía (Soneto)

16 junio, 2020 By amarias Dejar un comentario

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Con las mismas rimas del Soneto de Miguel de Cervantes:
“A vuestra espada no igualó la mía”
(El Caballero del Febo a don Quijote de La Mancha)

Al Rey Felipe VI

No es tiempo de pompas, caza y chirimía
ni pleitesía del pueblo cortesano,
y para más inri entra de la mano
el escándalo a ocupar la orden del día.

Es difícil defender la monarquía,
y todo esfuerzo real parece vano,
si parte del gobierno soberano
de la ocasión deduce “esta es la mía”.

Para vientos de cambio nada es raro;
Carpe díem contra miedos al infierno,
vence a serenidad odios y rabia;

criticar y destruir, sin tener claro,
hundir cuanto sugiera lazo eterno,
y la ignorancia presumir de sabia.

Nota: He utilizado una licencia, que, en mi modesta opinión, es de mejora, para no duplicar la palabra “mía” que el insigne escritor utiliza en los finales de los versos primero y octavo, incorporando -respetando la rima- el hermos0 vocablo “chirimía”.

(@angelmanuelarias, sonetos desde la crisis)

 

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Estado judicial

18 febrero, 2017 By amarias Dejar un comentario

El 17 de febrero de 2017, la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca ha dado a conocer la Sentencia del llamado Caso Noos.    Se trata de un texto de gran extensión (741 páginas), ocupando el Fallo las últimas doce. La extensión y el cuidado que evidencia su redacción ponen de manifiesto que no se trataba, en absoluto, de un proceso cualquiera.

Por supuesto, no necesitamos ninguna exhibición de buenos propósitos ni alardear del funcionamiento impecable de los estamentos del estado de derecho. Pueden ahorrárselos sus defensores, en particular, ésos que, cuando una Sentencia penal les afecta a ellos o a sus correligionarios, se apresuran a decir, con la boca pequeña, que la acatan, que el poder judicial es independiente.

¿Pero qué necesidad tenemos de coronar con mentiras y medias palabras algo que surge de la propia imperfección de las decisiones humanas? ¿Porque abogamos por su eterno inmovilismo?: ni las Leyes son perfectas, ni los tipos penales están analizados con total equilibrio y completa objetividad (y no digamos, las penas que acarrean los delitos), ni todos somos iguales ante la Ley o, al menos, no lo somos ante los órganos jurisdiccionles.

No podemos serlo, por la naturaleza de las cosas. Ni todos los abogados son igual de brillantes, ni todos los jueces igual de diligentes, ni todos los demandados o encausados tienen los mismos medios económicos y de influencia, ni todas las sentencias son idénticas para los mismos hechos y datos.

Esto es lo que hay. Y, al afirmarlo así, desde el conocimiento que nos da -a todos los que ejercemos en el campo del Derecho- el actual estado de cosas, no estamos apoyando la necesidad de una revolución, sino insistiendo en la continua necesidad de reformas y la importancia de añadir mesura a los análisis. Acatamos las sentencias, -qué remedio, aunque agotando todos los trámites procesales para buscar su enmienda, cuando la advertimos injusta a nuestras pretensiones- pero no siempre las compartimos.

Voy, pues, al grano del tema de estos días. Los media se han ocupado de difundir las conclusiones de la Sentencia del caso Noos, concentrándose en las penas impuestas y, en su caso, las absoluciones a algunos imputados.

De entre todas ellas, las que afectan a Ignacio Urdangarin, casado con la infanta de España, Cristina de Borbón, y a ella misma, también imputada, han concentrado los análisis. Como en toda cuestión polémica, los comentarios se orientan, según la ideología y simpatías de lo autores, bien a criticar la supuesta benignidad de las penas -y, en particular, la absolución penal de la Infanta-, bien a poner de manifiesto que la Justicia ha actuado, independientemente de la personalidad de los acusados.

Estamos en un Estado judicializado, en el que el profundo deterioro de todos los estamentos ha derivado hacia los procesos judiciales, y, en especial, los penales, la necesidad de redención colectiva.

Los años de la dictadura y los de democracia formal subsiguientes no han eliminado la corrupción, en sus variadas formas. Puede que, incluso, la hayan hecho más refinada. Solo los muy ingenuos o ignorantes pueden sostener la creencia de que se está en los últimos años procediendo con serenidad y contundencia contra la corrupción que, desde hace décadas -me atrevería a afirmar que, siglos-, forma parte del Sistema económico.

La corrupción no se juzga en los tribunales ni se condena en ellos. Vive con el sistema, porque forma parte de la educación general, impregnándolo todo. Los pocos casos que han salido a la luz en España (como en otros países) lo han sido por denuncias de arrepentidos o por declaraciones de pececillos corruptos que, para aliviar sus penas, han acusado a sus superiores. El clan de corruptos y corruptores se cierra sobre sí mismo, protegiéndose.

En relación con el juicio Noos, puede que algunos piensen que se ha juzgado a la monarquía, y que, con este proceso, se va a debilitar a la institución. Tal vez, incluso desde una parte de la judicatura se haya visto con buenos ojos que condenar a miembros de la familia real significa avanzar en el cambio de régimen,

No pienso así (tampoco me puedo imaginar que la Monarquía salga reforzada). Necesitamos la Monarquía porque carecemos de un sustituto válido como forma cabal de Estado. La propia institución se ha encargado de ponerla en bretes evitables, probando su resistencia, de los que ha salido prácticamente indemne: los detentadores de la Corona pueden alardear de rijosidad consustancial a su naturaleza, matar elefantes y osos como sana diversión elitista, casarse con plebeyas a despecho de lo indicado por sus consejeros áulicos… Nuestras abejas reinas no tienen sustituto.

Las Monarquías que sobreviven en países democráticos se han hecho impermeables como fórmula de subsistencia. Levitan sobre lo razonable. Hay un ejemplo paradigmático: la Reina de Inglaterra. Su distancia  infinita con la realidad es la mejor defensa: cuando se manifiesta con algún signo humano, es algo parecido a haber sido testigos de una aparición espectral. Indestructible.

Aquí se sigue el ejemplo, mal que bien, porque hay que salvar la Monarquía, esto es, a todos nosotros, sus súbditos desnortados. Las sonrisas forzadas de SSMM en la inauguración de la exposición en el Museo Thyssen, el mismo día de la publicidad de las condenas a personas de su familia, obviamente, han sido ensayadas previamente en los días anteriores, pues la Sentencia tuvo que ser conocida con anterioridad. La procesión irá por dentro, pero no se la deja trascender.

Y, sin embargo, no es posible ignorar los propósitos y consecuencias de este sometimiento al escarnio popular de la divina Institución. Porque el que personas de la familia real, incluso en una dinastía empobrecida como la española, se vean imputadas, paseadas por los juzgados, analizadas sus conductas a placer por cualquier nindungui, es fruto de un intento de poner a prueba la resistencia de la Institución, pero sin afectar a la vulnerabilidad del núcleo central, poniendo sobre el tapete colectivo, que “la Justicia es igual para todos”, incluso para ese plebeyo deportista al que se le arrojó a los pies de los caballos justicieros.

Se ha producido, en efecto, la apariencia de una sacudida brutal a la esencia de la Monarquía española. ¡Miembros de la Familia, corruptos!. Es lógico que ante un ataque de tamaña envergadura, se hayan activado todos los recursos de contención del daño.

Nadie, disponiendo de su sano juicio mental, admitirá que la justicia haya actuado con total independencia (¿cómo mantener la “total independencia” con ese continuo clamor de la calle, esa tensión permanente, a ratos, insoportable?) , ni dejará de valorar que el gobierno no haya utilizado todos los medios posibles para conducir el tempo y la intensidad del proceso (“espero y deseo que la Infanta salga libre, con todos los predicamentos favorables, del proceso”) y que el propio Monarca Felipe VI, sus padres y resto de familia real (y de otras dinastías monárquicas), y sus apoyos, valedores y beneficiarios sustanciales, no hayan visto con intranquilidad y disgusto el que uno de sus miembros haya sido puesto en la picota justiciera (¿no podemos imaginar llamadas de la reina Sofía a su hijo varón, pidiendo intersección salvífica?).

Tenemos una forma de gobierno anticuada, pero que funciona. La mayoría de las monarquías europeas han dejado de existir, salvo en los libros de Historia o como reliquias depuestas, vagando a la eterna espera de tiempos mejores. Algunas han terminado de forma cruenta. Sin embargo, pasado el tiempo, nada ha cambiado en los pueblos que han visto culminado el proceso de sustitución de las Monarquías por otras formas de Gobierno. República o Monarquía, es lo de menos.

Esa enseñanza de la Historia la tenemos impresa en nuestros genes, los españoles.

Analizada someramente la Sentencia, encuentro algunos elementos para la polémica jurídica. La pena principal de Urdangarín lo ha sido porque el Tribunal le estimó como autor de un delito continuado de falsedad en documento público, además de por malversación de caudales públicos (art. 404, 390.1.2º y 4º y 432.1, con la atenuante de reparación del daño). No se cierra con ello la posibilidad de revisión, a pesar del extenso y meditado escrito de las Sras. magistradas. No me ocupo, gracias a Dios, del caso, pero entiendo que la consideración de Urdangarin como “autoridad o funcionario público” que prescribe el art. 390 abre una vía de acogida al recurso de casación, por la reducida extensión jurídica que viene siendo aplicada a estos términos.

Interesante es también el análisis de la comisión del delito de tráfico de influencias, en su tipo agravado, por el que también se condena a Urdangarin, penado según el art. 429 del Código Penal, al entender la Sentencia que  ha obtenido beneficio por la influencia derivada de la situación personal con la autoridad o funcionario público que debe tomar la decisión. Me parece que la influencia de un personaje tan encumbrado como es un miembro de la familia real, en un país en el que la Monarquía es la forma de Estado, ante quien debe tomar una decisión pública, queda manifiesta por el solo hecho de aparecer como interesado, sin necesidad de actuar positivamente como “influyente”.

En cuanto a la exoneración de culpa a la infanta Cristina de los delitos contra la haciendo pública, a mi no me sorprendió en absoluto. Pero, ¿es que nos hemos olvidado de en qué país y bajo qué orden estamos?

Y, como ya han avanzado algunos comentaristas con más intención que yo, tenemos que esperar a la revisión de la sentencia por parte del Tribunal Supremo. Como prueba a la solidez de la Monarquía, de momento, ya hemos tenido dosis suficiente.


Las urracas han ocupado grandes espacios, tanto en las ciudades como en el campo. Son agresivas, gregarias, tienen un excepcional poder de adaptación a los medios, y son prácticamente omnívoras.

En las ciudades españolas, lo normal es encontrarse, en cualquier lugar y ocasión, con estas aves, atentas siempre a hurtar un bocado, ahuyentar a otros pájaros e, incluso, a presentar batalla a animales de mayor tamaño: ni cuervos, ni rapaces se atreven con ellas, cuando se encuentran defendiendo sus nidadas, lo que hacen en grupo sin problemas.

Esta urraca, a la que fotografié en el momento de desplegar sus alas para huir, aguantó, como si me echara un pulso, un buen rato. A diferencia de la inmensa mayoría de los pajarillos (salvo algunos gorriones comunes, que andan siempre mendigando residuos en torno a los humanos), las urracas, o pegas, sostienen al máximo el momento, aparentemente inmutables, hasta que, de pronto, se lanzan en un vuelo rápido, potente, corto.

 

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Linkweak y el Estado

22 junio, 2014 By amarias Dejar un comentario

Linkweak ante una encrucijada virtual 001

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Republicanos con la Corona

19 junio, 2014 By amarias 11 comentarios

Si los reyes fueran corredores de relevos, escribiría que el 19 de junio de 2014, Felipe VI recogió el testigo de Juan Carlos I (o, quizá, a la manera de los Papas, simplemente Juan Carlos, como lo es ese Francisco que está dispuesto a revolucionar la Iglesia Católica, volviéndola del revés).

Las Monarquías europeas se han hecho todas parlamentarias, o constitucionales, en una deriva desde la concepción mística que las colocaba entre la divinidad y sus súbditos, pasando por monarcas absolutistas -pocos han sido despóticos- y algún que otro enajenado circunstancial. Hoy día, ser Rey, Majestad o Monarca, aquí en la tierra como en la antes pérfida Albión, tiene más de símbolo que otra cosa, con poderes tan restringidos por las Constituciones que, en la práctica, cabe decir que reinar no tiene nada que ver con gobernar.

Felipe VI es un rey bien preparado, que, como las abejas reinas de las colmenas, ha sido alimentado para ser el mejor. Reúne una combinación prácticamente insuperable de presencia física, exquisita educación, poliglotismo, conocimiento de personajes y personas, y una amplia cultura general y política.

Si le faltara algo, puede contar con muchos de los mejores en una disciplina para asesorarle, incluso anónimamente. Su rostro es conocido aquí y allá. Y su figura, representación y talante, son respetados y hasta venerados por muchos más de los que puedan pretender cualesquiera de los presidentes y cabezas de lista de nuestras variopintas nacionalidades, partidos o grupúsculos asentados en territorio español.

Como republicano posibilista, y como ciudadano respetuoso con la Constitución y con las leyes, como experimentado analista de lo que pasa en este país y en otros, e incluso de lo que nos pasa a gentes como yo, y mucho mejores que yo, creo que Felipe VI es la mejor opción para España.

Lo demás, son elucubraciones y los que las elaboran, si piensan de veras en hacerlas verosímiles, insensatos.

¡Viva Felipe VI! ¡Viva la República! ¡Viva la Corona! ¡Viva España!

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Algo por lo que ilusionarse

7 junio, 2014 By amarias 2 comentarios

“Por Dios, por la Patria y el Rey”,  han sido históricamente los tres conceptos sublimes por los que merecía la pena luchar y morir, al menos en las cristianas belicosidades que formaban el mosaico europeo de nacionalidades.

Ese mensaje trascendente fue recogido, de una u otra forma, en no pocos himnos y cánticos, pero pocos alcanzaron la rotundidad con la que se recogió el patriotismo, la religiosidad y la devoción al monarca que creían más legitimado para gobernarlos, con los que los carlistas festejaban la victoria de Oriamendi  1837) sobre los cristinos. Por esa triada superior “lucharon” (en otras versiones, incluso se dice, “murieron”) “nuestros padres/ por Dios”, y “por la Patria y el Rey/lucharemos nosotros también”. (1)

Hasta en la guerra incivil española de 1936, un siglo más tarde, la arenga fue incorporada sin reparos por el bando sublevado -luego triunfador-, y luego sería cantado, no solo como himno de los requetés, en institutos y colegios de la postguerra por inocentes criaturas dirigidas sus voces por otras adultas nada inocuas (“Cueste lo que cueste/ se ha de conseguir/ que los boinas rojas/ entren en Madrid”… “defendiendo todos juntos la bandera de la santa Tradición”).

Tiene que ser decepcionante,  si queda en nuestro convulso país alguien idealista, que esos tres conceptos no solo hayan caído en desuso como elemento inspirador de los ánimos y los cánticos, sino que hayan sido  sustituidos por otros sin el menor misterio.  Porque ni “la roja”, ni “Ronaldo”, ni “Shakira” ni “Beyoncé” (cito al azar) o cualquiera de esos ídolos de carnes y huesos que mueven el fervor de los jóvenes, tienen el encanto poético de un Dios omnipotente, una Patria ahíta de hazañas bélicas contra pérfidas albiones, califas malandrines o caudillos impíos.

Por no decir de un Rey, al que Dios salve, que represente el aglutinante, el liante pegamento que relacione las dos esencias anteriores, conectando la vulgaridad doliente con lo que es inalcanzable, abstracto, metafísico, poniendo poesía y magia de la buena a la monotonía de nuestras vidas.

Un grupo de jóvenes universitarios parece haber encontrado una vía de ilusión en las elecciones europeas de mayo de 2014. El análisis serio y ponderado, realizado por mentes sesudas, de lo que pretenden, ha revelado que su programa -o lo que fuera- es irrealizable, por costoso y por utópico.

No se han dado cuenta estos sensatos, que los símbolos que han movido a la humanidad son, justamente, intangibles, etéreos, inextricables. Lo que necesitamos es algo por lo que ilusionarnos. Cuanto más incomprensible e inexplicable, mejor.

—

(1) Pertenecí durante cierto tiempo al grupo de chavales incompetentes (para entender de tradiciones) que creían incluso que ese era también el himno de las “tropas rojas” que querían volver a entrar en Madrid, después de haberlo perdido para la República, pues hasta tan punto se nos había teñido de rojo todo lo que no era franquista.

 

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A mi me gusta la gaita que tenga fuelle de terciopelo

5 junio, 2014 By amarias 3 comentarios

Hay una deliciosa canción popular que propongo se convierta en himno nacional. Su letra, en la que el cantor o cantora expresan sus gustos, con las variaciones que permita el ritmo (“a mi me gusta lo blanco”, “a mi me gusta lo nuevo”, “a mi me gusta lo guapo”…) se desarrolla perversamente con el deseo de que desaparezcan sus opuestos: lo negro, lo viejo, lo feo.

Después de ese repaso por los contrarios, ensalzando lo que a uno le gusta y expresando que se muera aquello que “no sea cosa buena”, el letrista concluye que “a mi me gusta la gaita que tenga el fuelle de terciopelo”.

Veo en rededor injusticias, aprovechados perversos, mentirosos convulsos, ladrones embozados. He tratado durante toda mi vida de combatirlos, en la medida de mis posibilidades, con reproches y actuaciones, a veces directas, otras discretas. Me considero formalmente republicano, liberal, agnóstico, serio, inquieto.

No es mérito exclusivo, porque, por fortuna, somos mayoría. Y espero que por mucho tiempo. Somos mayoría los que siendo monárquicos, respetamos a los republicanos, y al revés; somos mayoría, los que, siendo creyentes, comprendemos a los agnósticos, y lo contrario; somos mayoría los que siendo comunistas, tenemos información suficiente para entender que no se puede creer en el mercado como único dios, y otro tanto se puede decir de los liberales que comprenden las ventajas del comunismo…

Porque nos gusta la gaita que tenga fuelle de terciopelo. En estos momentos en que muchos grupos y grupúsculos gritan, de pronto, aprovechando una grieta, que lo suyo es lo mejor y que hay que explorar las selvas, no vendría mal un poco de música. Para calmar los ánimos.

(P.S. Señalo algo de este Comentario y que a mi me parecía sutileza, pero puede haber pasado desapercibido al lector que no entienda de gaitas, ni aún menos, de templarlas. El fuelle de ese instrumento jamás es de terciopelo, pues se construye de piel de oveja, de cabra e incluso de cabrito, y más modernamente, de gomas y otros materiales elasto-plásticos de variado pelaje: la que es generalmente de terciopelo, para que haga bonito, es la tela que cubre al fuelle. Y, por supuesto, que viva la gaita, que viva el gaitero.)

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Smart global citizenship

3 junio, 2014 By amarias Dejar un comentario

Piero Fassino, alcalde de Torino, fue el ponente principal en el “desayuno del Ritz” del 3 de junio de 2014, actividad organizada por Nueva Economía Fórum. El segundo ponente fue Alfredo Pérez Rubalcaba -aunque, según la convocatoria, le correspondía ser solamente el presentador del conferenciante-. Las circunstancias por las que atraviesa España y la reciente dimisión del secretario general del PSOE, impusieron esa revisión del programa, consentida desde la organización.

Fassino, en un español muy aceptable, disertó sobre las Smart-cities, concepto ya de uso común, y enfocó las luces, como le corresponde, hacia Torino. Esa “nueva manera de pensar y organizar la vida de la comunidad”, necesita -dijo, para explicar el concepto- “un alfabeto propio, un nuevo paradigma”, y, por ello, “una Smart community”.

Avanzando por el camino de incorporar el rutilante adjetivo a todo lo que se toca, apuntó hacia la necesidad de una “Smart democracy”(adaptada al tiempo de las TICs, “ya que los modelos estructurados en el siglo XX no son hijos de la tecnología digital”), y se debe tener en cuenta que “las nuevas tecnologías generaron partidos sin ideología, organizaciones fuertes, estableciendo una relación directa con los electores”. Esto ha de ser así, porque, “a través de la web, la sociedad va organizándose en un nuevo lenguaje”.

No tengo duda alguna de que el modelo general de mayor aproximación al ciudadano y a la resolución de sus problemas -ambientales, energéticos, de transporte, de ocio, de comunicación, etc.- es imprescindible. Las ciudades tienen -Pérez Rubalcaba se encargó de poner el lápiz rojo sobre una frase de Fassino- que reconstruirse desde el aprecio al “papel de la cultura en las nuevas ciudades”.

Me gusta participar en los debates, y en el coloquio, propuse al moderador (José Luis Rodríguez) una cuestión que no mereció ser planteada al conferenciante, sepultada entre otras intervenciones -fundamentalmente, surgidas de los periodistas presentes en el acto, y, por tanto, buscando los titulares-.

Lo que me interesaba saber era si Fassino, que es también presidente de la Asociación de Smart cities europeas, tenía respuesta a la cuestión de la solidaridad, que no es un concepto anodino, sino que está imbricado en la resolución del problema del paro,  y en el avance o sostenimiento de los modelos de bienestar. Tiene que ver con el mejor reparto de la riqueza generada y no solo ha de enfocarse hacia el mayor disfrute y a disponer de más tiempo de ocio, si no alcanza a todos.  No deriva únicamente de la producción más eficiente, y ni siquiera se satisface con la puesta a disposición del ciudadano de oportunidades para pasarlo bien y ser más responsable ambientalmente.

La solidaridad implica la consciencia colectiva para hacer llegar, tanto a nivel individual como familiar, aquellos medios -económicos, asistenciales, culturales, formativos, …-suficientes que garanticen que todos sean co-partícipes de esa generación, distribución y consumo de bienes y servicios.

Hace falta una Smart-solidarity, que tenga en cuenta, en concreto, la creciente disminución del tiempo de trabajo preciso para desarrollar las actividades y fabricar los productos que son precisos en un mundo globalizado, con muy diferentes costes de mano de obra y expectativas personales. Una cuestión que apunta a la necesidad de encontrar urgentemente nuevas formas -Smart solutions- para el reparto de las plusvalías que una sociedad inteligente, animada por una Smart global citizenship, sea capaz de generar, para conducirse, en equilibrio dinámico, a una mayor satisfacción general.

Me quedé con las ganas de conocer la visión de Fassino sobre esa importante cuestión. Sí  nos enteramos ( a mí ne me hacía falta) de que Pérez Rubalcaba es partidario, a pesar de las “hondas raíces republicanas del PSOE”, de mantener el “consenso que nos condujo al período más floreciente de la historia de España”, que implica aceptar la monarquía como forma legal para la jefatura de Estado.

Torino parece estar en el proceso de su salvación específica, al menos de forma provisional, en base a proyectos como byke-sharing, car-sharing, mejora de la concienciación ambiental y energética, etc., y… una cierta ingenuidad que creí adivinar en alguno de los “proyectos novedosos” a los que hizo referencia su alcalde, menos convincente en esa parte de su discurso. Torino puede enorgullecerse, sobre todo, de haber logrado la reconversión de la vieja industria del automóvil y de encontrar la vía para potenciación turística de su legado monumental.

No me parece un modelo indefinidamente duplicable, porque no hay sitio para muchos clones de esa estrategia. Seguimos necesitando más opciones para cristalizar esa Smart global citizenship que nos ilusione por un futuro en el que las actuales nubes de tormenta se traduzcan en lluvias provechosas.

 

 

 

 

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La abdicación

2 junio, 2014 By amarias Dejar un comentario

El 2 de junio de 2014, a las 10 h 30 m de la mañana, el presidente del Gobierno de España, Mariano Rajoy, anunciaba que el Rey Juan Carlos “abdicaba la Corona”.

La abdicación del Rey en la Jefatura del Estado es una figura no contemplada con rigor por la Constitución vigente, necesitando la rápida aprobación de una Ley Orgánica que, aprobada por las Cortes, garantice el cambio sucesorio que las peculiares reglas de la Casa Real han personalizado en S.A.R. el Príncipe Felipe, que será, por tanto, el nuevo rey, con el nombre de Felipe VI, si todo sucede conforme al libreto.

Convertido en portavoz del dimisionario, el presidente Rajoy ha indicado, en una rueda de prensa sin preguntas -¿para qué preguntar, -se podría decir-, si no habrá respuestas?- que “el momento es oportuno”.

La oportunidad viene, en este caso, medida por la necesidad de recuperar alguna popularidad, desde el recambio de personas. El previsto como sucesor tiene 45 años, por lo que está en la edad en la que la mayoría de los españoles que se han quedado sin empleo por razón de la pésima gestión del país, verán reducidas a casi cero sus posibilidades de encontrar un nuevo trabajo.

La oportunidad no viene, desde luego, señalada por la pérdida galopante de simpatía hacia los partidos políticos que se siguen considerando mayoritarios; no está soportada, naturalmente, por la incapacidad demostrada de esta colectividad para generar actividades que permitan mirar hacia el futuro con optimismo generalizado y no solo desde la complacencia de los que más poseen; no tiene que ver, por supuesto, con el malestar rentabilizado por una urna de recogida de pesares cuyo mensaje es tan claro como contundente: no, así no, nos engañan, se enriquecen a costa nuestra, no nos representan.

A los más viejos de esta tribu les ha tocado vivir una parte de la historia de España insuperable en emociones: guerra civil injustificable, dictadura perniciosa, aislamiento insufrible, decadencia de la autarquía, ilusión irrefrenable, actividades imposibles, despilfarros impresentables, logros maravillosos, traiciones desvergonzadas, desilusiones galopantes, fracaso perdurable, desorden manifiesto.

Tengo la amarga impresión de que la Corona abdica cuando ha percibido que se le ha pasado el arroz. Oigo voces -nunca mayoría, pero siempre suficientes para que no se las desprecie- que reclaman una votación para refrendar al candidato a sucesor.

Un sucesor que, careciendo la Monarquía de programa y no tener la institución asignados cometidos constitucionales de entidad, lo que supone únicamente es cambiar el rostro de quien detenta el título. Como en esos tableros de feria en los que se puede meter la cabeza en el hueco abierto, para llevarse una foto de recuerdo del paso por el sitio.

Voto al chápiro verde, tenemos que cambiar el rumbo de la cosa, pero con tanto experto en marear, mal lo tenemos.

 

 

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